jueves, 16 de noviembre de 2023

LA IZQUIERDA EN FUGA



Etimológicamente, amnistía procede del griego “amnestia”, que significa olvido. La palabra está formada por el prefijo de negación “a” contrapuesto a la raíz “mne”, derivada del indoeuropeo “men”, asimismo presente en mente, memoria, y mentira. La memoria de las sociedades democráticas es frágil y en las mentes más preocupadas por las cosas de comer, convive sin problemas con la costumbre inveterada de la clase política española de abandonarse a la mendacidad. Entre usar el voto para exigir el respeto a la palabra dada o emplearlo para asegurarse un salario mínimo decente, es entendible optar por lo segundo cuando la cuenta corriente no te permite partirte la cara en Ferraz por la separación de poderes. 
 
La amnistía supone el olvido por parte de la autoridad de los delitos afectados por la magnanimidad del reino, y en su adaptación al proceso catalán los tiene por no sucedidos tal si todo lo acontecido desde que Artur Mas decidió huir en helicóptero de un “parlament” cercado, hubiera sido una extraña ensoñación, como ya se encargó de aclarar Marchena en su sentencia sobre la cosa, todo un prodigio de “lawfare”. Y es que sólo aplicando la explicación onírica, puede interpretarse el espectáculo perpetrado por el gobierno en funciones, capaz de enviar a su vicepresidenta a visitar a un prófugo de la justicia del Estado al que representa, sin que tiemblen las sonrisas en los rictus de cemento ni colapsen las columnas del edificio constitucional. Aquél fue el primer acto de un teatrillo marcado por el cambio de estatus del exiliado de Waterloo que durante el recuento electoral pasó de apestado a honorable por obra y gracia de la voluntad popular, según los exégetas más avezados.

Antes de que el “jalogüín” nos trajera la resurrección de los muertos políticos, el primer aspirante a la poltrona intentó la investidura como fuerza más votada, tras cortejar a los nacionalistas de su cuerda ideológica, ya se sabe que el apoyo de los independentistas sólo es demonizable si sirve para entronizar al rival. A fin de cuentas, el ansia de poder es una pulsión de ida y vuelta que permite a Sánchez disertar sobre mayorías progresistas conformadas con la democracia cristiana de toda la vida, y anima a Feijoo a imaginarse como legítimo primer ministro si otros cuatro “culiparlantes” del bando contrario se hubieran equivocado de botón. El sistema democrático aguanta todo lo que le echen y la prohibición constitucional del mandato imperativo de nuestros representantes descansa en el limbo de las entelequias junto a la independencia del poder judicial.

Tras estos fuegos de artificio que contemplaba divertido desde la barrera, el verdadero baranda del cotarro mandó a parar, reunió a sus acólitos y habló de hacer de la necesidad, virtud, aunque en realidad éstos interpretaron que el fin justifica los miedos a perder la colocación. Entre los que le ovacionaban atronadoramente, se destacaba la cara de circunstancias de Fernández Vara, mientras imaginaba a su jefe travestido de Groucho desmontando el tren de Extremadura y ordenando más madera en la cesión a Esquerra de las competencias sobre “rodalies”. El “killer” de los principios cambiantes habló también de la conveniencia de dar un nuevo paso en la concordia conseguida en la sociedad catalana a base de indultar a los malversadores del dinero de todos, una variante más tolerable de corrupción si el presupuesto se emplea en comprar urnas ilegales. La eliminación del delito de sedición evitará tiranteces cuando a los beneficiarios de la gracia se les ocurra desdecirse de lo firmado y llevar a los hechos la cantinela del “ho tornarem a fer”. 

Nuestro apuesto presidente, también lo ha vuelto a hacer. Como ya sucediera cuando pasó de criminalizar a Iglesias a introducirlo en el gobierno, ahora pacta con aquél a quien prometió poner a disposición de la justicia. Ambos comparten la condición de supervivientes no exentos de mérito, animales políticos obsesionados con su suerte particular y así es como Pedro es capaz de fulminar la solidaridad interterritorial ofreciendo el cupo a Cataluña y Carles abandona la unilateralidad del referéndum para no tener que pasar por la trena. La década prodigiosa que comenzó con un presidente conservador negándole a Mas el pacto fiscal, concluye con el presidente de la izquierda en fuga aniquilando la igualdad ante la ley. 
    
De este modo, el sentido conciliador de las amnistías que en España han sido abandona su sonido progresista para amparar a una casta de privilegiados cuyo supremacismo pretende imponer el relato que nos viene dibujando como dictadura durante los tres siglos que caben entre Felipe V y Felipe VI. Cualquier jurista sabe que en Derecho, todas las interpretaciones jurídicas son defendibles. El problema de la amnistía no son las dudas sobre su constitucionalidad que se encargarán de disipar los magistrados de partido y los tertulianos de guardia, sino la inmoralidad de su uso para obtener ventaja política, pactando con los afectados su propia impunidad. 

El enigma es descubrir qué políticas sociales subsistirán al avance de la desigualdad que se adivina a través de esta claudicación. El cainismo patrio que estos días reivindican los abascales y ayusos que se exhiben en la barricada, no se reproduce en la pelea cotidiana de la gente común, más preocupada por si la revalorización de las pensiones, la mejora de la atención sanitaria, o el futuro laboral de nuestros hijos, se verán comprometidos por el escaso peso político que corresponde a nuestra atribulada circunstancia de ciudadanos de la España vacía.



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