lunes, 30 de julio de 2018

LA HERIDA DEL CINE



La primera imagen que guarda mi memoria cinéfila es la del hoyuelo de Kirk Douglas agonizando en una cruz situada en un paisaje nevado donde a la vez se proyecta la sobrecogedora escena de la muerte de la madre de Bambi. En este tipo de sesiones de terapia que era el cine con el que crecimos nos aparcaban nuestros padres para que nos fuéramos acostumbrando a las asperezas de la vida. Me consta que alguno de mis contemporáneos aún no se ha recuperado de estos golpes de efecto que solía prodigar Disney entre las dosis de almíbar con que componía sus películas y desde entonces vive confundido en su particular libro de la selva desde el que le habla a su perro esperando contestación.

BAMBI

Los efectos secundarios de nuestra cinefilia tienen su origen en las sesiones de tarde de los sábados ante el televisor, cuando todavía no existían videojuegos suficientemente atractivos para competir contra el Dardo prodigando acrobacias mientras enamoraba a Virginia Mayo, ese tiempo magnífico en el que era imposible hallar mayor diversión a lo largo del día que contemplando a Harpo Marx colgando su pierna en el brazo del interlocutor estupefacto. Si alguna de esas tardes era de verano y nuestros padres nos recluían en el cuarto de la siesta, la estancia en la celda no era tan tediosa si podíamos imitar a Steve MacQueen haciendo rebotar su pelota de béisbol contra la pared.

EL HALCÓN Y LA FLECHA

Tampoco es que uno fuera el niño de “Cinema Paradiso” pero no había mejor manera para mitigar la melancolía de una tarde de domingo que acudir al Cine Alegría, donde se ensanchaba el espíritu con sólo pronunciar su nombre, o aferrarse a la dura butaca del Cine Avenida para meterse entre pecho y espalda “Orca, la ballena asesina” y “Pánico en el Transiberiano”, provisto de un arsenal de regalices y gaseosas para poder aguantar semejante programa doble. Aún recuerdo salir del Cine Xúcar en una nube tras el impacto provocado por la contemplación de Olivia Newton-John desde la penumbra de la fila dos, y si entorno los ojos todavía puedo recordarme junto a mis amigos remedando la forma de andar de John Travolta después de ver “Grease” por tercera vez. En el trayecto hacia nuestras casas, íbamos cantando en nuestro absurdo inglés inventado las canciones del musical por Carretería con el cine España de testigo, sin sospechar que su sala nos acogería poco después en veladas menos inocentes no toleradas para menores.  


     
No faltaría mucho desde aquel momento para que las historias de amor dejaran de ser imaginarias y sin embargo algo fallaba en la prosaica realidad porque los besos no venían acompañados de banda sonora e inevitablemente añorabas el vértigo entre Scottie y Madeleine en el abrazo que dabas a tu chica. La herida del cine provoca fenómenos extraños cuando por fin recorres los escenarios que antes sólo habías visto en la tele del cuarto de estar y eres capaz de divisar con nitidez la imagen de Gene Kelly bailando en la orilla del Sena e incluso puedes sentirte Cary Grant por unos minutos, degustando en vano la secreta esperanza de encontrar a Deborah Kerr cuando el ascensor llega por fin al último piso del Empire State. Si cierta inquietud recorre tu anatomía cuando adviertes a tu alrededor una excesiva concentración de pájaros, o desde que viste Tiburón sientes algo de resquemor al adentrarte en el mar más allá de la boya, estás enfermo de cine, un mal que puede llegar a ser preocupante si el impacto de "La invasión de los ladrones de cuerpos" te ha hecho odiar el repollo para siempre.

VÉRTIGO

A cambio, el cine te regala definiciones perfectas de la hipocresía en “Plácido”, del desamor en “El apartamento”, del desamparo en “Ladrón de bicicletas”, de la ingratitud en “Luces de la ciudad”, obras maestras que te abrigan bastante cuando se trata de entender el mundo y su intemperie. Si la depresión inunda tu vida, no hay mejor tratamiento que abandonarse a la alegría de “Cantando bajo la lluvia”, si tienes dudas sobre qué es la lealtad es preciso pasar la tarde revisitando “El hombre que mató a Liberty Valance”.

LADRÓN DE BICICLETAS

Siempre nos quedará París, y la posibilidad de ver “Casablanca” una vez más, ese clásico inmortal que te lleva a un café de ensueño en donde un perdedor rumia su cinismo entre los actores de la segunda guerra mundial hasta que el pasado le visita en forma de mujer y le recuerda que con ella fue feliz aunque el mundo se desmoronara. Su blanco y negro resplandeciente te coge por las solapas en cada revisión y no te suelta hasta que Bogart descubre sus cartas y pone sus ideales por encima del amor de su vida. Pero lo que hace de esta película una obra casi milagrosa es que aunque la veamos cien veces, siempre guardaremos la íntima esperanza de que poco antes de la última secuencia, Ilsa regrese de entre la bruma y se acabe quedando con Rick.     

CASABLANCA
ESPARTACO

UNA NOCHE EN LA ÓPERA

LA GRAN EVASIÓN

GREASE

UN AMERICANO EN PARÍS

TÚ Y YO

LOS PÁJAROS

TIBURÓN

LA INVASIÓN DE LOS LADRONES DE CUERPOS

PLÁCIDO

EL APARTAMENTO

LUCES DE LA CIUDAD

CANTANDO BAJO LA LLUVIA

EL HOMBRE QUE MATÓ A LIBERTY VALANCE

martes, 10 de julio de 2018

VISITE NUESTRO VAR

Mariano saliendo del bar

Mientras en el parlamento se discutían los argumentos de la moción de censura que Pedro Sánchez planteó contra el gobierno de la nación, Mariano pasó la tarde en el bar. En su escaño, el bolso de la vice como símbolo del desprecio a la sede de la soberanía popular. Por la mañana, Rajoy había comparecido en la tribuna con una relajación extraña, como si no se jugara la presidencia, esclareciendo con su particular gracejo galaico las contradicciones de los apoyos del candidato. En el hemiciclo todavía quedaba el eco de las palabras del aspirante ofreciendo la retirada de la moción si el presidente dimitía pero en la sobremesa de la última tarde de Rajoy degustando los estertores del mando, el más futbolero de nuestros dirigentes analizaba la situación con la ayuda inesperada del VAR.

En las pantallas que la nueva tecnología puso a su disposición, se repetían incansablemente las últimas jugadas políticas acaecidas en el campeonato de la incoherencia, y Mariano permanecía absorto ante la imagen en bucle del PNV apoyando sin fisuras la moción, intentando descubrir en la moviola si las cámaras habían conseguido captar la mano en el área del defensa euskaldún en el momento de recibir las treinta monedas de plata grabadas a fuego en los presupuestos de Montoro.

En otra de las televisiones, la realización se obstinaba en trazar la línea del fuera de juego y los contertulios que rodeaban a Mariano vociferaban denunciando la posición antirreglamentaria de aquellos que en sus declaraciones pasadas hicieron protestas solemnes sobre su escaso apego por el poder, al tiempo que desmentían su propósito de contar con apoyos independentistas para acceder al gobierno, anunciando con la boca pequeña un compromiso con la convocatoria inmediata de elecciones que olvidarían a la semana siguiente de instalarse en la poltrona.

En el VAR del PP se había conseguido captar una toma en la que se veía a Pedro y a  Pablo paseando por los pasillos del Congreso en animada conversación sobre los cargos a repartir. A pesar de que ambos se llevaban la mano a la boca para dificultar la labor de los avezados lectores de labios a sueldo del presidente, los expertos certificaron que el terrateniente de Galapagar habría podido decir algo parecido a "por lo menos me darás los telediarios", hipótesis que la realidad se encargó de confirmar semanas después cuando los esbirros peperos en el consejo de la televisión pública fueron sustituidos por lacayos podemitas, perpetuando así la veterana institución del comisariado político en la caja tonta. 


Mientras los asesores se desgañitaban denunciando el juego sucio de la oposición, Mariano se solidarizaba con De Gea y convertía su tradicional tancredismo en el último servicio a su partido. El patriotismo que pedía el momento exigía pactar nuevas elecciones, una altura de miras necesaria para devolverle la voz al pueblo y buscar un gobierno fuerte de cualquier signo con el cual evitar la sempiterna dependencia del nacionalismo. Pero Rajoy prefirió que gobernara su censor antes que arrostrar el riesgo de dejar de ser la fuerza hegemónica de la derecha. La jugada buscaba ganar tiempo para recomponer el gesto de cara a la cita electoral de 2020 y le cambiaba el paso a Ciudadanos, completamente desubicado al ver desvanecida la cercana perspectiva de tocar poder que cantaban las encuestas. Tras la fachada de las críticas de los Hernando de turno a la mayoría Frankenstein que se avecinaba, el PP asumía el mal menor de un reforzamiento de las posiciones socialistas, con el propósito de volver a medio plazo al bipartidismo perpetuo, un sagastacanovismo de nuevo cuño apenas matizado por diferencias cosméticas entre las políticas de uno u otro partido, tremendamente útil para ir colocando a todos los profesionales de la política que esperaban su momento como modernos herederos de los cesantes de la época decimonónica.

Desde su retiro dorado en Santa Pola, al nuevo registrador le llegaban noticias de un gobierno conformado por tecnócratas de confianza para tranquilidad de las exigencias del sistema, a cuyo frente el candidato que le llamó indecente en un debate electoral sonreía complacido con el aura del poder maximizando su habitual fotogenia. Mientras Mariano examinaba la primera escritura de la mañana, su sustituto en la presidencia se disponía a aplicar con una mano los presupuestos de la derecha y a desenterrar con la otra los huesos del dictador. Después de apoyar sin fisuras la aplicación del artículo 155, el presidente florero revisita el diálogo con aquél a quien llamó racista, siguiendo la senda que ya transitaron González cuando torpedeó el asunto Banca Catalana y Aznar cuando firmó con Pujol el pacto del “Majestic”, Zapatero con su promesa de aceptar cualquier estatuto que viniera de Cataluña y Rajoy con la operación de apaciguamiento que Soraya ejecutó con el acierto que la caracteriza. En la fuente de Antonio y Guiomar, dos próceres insospechados posan buscando un nuevo aplazamiento del problema, hasta que los niños adoctrinados en las escuelas catalanas alcancen la edad para votar. Españolito que vienes al mundo te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón.

Próceres en la fuente