La tercera semana de San Isidro comienza
con resaca electoral. Los ecos de la pasada campaña resuenan aún en los oídos
de la afición atribulada sobre el porvenir de los toros en la Comunidad de
Madrid. Oye que si ganan éstos, los de la tauromaquia sin sangre, nos quedan
cuatro días, no exageres, no van a ganar, ya pero si pactan con el que gane, el
año que viene no hay feria, no ves que ha dicho el empresario que la plaza no
cumple con la normativa de seguridad, ya tienen la excusa para cerrarla hasta
que se terminen las obras, es decir, “sine die”, acuérdate de lo que te digo,
la obra de El Escorial una broma al lado de ésta, y después la Comunidad se
buscará cualquier pretexto animalista para no dar más toros en Madrid, claro
que si ganan los otros seguirá habiendo festejos, pero harán las obras
igualmente, modificarán el aforo, nos echarán del abono, reducirán el ruedo y pondrán
la cubierta para ganar más dinero convirtiendo la plaza en un centro comercial,
votes a quien votes, te dará por saco igual.
En estas disquisiciones se hallaba la
afición conspicua, que diría Joaquín Vidal, cuando el poder de la casta se hizo
presente en el ruedo de la mano de la ganadería de Don José Escolar y la
añoranza del gran maestro de la crítica se hizo más intensa cuando tuvimos que
leer en el principal portal taurino de internet que la corrida estaba baja de
raza. Es lo que tiene preferir el toro de granja, el animal domesticado ya de
salida, el que deja estar a gusto al torero y le permite disfrutar con la faena
en serie que trae preparada de casa. Y es muy lógico que el hombre que está
allí abajo no quiera pasar un mal trago y se apunte a las corridas que no
molestan. Si al menos de vez en cuando, de esa imposible pelea con el toro
dócil, brotara el toreo puro, eso que saldríamos ganando. A falta de esas
alegrías, nosotros, los de la osamenta quebrantada en la piedra, los de las
treinta y cuatro tardes seguidas esperando el advenimiento de ese maná,
preferimos que el toro se haga presente en la plaza con pujanza, que remate en
los tableros y se coma los capotes, que ponga en aprietos a los montados y persiga
a los banderilleros, que venda cara su vida exigiendo a su oponente que lo
domine en veinte pases y lo mate por derecho.
Toro de José Escolar |
En esa línea del toro que nos gusta, el
tríptico de homenaje al encaste Albaserrada ofrece sus colores más vívidos en
la primera de las tardes, en la que todo lo que se hace a los toros de la
corrida de José Escolar, tiene el
mérito del reto de ponerse delante de un vendaval de fiereza en medio del
vendaval de aire que recorre todos los rincones de la plaza. La mayoría de los
toros se emplea en el caballo, y el nivel de los piqueros sorprende por su
inusitada corrección, destacando Luis Miguel Leiro, Juan Manuel Sangüesa y el
Legionario. Mención especial merece la cuadrilla de Ángel Sánchez, que
acredita a Iván García como el
subalterno más completo del momento, por su eficacia en la brega y su
brillantez con los palos, labor en la que Fernando
Sánchez vuelve por sus fueros de majeza y exposición y Raúl Ruiz se asoma con verdad al balcón del tercero, dejando hasta
el día de hoy, el par de la feria. La tarde transcurre con todos los
intervinientes en estado de máxima concentración, sabedores de que los errores
de otras corridas no van a ser perdonados en ésta.
Los toreros acartelados para despachar
tantas dificultades salvan con nota el desafío. Fernando Robleño recibe al cuarto con un manojo de verónicas de
sabor añejo al abrigo del seis. Pocapena es un tacazo de toro que a pesar de los
augurios fúnebres de su nombre, es el que más se deja y admite una faena aseada
de mejor compostura que colocación, en la que el torero se relaja por momentos
si es que esa confianza es posible en un encaste que no admite más de dos
muletazos seguidos porque al tercero ya se ha dado cuenta del engaño y busca al
hombre si éste no allega la técnica necesaria para que la tela domine sobre el
instinto del animal.
Gómez
del Pilar
ofrece la mejor versión de su tauromaquia en ambos toros a los que recibe de
rodillas en toriles, bregando a continuación con eficacia para conducir el toro
a los medios. Ejecuta una faena muy animosa al segundo, al que saca partido por
el método de la ligazón basada en la rectificación mínima del terreno para
ganarle la acción al toro y plantearle inmediatamente un nuevo envite sin que
le dé tiempo a desarrollar sentido. Bastante tuvo con estar enfrente del
quinto, Sevillano, un cinqueño muy serio por delante, con el que derrochó
disposición y valor sin cuento.
Ángel
Sánchez
demuestra su clase con el tercero, un gran toro que le desborda totalmente de
salida hasta que Iván García se hace con los mandos y va haciendo al toro. Le
pega muy duro Leiro en el caballo y aún así llega con mucho motor a la muleta,
donde Sánchez no vuelve la cara. El toro es de los que aprenden pase a pase, se
traga los dos primeros muletazos y se cuela en el tercero, y aún así el chaval,
cuatro festejos el año pasado, se planta con la mano izquierda en los medios y
le saca naturales de mucho mérito y exposición, intentando dominar a un tiempo
la embestida y la ventolera.
Emilio de Justo al natural |
La tabla central del tríptico estaba
reservada para los Victorinos, en honor a la historia del hierro de la A
coronada marcada en esta plaza con honores de leyenda y con cal en el centro
del platillo, para quien tuviera los redaños de pisar esos terrenos con un toro
de Don Victorino Martín. Cuando
salta al ruedo el primero es como si la corrida del día anterior aún no hubiera
terminado, tal es el peligro que trasciende en cada lance interpretado por Octavio
Chacón con gran dignidad, a pesar de que el animal simplemente pedía toreo a la
antigua sobre las piernas. Naufraga sin embargo con el cuarto al que aplica un
toreo vulgar, sin mando alguno, a merced de la evolución natural de su
embestida, sin poder con ella cuando el toro hace hilo tras el remate del pase
y centrándose algo más en una serie postrera de naturales con el toro más
parado. Una nueva oportunidad perdida de mejorar su estatus en el escalafón.
Daniel
Luque
sortea el lote más manejable, y ofrece una imagen mejorada de sí mismo en el
segundo, toreando con más verdad de la acostumbrada, con empaque y en el sitio.
Por lo visto se trataba de un espejismo porque en el quinto vuelve a las
andadas del toreo moderno echándose afuera el toro en cada pase y encarándose
con el público cuando se lo censura. Sus toros pertenecen a esa otra versión de
victorinos de serie B, a un paso de caer por el precipicio del descastamiento,
en el que desde luego ya se halla el tercero de la tarde, cuya justísima
presentación convierte la de la corrida en una escalera sin sentido.
El sexto, Director, número 66, cárdeno
bragao meano, redime con su clase y bravura, la mediocridad del resto de sus
hermanos. Emilio de Justo se da
cuenta de su suerte desde las muy mecidas verónicas de recibo, rematadas con
tres medias de cartel, en las que el toro canta sus virtudes siguiendo los
vuelos del capote con un son especial. Como lleva haciendo toda la feria, Morenito de Arlés demuestra su poderío
con los palos y Ángel Gómez lo lidia
a la perfección excepto cuando va a cerrar al toro en el burladero de la
segunda suerte y tropieza en la cara del animal que hace por él librándose
milagrosamente de la cornada. Torerísima su forma de encorajinarse y coger de
nuevo el capote para completar su labor. Emilio de Justo lo ve muy claro desde
el principio y sin probaturas lo pasa en el tercio por el pitón izquierdo en dos series de naturales muy templados y
aguantando los parones del toro, con el remate del pase de pecho monumental
marcado al hombro contrario. La faena se hace grande por el pitón derecho, en
donde la verticalidad se acompasa con una muleta templadísima en la que se
duerme la humillada embestida del buen Victorino. A la hora de matar, estocada
muy bien ejecutada marca de la casa, cuya colocación deja el premio en una
oreja.
Román |
La corrida de Adolfo Martín remata el tríptico en tono más desvaído, en cada
tabla se ha ido bajando un peldaño en la fiereza para subirlo en la
toreabilidad. El lote de Manuel Escribano
ha sido bonancible, pero el sevillano sólo se confía con el cuarto, Español,
veleto hasta decir basta, cuya distancia descubre en banderillas y así lo
entiende en una faena vistosa por el cite largo pero demasiado vulgar en su
desarrollo. Su tendencia al encimismo le hace amontonarse con el toro, parte de la
afición se lo hace notar con acritud y en medio de esa discrepancia cobra una
cornada fuerte de la que sólo tiene la culpa el que está en la arena jugándose
las femorales a cambio de la gloria del triunfo, nunca el público que tiene
derecho a expresarse en el marco de una fiesta viva. Lo de las protestas al
final, para el teatro.
Román no es un
estilista pero pone verdad en todo lo que hace. Entra a quites y es todo voluntad
con el complicado segundo y se destapa con el quinto, al que somete en
muletazos poderosos por ambas manos, cargando la suerte y descarrilando al
toro, aguantando parones con valor y una sonrisa en los labios. Se entrega
tanto en la estocada que cae contraria. Merecidísima oreja. Como ésta no es una
corrida de tantas y aunque los de Adolfo no se comen a nadie, siempre está
presente la imprevisibilidad de su embestida, Roca Rey no ensaya el toreo “back” en toda la tarde. Muy técnico
con el capote, se lo saca con limpieza a los medios sin entrar a quites.
Precavido con el tercero que no es el toro obediente al que está acostumbrado.
El sexto se deja más y admite el toreo moderno con el que Roca da una lección
consumada, toreando al hilo, despidiendo al toro hacia Manuel Becerra,
perdiendo pasos para ligar sin exponer. El temple es innegable y por momentos
torea con despaciosidad, pero no pisa el sitio que pisó Román ni una sola vez, marcándose
así la diferencia entre dominar a un toro o simplemente acompañar su embestida.
La gente había venido a sacarlo a hombros y se va desencantada tras el pinchazo
y la estocada caída que Gonzalo de Villa, acaso intimidado por las pancartas
que le recuerdan al principio de cada tarde la necesidad de su dimisión, está
correcto al no atender una petición de oreja que no es mayoritaria.
La trincherilla de Ureña |
Y finalmente, lo de
Ferrera. Un servidor juró que no volvería a una corrida de Zalduendo desde que asistió en San Sebastián hace dos años a un
espectáculo impresentable después del cual Morante anunció su retirada. Error.
La imprevisibilidad de esta fiesta es una de las bases de su grandeza y siempre
que uno hace otros planes para descansar de las pasiones de la plaza, anda todo el
tiempo desnortado, con la mosca detrás de la oreja, consultando las redes cada
veinte minutos, deseando que la tarde haya discurrido plúmbea y sin sobresaltos, comprobando después en el vídeo la torpeza de su decisión.
Afortunadamente a la mañana siguiente, la crónica de José Ramón Márquez te
cuenta la corrida como si hubieras permanecido en la piedra, deslinda el grano
de la paja para que uno pueda acercarse a detectar en las imágenes, retazos mínimos
de la conmoción que hubiera sentido de haberse acercado a la andanada en lugar de perderse el acontecimiento, el estado de gracia de Antonio Ferrera, la inspiración que por fin convirtió la afectación en naturalidad, tan lejos de esa faceta estrafalaria de
su toreo que no permitía a lo cursi traspasar la delgada línea que lo separaba
de lo sublime, la impostura por fin relegada en favor de la verdad.
Antonio Ferrera |
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