martes, 21 de febrero de 2023

MARTES DE CARNAVAL



Tras la tregua de la cuesta de enero, la llegada de las carnestolendas ha estimulado a nuestros próceres de tal manera que pertrechados tras el disfraz de servidor público, solicitadísimo esta temporada en los comercios del ramo, pretenden hacernos pasar un añito entretenidos con sus evoluciones sobre las tablas, engolosinados como están con la fiebre electoral que los anima al juego de la representación.

En el teatro gubernamental, siempre es martes de carnaval. El presidente es el maestro de la mascarada y lo mismo arrasa en la petanca a los jubilados de su cuerda que irrumpe en la morada de los mileuristas del salario mínimo para gorronear un café con pastas más caro hoy que ayer, pero menos que mañana, excepto si vas al supermercado en el que hace la compra la ministra de economía. A la publicación de estas líneas, el departamento de márquetin ha superado todas las marcas de vergüenza ajena, con un vídeo en el que el líder intenta empatizar con becarios universitarios en una biblioteca del metaverso, tras cuyas ficciones acechan los cuchillos del mercado laboral.  

El gabinete tampoco se ha librado de esa gripe de duración eterna que trae consigo una fiebre legisladora que ahora exonera a un sedicioso y después abarata la pena a un malversador, salvo que la norma la interprete un magistrado del Supremo, antes de que obtenga su merecido en el Constitucional. La justicia española es un artificio animado por los intereses de los partidos, a un paso de alcanzar el prestigio de la justicia arbitral, que al menos se vendía para no entorpecer los valores del juego bonito. 

Después de que las rebajas de fin de año afectaran también a los agresores sexuales, el populismo que no cesa se defendió acusando a un cuerpo mayoritariamente femenino como machista, por interpretar la ley del sólo sí es sí, de acuerdo con un principio general del derecho que se estudia en primero de carrera. Se trataba de avanzar un paso más en ese nuevo puritanismo basado en obtener ventaja de humillar a la mujer victimizándola frente a tiranías ficticias, a través de un ministerio dedicado a patentar derechos que ya existían gracias a los logros del feminismo clásico. 
  
En el casino de la oposición, Don Carnal y Doña Cuaresma juegan a la ruleta con los derechos del “nasciturus”, y cuando amanece a la vida independiente, lo abandonan en las listas de espera de la sanidad pública, la mejor del mundo hasta que la gestión autonómica decidiera apostar por las tabernas antes que por los ambulatorios. Los sindicatos de la cosa se manifiestan contra la incuria del sistema sólo en las administraciones de derechas, porque los pacientes de izquierdas están más acostumbrados a guardar cola esperando la muerte de las ideologías.

Las tres almas del conservadurismo patrio se pelean en la persecución del santo grial de la poltrona para que acabemos teniendo que aguantar en el poder al gallego de siempre. Esta vez comparece travestido de “indianajones” de la socialdemocracia, condenado a buscar el arca de la alianza con sus traviesos excompañeros de fatigas que juegan a organizar mociones de censura con economistas nonagenarios al borde de un ataque de insensatez. Las cenizas del centro yacen arrimadas a una pira autodestructiva sostenida por bomberos más pendientes de alimentar las llamas que de sofocar su ambición.

Que la vida es un carnaval ya lo sabíamos antes de que se concibieran trenes que no caben por los túneles y tanques que no pasan la ITV. Entretanto, el españolito ha sustituido el miedo a la oscuridad por el terror a encender la luz. En espera de que el cambio de estación traiga un tiempo más benéfico, nos contentaremos con aspirar a que nuestras autoridades no nos tapen el sol.



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