jueves, 25 de julio de 2019

SESIÓN DE IMPOSTURA




Decía Miguel Gila que en su época, las relaciones entre padres e hijos eran más sencillas porque entonces, el comprensivo progenitor le solía decir a su vástago más rebelde, si vuelves a casa después de las diez, te meto una patada en la cabeza que te la reviento. Y el chaval lo entendía, había diálogo, sentenciaba el gran cómico. En nuestros días, los interlocutores políticos que dijeron haber entendido el mensaje diverso de las urnas y apelaban al diálogo como única manera de gobernar las instituciones, hoy se aferran como lobos a su parcelita de poder y erigen en torno a ella una muralla de prejuicios que ahora está de moda llamar cordón sanitario. Ya lo vimos cuando los diputados independentistas propusieron el método Gila para resolver el conflicto catalán lo cual consistía en decirle al gobierno, si no liberas a los presos y me concedes el derecho de autodeterminación, le pego una patada a los presupuestos y reviento la legislatura.

Lo hemos visto de nuevo en la negociación de las investiduras pendientes, nuestro contemporáneo patio de Monipodio en donde toda mediocridad y prepotencia tienen su asiento, conformando una mezcla explosiva que amenaza con perpetuar un bucle ilimitado de reuniones ficticias y nuevas citas electorales. Mientras Rincón y Cortado esperan sentados la vuelta del bipartidismo, los nuevos aspirantes a la poltrona juegan al trile por las esquinas y ensayan posturas en las ruedas de prensa exigiendo un carguito, una prebenda, un gesto, una foto, lo que sea, para poder colmar su vanidad.

Y es que Pablito quiere ser vice, 
pero Pedrito le contradice, 
las elecciones convocaré.
Tengo a Tezanos metiendo miedo, 
si abro las urnas ganar yo puedo, 
la investidura es un paripé. 
El presidente pide abstenciones, 
el que a Mariano dijo que nones 
quiere a Rivera de seguidor, 
y ahora el mesías da un paso al lado, 
si no me quieres coge a Casado, 
que ése se abstiene tras el calor. 
Sánchez propone tres ministerios 
y a la consorte tras el puerperio, 
le guarda un puesto de relumbrón, 
pero Echenique ya tiene silla, 
las que le ofrecen son calderilla, 
nos retiramos al casoplón.     

Tampoco es que todo este teatro sea irreversible. Contrariamente a los llamamientos a la estabilidad de los poderes fácticos, la economía sigue creciendo y la prima de riesgo está bajo mínimos, lo cual garantiza buena financiación para seguir pagando la fiesta de momento. Hasta que el avispero catalán explote en otoño y sea necesario un gobierno fuerte en apoyo de las instituciones, nos hemos distraído lo nuestro escuchando la monserga vacía del estadista Sánchez, el sagastacanovismo manido del prócer Casado, el matonismo de patio del bello Rivera, la dialéctica tuitera del elevado Rufián, el prietas las filas del marginado Abascal y el qué hay de lo mío del altruista Aitor, mientras el hijo de Suárez y Pisarello contemplaban la jornada expuestos en el frontispicio del hemiciclo, éste es el nivel.

Frente a tan reiterada estulticia, Iglesias sintetizó en diez minutos lo que realmente importaba al narciso de la Moncloa: ser presidente a toda costa, para lo cual al tiempo que le hacía ojitos al macho alfa de la izquierda, solicitaba la abstención de las derechas como el mendigo que te aborda con su es penoso pedir, pero más triste es robar. El vicepresidente nonato intentó con brillantez explicar el enredo con un tono profesoral que se resquebrajó al final cuando advirtió a Sánchez de que sin su apoyo jamás sería presidente, tal y como hacen las vendedoras de romero cuando te lanzan la maldición al rehusar la ramita. Una vez más, le traicionó la soberbia y no vio la jugada. El doctor plagiario nunca quiso al latifundista de Galapagar en su gobierno, ni tampoco una cuota podemita que multiplicara por tres la posibilidad de que le recordaran en cada consejo de ministros que en España hay presos políticos. A la vuelta del verano, se abrigará con ropajes patrióticos para justificar la nueva convocatoria de elecciones y ganará quien sea más creíble en el relato de esta semana de burla y postureo, en el encubrimiento de la impostura más bochornosa de la historia del parlamentarismo español.