lunes, 12 de febrero de 2018

UNA HORA CON PEPE LUIS


Pepe Luis en "Los de José y Juan"

Se torea como se es. La frase de Belmonte resuena en la sala Bienvenida, abarrotada por el reclamo del niño Pepe Luis y su verbo sencillo, tan exquisito como su toreo. El heredero del Sócrates de San Bernardo explica la esencia de sus formas en dos palabras, pureza y naturalidad, y la mente se traslada hacia aquellas faenas suyas que siempre fueron más boceto que obra acabada, el esbozo de un triunfo que nunca se completó, y qué más da, si aún nos queda el recuerdo de aquel natural eterno, de un cambio de mano que todavía brilla entre la hojarasca de tantos pases olvidados.

En la prensa de la mañana, el mandamás del tinglado pontifica sobre las exigencias del peso de la púrpura sobre sus hombros y se vanagloria sobre su responsabilidad en el nuevo canon del toreo moderno, ése según el cual se torea mejor que nunca, el de la suerte descargada, la colocación espuria y la vacía profundidad. "Me faltó valor y ambición para llegar a más", se sincera Pepe Luis y su humildad le agiganta en el contraste con la figura que saca pecho sin haber dejado apenas nada en el alma del aficionado. En las paredes de la sala, las imágenes de una exposición sobre Iván Fandiño claman por la memoria de una apuesta truncada por las miserias del sistema, antes de que la muerte terminara definitivamente con la lucha.

Fandiño en su rincón

El maestro sevillano rememora su mejor faena en Madrid a Ropavieja, encastadísimo toro de Torrealta al que le cortó una oreja con quince muletazos: "no pude darle más porque el toro se venía arriba y yo iba para abajo, lo cuadré como pude, metí con suerte la espada y el toro se echó". Palabras extrañas en un tiempo en que los toreros culpan siempre al toro de su incapacidad para decir algo con el capote y la muleta. Pepe Luis Vázquez sigue dictando su lección sobre la tauromaquia que echamos de menos, la del cite en el sitio, la del medio pecho y la muleta plana, la de las faenas medidas y con un sentido, ajustadas a las necesidades que imponga el toro y mecidas por la inspiración: "uno quisiera que cada pase fuera distinto al otro, a veces ni siquiera yo sé lo que voy a hacer cuando me abro de capote, el toreo aparece en ese segundo en el que se improvisa, incluso en la levedad de un remate, todo lo que se lleva en el interior".

Pepe Luis en Granada, 2017

Un aficionado recuerda la ilusión perdida por acudir a la plaza en las escasas ocasiones en las que toreros del corte de Pepe Luis se anunciaban en las ferias, aquella corrida de Torrealta sin ir más lejos, San Isidro del 85, con los dos Curros completando el cartel. El vídeo nos enseña que Ropavieja se come los capotes de salida y recibe tres puyazos. Los tres matadores alternan en quites sin importarles la casta recrecida del toro, que pese a todo permite al niño acordarse de su padre con el percal, al faraón insinuar la belleza en el capote recogido, al de Linares desplegar su verónica ampulosa. La faena comienza y termina a dos manos, el ayudado por alto en su esplendor. En medio, dos series de derechazos y dos de naturales, veinte pases en total. Con la derecha, Pepe Luis va ahormando al toro sin acoplarse del todo, un buen pase de pecho destaca entre momentos que prometen mayor grandeza, molesta el viento, el toro aprieta al abrigo del tercio, una voz se impacienta en el tendido, Madrid. El acontecimiento llega con la mano izquierda precedido del murmullo con el que esta plaza suele presentir el clamor, que acompaña cuatro naturales inmensos y un molinete garboso que el toro ya casi no consiente. El toreo está hecho y Pepe Luis se entrega en la estocada con la verdad que también exhibe esta mañana en las Ventas: “siempre toreé a gusto en esta plaza, el olé de Madrid llega un instante antes que el de Sevilla”, “nunca estaré contento con mi trayectoria profesional, la faena soñada no se consigue nunca”, y un rictus de insatisfacción se dibuja en el rostro del maestro, dejándonos con la añoranza de una fiesta que ya no existe.

Pepe Luis y Ropavieja, 1985

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