jueves, 19 de octubre de 2017

Y SI HABLA MAL DE ESPAÑA ES ESPAÑOL


Barcelona, ocho de octubre

Para confirmar la españolidad de Cataluña, tenía que ser un catalán el que escribiera los endecasílabos que definen a la perfección la peculiar idiosincrasia nacional: “Oyendo hablar a un hombre, fácil es/acertar dónde vio la luz del sol:/si os alaba a Inglaterra, será inglés,/si reniega de Prusia, es un francés,/y si habla mal de España, es español”. Joaquín Bartrina nació en Reus en 1850 y ha pasado a la pequeña historia de la literatura por hallazgos tan agudos como éstos y por alguna que otra recomendación con retranca que deberíamos haber seguido a pies juntillas en estos días de desafueros e indignación: “Si quieres ser feliz como me dices,/no analices, muchacho, no analices”.

Es difícil abandonar la infelicidad cuando se asiste a diario a la estrategia del movimiento independentista, consistente en inventarse una represión de cartón piedra articulada desde un nacionalismo español que ya no existe. La herencia lamentable de los desmanes del franquismo nunca se disipó del todo y permaneció instalada en esa mirada sospechosa que todos hemos lanzado alguna vez al que llevaba la pulsera con la banderita, a quien se emocionaba demasiado con un himno tantas veces maltratado por quienes no consentirían la más mínima agresión a sus símbolos. Han tenido que pasar cuarenta años desde la muerte del dictador, para que el españolito atacado por los nacionalistas que hacen peligrar su bienestar, se sacuda los complejos de la rojigualda y no necesite que la selección gane un mundial para echarse a la calle a defender su dignidad. Del mismo modo que se atribuye a Rajoy la virtud catártica de fabricar separatistas a puñados, tendremos que agradecer a Puigdemont haber convertido el "Que viva España" en nuestra particular marsellesa, a falta de otras letras más elevadas con que resistir a la opresión de las mentiras.

Entre los analistas políticos que presumen de lecturas se ha puesto de moda citar a Marx, que parecía pensar en nuestras cuitas cuando dijo aquello de que en la historia, las tragedias del pasado suelen regresar repetidas como farsa. En nuestro caso, el drama catalán de un presidente sublevado y encarcelado por la República, al que Franco no tuvo mejor idea que ascender a la categoría de mártir, ha devenido en comedia pasada por el tamiz de otro Marx, Groucho, si no le gustan mis principios tengo otros. Si la Constitución que prometí cumplir a cambio de que se me concediera el mayor nivel de autogobierno que soñar pudiera una región, ya no me gusta, me invento otra en la que la parte contratante de la primera parte organice un referéndum con las cartas marcadas, el censo mancillado, las urnas violadas. A continuación es preciso magnificar en las redes cuatro excesos policiales para legitimar la falta de garantías, asumir un mandato popular espurio y declarar la independencia en diferido, para que un gobierno central desconcertado se pierda en el galimatías de esta revolución de las sonrisas que pretende jugar a ser Eslovenia sin pegar un solo tiro.

Detrás de todo este bochorno vestido de un buenismo pacifista que nos vende el cuento del diálogo entre iguales y de la hermandad con el resto de los pueblos del Estado, se esconde en realidad el peor de los supremacismos, hijo de la insolidaridad y la xenofobia, y la pretensión apenas escondida de que un ciudadano de Vic siga viviendo mejor que uno de Cuenca. Al final, de entre la fronda de palabras huecas sobre el hecho diferencial y los derechos históricos de Cataluña, se destaca irrefrenable el permanente afán por sacar tajada y seguir medrando en el enredo interminable del “procés”, que de momento sirve para garantizar la tibieza de un gobierno atenazado por las sucesivas apelaciones al victimismo de los que siempre considerarán fascista la aplicación estricta de la ley.

Creíamos que tras el 78, la Constitución nos libraría del estigma que el guerracivilismo dejó en nuestro inconsciente colectivo, pero nos equivocábamos. No ha sido suficiente el trascurso de un par de generaciones para que se instale en nuestros usos el hábito democrático, el respeto a las minorías, la tolerancia frente a las opiniones de los demás, para que nuestro sistema se afiance sobre una efectiva separación de poderes, que hubiera impedido a los trileros de guardia cometer la obscenidad intelectual de llamar presos políticos a los imputados por sedición. Mientras la manipulación avanza, la mayoría parlamentaria española se apresta a salir de esta crisis abordando una reforma constitucional como mal menor que aplaque por un tiempo las ansias nacionalistas, a cambio de seguir entronizando en el texto futuro la desigualdad de los ciudadanos españoles en función del territorio en el que tengan la fortuna o desventura de residir. Claro que entonces será el pueblo el que tenga la palabra definitiva para decidir con su voto en un referéndum de verdad, si quiere ser tratado como soberano de su destino o se conforma con sacar de vez en cuando la bandera a pasear.  

Distintos grados de españolidad

viernes, 6 de octubre de 2017

DISTOPÍA CATALANA


El aire es limpio en Barcelona esta mañana. El paseo de Lluis Companys luce espléndido y sería un placer transitar la imponente avenida, si no fuera porque la presidenta del legislativo hiere la belleza del entorno con una arenga estridente que enardece a las masas reunidas frente al Palacio de Justicia. Hasta el Arco del triunfo que en otro tiempo simbolizó el progreso de esta ciudad, llegan voces que hablan de afrentas al autogobierno y secuestro de cargos públicos, agravios a la voluntad popular que se suceden mientras el Parlamento yace clausurado en la cercana Ciudadela.

Amanece en Rambla de Cataluña y los radicales que cercan la Consejería de Hacienda mientras la comisión judicial la registra, hostigan a los medios de comunicación nacionales al tiempo que reclaman libertad de expresión. Las autoridades catalanas se quejan de la situación de excepción perpetrada por el Estado español, que sin embargo permite concentraciones permanentes en la vía pública que impiden a la Guardia Civil abandonar el lugar con decoro. El titular de la Consejería prodiga circunloquios ininteligibles por las tertulias sobre la falta de vigencia en Cataluña del ordenamiento jurídico español, al que sigue acogiéndose para recibir los fondos del Estado.

Los estudiantes ensayan movilizaciones contra el sistema en el edificio histórico de la Universidad. Hace un siglo que Josep Pla abandonó estas paredes. El vacío que entonces le producía el Derecho mercantil se llena hoy con aprendidas soflamas que permiten a las víctimas de la “logse” jugar a la revolución. Cientos de niños en edad escolar cruzan la vecina Plaza de Cataluña. La excursión programada para recorrer los escenarios de una novela de Marsé, ha sido sustituida por el adoctrinamiento sobre el terreno que garantiza un futuro de mayorías estables al servicio de la causa independentista.

Hasta el abigarrado roquedal de Montserrat llegan los ecos de homilías que ilustran al feligrés sobre la conculcación de sus derechos. La Conferencia Episcopal permite a su filial catalana amparar a los fieles frente a la represión del Estado y apela al diálogo entre los partidarios de hacer cumplir la ley y los decididos a quebrantarla. La Iglesia Católica, en su magnánima misericordia, está obligada a socorrer a los héroes del nacionalismo que se acogen a sagrado, en estricta aplicación de la bienaventuranza que promete el reino de los cielos a los perseguidos por la justicia. La Moreneta sigue sonriendo en su abadía.
       
La mañana del domingo ha empezado antes de lo normal en el Ensanche. Por la magnífica cuadrícula de calles que envuelve al colegio Ramón Llull, las familias concienciadas de la burguesía nacionalista enarbolan papeletas para ejercer el derecho que un presidente insensato les ha vendido como la panacea de la felicidad. Quieren expresarse en una consulta prohibida en la que el censo es ilegal, el voto no es secreto, y no existe Junta Electoral para garantizar el recuento. La policía judicial representada por los Mozos de Escuadra incumple las órdenes que tenía y no cierra los centros de votación. La Policía Nacional y la Guardia Civil los sustituyen en ese empeño y cargan en algunos puntos contra los que se oponen a la acción de la justicia. La salvaje represión concluye con cuatro heridos hospitalizados y no evita que más de dos millones de personas voten finalmente. El gobierno español dice que no ha habido referéndum. Quizá por eso, nadie detiene a los cabecillas de la sedición. El gobierno catalán proclama la victoria del sí a la independencia con el noventa por ciento de los votos y anuncia que esos resultados legitiman la aplicación de las leyes suspendidas por el Tribunal Constitucional. La mayoría del pueblo contempla el espectáculo desde su casa.  

Tal día como el de este domingo, en 1936, Francisco Franco fue proclamado Jefe del Estado. El primero de octubre es una fecha proclive en la historia de España para el triunfo de la deslealtad. 


lunes, 2 de octubre de 2017

EL TOREO EN LA ENCRUCIJADA


En estos últimos tiempos en los que la moda televisiva apuesta por los debates espectáculo en donde lo que menos importa es hallar luz en el conflicto abordado, el tema preferido para la discusión grandilocuente y el griterío sin sentido suele ser la tauromaquia, que exacerba las opiniones de los tertulianos sin que exista posibilidad alguna de entendimiento entre los bandos. Tratar de convencer a un animalista de la excelsitud de las sensaciones que puede provocar una media verónica es un imposible metafísico de igual magnitud que intentar persuadir a un servidor sobre las bondades de los tanatorios para mascotas. El aficionado a los toros nunca empatizará con el sufrimiento animal porque lo considera una parte natural de la existencia como lo es la muerte, telón de fondo sobre el que se construye la representación taurómaca que puede ser cruel, como la vida. Los antitaurinos, en cambio, no soportan ese lenguaje entre el toro y el torero, en el diálogo en el que el taurófilo construye una historia de sacrificio y grandeza sólo ven barbarie. No hay metáforas que puedan anular una sensibilidad basada en el aplazamiento de la muerte, camino de una arcadia feliz en la que la humanización de los animales provoca escenas bufas tales como la del activista iluminado saltando a un ruedo como acción de protesta, que acaba siendo volteado por un Miura que no entiende de derechos. La incomprensión del escenario es tal que quizá el animalista se esté preguntando ahora por qué los toreros presentes esa tarde a los que acusó alguna vez de asesinato, acudieron prestos a socorrerlo.

El desencuentro entre ambos mundos impide cualquier posibilidad de  entendimiento y los derroteros de una sociedad cada vez más infantilizada y hedonista nos conducen a un futuro en el que el proselitismo taurófilo es una quimera. La imagen de los tendidos yermos de las Ventas durante los desafíos ganaderos que han precedido a la Feria de Otoño nos habla de un horizonte complicado para volver a sembrar interés por un espectáculo demasiadas veces malbaratado al servicio del empresario de turno. Los esfuerzos de Simón Casas por cerrar el año apostando por el toro de respeto, no han servido para disfrazar la realidad de una temporada con las ganaderías de siempre hundiendo con su vacío la mayoría de los carteles. La fórmula del tres y tres que ha permitido traer por fin a Madrid las vacadas que más casta han derramado por el albero de las Ventas en los últimos tiempos nos deja con la miel en los labios y con la melancolía de imaginar un mundo perfecto en el que Saltillo, Palha y Escolar lidiaran en la primera plaza del planeta lo mejor de su camada en lugar de comparecer ante nuestros ojos solamente a tiempo parcial.  

Para medir la bravura del ganado en las tres tardes de desafío, Don Simón dibujó en el ruedo un corralito virtual que en homenaje a los triunfos de Gasol y compañía, parecía una zona de baloncesto en la que los lidiadores debían aparcar al toro para que en el primer puyazo entrara a canasta apoyándose en el tablero, en el segundo iniciara el trote desde la posición del tiro libre y en los sucesivos envites, intentara el triple casi desde los medios de la plaza. Si bien es verdad que hubo pocas canastas de larga distancia, debe decirse que el experimento sirvió para que los toreros se esforzaran en llevar a cabo una lidia más ordenada que de costumbre y fue una gloria comprobar cómo las cosas pueden hacerse bien a poco que uno se empeñe y abandone la norma de la carioca y el toro puesto en suerte de cualquier manera. A partir de ahí, destacaron especialmente varios toros que defendieron con su casta, el honor de su divisa. Joaquín Moreno Silva salió triunfador del primer desafío frente a los gracilianos de Juan Luis Fraile y regaló a la afición venteña dos Saltillos de nota, el primero de los cuales, de nombre Gallito para mayor gloria, tomó nada menos que cinco puyazos, cuatro en el corralito de Don Simón y uno donde el picador hacía puerta, y para demostrar al respetable que en materia taurómaca no hay que pontificar, cuando todos ya anotaban su segura mansedumbre, acudió a un quinto puyazo, empujando con fijeza como mandan los cánones de la bravura, recargando de firme, el rabo enhiesto y la cara abajo. Después, en el último tercio, siguió embistiendo como un tren a la muleta que José Carlos Venegas movió con compostura en las dos primeras tandas por la derecha en las que sometió el viaje vibrante del Saltillo, antes de que todo se diluyera al cambiar de mano, lo cual no impidió que cortara una oreja como viene sucediendo últimamente en Madrid, en donde no importa que una faena vaya de más a menos para que los tendidos se pueblen de pañuelos si la estocada es efectiva. El otro buen Saltillo de la tarde atendía por Temeroso y tuvo la mala suerte de que Pérez Mota no se atreviera a dar nunca el paso adelante para hacer de su encastada embestida el acontecimiento de la temporada. En cambio, Octavio Chacón dejó ganas de volver a verle en cuatro detalles de gusto y sabiduría lidiadora con el percal ante el peor lote de la tarde.

En el segundo de los desafíos, se destacó sobre la tarde un gran toro de Palha de imponente trapío, Asustado de nombre y negro de capa, que Gómez del Pilar lució con generosidad en el caballo de su buen picador. Pese a haber sido derribado en el primer encuentro, “El Patillas” no se ensañó en los otros dos puyazos y el animal llegó con pujanza a la muleta que el madrileño no se atrevió a dejarle en la cara para no tener que afrontar esa complicada apuesta que significar ligarle cuatro pases seguidos a un toro encastado a cambio de un posible triunfo pero a despecho de la propia integridad física. La faena transcurrió anodina pero como la estocada fue fácil, sus partidarios pidieron una oreja que el presidente con buen criterio, no concedió. La sorpresa de la tarde la trajo Javier Cortés, al que no veíamos desde su etapa de novillero. Aquel muchacho pundonoroso se ha convertido hoy en un matador a seguir, ortodoxo en las formas y poderoso con la muleta, que maneja desde el sitio de la verdad. Antes de que su segundo toro se parara, le enjaretó dos series de naturales plenos de majeza y citando desde la distancia que llenaron de frescura el maltratado ruedo de las Ventas.

Para el tercer desafío, la empresa propuso un homenaje al encaste Albaserrada enfrentando a los victorinos de José Escolar con los buendías de Ana Romero y aquello fue una fiesta de toros guapos de irreprochable trapío. El lote de la tarde lo sorteó Luis Bolívar que por momentos se acordó de aquel joven ilusionante al que le acabó pesando demasiado la responsabilidad de ser designado heredero del cetro de Rincón. No se comprometió con el dije cárdeno de Ana Romero al que pasó de muleta sin apreturas y lo intentó de verdad con Matajacos II, el toro de la tarde, un Escolar hondo, bravo y encastado al que lució en los medios con generosidad, creyendo quizá que estaría a la altura de su embestida vibrante, lo cual sólo ocurrió en un par de naturales instrumentados como mandan los cánones del toreo clásico, antes de cambiar de mano para aliviarse de la tensión que para un torero poco placeado debe suponer permanecer en el sitio donde los toros cogen. Un sitio que ni Iván Vicente ni Alberto Aguilar siquiera osaron pisar, el primero tapando con sus elegantes maneras su falta de predisposición para estas batallas y el segundo, dejando claro que su tosquedad en el manejo de las telas no es la mejor herramienta para enfrentarse a este tipo de compromisos. 

Dejados atrás los desafíos, la Feria de Otoño nos hizo regresar abruptamente a la cruda realidad de las vacadas de siempre y a la fiesta inane del toro descastado, la lidia sin contenido y el triunfo de cartón piedra. Sólo Fuente Ymbro se contagió un tanto del vendaval de casta de las corridas precedentes y volvió por sus fueros con tres toros interesantes que ofrecieron el triunfo a Joselito Adame y sobre todo, a Román. El mexicano ofreció una versión algo menos retorcida de su repertorio y hasta se llegó a relajar con gusto corriendo bien la mano en un par de tandas muy reunidas pero terminó pasándose al lado oscuro del cite en la pala y el escondite tras la oreja del toro. Román volvía a Madrid tras su último triunfo en esta plaza en el que abrió la puerta grande el día de la Paloma y a punto estuvo de lograrlo de nuevo con dos faenas vulgares salpicadas sin embargo de momentos de toreo caro. En su primer toro, se dobló con gusto en la apertura para desplegar después un toreo deslavazado y por las afueras que empezó a calar en el público cuando en un cambio de mano para seguir toreando con la izquierda, se quedó en el sitio y cobró la voltereta. El torero vendió su mercancía y tras el consabido final por bernardinas y un espadazo defectuoso del que salió trompicado y perseguido, arrancó una orejilla de la que nadie recordará nada el mes que viene. Al segundo le enjaretó sin probaturas dos tandas de naturales estimables, dos de ellos de cartel de toros de los de antes, modelo de naturalidad vertical ejecutados con irreprochable ceñimiento en el sitio de torear. Cuando todo parecía embalado hacia el triunfo grande y unánime, siguió con la derecha por la senda de la vulgaridad de todos los días, dejando la sensación de que o no se enteró de que esos pases de oro molido eran el camino correcto hacia la gloria o se enteró perfectamente y optó por un camino más cómodo sin tanta exposición, pues a pesar de todo, si no llega a fallar con la espada le corta otra oreja y abre de nuevo la puerta grande.

Demasiados toros del Ventorillo y del Puerto de San Lorenzo a mis espaldas a lo largo de las últimas temporadas en Madrid, consiguen el efecto de poder ver las corridas de las que uno tiene que ausentarse. Leyendo las crónicas de esas tardes en los medios triunfalistas al servicio de la decadencia de la fiesta y escuchando a los compañeros de abono sobre lo realmente ocurrido en el ruedo, uno se hace una perfecta idea de que sigue sin haber un solo novillero en el escalafón que enarbole la bandera de la regeneración del toreo y de que en la tarde triunfal de Perera el único momento verdaderamente emocionante fue su imagen en hombros alzando la bandera española.

La incomparecencia por cogida de Antonio Ferrera, anunciado dos tardes como base de la feria, fue resuelta por la empresa depositando esa responsabilidad sobre los hombros de Paco Ureña, que lleva las últimas temporadas pidiendo matar seis toros de Victorino en Madrid por ver si consigue abrir su ansiada puerta grande. La verdad es que la coyuntura puso en sus manos cinco toros y sólo dio la talla por momentos, ofreciendo una imagen de torero confuso sin personalidad definida. El destino le deparó en primer lugar un torete feo y flojo de Núñez del Cuvillo que iba y venía sin malicia y sólo le hizo el toreo al final de una faena sin fuste que terminó con ayudados por alto de sabor añejo y un lentísimo pase de la firma de remate que le bastaron para conseguir la oreja. Cuando todo parecía embalado hacia el triunfo le salió uno de esos Cuvillos revirados, que no se comen a nadie pero piden muleta firme y temple de acero pero Ureña se amontonó con él y no supo resolver los problemas de una embestida que a cada enganchón hacía más complicada la empresa del triunfo. El lorquino acabó la tarde desnortado y volteado, y un día tendrá un disgusto serio por su costumbre de quedarse en la cara del toro al entrar a matar para asegurar la estocada, casi dejándose coger como aquella vez que desesperado tras una tarde aciaga, Belmonte se arrojó a los pitones de un novillo y luego se metió a albañil. Con la de Adolfo Martín, que volvió a Madrid para dejar patente el descastamiento progresivo de su ganadería, estuvo sin ideas toda la tarde, sin decir nada con el fácil y exponiendo mucho ante el difícil, transparentando en el ruedo que su proyecto de toreo no termina de afianzarse, y corre el riesgo de caer en el precipicio de los toreros estimables que se perdieron dejando un rastro triste de promesas incumplidas.

Otros matadores anduvieron por la feria dejando para las crónicas sucesivos capítulos del toreo moderno, esa lacra que tiene más peligro que el animalismo y amenaza con demoler hasta las cenizas los fundamentos del rito que hizo de esa fiesta una pasión. Cómo estará la cosa que en el transcurso de la temporada nadie ha sido capaz de superar los dos naturales y el cambio de mano con que Pepe Luis Vázquez perfumó la tarde en que reapareció en Illescas, allá por marzo. Dicen que el año que viene seguirá toreando. Ya tenemos clavo ardiendo al que agarrarnos para transitar la invernada.