El ser humano siempre ha sido capaz de
inventar prodigios para mejorar su arduo devenir sobre la tierra y a
continuación se las ha ingeniado para encontrar su lado oscuro y empañar lo
conseguido. Internet es uno de esos descubrimientos magníficos que lo mismo
puede servir para ensanchar el conocimiento que para fabricar ignorantes formados
en la “wikipedia”. Lo estamos viendo estos días convulsos en donde la crisis
catalana va camino de convertirse en una pelea de “memes”, y una imagen sacada
de contexto mueve más voluntades que cien discursos de Borrell.
Los politólogos de esta época que elaboran
teorías en las tertulias tienen las horas contadas. Mientras las grandes
corporaciones de internet se frotan las manos y hacen caja, un ejército de guionistas
a sueldo de los partidos trabaja en la sombra ideando sin cesar juegos de
palabras para su trasiego por las redes sociales, montajes ingeniosos con que
animar los grupos de “whatsapp”, falsificaciones de la realidad que cuando son
desmentidas ya han dejado un rastro indeleble de impostura en las mentes más
manipulables. Después ya se encargan los políticos de guardia de repetir
incesantemente la mentira hasta llegar a eso que los cursis llaman la “posverdad”,
que viene a ser como declarar una república virtual en base a una ley suspendida
y seguir un mandato popular cocinado en urnas de todo a cien.
Nuestro nuevo gran hermano es Twitter, ese
“Boe” con fotos en el que las noticias entran en vigor en función de los
“likes” que obtengan. El postureo en la red consiste en que la realidad no te
estropee una frase con gancho, las conferencias con enjundia han pasado a mejor
vida salvo que puedan comprimirse en píldoras de 144 caracteres, el triunfo de
una idea no depende de su brillo sino de que logre convertirse en viral. Tan
ensimismado está el personal con el tráfago de mensajes, que las decisiones
políticas se adoptan en función de la tendencia que se abra paso en la mañana digital
en que un iluminado acaba desistiendo de convocar elecciones legales, para seguir
instalado en el confortable victimismo habitual. El estrambote último de la huida
del “héroe” a Bruselas demuestra que se puede ser irresponsable en cuatro
idiomas y que ante la improvisación que rezuma la puesta en escena de la
república nonata, es previsible que se termine declarando la independencia en
un tuit.
Por debajo de lo que sucede en las
autopistas informáticas, la historia real de los acontecimientos parece construirse
sobre una urdimbre de intereses creados, en donde se diseñan estrategias de
secesión que no pueden sostenerse sino con altas dosis de fingimiento. El
numerito de la votación final con himno incorporado era el clímax natural de
una opereta que fuera del teatro no dio ni para arriar la bandera opresora,
aunque para entonces ya era inevitable la intervención de la autonomía que Rajoy
activó con desgana, tras un largo idilio epistolar con Puigdemont que el
subconsciente de Soraya glosó sin ruborizarse apenas: “nadie ha tenido tan
fácil evitar que se aplique la Constitución”. Al espectador atónito que seguía
la jornada frente al televisor se le atragantó la comida contemplando las
ovaciones y sonrisas que prodigaban los actores del esperpento en sus
respectivas sesiones parlamentarias, como si no se dieran cuenta de que estaban
convirtiendo a nuestra democracia en un triste decorado en el que los unos simulaban
la victoria y los otros se conformaban con el empate.
La Justicia ha venido a restañar las
heridas con que las ansias de control político van asfixiando al sistema. Una
magistrada, un juez, y por fin la ley, como bálsamo ante tanto artificio, un
solo hombre al que el Estado de Derecho, esta vez sí, le concede la
independencia suficiente para que lo concrete todo en un auto, las
declaraciones simbólicas y las malversaciones reales, los sueños imposibles y
las traiciones a la causa, la sensatez en fuga y la cárcel de verdad. Las
proclamas fanáticas ceden cuando se convierten en declaraciones judiciales, los
imputados apagan el móvil y dejan trabajar a los abogados y al pueblo no le
queda otro remedio que pagar la factura y acudir a votar.
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