miércoles, 21 de mayo de 2014

LA SEMANA DEL MONOENCASTE

Tras el aperitivo del fin de semana, en el que las jornadas transcurren con alegría y la constatación de la decadencia del espectáculo queda un tanto aplazada por el reencuentro con los compañeros de abono y el regreso feliz al añorado asiento con vistas a la gloria, la primera semana de toros supone para el abonado el rutinario regreso a las tardes de escaso contenido artístico, en las que sólo la enfermiza afición que corre por nuestras venas, justifica el aguante diario de la corrida tras la jornada laboral.

La empresa ha tenido a bien homenajear al aficionado venteño con cinco muestras cinco del monoencaste Domeq, Fuente Ymbro para el lunes, Parladé tiene usted el martes, La Palmosilla, el miércoles, Victorianos para el día del Santo Patrón y Jandillitas el viernes, que como al día siguiente hay rejones y nuestras posaderas descansan, ya se afronta de otra manera el remate de este insoportable monólogo de toros flojos y descastados. Dentro del panorama general de docilidad y sosería que este encaste propone, es necesario diferenciar al toro tonto de baba con la lengua fuera desde el primer capotazo, de ese otro que medio se sostiene, al que se cuida en los primeros tercios para que llegue con movilidad a la muleta, y que es el que soporta este tinglado, cuyos mantenedores se ocupan después de alabar su duración y glosar un nuevo concepto de bravura que nada tiene que ver con la fiereza y la agresividad verdaderas. Puestos a escoger, uno prefiere los Palmosillas derrengados que alargan la corrida hasta las tres horas, al tiempo que facilitan la limpieza de corrales a la empresa y ayudan a que el humilde abonado amortice el precio de la entrada, a sus hermanos de encaste de nombre ilustre que permiten a los mentirosos de guardia elaborar sus alambicadas teorías sobre la neo-bravura del toro moderno.

Dos ejemplares de esta última especie correspondieron a Ivan Fandiño en la tarde de su triunfo, al que llegó en la actuación en que menos merecimientos había acumulado para abrir la puerta grande, ésa que vio cerrarse tantas veces en las que había ilusionado a la afición con un toreo de exposición y verdad ante una gran variedad de encastes. En cambio, en este martes y trece, la fortuna estuvo de su lado en dos faenas desiguales y atropelladas, en las que el efectismo bastó para que un público entregado desde el principio al de Orduña, lo entronizara como el nuevo torero de Madrid. Pese a la faena vulgar que la precedió, vale la primera oreja por la gran estocada que recetó al de Parladé cuyo mérito añadido consistió en haber sido cobrada en idénticos terrenos a aquélla que un año antes cambió por una cornada que le impidió torear en el resto del ciclo. La segunda oreja premió una colección insólita de trallazos en línea que Fandiño aplicó a las boyantes embestidas de Rapiñador, seguro candidato a los premios oficiales de la Feria, que fueron saludadas por el público de la solanera con el runrún de las grandes ocasiones. Aunque tenía cortada la segunda oreja a poco que hubiera metido la espada de cualquier manera, y quizá porque quería las dos para elevar la categoría ramplona de su triunfo, sorprendió a la plaza retomando la costumbre de sus comienzos de entrar a matar sin muleta, suerte que ejecutó con técnica insuperable de saltimbanqui, encunándose limpiamente en medio de la abierta cornamenta del toro y cobrando una voltereta de la que salió ileso entre clamores de gran acontecimiento. Los descabellos finales que alargaron la muerte del toro dejaron la cosa en un triunfo menor pero suficiente para abrir la dichosa puerta, circunstancia que hasta ahora parece que impedía a Fandiño entrar en los mejores carteles de las ferias. Por fin lo conseguirá este año aunque me temo que su toreo no será nunca más la alternativa refrescante y necesaria a las espurias formas julianas, tal y como demostró en su segunda comparecencia en las Ventas, en la que aplicó a un toro pastueño de Jandilla, la salmodia habitual de pases adocenados perpetrados al hilo del pitón.

La tarde del triunfo de Fandiño, fue Teruel quien dio los mejores pases, destacando un par de naturales de alta escuela y sus acostumbrados trincherazos de sabor, dentro de un conjunto que no acabó de coger consistencia, como tampoco la consiguió el Cid, que ha iniciado la temporada a años luz de aquel toreo que nos maravilló en la pasada Feria de Otoño con la mejor faena que se ha visto en Madrid en los últimos años. El resto de la semana nos trajo actuaciones intrascendentes de Juan José Padilla, cuyo pasaje más aplaudido fue el brindis a su amigo Adolfo Suárez, de  Sebastián Castella, que desplegó su repertorio acostumbrado aunque esta vez sin convicción y sin hallar el eco de otras tardes en el tendido, y del Fandi, que ya ni siquiera destaca en banderillas. 

Hubo además dos confirmaciones de alternativa. La de Manuel Escribano al que se esperaba con interés tras su triunfal tarde del año anterior en la Miurada de Sevilla, que anduvo muy activo toda la tarde sin especial acierto aunque tuvo que pechar con un lote infame, y la de David Galán, que levantó fuertes ovaciones al comienzo de sus faenas, simplemente por acompañar despegado las embestidas iniciales de su lote de Victorianos, que, sin embargo se apagaron pronto, dejando a los Isidros sin su joven triunfador. La parsimonia con que los actuantes modernos afrontan las ceremonias de confirmación de alternativa que incluso alargan aún más con el cambio de la espada, la hidratación de la muleta y el consabido brindis al padre o al mentor con discurso emotivo incluido, mientras el toro aguarda aparcado junto a un burladero como un perrillo dócil pendiente de una pelota que le mostraran desde la tronera, contribuye a que poco a poco, las corridas de toros vayan convirtiéndose en ese espectáculo incruento al que el público de momento sigue asistiendo, mientras pasa la tarde tan ricamente hablando de sus cosas con el vecino, comiendo pipas y trasegando cubatas, hasta que se dé cuenta de que eso mismo lo puede hacer en el bar de la esquina sin tener que abonar además el precio de la entrada.

Joselito Adame toreó por partida doble, aprovechando la sustitución de Miguel Abellán, y no recordó en nada a ese buen torero de sus primeras actuaciones en España, el de la gran faena al toro del Conde de la Maza en Sevilla, por ejemplo. Su evolución actual se despeña hacia el encimismo y el toreo por fuera de manera directamente proporcional a los contratos que le esperan en la presente temporada.   

El suceso de la semana fue la reaparición de Enrique Ponce en Las Ventas, después de cinco años de ausencia voluntaria, un lustro en el que las formas de torear se han subvertido tanto, que el retorno del diestro de Chiva trajo a la plaza el aire fresco de cuando reaparece un maestro de otro tiempo y con tres o cuatro detalles de torería barre toda la vulgaridad reinante. Algo así como lo que ocurrió cuando Antoñete puso boca abajo el toreo en los años ochenta pero en tono menor, pues Ponce ya no está para afrontar las gestas de antaño con todo tipo de encastes, si bien, como siempre, su toreo lució más con el toro que le presentó más complicaciones, el cuarto de la corrida, con el que hizo el esfuerzo y logró buenos pases aislados dentro de un conjunto desigual de ajuste y colocación en el que sobresalieron los remates preñados de su conocida elegancia. Marró con la espada, perdió una oreja que hubiera sido legítima y la división de opiniones con la que fue recibido al principio del festejo se tornó en ovación unánime cuando abandonaba la plaza quién sabe hasta cuándo.

Son muchos los banderilleros que han destacado hasta ahora en la feria y entre ellos debe mencionarse el clasicismo de Fernando Téllez, la rotundidad de Ángel Otero, la seguridad de Miguel Martín, la elegancia de Javier Ámbel y la torería de Luis Carlos Aranda. Incluso en la peor de las tardes, casi siempre ha habido un buen detalle que recordar camino de casa.


No hay comentarios:

Publicar un comentario