viernes, 3 de febrero de 2017

APOLO Y DIONISO

     

     En los últimos años, los amantes del tenis no contábamos con ver de nuevo un duelo en las canchas entre el mejor jugador de todos los tiempos y el mejor deportista español de la historia. La edad de Roger Federer y el deterioro físico de Rafael Nadal parecían alejarlos cada vez más de las grandes citas y el panorama de un presente dominado por el juego avasallador de los grandes pegadores no dejaba demasiado consuelo a una orfandad que presentíamos definitiva.

         En el primer set, Federer no da opción  a Nadal. Juega a un ritmo infernal, como si llevara siglos esperando este momento, reparte winners como puñetazos, el machete afilado para acortar los puntos en prevención del desgaste que se avecina. El break cae como fruta madura en el séptimo juego y Roger gana con un fácil 6-4 sin haber sudado todavía.

         Sin embargo, el año 2017 comenzó con buenas noticias. Los dos colosos se habían recuperado de sus viejas lesiones, y anunciaban mejoras técnicas en su preparación, mucho más necesarias para Nadal al que Carlos Moyá ha debido convencer de que la prolongación de su carrera deportiva depende de una mayor apuesta por el juego de ataque. En las rondas preliminares del Open de Australia, retornan las buenas sensaciones al tiempo que desaparecen del cuadro Murray y Djokovic, prematuramente eliminados como si el Dios del tenis hubiera empezado a mover los hilos para propiciar el mágico encuentro.

         La relajación natural del inicio del segundo set aumenta el número de errores no forzados del suizo y Rafa, corredor de fondo que siempre se queda en el partido para resurgir cuando amaine la tormenta, se coloca con un sorprendente 4-0. A partir de ahí, un Federer sin nada que perder vuelve a coger vuelo y aún arrebata un servicio a Nadal que con la seguridad de la ventaja adquirida y un saque de mejor colocación que potencia, vuelve a centrarse hasta llegar al 6-3 final.

         Nunca en la historia como en esta pugna entre los dos amigos se había producido esta retroalimentación de sus respectivas virtudes que los eleva a ambos. La grandeza de sus partidos hace palidecer los viejos duelos entre Borg y McEnroe, Edberg y Becker o Sampras y Agassi, que comenzaron a revisitar la eterna lucha entre Apolo y Dioniso, la perfección académica contra la esforzada voluntad, la belleza apolínea frente a la pasión dionisíaca, el diálogo norte sur, Mozart o Beethoven, Vermeer versus Goya, Joselito y Belmonte.
  
         Federer le devuelve la jugada a Rafa en el comienzo del tercer set no porque el español se despiste sino porque esta vez la técnica se impone al arrebato. El servicio impecable del suizo envía al limbo varias opciones de break a favor de Nadal en el primer juego y el manacorí acusa el golpe hasta ceder un 3-0 de salida. Vuelve a perder su saque en el sexto juego pues Roger ha recuperado la excelencia y aunque Nadal tira de genio para intentar alargar el set, la cosa se resuelve en un 6-1 final, al que llega Federer rozando las líneas con una sonrisa en los labios. Tres sets en dos horas de partido.

         Roger Federer ha batido todos los records tenísticos posibles pero en los enfrentamientos directos con Rafa Nadal, el español le dobla en victorias. La perfección técnica del suizo se estrella una y otra vez contra la estrategia de Nadal, que a base de correr de lado a lado de la pista defendiendo todos los puntos hasta la extenuación, suele terminar haciendo claudicar al mago de Basilea, a pesar de su saque perfecto y su derecha primorosa. Federer es un sabio en todos los registros, sabe dominar desde el fondo y es un genio en la red. Nadal, sin embargo, “sólo” saca notable alto en todas las asignaturas, pero el músculo que le hace llegar al sobresaliente se halla en su cabeza, nadie sabe jugar los puntos decisivos como Rafa, el poder de su mente conduce su esfuerzo inexorablemente a la victoria.

         El cuarto set comienza igualado y ambos jugadores van ganando su servicio usando sus armas. Roger trata de mantener su ritmo vertiginoso de golpes planos y juego agresivo, pero dos errores groseros en el cuarto juego le facilitan la rotura a Nadal, siempre atento a los escasos  resquicios del suizo. A partir de ahí se agiganta el mallorquín, más agresivo en sus golpes, no tan preocupado en la eterna estrategia de minar con bombas liftadas la zona de revés de Federer y alargar los puntos a la espera del fallo. Un servicio cada vez más sólido de Nadal y una sombra de cansancio en la mirada del helvético culminan en un 6-3 más fácil de lo esperado.

         No sólo son grandes cuando ganan. Nadie hay más elegante que Federer en el triunfo ni más humilde en la victoria que Nadal, que incluso ha llegado a pedir perdón a su rival por haberle vencido. Nunca recurren a la excusa cuando llega la derrota, no necesitan que nadie les recuerde que son mortales a pesar de su apariencia de dioses y su vuelta al territorio del mito demuestra que han sabido renacer de sus cenizas cuando todo el mundo presumía de conocedor augurando su ocaso.
  
         En el comienzo del set definitivo la coraza mental del español alcanza su cima. Hace break en el primer juego y remonta un 15-40 en el segundo para consolidar la ruptura. El suizo pidió atención médica en el descanso entre sets y lo vuelve a hacer ahora sin abusar, pero no parece mermado y vuelve a estar a punto de romper el servicio de Nadal en el cuarto juego. En el sexto logra por fin su objetivo e iguala a tres con una moral por las nubes que le lleva a ganar su siguiente saque en blanco. El partido entra en la zona de los campeones y en el octavo juego, Roger vuelve a quebrar nuestra esperanza a la quinta oportunidad pese a que Rafa llegó a recuperarse de un 0-40. Con 5-3 saca Federer para  ganar el partido, Nadal lucha hasta la última bola pero el maldito ojo de halcón acaba certificando el enorme talento del mejor jugador de la historia.


         A los aficionados al tenis nos espera un año divertido. La competencia entre estas dos leyendas nos asegura asistir a nuevas citas con el deseo de que gane Nadal y la certeza de que no lloraremos por la victoria de Federer. Quizá el próximo milagro tenga fondo rojo y sus caminos se crucen de nuevo al final de la próxima primavera, cuando estalle la arcilla de París.