lunes, 23 de abril de 2018

EL INGENIOSO HIDALGO



El Quijote es el libro que hay que volver a leer cuando ya se ha vivido lo suficiente para comprender su grandeza. El niño apenas se queda con la indudable gracia de la aventura icónica y al adolescente le pesa la lectura obligatoria más que a Sancho pasar una jornada con el estómago vacío. Es preciso esperar a la madurez para estremecerse contemplando nuestro propio retrato agazapado entre las cuitas de la historia del ingenioso hidalgo, extraordinario manual de supervivencia para tiempos oscuros. Y es que en lugar de coger polvo en la estantería de los clásicos, el Quijote debería ocupar un puesto entre los superventas de autoayuda para alumbrarnos con la verdad que es “depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir”.

Cuatrocientos años después de su advenimiento, el Quijote sigue siendo la novela total, un artefacto único en el que cabe todo, el drama épico y la narración fantástica, el entremés y la poesía. Es una comedia lírica y un tratado de filosofía, y sobre todo la creación literaria más exacta que jamás se haya realizado sobre el espíritu múltiple del hombre universal, eternamente enfrentado a la convivencia entre los ideales del héroe y la mezquindad de su humana condición. Don Quijote y Sancho son el espejo bifronte del alma humana en el que nos miramos todos cotidianamente, afrontando a veces la existencia con el optimismo a prueba de batacazos del caballero de la triste figura, y soportando otras las humillaciones de la vida con la mansedumbre del escudero que sabe “disimular cualquier injuria porque tiene mujer e hijos que sustentar”. Al fin y al cabo, como le dice su amo a un atribulado Sancho, tras una de las somantas de palos que le cae encima a lo largo del camino, “siempre deja la ventura una puerta abierta en las desdichas”.

Y luego está el humor, claro, que recorre toda la historia como imprescindible argamasa para mitigar la intensa melancolía que desprenden cada una de las quijotescas empresas destinadas al fracaso, tras las cuales el infatigable reparador de agravios y desfacedor de entuertos vuelve a levantarse ante la evidencia de que "no hay memoria a quien el tiempo no acabe, ni dolor que la muerte no consuma". La humorada como antídoto de la tristeza de vivir, ineludible destino de aquél que persigue el ideal  imposible de buscar "en la muerte la vida, salud en la enfermedad, en la prisión libertad, en lo cerrado salida y en el traidor lealtad". 

Hoy como entonces, la libertad sigue siendo “uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos”, con la que no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre. “No es un hombre más que otro si no hace más que otro”. En la persecución de esta quimera, el ser humano permanece todavía en el empeño de distinguir la apariencia de la realidad, pero “anda entre nosotros una caterva de encantadores que todas nuestras cosas mudan y truecan y las vuelven según su gusto”, y sin bálsamo de Fierabrás que alivie nuestro quebranto, convierte los gigantes en molinos, los ejércitos en rebaños y a las esbeltas dulcineas en zafias aldeanas. A pesar de todo, el Quijote nos permite continuar soñando para que en la batalla de cada día, una bacía de barbero pueda seguir convirtiéndose en el insospechado yelmo capaz de protegernos frente a la inagotable intemperie.




jueves, 5 de abril de 2018

EL CANDIL DE DIÓGENES


La presidenta de la Comunidad de Madrid termina su intervención en la Asamblea entre las aclamaciones de sus acólitos, encantados de haberse conocido después de oír a su líder decir a mí que me registren, para chula, mi menda, aquí tengo el título que lo resuelve todo, saqué notable en derecho autonómico y todas las ilegalidades que denuncian los medios las comete todo el mundo, no hay trato de favor. Me matriculé fuera de plazo, una minucia, ni a una clase fui porque la universidad me lo permitió aunque el curso fuera presencial, y el trabajo fin de máster que lo presente quien lo tenga, que yo soy tan ajena a estas cuestiones mundanas que he perdido mi tesis mientras luchaba contra la corrupción, pero aquí tengo el acta que acredita todo esto y si las firmas son falsas, que responda el que me regaló el título. Al fin y al cabo, inflar el currículum es el deporte nacional, y si el que más alza la voz para fiscalizar toda esta desvergüenza es un partido que quiere presentar como candidato a sucesor de Cifuentes, a un dirigente sancionado por otra universidad por no haber concluido el estudio sobre la vivienda andaluza para el que fue becado como investigador, estamos apañados. Para cerrar el círculo virtuoso de todo este embrollo, sólo falta Ana Rosa comentando en su programa la jugada que ella conoce bien desde que se atribuyó la autoría de aquel libro que en realidad le escribió su cuñado.

Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. Me temo que el trabajo de Cifuentes debe hallarse en el mismo limbo donde el inquisidor Monedero guarda el informe sobre la moneda única bolivariana, por el que recibió casi medio millón de euros que quiso tributar indebidamente como sociedad para ahorrase un dinerito a la hora de cumplir con el erario público. Todo ello no le impide seguir siendo un referente ideológico de un partido desde el que exige de vez en cuando pureza ética a los defraudadores fiscales como también lo hace su secretario de organización, que no pierde ocasión para impostar lecciones morales a pesar de haber tenido contratado a un asistente sin darlo de alta en la seguridad social. En su pecado lleva la penitencia de sufrir cómo los que demonizan su actitud, suelen pertenecer a partidos que han hecho del dinero negro la moneda común de su forma de financiarse.

La política actual ha entrado en un bucle de hipocresía en el que la viga en el ojo ajeno no molesta en el propio. Lo vemos cotidianamente en el proceso catalán. Los líderes independentistas denuncian la parcialidad del sistema judicial español, acusando al gobierno de manipular las resoluciones de los tribunales que en último término controla a través del Consejo General del Poder Judicial, un escenario propicio para el cambalache político. Las sospechas son legítimas y la crítica sería coherente si no fuera porque la ley de transitoriedad que diseñaba las estructuras de la nonata república catalana, pretendía configurar una judicatura dependiente del poder político hasta el extremo de que el presidente del Tribunal Supremo debía ser designado directamente por el presidente de la Generalidad, el prócer errante que ahora proclama su delirio en tierras alemanas y que también mintió en su día sobre sus méritos académicos, atribuyéndose la condición de filólogo cuando no pasó de bachiller.

Vanidad de vanidades, todo es vanidad. La ejemplaridad en nuestros usos sociales y políticos es patrimonio de unos pocos que jamás blasonan de ello en público, y prefieren el trabajo callado sin otro juicio que el de sus conciencias. Son los cuatro consejeros de Bankia que rechazaron las tarjetas opacas al fisco, el alcalde alicantino que a mitad de legislatura se marcha a su casa porque ya cumplió el programa, el viejo profesor que vuelve a su cátedra tras servir a la sociedad. Algo es algo para seguir tirando en el complicado reto de encontrar un hombre honrado. No es poco consuelo para el candil de Diógenes.