lunes, 2 de junio de 2014

REZA PARA QUE NO TE SALGA NUNCA UN TORO BRAVO

        Resulta incomprensible y lamentable que en las condiciones de docilidad y falta de fiereza en las que sale el toro en este época, los toreros del momento desarrollen formas tan ventajistas, tan alejadas de los cánones clásicos. La peste juliana del cite al hilo del pitón, con la pierna de salida retrasada y vaciando la embestida en paralelo o directamente hacia las afueras, podría tener justificación si de los chiqueros saliera por norma un toro bronco, ante el cual quedarse en el sitio sin rectificar y cargar la suerte fuera una empresa imposible, un seguro camino hacia el hule irremediable.

         Sin embargo, en las actuales circunstancias en las que, tarde tras tarde, el toro llega a la muleta ya vencido y sin pujanza contra la que defenderse, no pasarse a ese fiel colaborador al menos veinte veces por la barriga constituye un delito de lesa torería.

         Eso fue más o menos lo que ocurrió en la corrida de Fuente Ymbro, que lidiaron tres toreros apreciados por la afición venteña, que incluso en sus comienzos los llegó a sacar a hombros por la puerta grande, y que desde entonces han apuntado sin disparar, convirtiéndose poco a poco en proyectos frustrados de renovación del escalafón que no molestan en los carteles pero tampoco dicen gran cosa. Curro Díaz tuvo la excusa de un mal lote y apenas dejó los sabrosos trincherazos de rigor. En cambio, Uceda y Tejela sortearon un toro cada uno que si no llevaban un cortijo en cada pitón, al menos portaban las llaves de un chalet adosado, cuyo salón hubieran podido decorar con sus cabezas desorejadas de haber conseguido sus matadores compactar algo digno de llamarse faena. En su lugar, prodigaron la habitual sucesión de pases mediocres al uso moderno que perpetraron siguiendo los cánones del postespartaquismo de acompañamiento, vacío y postural. Tras una buena estocada, al de Usera le dieron la oreja más barata de las que ha cortado en Madrid y al de Alcalá, tal como estaba la tarde, le hubieran dado otra si no llega a fallar a espadas. Lo mejor de Tejela es su cuadrilla y habrá que ir a verle sólo por contemplar el buen aire con el percal que retiene aquel novillero ilusionante que fue Jesús Romero y la majeza de Ángel Otero al salir de la cara del toro sexto al que adornó con los dos mejores pares de la feria.

         Con la corrida de El Pilar llegó el escándalo, porque las figuras tuvieron la desvergüenza de comparecer de nuevo en Madrid con una escalera de toros sin trapío, unos por chicos y otros por regordíos, una auténtica parada de bueyes por su comportamiento descastado. Frente a ellos, el toreo desrazado de le Coq y le Dolz, encimista y aburrido el del francés, más ampuloso el del fino torero alicantino, que, como su padre en los tiempos de Joaquín Vidal, acaparó todo el malestar de la corrida, la última de su feria. Manzanares echó la tarde tirando líneas por las afueras, que es lo que sucede cuando se tiene la temporada hecha antes de Madrid y se gasta una ambición chiquitita. Por el contrario, Talavante sigue residiendo en el corazoncito del público, pues siendo cómplice del desaguisado, recibió siempre el aliento de la gente y todo cuanto intentó con mayor o menor éxito fue ovacionado, ya fuera un quite por "quieroynopuedosercurrovázquinas" o un remate efectista que no consigue su misión de dejar al toro colocado para la suerte de varas. Como el sexto embestía con algo más de empeño que sus hermanos, Talavante le enjaretó sin orden ni concierto unas cuantas series nada más que compuestitas entre los aplausos del orejero gentío que finalmente vio frustradas sus expectativas cuando al maestro se le encogió el brazo a la hora de matar.      

         Entre ambas juampedradas salió el toro de la feria, un Ibán encastadísimo que atendía por Tomillero, de cinco años y medio y 507 kilos en la tablilla, homenaje a Bastonito veinte años después, de irreprochable trapío y emocionante comportamiento, lidiado asimismo por un colombiano, aquél que hace tiempo quiso tomar el testigo de Rincón y fracasó en su quimérico empeño. También naufragó esta tarde, como quizá lo hubiera hecho el escalafón en pleno ante tal vendaval de casta. No era fácil aguantar en el sitio la bravura desatada que Bolívar sólo acertó a remansar en su muleta en algún que otro pase mandón en el que el toro respondió obediente hasta el final. Los cronistas oficiales dirían luego que el toro soltaba mucho la cara o que reponía una barbaridad con el fin de seguir ensalzando al otro toro sin casta que es la base de su negocio. La verdad fue que Bolívar no se atrevió a tirar la moneda por si salía cruz, no quiso traspasar la línea que sí cruzó su compatriota hace veinte años, y eso que aquel inolvidable maestro ya estaba rico para entonces y llevaba ya cuatro puertas grandes a sus espaldas.

         El encierro de Baltasar Ibán trajo a Madrid otros dos toros estimables, sobre todo el primero, con el que Robleño no terminó de acoplarse. Rubén Pinar volvió a plantear su enésima propuesta de emulación juliana, tanto en la figura forzada como en el manejo de los trastos. Tan sólo le falta aprender mejor la técnica del julipié para alcanzar la categoría de clon perfecto del catedrático de Velilla, y estar preparado para hacerle alguna suplencia en la universidad.

         La semana se había iniciado con la última de las novilladas programadas por la empresa que acertó acartelando a los novilleros punteros del momento sin que se hayan apreciado en ellos grandes esperanzas de regeneración del estado de cosas propuesto por sus mayores. Garrido, Diéguez, Posada y Lama parecen ser más de lo mismo y sólo Gonzalo Caballero aparentó ser un chaval con un concepto cuya evolución apetece seguir. Tocaron pelo Román, por un toreo poco más que bullicioso  y Francisco Espada, algo más estilista con un novillo de dulce embestida que hubiera merecido formas más comprometidas.

1 comentario:

  1. !Qué añoranzas nos trae el artículo del Cesar del toreo!!Cómo necesita la fiesta un torero de ese calibre que ponga las cosas en su sitio!

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