lunes, 11 de agosto de 2025

EL HIJO A MEDIAS



Quizá una de las historias más lamentables de los últimos tiempos haya sido la protagonizada por Juana Rivas y Francesco Arcuri, personajes de novela mediática enfrentados ante la Corte del Juez Salomón. Mientras las instancias judiciales españolas e italianas, otorgaban el hijo de ambos a un padre con algunas sombras en su discurso legalista, Juana esgrimió su condición oficial de mujer maltratada para perseguir el amparo de la opinión pública a sus aspavientos de plañidera incesante, empeñada como la madre espuria de la historia bíblica, en partir la vida de sus hijos entre un aluvión de denuncias, medias verdades, secuestros y desapariciones, convirtiéndolos en rehenes para siempre de la manipulación y la insensatez.


La exposición de los hijos ante el pelotón de fusilamiento de los medios fue el último acto de una representación en la que intervino también una ministra del gobierno de España para presionar al poder judicial sin tener en cuenta los indicios de alienación parental evidentes en el escenario. Todo el que haya estado en contacto con el complicado mundo del conflicto matrimonial reconoció en el grito desgarrador de ese niño, a una víctima acosada por la acción criminal de los adultos. El interés del menor debería ser el principio rector en esta materia pero se convierte a menudo en una declaración vacía tras la que se esconden estrategias procesales que en vez de buscar un acuerdo sanador perpetúan el enfrentamiento entre las partes.


Tener hijos es llevar el corazón fuera del cuerpo. El instinto de posteridad nos conduce al afán de descendencia sin adivinar la esclavitud que aparece desde el día en el que ese deseo se concreta en una vida que es la nuestra caminando en otro ser. Es la condena de la paternidad, esa trenza de angustia y felicidad que se anuda en torno al hijo y te sitúa amarrado para siempre a la estela de incertidumbre desplegada tras sus pasos. Ser padre es edificar tu existencia en torno a un futuro para su dicha al que sólo asistirás como invitado y en donde un instante de plenitud bastará para olvidar todas las ausencias. La absurda aspiración de querer abrazarlo siempre como cuando era un niño se funde con la quimera necia de pretender dirigir sus decisiones para librarlo del dolor, sabedores como somos de que moriremos un poco con cada una de sus heridas. Hay una querencia por seguir llevándolo cogido de la mano que no se extingue nunca. 


El padre separado multiplica en el vacío que siente esa sensación de impotencia, una suerte de orfandad inversa que ni siquiera la custodia compartida puede restañar. La justicia es incapaz de solucionar situaciones tan complejas y no puede sino conformarse con fabricar hijos a medias, convirtiendo la paternidad del progenitor no custodio, ese oxímoron, en un simulacro que impide su pretensión de absoluto. La adolescencia del hijo es un lugar propicio para que el cataclismo del divorcio se manifieste en toda su crudeza cuando la lejanía eleva barreras invisibles que no se disipan en la visita de un fin de semana. La separación es una verdadera amputación cuya mayor tragedia es acostumbrarse a sobrevivir en el desierto, anticipando a un momento intempestivo, la soledad inevitable que aparece cuando el hijo toma su propio camino. Los padres a tiempo parcial son despojados de la fortuna intangible de asistir a su crecimiento, como Gepettos que alejados de esa cotidianeidad, contemplan cómo se va convirtiendo en una marioneta manejada por la vida, mientras a la familia imaginada le crece la nariz. 


Cuentan que Daniel, el hijo de Francesco y Juana, tras siete meses de extrañamiento, tardó veinte minutos en aceptar de nuevo al padre cuando pudo hablar con él, sin mayor interferencia que la asistencia del equipo técnico del Juzgado. Salomón hizo lo correcto pero tras la euforia del verano, llegará el invierno para comprobar si los estragos del conflicto entre los padres se han convertido en el previsible trauma que pesará sobre ese niño y el adulto que va a ser.



1 comentario:

  1. Cuán difícil es una separación más si se tienen hijos. Qué razón tienes en todo. Felicidades, maestro.

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