jueves, 16 de noviembre de 2023

LA IZQUIERDA EN FUGA



Etimológicamente, amnistía procede del griego “amnestia”, que significa olvido. La palabra está formada por el prefijo de negación “a” contrapuesto a la raíz “mne”, derivada del indoeuropeo “men”, asimismo presente en mente, memoria, y mentira. La memoria de las sociedades democráticas es frágil y en las mentes más preocupadas por las cosas de comer, convive sin problemas con la costumbre inveterada de la clase política española de abandonarse a la mendacidad. Entre usar el voto para exigir el respeto a la palabra dada o emplearlo para asegurarse un salario mínimo decente, es entendible optar por lo segundo cuando la cuenta corriente no te permite partirte la cara en Ferraz por la separación de poderes. 
 
La amnistía supone el olvido por parte de la autoridad de los delitos afectados por la magnanimidad del reino, y en su adaptación al proceso catalán los tiene por no sucedidos tal si todo lo acontecido desde que Artur Mas decidió huir en helicóptero de un “parlament” cercado, hubiera sido una extraña ensoñación, como ya se encargó de aclarar Marchena en su sentencia sobre la cosa, todo un prodigio de “lawfare”. Y es que sólo aplicando la explicación onírica, puede interpretarse el espectáculo perpetrado por el gobierno en funciones, capaz de enviar a su vicepresidenta a visitar a un prófugo de la justicia del Estado al que representa, sin que tiemblen las sonrisas en los rictus de cemento ni colapsen las columnas del edificio constitucional. Aquél fue el primer acto de un teatrillo marcado por el cambio de estatus del exiliado de Waterloo que durante el recuento electoral pasó de apestado a honorable por obra y gracia de la voluntad popular, según los exégetas más avezados.

Antes de que el “jalogüín” nos trajera la resurrección de los muertos políticos, el primer aspirante a la poltrona intentó la investidura como fuerza más votada, tras cortejar a los nacionalistas de su cuerda ideológica, ya se sabe que el apoyo de los independentistas sólo es demonizable si sirve para entronizar al rival. A fin de cuentas, el ansia de poder es una pulsión de ida y vuelta que permite a Sánchez disertar sobre mayorías progresistas conformadas con la democracia cristiana de toda la vida, y anima a Feijoo a imaginarse como legítimo primer ministro si otros cuatro “culiparlantes” del bando contrario se hubieran equivocado de botón. El sistema democrático aguanta todo lo que le echen y la prohibición constitucional del mandato imperativo de nuestros representantes descansa en el limbo de las entelequias junto a la independencia del poder judicial.

Tras estos fuegos de artificio que contemplaba divertido desde la barrera, el verdadero baranda del cotarro mandó a parar, reunió a sus acólitos y habló de hacer de la necesidad, virtud, aunque en realidad éstos interpretaron que el fin justifica los miedos a perder la colocación. Entre los que le ovacionaban atronadoramente, se destacaba la cara de circunstancias de Fernández Vara, mientras imaginaba a su jefe travestido de Groucho desmontando el tren de Extremadura y ordenando más madera en la cesión a Esquerra de las competencias sobre “rodalies”. El “killer” de los principios cambiantes habló también de la conveniencia de dar un nuevo paso en la concordia conseguida en la sociedad catalana a base de indultar a los malversadores del dinero de todos, una variante más tolerable de corrupción si el presupuesto se emplea en comprar urnas ilegales. La eliminación del delito de sedición evitará tiranteces cuando a los beneficiarios de la gracia se les ocurra desdecirse de lo firmado y llevar a los hechos la cantinela del “ho tornarem a fer”. 

Nuestro apuesto presidente, también lo ha vuelto a hacer. Como ya sucediera cuando pasó de criminalizar a Iglesias a introducirlo en el gobierno, ahora pacta con aquél a quien prometió poner a disposición de la justicia. Ambos comparten la condición de supervivientes no exentos de mérito, animales políticos obsesionados con su suerte particular y así es como Pedro es capaz de fulminar la solidaridad interterritorial ofreciendo el cupo a Cataluña y Carles abandona la unilateralidad del referéndum para no tener que pasar por la trena. La década prodigiosa que comenzó con un presidente conservador negándole a Mas el pacto fiscal, concluye con el presidente de la izquierda en fuga aniquilando la igualdad ante la ley. 
    
De este modo, el sentido conciliador de las amnistías que en España han sido abandona su sonido progresista para amparar a una casta de privilegiados cuyo supremacismo pretende imponer el relato que nos viene dibujando como dictadura durante los tres siglos que caben entre Felipe V y Felipe VI. Cualquier jurista sabe que en Derecho, todas las interpretaciones jurídicas son defendibles. El problema de la amnistía no son las dudas sobre su constitucionalidad que se encargarán de disipar los magistrados de partido y los tertulianos de guardia, sino la inmoralidad de su uso para obtener ventaja política, pactando con los afectados su propia impunidad. 

El enigma es descubrir qué políticas sociales subsistirán al avance de la desigualdad que se adivina a través de esta claudicación. El cainismo patrio que estos días reivindican los abascales y ayusos que se exhiben en la barricada, no se reproduce en la pelea cotidiana de la gente común, más preocupada por si la revalorización de las pensiones, la mejora de la atención sanitaria, o el futuro laboral de nuestros hijos, se verán comprometidos por el escaso peso político que corresponde a nuestra atribulada circunstancia de ciudadanos de la España vacía.



martes, 26 de septiembre de 2023

CRÓNICA DE UN BESO


El zurdazo de Olga perforó la red inglesa con la determinación de la necesidad de afirmarse frente a décadas de escepticismo. Incluso hasta ese momento, el fútbol femenino se desarrollaba entre la displicencia del paternalismo mediático y el desprecio del futbolerismo clásico que prefería pasar la tarde con un apasionante Alavés-Almería que ver a las chicas disputar un mundial. Después del gol, las jugadoras trenzaron una malla de inteligencia alrededor de las británicas, convirtiendo su inferioridad física en una anécdota gracias a la técnica de orfebre de Aitana, la velocidad olímpica de Salma y el juego entre líneas de Jenni. Cuando Cata atrapó el último balón imponiéndose al temible juego aéreo de la pérfida Albión, se aferró con él al sueño de todas aquellas niñas que antes de ella, jugaron al fútbol entre las burlas de los machitos en potencia con los que compartían el campo de batalla del patio del colegio.

Y entonces llegó Rubiales y celebró la gesta agarrándose a otro tipo de pelotas sólo al alcance de su zafia prepotencia. Como nadie pareció advertir sus maneras de gañán encantado de haberse conocido, alcanzó el césped en el estado de euforia del arribista que celebra la victoria que acaba de contemplar como el pasaporte que lo sitúa definitivamente en el olimpo de los consentidos. Por eso, cuando llegó Jenni a su jurisdicción, actuó como un “alcapone de hacendado” incapaz de imaginar que su caída vendría determinada por un beso inadecuado, antes que por sus desmanes anteriores, largo tiempo tolerados por la superioridad.

El beso lo vio todo el mundo y a nadie le pareció gran cosa, el fulgor del trofeo deslumbraba de momento a los que al día siguiente se convertirían en tertulianos expertos en derecho penal. La propia afectada compartió con sus colegas el video en el vestuario, tomándose la escena a chirigota, bromeando con su agresor sobre la posibilidad de casarse en Ibiza, mientras el resto de sus compañeras los aclamaban celebrando la invitación al evento. Preguntada aquella noche por la resonancia que el tema empezaba a adquirir, la delantera le restó importancia, consideró el incidente como fruto de la efusión del momento y banalizó su dimensión, comentando divertida que su historia con el presi no llegaría a mayores. El periodista que la entrevistaba abordó después al interfecto y en el mismo tono de trivialidad jocosa que le ha conducido al liderazgo de la radio deportiva, comentó con él la jugada sin esperar que su interlocutor calificara de gilipolleces las críticas que ya empezaba a recibir de los políticos que habían introducido la violencia sexual en el debate, a los que, creyéndose todavía bendecido por el clima de impunidad que hasta entonces le había acompañado, despreció como tontos del culo.

Y ahí empezó todo. En horas veinticuatro, el beso se instaló en bucle en todos los soportes audiovisuales y una voz unánime de condena elevó la anécdota a la categoría de hecho trascendental, piedra de toque ineludible para medir la vigencia de las guerras culturales entre los distintos populismos que controlan la opinión pública global. Las disculpas impostadas del botarate avivaron el incendio y el compadreo mediático inicial se transformó en un clamor de dimisión. El silencio de la afectada acabó finalmente en un comunicado que, contradiciendo su actitud anterior, daba la medida de su convencimiento progresivo sobre su condición de víctima de una agresión sexual. Tampoco Rubiales sabía que ya era un cadáver social cuando se negó a dimitir en su asamblea y sus aspavientos exigiendo justicia sonaban a la protesta inútil del que ya está siendo conducido al ostracismo del apestado.

Después de la dimisión que no fue, el gobierno pidió ayuda al tribunal administrativo del deporte pero la armazón jurídica de la denuncia era de tal calibre que sus negreiras a sueldo no encontraron argumentos para la suspensión del prófugo. Para su suerte, la Fifa ya se había apuntado el tanto quitándolo de la circulación, en un alarde de feminismo tan creíble como la mejora en el respeto a los derechos humanos que esgrimieron para celebrar el mundial masculino en Qatar. A estas alturas del partido, se desató la caza de brujas para los que guardaban silencio sobre la cuestión y hacia los que osaron aludir a la presunción de inocencia del acusado. A los seleccionadores de la cosa se les condenó por el obsceno gesto de aplaudir al jefe y sus comunicados posteriores negando a su mentor, obtuvieron premio desigual. La controversia se convirtió en sainete cuando el impostor permitió que su madre se acogiera a sagrado para escenificar la huelga de hambre más corta de la historia.

Un mes después del triunfo, la selección española se enfrenta a la de Suecia, número uno del ranking mundial en la liga de naciones que da acceso a la clasificación para la olimpiada. Las campeonas del mundo vuelven a exhibir un juego preciosista que desarma a la potencia escandinava, inerme ante el hilván exquisito que Tere, Alexia y Athenea tejen en cada ataque. La selección se impone por la mínima con la naturalidad con que lo hacía el combinado mítico que encadenó tres campeonatos ganados entre 2008 y 2012. Son las mejores y lo saben, y esa constatación las lleva a exigir su legítima equiparación con las condiciones de trato de la selección masculina que puedan desembocar en un ciclo histórico de triunfos. El caso Rubiales nos demuestra que a veces la grandeza precisa de atajos imprevistos para conseguir el reconocimiento.




jueves, 27 de julio de 2023

LA FIESTA DE LA DEMOCRACIA



Desengáñate lector, que has asistido a la enésima campaña convocado a la fiesta de la democracia: el voto que introdujiste en la urna el pasado veintitrés de julio, no expresa tu voluntad. En realidad, no estabas eligiendo al candidato que querías sino a quien el partido al que votas puso en una lista, tras un largo proceso de meritoriaje en la trastienda electoral cuya falta de transparencia ocultaba codazos e intrigas, dedazos y vetos, servilismo y vanidad. Las primarias que algunas formaciones establecieron para maquillar todo ese vicio yacen en el limbo provocado por el adelanto del festival. 

Los resultados dicen que has decidido seguir apuntalando el bipartidismo que ha sido la seña de identidad de esta provincia desde que comenzó el baile, allá por 1977. El señor D’Hondt deja pocos resquicios al triunfo de la proporcionalidad y la organización de la contienda en circunscripciones provinciales completa en cada elección, la pérdida por el sumidero de miles de votos tan bienintencionados como inservibles. La cantinela del voto útil impuesta por la propaganda ha triunfado finalmente, anulando tal vez tu intención primera de sumar tu voz a otras opciones y para sellar el destino de irrelevancia de nuestra tierra has preferido votar a lo de siempre en lugar de apostar por la vana esperanza de cambiar las cosas. 

Si después de leer esto, todavía sigues aquí, a pesar de todo, y piensas que tu esfuerzo por acercarte al colegio en plena canícula estuvo justificado, es mi deber recordarte que el axioma “un hombre, un voto”, se cumple menos en España que los propósitos de año nuevo. Al menos, puedes considerarte afortunado porque tu papeleta vale más que la de otros compatriotas y es que un diputado por Cuenca cuesta aproximadamente la mitad de votos que un diputado por Madrid. La otra cara de la moneda tiene que ver con tu pertenencia a la España vacía y el escaso poder de influencia de tus tres representantes en el Congreso, acostumbrados a olvidarse de defender tus intereses y acomodarse inevitablemente a las consignas del partido, cuyos dirigentes desdeñarán pronto tu causa para beneficiar a los territorios con representantes nacionalistas, a quienes inevitablemente se entregarán para conservar el poder, convirtiendo tu voto en papel mojado.

Me dirás que te han contado que así es la democracia, que el parlamentarismo diseñado por la constitución tiene unas reglas tan legítimas como los sistemas presidencialistas de elección directa, las elecciones a doble vuelta o las fórmulas mayoritarias de distrito uninominal. El favorecimiento de la gobernabilidad del país exige estas distorsiones en el voto que permiten al ganador obtener catorce escaños más que el segundo con tan solo trescientos mil sufragios de diferencia, y a éste conseguir el cuádruplo de diputados que el tercero y el cuarto, cuando aún le faltan un millón de electores para alcanzar el triple de apoyo. Y todo para que la formación de gobierno dependa del partido liderado por un prófugo de la Justicia avalado por sólo el 1,6 por ciento de los votantes que el domingo acudieron a las urnas creyendo contribuir a la voluntad popular. 

Y en ésas estamos. De momento, se impone el sopor del estío y la dicha vacacional no volverá a ser perturbada por disquisiciones sobre la profesionalidad de los carteros y la variedad de excusas admisibles para eludir la presidencia de una mesa electoral. Las hipérboles empleadas por los candidatos retornan a las mentes de los asesores desde donde salieron un día para que la campaña navegara a bordo de un Falcon o del barco de un contrabandista. Resultaría asimismo hiperbólico que el proyecto de ciudad de esta tierra secularmente maltratada, vaya a diseñarse en Waterloo.




lunes, 5 de junio de 2023

CRÓNICA DE SAN ISIDRO 2023: LA FERIA DEL FRÍO.




La lidia de toros bravos es el acontecimiento más subversivo que aún resiste en el entorno de puritanismo políticamente correcto que nos toca transitar. En una sociedad anestesiada por el conformismo, la mentira y la banalidad, la asistencia a la plaza supone la posibilidad de introducirse todavía en un microcosmos anacrónico que nos reconecta con la emoción del enfrentamiento del hombre con la muerte, un escenario raro por opuesto a la realidad que espera en el exterior, en la que todos los estímulos tratan de alejar al transeúnte de la más ineludible verdad de la existencia.

Me refiero a la tauromaquia clásica, no al toreo moderno, el trampantojo en que la tienen convertida los mercaderes que aspiran a obtener beneficio particular de lo que siempre fue el último reducto de valores eternos como la gallardía y el afán de superación. Como en otros órdenes de la vida, el ser humano trata de buscar siempre el atajo para llegar al triunfo por el camino más cómodo y en ese empeño, sacar tajada sin importar cómo. La lucha entre lo esencial y lo accesorio, la pelea entre la pureza y la mistificación se produce cada tarde de toros en las Ventas, y los participantes en el debate de los tendidos entablan una contienda filosófica que como dijo Ortega, reproduce el escenario social de la nación que asiste extramuros a la crisis de una época varada en la confrontación entre los principios de una generación que se retira y otra que aspira a sustituirla impugnando sus verdades, acaso como sucedió siempre. 

El espíritu fundamentalista de la plaza que tradicionalmente mantuvo la seriedad de las Ventas como cátedra donde exponer la esencia del toreo clásico para enseñanza de los neófitos de aluvión, sigue resistiéndose a quedar sepultado bajo esa nueva tauromaquia “fake”, jaleada por el público menos exigente que expresa su satisfacción en el número de trofeos cosechado en el festejo. En la controversia, la empresa trabaja a favor de la decadencia del rito, convencida de que la menor exigencia del cliente, aumentará sus beneficios con mayor facilidad. En esa estrategia está la clave del planteamiento de la feria de este año, en donde las ganaderías que atesoran las reservas de casta de la cabaña brava han ocupado un lugar testimonial, desplazadas por el toro más bonancible exigido por las figuras y preferido por el público festivo que convive mejor con un espectáculo sin sobresaltos, más cercano a un evento deportivo incruento que a la ceremonia taumatúrgica marcada por el peligro y la incertidumbre. De esta manera, la liturgia de poner en juego la vida sometiendo a una bestia indómita y creando belleza en el envite, va perdiendo grandeza al convertirse en un ballet amanerado interpretado frente a un animal cercano a la domesticidad que no precisa de dominio alguno y ante el que no hay que conjugar el canon ancestral de parar, templar, cargar la suerte y mandar en la embestida, sino que basta con acompañar el viaje de un bicho que ya sale vencido del chiquero. El toro queda desplazado de su significado esencial y totémico y es degradado a mero pretexto de un entretenimiento banal.

En esa deriva se enmarcan episodios como el protagonizado por el eximio Eutimio, el presidente de la corrida de Garcigrande que comenzó aprobando un encierro sin trapío para Madrid, luego concedió dos orejas a Emilio de Justo sin merecerlo y acabó sacándose de la manga por sorpresa el pañuelo azul sin que nadie pidiera la vuelta al ruedo para el toro, que eso sí, satisfizo a su criador con los criterios en base a los cuales fue concebido y seleccionado, esto es, pasar sin pena ni gloria por los dos primeros tercios y embestir con cierta pujanza en la muleta. El triunfalismo que mueve los engranajes de ese nuevo concepto de fiesta alejado del rigor consustancial a la categoría de la plaza, se cobra una puerta grande inmerecida y por mucho que Emilio de Justo tenga un rincón especial en el corazón de la afición después de la espeluznante voltereta que truncó su temporada el año pasado, los goznes de la gloria no pueden activarse si no se ha toreado por derecho al natural y la estocada ha caído baja.

Esa tarde, como un acto más de la campaña electoral que este año ha contaminado el entorno de la feria, Telemadrid comenzó la emisión de las corridas en abierto que se prolongó hasta la jornada de reflexión. El festejo del 28-M ya no fue necesario televisarlo porque hubiera restado audiencia a las fanfarrias preparadas para pregonar el triunfo de la reina de Madrid, que aprovechó el inicio de las retransmisiones del evento para que su aparato publicitario invadiera el palco real en plena corrida con los preparativos de la emisión del telediario. Además de la discoteca verbenera que nos despide cada tarde y los chiringuitos en el templo por doquier, nos quedaba por ver la prostitución del vacío aposento para la entronización de la propaganda al servicio de Ayuso y mientras Morante pasaba su quinario y Eutimio trabajaba para las fuerzas del mal, las luces que despedía el palco parecía que cegaban a las gentes y contribuían a ocultar el sindiós acontecido en el ruedo.

El sumo sacerdote de todo este tinglado se llama Julián, pero el que llena las plazas es Roca, con Morante de tuerto en el arte de destapar el tarro de las esencias cuando la suerte le es propicia en el reino del toro descastado. Tampoco sucedió esta vez. Morante sigue pagando su infortunio con los sorteos mas en el pecado lleva la penitencia por dejar que su lote lo siga escogiendo alguien con trazas tan patibularias como el Lili y por anunciarse con animales alejados del tipo y comportamiento que podrían sentar las bases de un triunfo definitivo en Madrid. Y a pesar de todo, se le sigue esperando y la plaza luce con otro brillo cuando se anuncia el de la Puebla del Río. Bastaron una media y una serie en redondo para que Morante barriera todo el toreo espurio desarrollado en la feria hasta ese momento. La parte alta del escalafón es un erial en el que el cigarrero gobierna sin oposición, enfrentado al feísmo del poderoso de Velilla y a las maneras populistas del virrey del Perú. Sin fiereza alguna que dominar, y con el público a favor de obra es incomprensible el petardo que ambos pegaron en sus comparecencias de no hay billetes, en donde todo estaba preparado para que el clamor de los isidros se impusiera a la contra de los disconformes y el viento que azotaba las telas amainara para permitirles desplegar su destoreo contumaz. Y así hubiera sido en una plaza que acostumbra a jalear los mantazos infumables como oro molido, si no hubiera mediado su desastre en la suerte suprema que tiene que ver menos con la mala fortuna que con las maneras con las que ambos hacen la cruz, despeñados por la falta de compromiso con la rectitud en la interpretación del volapié.

La estructura de la feria urdida por la empresa en la estrategia de reducir el número de festejos que hasta este año completaban el tradicional mes de toros en Madrid, ha vaciado de contenido el ciclo en un empeño por concentrar lo mollar en las fechas cercanas al fin de semana haciendo del “juernes” el día clave del inicio del botellón en torno a la plaza de las Ventas. La feria de San Isidro se ha convertido así en la feria del gin-tonic y al reclamo del combinado y el “chunda chunda” que se monta apenas se arrastra el último toro, los gestores de la cosa taurina consiguieron agotar los abonos gratuitos para jóvenes en busca del ingreso atípico generado en torno a las barras que anegan el templo. Por eso, tras la bacanal del “finde”, conviene configurar el lunes como fecha de descanso, dejar para el martes la novillada y el miércoles para los toreros modestos, cuya cuota se ha reducido enormemente disminuyendo las posibilidades de que un “outsider” sin padrinos dé la sorpresa y se instale en la mesa de los elegidos, tal y como sucedió siempre, sin ir más lejos, el año pasado. El último intruso que aprovechó la isidrada para revelarse fue Ángel Téllez y la huella que dejó la temporada anterior nos mantuvo en la piedra de la andanada aguantando el frío pelón de este mayo invernizo por ver si después de su terrible voltereta al quitar por gaoneras a despecho del ventarrón que ceñía el capote a su espalda en el toro de Luque, salía de la enfermería para calentar nuestra avidez de pureza con unas gotas del toreo al natural que nos iluminó hace un año. Tuvimos que esperar hasta el cuarto para constatar que aquella revelación se ha convertido en vulgaridad, aunque nuestra magnanimidad prefirió aguardar hasta su segunda tarde para confirmar los malos augurios. 

Sin embargo, cuando el toro reaparece, todo es posible y hasta la avidez económica de la empresa deja un resquicio para los tiesos. La corrida de Santiago Domecq fue la más completa del ciclo a despecho de su apellido y de la lidia sin lucimiento en los primeros tercios con la que fue obsequiada por los matadores y su peonaje, con la excepción del otro triunfador de la feria, ese subalterno extraordinario que atiende por Curro Javier, un virtuoso con los palos que encuentra toro en todos los terrenos y con un capote de brega erige catedrales. En cambio, Fernando Adrián deconstruyó el toreo emulando a su homónimo catalán en los fogones, pero con peor aroma. En su descargo debe decirse que sorteó el que los jurados premiarán como el toro de la feria, Contento, número catorce, cinqueño, negro de capa, que parecía ir herrado con la máxima de Belmonte. “Dios te libre de un toro bravo”, podía leerse en cada una de sus embestidas y la dignidad del muchacho era estar por allí, cocinando las opciones de triunfo con los ingredientes del toreo en línea, la voluntad y el trallazo, y su innegable entusiasmo para condimentar la vulgaridad. Los comensales probaban de todo y todo les servía, lo malo y lo menos malo, el mérito y la incapacidad, y conseguida la primera oreja con la inestimable ayuda del lobby de los mulilleros de la propina, todo su afán era alcanzar el placebo de la puerta grande, allá penas si a la estocada final la había precedido un metisaca infame. 

Esto está del revés. Durante mucho tiempo hemos convivido con la degradación de los gustos del público, en la confianza de que reaccionaría cuando surgiera el toreo verdadero, el que pone a todos de acuerdo. Sin embargo, hay indicios que más bien señalan lo contrario, como sucedió la tarde de la corrida mixta, ese engendro que de vez en cuando nos cuelan para que el abonado pueda llegar media hora tarde a su localidad, disfrute de los ascensores vacíos y no tenga necesidad de echar el bofe por las escaleras que conducen al paraíso. Y es que, mientras la propuesta clásica y sin trampa de Ureña pasó inadvertida, el neotoreo superficial de Ginés Marín se premió con la oreja de la frustración del sexto, premio de consolación para faenas sin fuste diseñadas para recabar los aplausos fáciles al abrigo de la solanera, que ésta patrocina para marcharse del tendido con la sensación de haber asistido a un acontecimiento, cuando en realidad se ha aburrido más que viendo un partido del Atleti. Quizá sea por eso que cuando todo se compone y el concierto de trapazos se remata con la coda habitual de manoletinas como salidas de una cadena de montaje y todo culmina en la estocada desprendida habitual, surge un clamor en la plaza similar al griterío que brama tras un gol.

Y es que, poco a poco, la Plaza de toros de las Ventas va adquiriendo la condición de estadio. La última novedad en la mutación es el cruce de improperios que sucede cuando un sector de la afición denuncia el fraude del ruedo y los aguafiestas son tratados con la acritud que se reserva a las galopadas de Vinicius en Mestalla. Creíamos estar todavía lejos de las atrocidades que se escuchan en el fútbol, y valorábamos el costumbrismo con encanto de las querellas de corrala que hasta ahora se sostenían en la plaza, pero por lo visto vamos a tener que convivir con este nuevo público y con la estela de alcohol que dejan sus exabruptos.
 
Todos estos rifirrafes desaparecen en las contadas ocasiones en las que el toro impone su ley en la arena y se dejan de escuchar en los tendidos los “vivaespañas” del tedio. Sucedió en la tarde en la que la ganadería de José Escolar volvió a dictar su lección de casta y trapío en Madrid y se encontró con tres toreros en sazón para hacer frente a los grises que en estos momentos mejor defienden el honor de Albaserrada en la cabaña brava nacional. López Chaves se despide de las Ventas sin aliviarse, acreditando en su última tarde las mismas señas de identidad que han definido su carrera de profesional avezado en el arte de la lidia del toro íntegro. Gómez del Pilar vuelve a anunciarse con los mismos toros que le dieron gloria y hule en la isidrada anterior y esta vez sortea a Cartelero, un cinqueño premiado con la vuelta al ruedo cuya encastadísima embestida no acierta siempre a descifrar, en una labor general de mérito premiada con la oreja de un toro que hubiera desbordado a las figuras acostumbradas a sacar pecho ante los animales que no generan la incertidumbre en cada pase.

Y Robleño. Fernando Robleño. Veintitrés años de alternativa, anunciado para matar la corrida de Escolar y la de Adolfo, ahí es nada, experto en auscultar las claves del comportamiento del encaste a base de ir sobando a sus toros con el oficio de su muleta sabia que va abriendo los senderos del dominio con pases de uno en uno, como quien enseña a un adolescente a obedecer. Una tarea que se construye con paciencia y firmeza, seguridad en los toques y templanza en las telas, hasta que el toro se entrega en la ligazón postrera que recompensa los esfuerzos anteriores y los eleva a la categoría de proyecto con estructura, unidad y sentido, tan alejado de la mayoría de las faenas que contemplamos cada tarde, planteadas desde la incoherencia y la falta de personalidad. Pareciera que toda esa labor presente en sus tres actuaciones previas era una preparación para el encuentro con Aviador, nombre de resonancias míticas en la ganadería de Adolfo Martín, que rinde honor a su reata haciendo el avión en la muleta de Robleño, al que le bastan ocho o diez naturales para hacer rugir a la plaza con el bramido ronco reservado para el toreo hondo. Uno quiere creer que en todas esas otras faenas superficiales premiadas tras el recuento frío de un sarpullido de pañuelos, el olé surge más agudo, como procedente de gargantas que aún no saben diferenciar el toreo fácil del verdadero, el cual en cambio es saludado con la gravedad que merece su condición de acontecimento. Y atisba la esperanza de ganar para la causa a los espectadores de ese domingo que apenas ocuparon poco más de media plaza y se levantaron de sus asientos como nosotros, urgidos por la necesidad de gritar a los cuatro vientos la verdad del toreo eterno, la que interpretó Robleño en el sitio exacto, inspiradísimo en el cite, el remate y la ligazón, abandonándose por fin después de tanta lucha. Para su desgracia, esa sabiduría desaparece cuando toma el estoque, se esfuma la técnica y el corazón desfallece, y se suceden los pinchazos y las estocadas defectuosas. De lo contrario, hubiera cortado en esta feria no menos de cinco orejas, pero esos despojos de la estadística no pesan tanto en la memoria como la huella que queda tras su lección.     

En cambio, el retorno de Castella con cinco puertas grandes en su esportón ni siquiera es capaz de generar la clásica ovación de bienvenida al reaparecido, tal es el rastro que han dejado esas faenas en nuestro complicado cerebro. Sin embargo, como una manifestación evidente de la teoría del eterno retorno, el francés consigue la sexta puerta grande y el año que viene no guardaremos recuerdo alguno de su receta revenida, esta vez menos encimista, cuyo principal ingrediente es la quietud y la ligazón frente a un jandillita embestidor que el viento obliga a torear en el tercio. Una buena serie de naturales y una gran estocada valen las dos orejas según el listón del eximio Eutimio que esta vez refrenó sus ansias de sacar de nuevo el pañuelo azul. 

Castella es el mejor parado en esta feria de una generación que se mueve en torno a los veinte años de alternativa y aunque ha triunfado reiteradamente en las Ventas, sus representantes no han conseguido alcanzar la condición de toreros de Madrid que el foro sólo reserva a los elegidos. Comparecen cada año ante nosotros como si se les debiera algo y aún pretenden que se les abra cartel para lo cual hay que meterlos con calzador en las alternativas de San Isidro, y ahí es donde al toricantano se le pone cara de equino, porque viene a desempeñar la misma función que el caballito del rejoneador en las corridas mixtas. Su innegable técnica no es capaz de poner a favor de obra su pretensión de recuperar el sitio perdido, porque cumplen sus contratos con el ánimo de un funcionario, aunque a veces, por un momento, el viejo clamor vuelve a la plaza cuando Manzanares pone su exquisito empaque al servicio del ceñimiento, Perera consigue revisitar su temple extraordinario sin refugiarse en la ventaja o Talavante se centra en el toreo fundamental que le hizo grande y deja de emular causas ajenas. Alejandro llegó a adquirir la condición de consentido de Madrid y los rescoldos de ese privilegio aún encienden los tendidos a poco que el extremeño los alienta con sus morisquetas, pero la esperanza de que su toreo se amalgame de nuevo en una obra con enjundia tiene la misma credibilidad que una promesa de Sánchez.

Y quién toma el relevo, si Rufo muestra ya síntomas de adocenamiento tan sólo un año después de su confirmación de alternativa, Francisco de Manuel no consigue ir más allá de sus maneras novilleriles y Pablo Aguado, nos hipnotiza con el ritmo irreal de su capote y nos devuelve a la realidad del quiero y no puedo con la muleta. Apenas podemos engancharnos a la frescura de Leo Valadez, al valor sonriente de Román, o al estoicismo sin cuento de Adrián de Torres, para entretenernos en espera de que alguien tome de nuevo el cetro y recupere la excelencia para el toreo clásico.

Pese a todo, la feria termina bajo el signo de la grandeza. En la última tarde cedió la lluvia y se abrieron los cielos para que la leyenda de Victorino se renovara desmintiendo el horizonte de comercialidad al que se encaminaba en los últimos tiempos, tan ajeno al honor de la divisa. El hierro de la A coronada restituye en el abono el estatus del toro de Madrid, reventando la cantinela de la ausencia de toros en el campo que se usaba para justificar el desastre ganadero circundante. Seis tíos de irreprochable presentación cuyo comportamiento en los caballos hubiera sido más lucido de no ser por el desierto en que se ha convertido el tercio de varas durante toda la feria, debido a la ausencia de lidiadores que sepan poner a los toros en suerte como es debido y a la falta de afición de los picadores por torear a caballo y dejar la puya en el sitio adecuado. Seis galanes astifinos hasta decir basta, de los que piden el carnet a los que se ponen delante y saben en todo momento lo que se dejan detrás, toros que devuelven la emoción a la plaza, el ingrediente mágico que acaba con los silencios impostados en los tendidos y derrama los cubatas sin compasión. Y dos toreros del gusto de Madrid, Paco Ureña y Emilio de Justo, desbordados por el torrente de casta de sus respectivos lotes de cárdenos cinqueños que ofrecieron posibilidades de triunfo cuando sus matadores oponían poder y mando a su fiereza y evidenciaban su impotencia muletera cuando éstos se limitaban a acompañar sus embestidas. Bastante hicieron con no eludir el compromiso y allegar valor cuando no hallaban la técnica precisa para reunir en veinte pases los buenos momentos aislados que su torería encontró en la pelea. 

La corrida de la Prensa cierra el ciclo como estrambote extraño a un conjunto descorazonador. La empresa confunde el superávit en sus arcas con el éxito artístico de la feria y es que la vida nos parece maravillosa cuando las penas se digieren con pan. La elevación de los precios de las localidades fuera de abono ha sido acogida con suficientes carteles de no hay billetes para justificar que se consolide la traición al espíritu de José Gómez Ortega, el rey de los toreros que concibió la monumentalidad de la plaza para permitir el acceso a la misma de todos los bolsillos. Quizá por ello, este año no se programó festejo alguno el día 16 de mayo para que en el tradicional minuto de silencio por Joselito que se guardaba esa tarde, la plaza no se hundiera de vergüenza sobre sus cimientos gallistas. 






martes, 21 de febrero de 2023

MARTES DE CARNAVAL



Tras la tregua de la cuesta de enero, la llegada de las carnestolendas ha estimulado a nuestros próceres de tal manera que pertrechados tras el disfraz de servidor público, solicitadísimo esta temporada en los comercios del ramo, pretenden hacernos pasar un añito entretenidos con sus evoluciones sobre las tablas, engolosinados como están con la fiebre electoral que los anima al juego de la representación.

En el teatro gubernamental, siempre es martes de carnaval. El presidente es el maestro de la mascarada y lo mismo arrasa en la petanca a los jubilados de su cuerda que irrumpe en la morada de los mileuristas del salario mínimo para gorronear un café con pastas más caro hoy que ayer, pero menos que mañana, excepto si vas al supermercado en el que hace la compra la ministra de economía. A la publicación de estas líneas, el departamento de márquetin ha superado todas las marcas de vergüenza ajena, con un vídeo en el que el líder intenta empatizar con becarios universitarios en una biblioteca del metaverso, tras cuyas ficciones acechan los cuchillos del mercado laboral.  

El gabinete tampoco se ha librado de esa gripe de duración eterna que trae consigo una fiebre legisladora que ahora exonera a un sedicioso y después abarata la pena a un malversador, salvo que la norma la interprete un magistrado del Supremo, antes de que obtenga su merecido en el Constitucional. La justicia española es un artificio animado por los intereses de los partidos, a un paso de alcanzar el prestigio de la justicia arbitral, que al menos se vendía para no entorpecer los valores del juego bonito. 

Después de que las rebajas de fin de año afectaran también a los agresores sexuales, el populismo que no cesa se defendió acusando a un cuerpo mayoritariamente femenino como machista, por interpretar la ley del sólo sí es sí, de acuerdo con un principio general del derecho que se estudia en primero de carrera. Se trataba de avanzar un paso más en ese nuevo puritanismo basado en obtener ventaja de humillar a la mujer victimizándola frente a tiranías ficticias, a través de un ministerio dedicado a patentar derechos que ya existían gracias a los logros del feminismo clásico. 
  
En el casino de la oposición, Don Carnal y Doña Cuaresma juegan a la ruleta con los derechos del “nasciturus”, y cuando amanece a la vida independiente, lo abandonan en las listas de espera de la sanidad pública, la mejor del mundo hasta que la gestión autonómica decidiera apostar por las tabernas antes que por los ambulatorios. Los sindicatos de la cosa se manifiestan contra la incuria del sistema sólo en las administraciones de derechas, porque los pacientes de izquierdas están más acostumbrados a guardar cola esperando la muerte de las ideologías.

Las tres almas del conservadurismo patrio se pelean en la persecución del santo grial de la poltrona para que acabemos teniendo que aguantar en el poder al gallego de siempre. Esta vez comparece travestido de “indianajones” de la socialdemocracia, condenado a buscar el arca de la alianza con sus traviesos excompañeros de fatigas que juegan a organizar mociones de censura con economistas nonagenarios al borde de un ataque de insensatez. Las cenizas del centro yacen arrimadas a una pira autodestructiva sostenida por bomberos más pendientes de alimentar las llamas que de sofocar su ambición.

Que la vida es un carnaval ya lo sabíamos antes de que se concibieran trenes que no caben por los túneles y tanques que no pasan la ITV. Entretanto, el españolito ha sustituido el miedo a la oscuridad por el terror a encender la luz. En espera de que el cambio de estación traiga un tiempo más benéfico, nos contentaremos con aspirar a que nuestras autoridades no nos tapen el sol.



viernes, 13 de enero de 2023

DE SENECTUTE


Los vemos a diario vagando por nuestra ciudad, arrastrando sus últimos esfuerzos con la ayuda de cuidadores vicarios, apurando la melancolía al sol que baña los bancos del mobiliario urbano, intentando descifrar el futuro en el galimatías del cajero automático, despeñados por el abismo de la brecha tecnológica que les impone la administración. Etimológicamente, anciano quiere decir el que está antes, pero las costumbres de esta época tienen a nuestros mayores postergados, en ingrato desprecio a los servicios que prestaron a la sociedad.


La decadencia de los tiempos corre pareja con la pérdida de prestigio del conocimiento basado en la experiencia. La prepotencia de creernos más sabios que quien ya ha pasado por nuestras encrucijadas y construyó el presente que ahora nos sustenta, se empeña en desconocer que, como cantó el gran Serrat, recientemente jubilado, todos llevamos un viejo encima. Y aunque en nuestra engreída madurez, intentemos superar esa certeza vistiendo como adolescentes y festejando la noticia de estar vivos en la juerga de cada fin de semana, no por ello eludiremos el destino que nos acecha a la vuelta de la esquina para pedirnos cuentas sobre las veces en que nos olvidamos de cultivar el espíritu, único secreto para seguir encendiendo la llama cuando las fuerzas claudiquen.

Anestesiados por la asepsia de los tanatorios y el placebo de las psicoterapias, intentamos en vano vivir de espaldas a la muerte. Los viejos representan el recordatorio de nuestro inevitable porvenir, la antesala molesta del final que conviene apartar de nuestra vista para seguir disfrutando del festival de vanidades en que tenemos convertida la existencia. Confinados en el lazareto de las residencias, donde los abandonamos a su suerte frente al coronavirus, sólo una sociedad aletargada, carente de valores y ebria de autocomplacencia, ha podido gestionar el gerontocidio acaecido con la displicencia capaz de convivir con casi cuarenta mil muertos a la espalda y no considerar un escándalo, la absoluta ausencia de responsabilidades. 

Nos vanagloriamos a diario del estado de bienestar que nos protege frente a pandemias, guerras y catástrofes sin advertir el beneficio que para la paz social constituyen los pensionistas, cuando acogen o ayudan a sus hijos en precariedad económica, cuando se ocupan de los nietos que el sistema no ha sido capaz de integrar en un entramado solvente de conciliación familiar, una organización de las condiciones laborales que asimismo debería permitir la atención postrera de los ancianos por sus seres queridos, para que no acaben sus días en casa ajena. El homenaje a su condición de artífices de esa seguridad social soterrada que atenúa los estragos de la pobreza cuando aún son útiles, es condenarlos a la soledad cuando ya no lo son.

Decía Cicerón que la senectud es placentera porque la autoridad que representa es preferible a las pasiones de la juventud. Hoy recluiríamos la sabiduría de los senadores romanos entre las paredes de un asilo. Paco Camino, el niño sabio de Camas, torero grande, asesino de animales bravos según la cultura “woke” del momento, ha filosofado desde su retiro: “Corren tiempos de adoptar mascotas y abandonar a los padres en las residencias”. Vale.



jueves, 9 de junio de 2022

SAN ISIDRO 2022: LA FERIA DEL REENCUENTRO, SEGUNDA PARTE.



La conocida sentencia orteguiana que recomienda conocer el estado de las corridas de toros para comprender mejor a la sociedad española de cada momento histórico, se cumple en esta feria de manera exacta. El hedonismo que domina al público que acude a las Ventas cada tarde es un trasunto del estado de ánimo de la sociedad, que tras las privaciones de la pandemia, persigue el ansia de disfrute por encima de cualquier cosa, y pone en entredicho la exigencia que siempre fue el toque de distinción de esta plaza, arrinconando su condición de faro de referencia del resto de la temporada taurina que ahora parece definitivamente perdida.   

Siendo preocupante el desnortamiento de los tendidos, no es tan grave como lo que pasa en el ruedo. Llevamos toda la feria soportando la disposición anodina de la mayoría de los diestros, matadores sin torería que comparecen cada tarde como si hubieran perdido el alma camino de la plaza, sin conciencia de la importancia del escenario y de su fortuna por estar anunciados en el ciclo más importante del mundo, sin idea de su función en la sucesión de normas y tradiciones que conforman la liturgia de una corrida, de su papel en la lidia, de la importancia de situar al toro en la posición idónea para el tercio de varas y salir de esa suerte por el lado correcto, de la trascendencia de estar siempre bien colocado en el segundo tercio para hacer el quite al banderillero, de la necesidad de ayudar en la plaza al compañero de terna y sin embargo, competir con él en cada envite. 



Morante se pasea por la feria perdido en una sucesión de gestos añejos a los que no siempre acompaña la disposición para hacer el toreo. Ojalá las vueltas pistacho del capote, la llegada a la plaza en la jardinera de la Chata, el botijo para mojar la muleta y la parpusa en la cabeza del mozo de estoques vinieran acompañados del compromiso con la expectación que genera. De momento, iniciar la faena de muleta con la espada de verdad no es un homenaje a los tiempos en que se paseaba por el callejón el cartel con la leyenda “se autoriza el uso del estoque simulado”, sino un indisimulado deseo de tirar por la calle de en medio. Después de cinco toros navegando por la frustración, en la Beneficencia, salta la sorpresa. Cuando su feria ya se iba por la gatera, y nadie daba un duro por un colorao de Alcurrucén de casi seiscientos kilos y a tres meses de cumplir seis años, Morante parece que le ha visto algo y lo pasa entre barreras en ayudados por alto preñados de torería que resuelve sin solución de continuidad en un cambio de mano bellísimo que hace romper la embestida por naturales. A continuación, le enjareta la mejor serie de redondos de la faena, ligada en un palmo de terreno, muy reunido con el toro, con su particular empaque y lentitud que hace presagiar el triunfo de la hondura. Sin embargo, lo que sigue es toreo de menor enjundia, detalles pintureros y remates de su particular personalidad, el molinete arrebujado y el molinete invertido, el pase de la firma garboso y unos naturales de frente más aclamados que logrados. El impacto de la faena anticipa la puerta grande, el émulo de Gallito lo sabe, cierra la faena con el muletazo de castigo de José y se entrega en la rectitud de la suerte suprema pero se queda en la cara del toro, sale trompicado y el defecto de colocación de la espada conduce a dos descabellos que dejan la cosa en una oreja pedida por casi todos y en una vuelta al ruedo de clamor.

Antes de eso, el Juli ofreció una nueva versión de su incapacidad para triunfar en esta plaza pasando de muleta al segundo desde la ventaja en la colocación, la celeridad en el trazo y la estética deplorable que sin embargo gustaron a las masas sobremanera por el modo en que aclamaban los telonazos del poderoso. Todo ese espejismo se diluyó otra vez a la hora de matar y es que Julián anda tan perdido con la técnica de su clásico “julipié” que ni siquiera acierta a repentizar los tiempos de aquel prodigio de la mentira que antes era un salvoconducto seguro para el triunfo. Al quinto, le planteó una faena de parecidas trazas pero ahora las gentes ya no le aclamaban, acaso porque tras contemplar a Morante, el rey de los despachos quedó desnudo y en la comparación de ambas estéticas, la de Julián ya no podía enmascarar más su feísmo.

Ginés Marín anduvo por la tarde a ver si cogía los restos del fervor defraudado de  los públicos que van a la plaza a ver triunfar a otros toreros y acaban entregándose a un tapado. Ginés tiene gusto a la hora de torear y lo demostró en el recibo a la verónica del tercero y en la bonita apertura de faena posterior, pero cuando hay que pasar al toro en redondo, colocarse, mandar y ligar, no llega a pisar el terreno de la verdad, y prefiere interpretar una partitura que no molesta pero no emociona, algo así como si Mozart se hubiera dedicado a componer melodías para el hilo musical.



En el negociado del toreo de arte, Ortega y Aguado, grandes esperanzas blancas antes de la pandemia del estilo que nos gusta, han devenido en toreros vacíos y sin alma. Embarcados en una estrategia comercial que los acartela con Morante y que parece haberse propuesto matar entre los tres toda la camada de Juan Pedro Domecq, salen inevitablemente perdiendo en la comparación con el de la Puebla del Río. Tras los fiascos de Sevilla y Valencia, el problema es venir a Madrid con una ganadería que va a ser recibida con suspicacia por la cátedra, esperando sortear al menos esa clase de toro pastueño que buscan sus mentores para que su poderdante pueda expresarse a gusto, y cuando por fin les sale ese toro deseado, no suceda nada. Es posible que Juan Ortega sea el torero más natural del escalafón, y así lo demuestra cuando firma el toreo de capote más destacado de la feria, quizá el único digno de tal nombre, primero en la verónica pura y encajada y después bordando la chicuelina pletórica de gracia sevillana, pero anda tan corto de empuje y valor para afrontar la ligazón demandada por la faena, que todo se acaba diluyendo en retazos aislados sin vocación de unidad. En cuanto a Pablo Aguado, pasa como una sombra por la feria, ofreciendo la impresión de que ha perdido el sitio, el empaque y la magia que enamoraron a Madrid en la isidrada del 19. Su propuesta actual es despegada y vulgar y aunque quien tiene la moneda, siempre puede cambiarla, la ilusión que generó en el pasado parece tener fecha de caducidad.

Esa ilusión que es el motor de nuestra asistencia a tantas tardes anodinas de las que apenas esperamos un retazo que permanezca en la memoria, se halla agotada en el caso de Manzanares, qué gran torero si tuviera otra ambición. Sus hechuras de número uno se manifiestan en un cambio de mano inmenso de profundidad y compostura pero atraviesa el resto de sus faenas entre muletazos de buen trazo por las afueras, rectificando constantemente cuando se ve mínimamente apretado. Parece estar de vuelta de todo, como el rico heredero que administra con comedimiento su fortuna para vivir de las rentas sin dar un palo al agua el resto de su vida.

La feria del reencuentro deja demasiados “deja vu” negativos como la decadencia del primer tercio que corre pareja con la cría de un toro concebido casi exclusivamente para la faena de muleta. Ante esta tesitura, los actuantes desprecian el toreo de capote, por su incapacidad para sujetar al toro de salida y agavillar unas cuantas verónicas dignas de tal nombre y por su incompetencia técnica para lidiarlo con eficacia y donosura y conducirlo de manera adecuada para el desarrollo correcto del tercio de varas. La tradicional semana torista, último tramo de la feria en donde solíamos desquitarnos de la “domecquización progresiva” de la cabaña brava, ha quedado prácticamente reducida al triduo de albaserrada que por fortuna aún pervive como resistencia al toro convencional que es el que permite al gerente Abellán disfrutar de sus paseítos por el callejón. 



Con la corrida de José Escolar vuelven los toros irreprochablemente presentados y con las dificultades de la casta, duros de pezuña y de boca cerrada hasta el final, toros con los que no sirve el planteamiento de otras tardes en las que vale con acompañar embestidas dóciles, toros a los que hay que dominar desde el principio y hacer el toreo en quince pases, porque al dieciséis se orientan y buscan lo que hay detrás del engaño. Gómez del Pilar le da muchos más al tercero de la tarde y le puede a base de insistir por ambos pitones hasta extraerle una serie de naturales templados de trazo imposible al principio de la faena. Para asegurar la oreja, sigue insistiendo hasta encontrar un natural extraordinario en el que se conmueven los tendidos y al siguiente, el torero no rectifica y le planta cara para continuar imponiendo su poder pero el toro no le perdona y le coge de lleno por el pecho, encontronazo terrible del que sale indemne de milagro. Cuando el héroe vuelve a la pelea, el toro no quiere más fiesta y definitivamente dominado, se raja. Estocada desprendida y oreja de ley. En el sexto se vuelve a ir a la puerta de chiqueros como ya hizo en el tercero, envite del que salió apurado porque se coloca bastante lejos de las rayas y da tiempo al toro para que se oriente y le busque. En esta ocasión, sucede lo mismo, el torero tiene que recurrir al cuerpo a tierra, pero ahora el toro lo prende y le cornea en el glúteo.

Chacón sortea el lote más convencional con el que brega muy fácil con el capote y no se atreve a dar el paso adelante con la muleta. El que torea por su compañero herido no tiene un pase pero antes de eso, Ángel Otero reaparece en las Ventas para dejar los dos pares de banderillas más emocionantes de la feria, asomándose con las facultades de siempre al balcón de incertidumbre que le presenta un toro que espera en el tercio a cazarlo como hizo con su jefe de filas. Por su parte, Lamelas, muy curtido en batallas de este tipo, aplica todo su oficio a un lote complicado, pero no lo hace sobre la base del dominio, sino del aguante de la embestida incierta, toreo de muleta retrasada y agilidad de piernas para evitar las tarascadas. Tarde muy digna, pese a todo, y una forma de coger la muleta por el centro del estaquillador que no aparece con frecuencia.



Resulta lamentable que se nos robe esta emoción en las Ventas porque la empresa se olvide de las ganaderías más encastadas del momento que como Baltasar Ibán, Cuadri o Saltillo envían sus mejores productos a otras plazas mientras otras vacadas hacen doblete en una feria que año tras año se desliza hacia la uniformidad del monoencaste Domecq. En el último fin de semana del ciclo, la afición se preguntaba qué toros mandaría Adolfo Martín, teniendo en cuenta que había una figura en el cartel. Alejandro Talavante empieza la tarde con ganas que se van diluyendo debido a su incompetencia. Sortea un lote sin grandes complicaciones pero no se atreve a dar el paso adelante en su primero en una faena sin relieve rematada de forma vergonzosa con varios espadazos en los bajos por echarse fuera en el embroque. El sexto es un torete anovillado y flojo que nada más salir ya es candidato a volver a los corrales y el matador y su cuadrilla no ocultan ese deseo, en busca del Garcigrande reseñado como sobrero. Parece un sacrilegio parchear esta corrida con la juampedritis de todos los días y una enorme casualidad que Talavante acabe toreando esta masa de carne de más de 600 kilos, una mole escasamente ofensiva por delante que tras aquerenciarse en el caballo, llega a la muleta desvaída de Talavante sin gas. A la hora de matar, el Camaleón recuerda sus inicios de aspirante al trono estético de José Tomás y parece querer repetir la peor de sus tardes en las Ventas, cuando el monstruo de Galapagar se dejó un toro vivo de Adolfo. Deja una sucesión interminable de pinchazos indolentes, media defectuosa y descabello certero al borde del segundo aviso. La tragedia de aquel momento ha estado a punto de repetirse como farsa.

Rafaelillo y Escribano intentan sostener la dignidad de la tarde, y como sucede a los toreros con las carnes hechas a sobrellevar la dureza del toro agreste, al venir mentalizados para la batalla y sortear uno bueno y uno malo, con el primero no acaban de dar la talla y con el segundo ofrecen una extraordinaria dimensión. Rafaelillo corta una oreja al primero de la tarde que regala embestidas convencionales para el triunfo grande sin que el diestro pase de aseado como si no terminara de creerse el comportamiento bonancible del animal. Algún natural largo destaca en una faena que no acaba de romper hasta el final, con una estocada en el hoyo de las agujas de tremenda verdad por la rectitud en la acometida ante la enorme arboladura de los pitones del toro. El cuarto le propone la guerra de todos los días y a base de exponer ante el medio viaje del toro acaba firmando una faena digna y valiente. Escribano está muy serio con el quinto, un verdadero marrajo con el que se la juega sin trampa, siendo acosado en varias ocasiones y dando una lección de vergüenza torera desde que lo recibe en chiqueros hasta la estocada final.



La corrida de Victorino cierra la feria con un encierro bien presentado con más casta de la que advertimos en sus últimas comparecencias. Román pecha con el peor lote y da la impresión de no estar totalmente recuperado de su percance reciente con la corrida de Algarra, pese a lo cual hace el esfuerzo y remata su tarde con dignidad, recordando al maestro Antoñete cuando decía que los toreros reaparecen tan pronto porque la peor corrida es la que no se cobra. Antonio Ferrera y Sergio Serrano sortean un toro cada uno que les permite una relajación extraña a las complicaciones naturales de la embestida peculiar del encaste. Después de recibirlo a porta gayola con la técnica del cuerpo a tierra, Serrano pasa de muleta a su primero de manera correcta y muy templada, en naturales de tersura irreprochable pero sin el compromiso del ceñimiento que pese a todo, calan en los tendidos anunciando un triunfo que frustra la deficiente técnica estoqueadora. Ferrera está menos histrión que de costumbre si obviamos ese capote en sedas azules que por otro lado mueve con su habitual destreza, especialmente cuando encadena el quite preceptivo sin apenas solución de continuidad con el final del puyazo. Lo intenta de manera sobria y reunida con el cuarto sin que las masas reaccionen de manera receptiva, así que regresa a las andadas de la teatralidad cuando suelta la ayuda en busca del reconocimiento que no acaba de llegar. 

Termina la feria inmersa en un ambiente bien distinto del inicial, la imprevisibilidad del toro encastado mantiene alerta a los tendidos, apercibidos de que la vida y la muerte se encuentran en la arena. No es imposible que alguno de los jóvenes que la ha visitado en masa atraído por la fiesta posterior haya podido llegar a conectar con el espectáculo perturbador que a veces emana del ruedo, que haya comprendido la grandeza de una vara de Bernal, que haya vibrado con un par de banderillas de Fernando Sánchez, que entre cerveza y cerveza haya alcanzado a sentir el calambrazo en el alma de los naturales de Téllez, y se haya enamorado para siempre de este rito inigualable.