jueves, 14 de mayo de 2015

OCHO DE MAYO

OCHO DE MAYO

         En el 120 aniversario del nacimiento del rey de los toreros, daba comienzo la Feria de San Isidro del año 15 con la presencia de Felipe VI en una barrera del 10, por vez primera desde su coronación. Sin duda un gesto de apoyo a una fiesta que necesita algo más que visitas ilustres para no desangrarse definitivamente al tiempo que este país desnortado y a la deriva. Pese a todo, la primera semana de feria ha llegado a nuestras descansadas retinas con la ilusión renovada que han traído algunos toreros que se resisten a dejarse llevar por la fácil corriente de la falta de compromiso y el paso atrás. Ya dijo Ortega que el estado de la Fiesta suele ser un trasunto de la sociedad de cada momento y tal parece que en el planeta de los toros han aparecido signos de regeneracionismo que uno espera sean más prometedores que los cantos de sirena preelectorales que nos acompañan cada tarde, camino de la plaza.

         Incluso el toro que ha salido hasta el momento está bastante alejado de ese animal que los taurinos de guardia describen en sus crónicas como el ideal de la bravura, ese pastueño ejemplar que no repone, que no molesta, que deja estar a gusto, que coloca la cara ante las telas sin un aspaviento de informalidad, como dicen ellos. Dejando al margen el enésimo fiasco de el Ventorrillo, por descastado, las ganaderías que hasta ahora han desfilado por el coso venteño han traído el aire fresco que te hace estar pendiente del ruedo porque nada de lo que sucede en él es previsible, como no lo fueron la encastada mansedumbre de la vacada de los hermanos Lozano, el serio y bravo corridón de toros de Pedraza de Yeltes, o los brotes verdes de recuperación que se advirtieron en Fuente Ymbro. La de Salvador Domecq sacó un peligro desconocido en su estirpe y lo de Valdefresno ya fue la historia de siempre repetida año tras año por los hermanos Fraile en entregas sucesivas de descastamiento bueyuno que solamente la sabiduría de Eugenio de Mora llevó esa primera tarde a buen puerto.

         Y es que Eugenio de Mora, es, sin duda, el torero del momento. Aquel muchacho de buenas maneras un tanto superficiales que destacó en sus inicios allá por el cambio de milenio y llegó a ser consentido en las ferias, ha devenido en torero cuajado y cabal, superviviente de una larga travesía por el exilio interior de la Mancha televisiva, en el que ha ido depurando su oficio en los festejos organizados no se sabe bien si para matar o para acompañar el tedio de los sufridos televidentes de las tardes de los domingos. El caso es que el toledano hizo el toreo el primer domingo de feria, muy asentado de planta, abandonado al natural en su primer Valdefresno, ejecutando los pases siempre en el sitio y sin las ventajas que no hay por qué desplegar cuando el toro comparece sin dificultades que domeñar ante la muleta, y muy técnico en el segundo al que cortó la oreja, pendiente de administrar los toques necesarios para que el animal no siguiera su natural tendencia a huir, siempre templado y cargando la suerte. A este toro, además, le había recibido con el mejor toreo de capote visto hasta ahora en la feria, cuatro verónicas y media muy ceñidas y con el percal muy recogido que impactaron en la plaza por el fulgor clamoroso que rezuma el toreo de verdad.





         Esa tarde también tocó pelo Morenito de Aranda, dejando intacto el cartel que traía a la plaza tras su reciente salida a hombros en la corrida goyesca del dos de mayo. Aunque al torero castellano le sigue acompañando un aire de diestro pinturero más preocupado por lo accesorio que por lo fundamental, comparece este año más asentado y no desagrada su toreo vistoso y estético, unas formas que todavía no se deslizan por el camino de la mentira.

         Otro torero para anotar en la lista de los recuperables es Juan del Álamo. La buena impresión que dejó en la corrida de apertura se mitigó un tanto en su segunda tarde, pero el de Ciudad Rodrigo cortó una merecida oreja a un toro de Lozano hermanos al que sujetó en la muleta con formas más ajustadas que en corridas anteriores. Quién sabe si la tierra de nadie en la que se desenvuelve su carrera tras tocar pelo en cada una de sus últimas comparecencias en Las Ventas, le ha hecho meditar que dando el paso adelante del compromiso ante el toro puede llegar más alto que en el camino del seguidismo de la doctrina juliana.

         La misma tarde Pepe Moral no acabó de confiarse ante un lote que le ofreció un manojo de vibrantes embestidas para salir definitivamente del ostracismo en el que se hallaba varado después de su prometedora carrera novilleril, y siendo cierto que dejó naturales de nota, sólo se atrevió a quedarse en el sitio adecuado para ligarlos en una serie, pero el eco en los tendidos no se repitió cuando después se conformó con la senda menos comprometida del unipase. Una pena.

         La peor parte de la fortuna se la han llevado hasta la fecha Paco Ureña y Jiménez Fortes. El primero sorteó el toro de la feria, Agitador, que hizo vigente la máxima belmontina que advertía del gran desafío que supone que por chiqueros salga un toro bravo. Agitador fue el garbanzo blanco de la corrida de Fuente Ymbro, daba gusto contemplar su ensabanada capa moviéndose alegre por el ruedo pidiendo telas inspiradas para contribuir a una gran obra, empresa que parecía posible tras un tercio de varas sencillamente perfecto, administrado con sabiduría por Pedro Iturralde. En cambio, el toro encontró soluciones modernas a sus encastados viajes y salvo en el emocionante inicio de la faena en los medios en el que el animal se arrancó de largo, la reunión y el acoplamiento se fueron diluyendo entre una sensación de fracaso que pesó tanto en el lorquino que parecía acompañarle todavía en su segunda tarde en la que se estrelló contra los enterizos toros de Pedraza, ante los que completó su feria con el cuerpo y el ánimo hecho unos zorros, continuamente revolcado y a merced de su sino. Jiménez Fortes volvía a Madrid por única vez en el ciclo bajo el signo del 20 de mayo pasado en el recuerdo, la fecha de la corrida inconclusa que marca por ahora el destino de David Mora, impidiéndole reaparecer. A él le dedicó el malagueño los saludos a porta gayola con que recibió a los de su lote y más tarde puso un valor temerario allí donde las dificultades de los toros se imponían a sus carencias técnicas. Se salvó de milagro en el tercero en una faena muy comprometida en la que consiguió la oreja tras el colofón de unas escalofriantes bernadinas en las que el viento le descubría y le dejaba como única defensa la soledad del estaquillador, pero el sexto le cogió de lleno al citarlo con la mano izquierda sin rectificar terrenos y una vez en el suelo le metió el pitón en el cuello dejando en la plaza una sensación de tragedia que afortunadamente no se confirmó después.





         Castaño y el Cid pasaron por la plaza como una sombra de lo que un día fueron. Al primero, al menos le salva la cuadrilla y la garantía que supone que Adalid haya sido sustituido por Ángel Otero, quizá el peón más poderoso del momento. Si además tenemos la suerte de que a Tito Sandoval le corresponda parar a un toro bravo con la vara, inevitablemente surge el espectáculo al que asistimos en el primer puyazo que le propinó al cuarto de Pedraza, emocionantísimo encuentro en el que al final se impuso la pujanza de un animal de 639 kilos que acabó por derribar al picador, en una estampa para el recuerdo por la enorme pureza con que éste defendió su cabalgadura.





         La tarde en la que el Cid llenó de negros presagios su futura encerrona con los Victorinos, compareció también Talavante, provocando el primer lleno de la feria. Tuvo la suerte de recibir al torete más potable y chico del festejo, al que pasó de muleta con suficiencia y naturalidad, a veces más ceñido y otras menos, en una faena correcta pero sin enjundia que cimentó sobre la mano izquierda antes de cobrar una buena estocada. Para que luego digan que es difícil cortar una oreja en Madrid.

         La inevitable cuota mexicana de cada año ha desfilado por las Ventas con más pena que gloria. Adame, al que proclaman como el número uno del escalafón azteca, no hizo valer tal condición en una tarde anodina. El Payo volvía a Las Ventas con mucho más oficio que el de aquel novillero deslumbrante que nos enamoró hace tiempo aunque por el camino se ha dejado la pureza que sólo asomó de nuevo en una bellísima media verónica. Silvetti y Saldívar pecharon con lotes poco propicios a los que el primero contrapuso su habitual tosquedad y el segundo un apreciable empeño en hacer las cosas bien a la espera de sortear alguna vez un toro con posibilidades.


         Peor fue soportar la cuota integrada por aquellos jóvenes veteranos que se acogen a la feria a la espera de que suene la flauta y pase por su lado el último tren que les ofrece la empresa para un quimérico triunfo que año tras año, nunca llega. En ese grupo tocó aguantar a un abúlico César Jiménez y a un desafortunado Uceda Leal al que el viento y su propia decadencia sólo dejaron brillar con la espada y en un solo toro. Por el contrario, Padilla sí ha sabido subirse a ese barco pirata que le alejó de la guerra con el toro agreste, si bien su corte torero y sus méritos en esta plaza no justifican su acartelamiento lujoso en la feria por partida doble. En su primera cita, nada de lo que hizo tuvo interés dejando a la afición engolosinada con la perspectiva de verle de nuevo en la semana entrante.

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