domingo, 24 de mayo de 2015

JORNADA DE REFLEXIÓN

    Entre los mensajes de todo tipo que se amontonaban en la Puerta del Sol el quince de mayo de dos mil once, me sorprendió uno que permanece en mi memoria todavía: “Me gustas cuando votas porque estás como ausente”. Cuatro años después, el panorama político ha cambiado un tanto quién sabe si para que todo siga igual, de la misma manera que en esta segunda semana de feria, los signos de regeneración se han difuminado y el estado de cosas taurino ha vuelto por donde solía, al difícil calvario que el aficionado transita cada tarde, cuando ni los toros ni los toreros ofrecen mayor atractivo que los rostros que estos días nos sonríen desde los carteles electorales.

        En las Ventas, como en las urnas, siguen existiendo listas cerradas y bloqueadas de ganaderías que el empresario contrata año tras año con independencia de sus méritos en el ruedo. Jandilla, el Montecillo y Núñez del Cuvillo, vacadas con la casta en diminutivo, nos endosaron animales que, como los del Pilar suelen reunir las tres virtudes de la teología del toro moderno, feos, flojos y descastados. Para completar el desastre ganadero del que sólo se salvó Alcurrucén, el hierro de Parladé honró la tradición de fracasar en el día en que se descubrió en el patio del desolladero el azulejo que conmemora la injusticia que llevarán para siempre en su conciencia los ilustres críticos que tuvieron a bien concederle el premio a la ganadería más brava del año pasado.

         De las orejas que se han cortado esta semana en Madrid, nadie recuerda apenas nada, como tampoco quedará gran cosa de las promesas electorales que ahora nos circundan. Los vientos de cambio que se avecinan trajeron tempestades en el ruedo que la mayoría de los toreros sortearon acogiéndose al populismo de los terrenos del cinco donde sus desastradas formas encontraban mejor acomodo. Abellán desgranó en ese lugar algunos naturales encajados, para regresar más tarde al toreo insustancial que suele prodigar. Adame suplió con efectismo sus carencias y cumplió con ese exabrupto de la neoterminología taurina según el cual el mexicano volvió a puntuar en Madrid, donde seguirá jugando su liga particular de empate en empate hasta la derrota final. Castella sorteó el toro más dócil de la feria, un sobrero de el Torero, máquina de embestir sin malicia alguna al que se le simuló la suerte de varas, motivo más que suficiente para convertirse en firme candidato a premio. El francés le aplicó un sinfín de mantazos en línea para que el toro no se quebrantara y pudiera durar los ochenta viajes que el animalito se pegó por la periferia de le Coq, siempre más cómodo con el estajanovismo de la ventaja que con el riesgo de exprimir al toro en veinte pases con la enjundia de la verdad. La suma de despropósitos culminó en un bajonazo infame, ovación cerrada al toro y petición unánime. En cambio, la oreja de Manzanares se otorgó entre una fortísima división de opiniones. El niño de luto nos hizo el favor de dejarse caer por Madrid en su única actuación en el ciclo. Tuvo un lote para soñar el toreo pero se conformó con tirar líneas con su habitual empaque de escaso ajuste, como uno de esos políticos de los nuevos partidos que han hecho de la telegenia su principal virtud y no se atreven a cruzar la frontera del compromiso para no perder el poder que ya se avecina.



         Del mismo modo que en nuestra castigada piel de toro el crecimiento de la desigualdad es un hecho al que los gobernantes actuales se aplican con verdadero empeño, en los despachos de los que administran el negociado taurino se sigue favoreciendo a algunos toreros cuyo mayor poder no reside en su muleta sino en sus mentores. Resulta sangrante que el Capea siga viniendo a mostrar su incapacidad en Madrid o que Juan Bautista ocupe dos puestos y pase la tarde sin exponer un alamar, habiéndose quedado fuera de la feria matadores como Curro Díaz, Sergio Aguilar, Venegas o Teruel, de acreditada trayectoria en este ruedo y con personalidad suficiente como para redimir al ciclo de su penosa vulgaridad.

         A falta de la cita con la Beneficencia, Miguel Ángel Perera ya ha toreado dos tardes en Madrid sin más eco que el que levantan las palmas de cortesía de los espectadores más pudientes. A estas horas, nadie acierta a entender qué ha sido del pererismo triunfante del año pasado cuando surgían clamores donde ahora sólo hay silencio e indiferencia para idénticos argumentos. Su cara de estupefacción era la misma que la de los que por ahora atesoran el poder político cuando se preguntan por qué han perdido el favor de la gente a pesar de haber sido tan eficientes en la gestión de su propio negocio.

         A falta de que Fandiño y Escribano den su verdadera medida con otro tipo de toro, la alternativa al adocenamiento de los poderosos parece ser Diego Urdiales, al que antes de haber triunfado plenamente en Madrid han acartelado en tres tardes de lujo con el aval de aquellas dos gloriosas series de naturales de otoño, que aún brillan con fuerza en el erial que es la fiesta de este momento. Su toreo es distinto, por sobrio, puro y natural, pero en su primer discurso se debatió entre esas formas que enamoran y el sitio menos comprometido que conduce a ser consentido por el sistema.




         Si la regeneración tiene que llegar de la mano de los novilleros que han actuado hasta ahora, no vendrá por el camino del amaneramiento que trae Posada de Maravillas, cuya afectación le emparenta con la cursilería hueca de otro mesías que también lleva coleta, ni tampoco por la senda del tremendismo al que se abandonó Gonzalo Caballero cuando mató sin muleta para cambiar el revolcón por una oreja populista. En la lejanía se adivina un torero que viene del Perú con la hierba en la boca, un valor inmenso y el pulso con los engaños de los elegidos. Se llama Andrés Roca Rey, todavía es novillero y por lo visto en la Feria de la Comunidad en la que salió por la puerta grande y en esta Feria de San Isidro, está pidiendo toro en cada una de sus actuaciones. Quizá como el verso de Neruda, la regeneración venga de allende los mares tal y como sucedió hace casi 25 años cuando un torerillo de Bogotá puso las cosas en su sitio. Me gustas cuando callas porque estás como ausente, y me oyes desde lejos y mi voz no te toca … 



jueves, 14 de mayo de 2015

OCHO DE MAYO

OCHO DE MAYO

         En el 120 aniversario del nacimiento del rey de los toreros, daba comienzo la Feria de San Isidro del año 15 con la presencia de Felipe VI en una barrera del 10, por vez primera desde su coronación. Sin duda un gesto de apoyo a una fiesta que necesita algo más que visitas ilustres para no desangrarse definitivamente al tiempo que este país desnortado y a la deriva. Pese a todo, la primera semana de feria ha llegado a nuestras descansadas retinas con la ilusión renovada que han traído algunos toreros que se resisten a dejarse llevar por la fácil corriente de la falta de compromiso y el paso atrás. Ya dijo Ortega que el estado de la Fiesta suele ser un trasunto de la sociedad de cada momento y tal parece que en el planeta de los toros han aparecido signos de regeneracionismo que uno espera sean más prometedores que los cantos de sirena preelectorales que nos acompañan cada tarde, camino de la plaza.

         Incluso el toro que ha salido hasta el momento está bastante alejado de ese animal que los taurinos de guardia describen en sus crónicas como el ideal de la bravura, ese pastueño ejemplar que no repone, que no molesta, que deja estar a gusto, que coloca la cara ante las telas sin un aspaviento de informalidad, como dicen ellos. Dejando al margen el enésimo fiasco de el Ventorrillo, por descastado, las ganaderías que hasta ahora han desfilado por el coso venteño han traído el aire fresco que te hace estar pendiente del ruedo porque nada de lo que sucede en él es previsible, como no lo fueron la encastada mansedumbre de la vacada de los hermanos Lozano, el serio y bravo corridón de toros de Pedraza de Yeltes, o los brotes verdes de recuperación que se advirtieron en Fuente Ymbro. La de Salvador Domecq sacó un peligro desconocido en su estirpe y lo de Valdefresno ya fue la historia de siempre repetida año tras año por los hermanos Fraile en entregas sucesivas de descastamiento bueyuno que solamente la sabiduría de Eugenio de Mora llevó esa primera tarde a buen puerto.

         Y es que Eugenio de Mora, es, sin duda, el torero del momento. Aquel muchacho de buenas maneras un tanto superficiales que destacó en sus inicios allá por el cambio de milenio y llegó a ser consentido en las ferias, ha devenido en torero cuajado y cabal, superviviente de una larga travesía por el exilio interior de la Mancha televisiva, en el que ha ido depurando su oficio en los festejos organizados no se sabe bien si para matar o para acompañar el tedio de los sufridos televidentes de las tardes de los domingos. El caso es que el toledano hizo el toreo el primer domingo de feria, muy asentado de planta, abandonado al natural en su primer Valdefresno, ejecutando los pases siempre en el sitio y sin las ventajas que no hay por qué desplegar cuando el toro comparece sin dificultades que domeñar ante la muleta, y muy técnico en el segundo al que cortó la oreja, pendiente de administrar los toques necesarios para que el animal no siguiera su natural tendencia a huir, siempre templado y cargando la suerte. A este toro, además, le había recibido con el mejor toreo de capote visto hasta ahora en la feria, cuatro verónicas y media muy ceñidas y con el percal muy recogido que impactaron en la plaza por el fulgor clamoroso que rezuma el toreo de verdad.





         Esa tarde también tocó pelo Morenito de Aranda, dejando intacto el cartel que traía a la plaza tras su reciente salida a hombros en la corrida goyesca del dos de mayo. Aunque al torero castellano le sigue acompañando un aire de diestro pinturero más preocupado por lo accesorio que por lo fundamental, comparece este año más asentado y no desagrada su toreo vistoso y estético, unas formas que todavía no se deslizan por el camino de la mentira.

         Otro torero para anotar en la lista de los recuperables es Juan del Álamo. La buena impresión que dejó en la corrida de apertura se mitigó un tanto en su segunda tarde, pero el de Ciudad Rodrigo cortó una merecida oreja a un toro de Lozano hermanos al que sujetó en la muleta con formas más ajustadas que en corridas anteriores. Quién sabe si la tierra de nadie en la que se desenvuelve su carrera tras tocar pelo en cada una de sus últimas comparecencias en Las Ventas, le ha hecho meditar que dando el paso adelante del compromiso ante el toro puede llegar más alto que en el camino del seguidismo de la doctrina juliana.

         La misma tarde Pepe Moral no acabó de confiarse ante un lote que le ofreció un manojo de vibrantes embestidas para salir definitivamente del ostracismo en el que se hallaba varado después de su prometedora carrera novilleril, y siendo cierto que dejó naturales de nota, sólo se atrevió a quedarse en el sitio adecuado para ligarlos en una serie, pero el eco en los tendidos no se repitió cuando después se conformó con la senda menos comprometida del unipase. Una pena.

         La peor parte de la fortuna se la han llevado hasta la fecha Paco Ureña y Jiménez Fortes. El primero sorteó el toro de la feria, Agitador, que hizo vigente la máxima belmontina que advertía del gran desafío que supone que por chiqueros salga un toro bravo. Agitador fue el garbanzo blanco de la corrida de Fuente Ymbro, daba gusto contemplar su ensabanada capa moviéndose alegre por el ruedo pidiendo telas inspiradas para contribuir a una gran obra, empresa que parecía posible tras un tercio de varas sencillamente perfecto, administrado con sabiduría por Pedro Iturralde. En cambio, el toro encontró soluciones modernas a sus encastados viajes y salvo en el emocionante inicio de la faena en los medios en el que el animal se arrancó de largo, la reunión y el acoplamiento se fueron diluyendo entre una sensación de fracaso que pesó tanto en el lorquino que parecía acompañarle todavía en su segunda tarde en la que se estrelló contra los enterizos toros de Pedraza, ante los que completó su feria con el cuerpo y el ánimo hecho unos zorros, continuamente revolcado y a merced de su sino. Jiménez Fortes volvía a Madrid por única vez en el ciclo bajo el signo del 20 de mayo pasado en el recuerdo, la fecha de la corrida inconclusa que marca por ahora el destino de David Mora, impidiéndole reaparecer. A él le dedicó el malagueño los saludos a porta gayola con que recibió a los de su lote y más tarde puso un valor temerario allí donde las dificultades de los toros se imponían a sus carencias técnicas. Se salvó de milagro en el tercero en una faena muy comprometida en la que consiguió la oreja tras el colofón de unas escalofriantes bernadinas en las que el viento le descubría y le dejaba como única defensa la soledad del estaquillador, pero el sexto le cogió de lleno al citarlo con la mano izquierda sin rectificar terrenos y una vez en el suelo le metió el pitón en el cuello dejando en la plaza una sensación de tragedia que afortunadamente no se confirmó después.





         Castaño y el Cid pasaron por la plaza como una sombra de lo que un día fueron. Al primero, al menos le salva la cuadrilla y la garantía que supone que Adalid haya sido sustituido por Ángel Otero, quizá el peón más poderoso del momento. Si además tenemos la suerte de que a Tito Sandoval le corresponda parar a un toro bravo con la vara, inevitablemente surge el espectáculo al que asistimos en el primer puyazo que le propinó al cuarto de Pedraza, emocionantísimo encuentro en el que al final se impuso la pujanza de un animal de 639 kilos que acabó por derribar al picador, en una estampa para el recuerdo por la enorme pureza con que éste defendió su cabalgadura.





         La tarde en la que el Cid llenó de negros presagios su futura encerrona con los Victorinos, compareció también Talavante, provocando el primer lleno de la feria. Tuvo la suerte de recibir al torete más potable y chico del festejo, al que pasó de muleta con suficiencia y naturalidad, a veces más ceñido y otras menos, en una faena correcta pero sin enjundia que cimentó sobre la mano izquierda antes de cobrar una buena estocada. Para que luego digan que es difícil cortar una oreja en Madrid.

         La inevitable cuota mexicana de cada año ha desfilado por las Ventas con más pena que gloria. Adame, al que proclaman como el número uno del escalafón azteca, no hizo valer tal condición en una tarde anodina. El Payo volvía a Las Ventas con mucho más oficio que el de aquel novillero deslumbrante que nos enamoró hace tiempo aunque por el camino se ha dejado la pureza que sólo asomó de nuevo en una bellísima media verónica. Silvetti y Saldívar pecharon con lotes poco propicios a los que el primero contrapuso su habitual tosquedad y el segundo un apreciable empeño en hacer las cosas bien a la espera de sortear alguna vez un toro con posibilidades.


         Peor fue soportar la cuota integrada por aquellos jóvenes veteranos que se acogen a la feria a la espera de que suene la flauta y pase por su lado el último tren que les ofrece la empresa para un quimérico triunfo que año tras año, nunca llega. En ese grupo tocó aguantar a un abúlico César Jiménez y a un desafortunado Uceda Leal al que el viento y su propia decadencia sólo dejaron brillar con la espada y en un solo toro. Por el contrario, Padilla sí ha sabido subirse a ese barco pirata que le alejó de la guerra con el toro agreste, si bien su corte torero y sus méritos en esta plaza no justifican su acartelamiento lujoso en la feria por partida doble. En su primera cita, nada de lo que hizo tuvo interés dejando a la afición engolosinada con la perspectiva de verle de nuevo en la semana entrante.