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Mariano saliendo del bar |
Mientras
en el parlamento se discutían los argumentos de la moción de censura que Pedro
Sánchez planteó contra el gobierno de la nación, Mariano pasó la tarde en el
bar. En su escaño, el bolso de la vice como símbolo del desprecio a la sede de
la soberanía popular. Por la mañana, Rajoy había comparecido en la tribuna con
una relajación extraña, como si no se jugara la presidencia, esclareciendo con
su particular gracejo galaico las contradicciones de los apoyos del candidato.
En el hemiciclo todavía quedaba el eco de las palabras del aspirante ofreciendo
la retirada de la moción si el presidente dimitía pero en la sobremesa de la
última tarde de Rajoy degustando los estertores del mando, el más futbolero de
nuestros dirigentes analizaba la situación con la ayuda inesperada del VAR.
En las
pantallas que la nueva tecnología puso a su disposición, se repetían
incansablemente las últimas jugadas políticas acaecidas en el campeonato de la
incoherencia, y Mariano permanecía absorto ante la imagen en bucle del PNV
apoyando sin fisuras la moción, intentando descubrir en la moviola si las
cámaras habían conseguido captar la mano en el área del defensa euskaldún en el
momento de recibir las treinta monedas de plata grabadas a fuego en los
presupuestos de Montoro.
En otra de las televisiones, la realización se obstinaba en trazar la línea del
fuera de juego y los contertulios que rodeaban a Mariano vociferaban
denunciando la posición antirreglamentaria de aquellos que en sus declaraciones
pasadas hicieron protestas solemnes sobre su escaso apego por el poder, al
tiempo que desmentían su propósito de contar con apoyos independentistas para
acceder al gobierno, anunciando con la boca pequeña un compromiso con la
convocatoria inmediata de elecciones que olvidarían a la semana siguiente de
instalarse en la poltrona.
En el
VAR del PP se había conseguido captar una toma en la que se veía a Pedro y a Pablo paseando por los pasillos del Congreso en animada conversación sobre los
cargos a repartir. A pesar de que ambos se llevaban la mano a la boca para
dificultar la labor de los avezados lectores de labios a sueldo del presidente,
los expertos certificaron que el terrateniente de Galapagar habría podido decir
algo parecido a "por lo menos me darás los telediarios", hipótesis
que la realidad se encargó de confirmar semanas después cuando los esbirros peperos
en el consejo de la televisión pública fueron sustituidos por lacayos
podemitas, perpetuando así la veterana institución del comisariado político en
la caja tonta.

Mientras
los asesores se desgañitaban denunciando el juego sucio de la oposición,
Mariano se solidarizaba con De Gea y convertía su tradicional tancredismo en el
último servicio a su partido. El patriotismo que pedía el momento exigía pactar
nuevas elecciones, una altura de miras necesaria para devolverle la voz al
pueblo y buscar un gobierno fuerte de cualquier signo con el cual evitar la
sempiterna dependencia del nacionalismo. Pero Rajoy prefirió que gobernara su
censor antes que arrostrar el riesgo de dejar de ser la fuerza hegemónica de la
derecha. La jugada buscaba ganar tiempo para recomponer el gesto de cara a la
cita electoral de 2020 y le cambiaba el paso a Ciudadanos, completamente
desubicado al ver desvanecida la cercana perspectiva de tocar poder que
cantaban las encuestas. Tras la fachada de las críticas de los Hernando de
turno a la mayoría Frankenstein que se avecinaba, el PP asumía el mal menor de
un reforzamiento de las posiciones socialistas, con el propósito de volver a
medio plazo al bipartidismo perpetuo, un sagastacanovismo de nuevo cuño apenas
matizado por diferencias cosméticas entre las políticas de uno u otro partido,
tremendamente útil para ir colocando a todos los profesionales de la política
que esperaban su momento como modernos herederos de los cesantes de la época
decimonónica.
Desde su
retiro dorado en Santa Pola, al nuevo registrador le llegaban noticias de un
gobierno conformado por tecnócratas de confianza para tranquilidad de las
exigencias del sistema, a cuyo frente el candidato que le llamó indecente en un
debate electoral sonreía complacido con el aura del poder maximizando su
habitual fotogenia. Mientras Mariano examinaba la primera escritura de la
mañana, su sustituto en la presidencia se disponía a aplicar con una mano los
presupuestos de la derecha y a desenterrar con la otra los huesos del dictador.
Después de apoyar sin fisuras la aplicación del artículo 155, el presidente
florero revisita el diálogo con aquél a quien llamó racista, siguiendo la senda
que ya transitaron González cuando torpedeó el asunto Banca Catalana y Aznar
cuando firmó con Pujol el pacto del “Majestic”, Zapatero con su promesa de
aceptar cualquier estatuto que viniera de Cataluña y Rajoy con la operación de
apaciguamiento que Soraya ejecutó con el acierto que la caracteriza. En la
fuente de Antonio y Guiomar, dos próceres insospechados posan buscando un nuevo
aplazamiento del problema, hasta que los niños adoctrinados en las escuelas
catalanas alcancen la edad para votar. Españolito que vienes al mundo te guarde
Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón.
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