jueves, 16 de marzo de 2017

LA REMONTADA

Después de que el Barça terminara la remontada, el presidente Puigdemont se apuntó al carro del triunfo y comentó que tal y como había demostrado el equipo jugando al fútbol, nada era imposible para el pueblo de Cataluña. Cuando el “molt honorable” divisó a Sergi Roberto camino del gol de su vida en realidad se estaba contemplando a sí mismo portando la estelada tras la declaración de independencia, esta vez con el beneplácito de Europa entera, rendida al fin ante una gesta sin precedentes.


Los símiles futbolísticos son muy agradecidos y sirven para todo. Desde el centralismo opresor, por ejemplo, el penalti que abrió la puerta al milagro se comparó con el victimismo nacionalista, eternamente programado para obtener ventaja del fingimiento, como si Luis Suárez fuera en realidad un hijo no reconocido de Jordi Pujol. El movimiento independentista, por el contrario, contemplaba al sexteto arbitral y se imaginaba al Tribunal Constitucional suspendiendo una tras otra las iniciativas imposibles del “Parlament”, si bien la metáfora se esfumó pronto, cuando Aytekin se inventó una nueva modalidad de pena máxima consistente en sancionar como falta una cabriola de Neymar sobre el cogote del contrario.


En la proeza también colaboró lo suyo la pasividad del entrenador del PSG al que se le puso cara de presidente del gobierno haciendo la estatua frente a los goles del proceso soberanista. Es pura casualidad que los apellidos de ambos próceres terminen en “y”, como también lo es que Rajoy y Puigdemont tengan idéntico aprecio por la separación de poderes y este último, una vez derrotada la Francia de Montesquieu por el equipo de sus amores, fantaseara con la posibilidad de que la futura desconexión con el Estado sea juzgada por un tribunal integrado por Ovrebo, Busacca y Stark.

En la enésima noche histórica del Barça más grande de todos los tiempos, todavía quiero creer que los culés sensatos que conozco, cuando recuperaron la calma tras vocear el sexto gol hasta la afonía, reconocieron para sí un cierto rubor por la manera en que fue construida la hazaña, del mismo modo que los responsables políticos del “procés” no seguirán mintiéndose sobre la legalidad de su proyecto cuando se queden en soledad con sus conciencias. El fútbol del engaño y la comedia, el otro fútbol que continuamente venden los tertulianos de moral distraída, es mala escuela cuando se tiene tan reciente una gloria legítima. Es como si pones unas urnas de mentira y presentas el acto como un ejercicio de democracia cuando sabes que al hacerlo, has quebrantado las reglas del juego que tú mismo te diste.

La semana futbolístico-judicial no hizo más que confirmar la españolidad de Cataluña, cuyos gobernantes le habían vendido al pueblo un hecho diferencial con vistas a un oasis que en realidad estaba seco. El espejismo de un ecosistema exento de las habituales corrupciones mesetarias terminó de difuminarse cuando Millet se travistió de Bárcenas e interpretó su aria en el Palau de Justicia frustrando para siempre la reaparición de Mas como insufrible “prima donna”. Por la noche, Mas ... cherano, otro jefecito, no tuvo más remedio que saltarse la “omertá” y reconocer la evidencia de su penalti sobre Di María, desmintiendo así la tesis del capo Piqué, para quien los privilegios arbitrales siempre visten de blanco y los fichajes millonarios sólo son inmorales cuando los financia la caverna madridista.


A quienes se vanaglorian de estas proezas, ya sean aquéllos que claman independencia en el minuto 17:42, o los que reivindican en el minuto 7 el espíritu de Juanito, habría que recordarles que toda remontada parte de un gran fracaso previo, que los héroes de hoy fueron peleles en París y hasta el bueno de Juan Gómez se había tenido que tragar cinco goles en Alemania antes de apelar a la épica. El trabajo bien hecho partido a partido pierde atractivo ante estas hombradas de cartón piedra que tan bien cuadran al carácter español, siempre tan subyugado por la furia de un día que luego nunca logra perseverar hasta la final. Si la “diada” conmemora una derrota, yo prefiero recordar la victoria de la selección en el mundial, aquel triunfo del juego bonito y limpio, del esfuerzo colectivo que diseñó un sabio de Hortaleza, lideraron unos “nois catalans”, remató un guaje asturiano y culminó un genio manchego mientras un chaval de Móstoles guardaba la puerta, y un señor de Salamanca aportaba el sentido común del que siete años después, apenas queda nada.


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