viernes, 2 de septiembre de 2016

INVESTIDURA

Son las cuatro y media de la tarde de mi penúltimo día de vacaciones y Rajoy apenas ha comenzado su discurso de palabras huecas con el que pretende convencernos de las bondades del lampedusiano pacto firmado con Ciudadanos, más de cien reformas diseñadas por sesudos equipos de tecnócratas para maquillar el disimulado propósito de que todo siga igual.

Don Mariano sigue arrastrando la ese por el estrado con una convicción encomiable, la misma que le hace permanecer todavía en política a pesar de la miríada de escándalos de corrupción que ha consentido y amparado. Érase un hombre a un desliz pegado, aquél que le hizo acudir al parlamento otro mes de agosto de hace tres años, para mentir sobre la financiación de su partido con la impunidad que ofrece tener asegurado el control de los tribunales que pudieran juzgar su actuación.

Rajoy intenta convencer a su auditorio de la necesidad de que haya gobierno con toda la incoherencia de que es capaz alguien que se negó a facilitar hace seis meses otra propuesta basada en medidas programáticas similares a las que ahora ofrece y que no apoyó fundamentalmente porque no era él quien estaba al frente del cotarro. Ni siquiera ha estructurado su discurso para pedir más adhesiones a su proyecto porque éste es el primer acto de campaña de las terceras elecciones en las que los gurús que le asesoran le han prometido una mayor cuota de poder con la que le obsequiarán los reyes magos de la desidia, la mentira y la ley d’Hondt.

Si Pedro Sánchez tomara prestada la inteligencia política que no posee, y se olvidara por un momento de los cuchillos que vuelan en su partido y del afán de venganza personal que le tienen paralizado, le cambiaría el paso de la estrategia a su contrario, se abstendría tapándose la nariz para que de una vez hubiera gobierno y al día siguiente lideraría la oposición exigiendo sin descanso las reformas reales que el sistema necesita para regenerarse, relegando a un rol secundario el papel de los arribistas que no llegaron a consumar el sorpasso. El sufrido espectador de la farsa se vería así agradablemente sorprendido por ese repentino abandono de la estrategia electoral que supondría cercar al partido en el gobierno para que el consenso sobre el sistema educativo, la justicia fiscal que nunca llega, la reforma del sistema electoral, la separación de los poderes del Estado y la igualdad de los españoles en todos los lugares del territorio nacional fueran por fin una realidad y no una eterna quimera.

Claro está que eso es lo que haría Pedro Sánchez si tuviera la inteligencia política que no posee y la voluntad reformista que no tiene.