El rey del toreo moderno |
Para los que ya llevamos unos cuantos años
calentando la piedra de esta plaza, seguir acudiendo cada tarde al reclamo de
los abonos de la temporada requiere una reflexión previa que no siempre es
fácil. No se trata de que la programación ofrecida por la empresa no sea atractiva. Por las Ventas pasa cada año el planeta de los toros
y al margen de alguna que otra ausencia, lo que vemos es lo que hay. Cada nueva
primavera crujen más las rodillas camino de la andanada y a tu alrededor pocos
entienden la obstinación que te conduce cada tarde a ese lugar extraño
en el que tu anatomía sufre en el asiento, el espectador de la fila de atrás te
clava las rodillas en la espalda y en las tardes de viento, el frío se te cuela
hasta las entrañas aunque lleves encima una manta zamorana. La explicación se halla en que, a pesar de todo, la felicidad sigue habitando en ese universo raro donde la vida real queda suspendida durante las dos horas en las que el campo entra en la ciudad y unos personajes
que parecen de otro tiempo se entretienen en burlar de mejor o peor manera a un
toro, mientras los demás extraemos de ese juego, lecciones para nuestro propio
espíritu.
Si “Monsieur le producteur” nos tiene
anunciado para la semana que viene un homenaje al encaste Albaserrada por el
centenario del debut en Madrid de la ganadería del Marqués, la segunda semana
de San Isidro es un homenaje sin publicidad al encaste Domecq, si no quieres
caldo, toma seis tazas sin protestar. Como toda regla tiene su excepción, la
norma del toro dócil la rompe la corrida de El Pilar, me dicen los que allí estuvieron, que siempre que el
abonado descansa una tarde dando por descontado que toros y toreros serán
fieles a su mediocre trayectoria anterior, salta la liebre, los de Moisés
Fraile pegan bocaos y Gonzalo Caballero
vuelve a ser aquel torero sincero siempre dispuesto a cambiar el hambre de
triunfo por el tabaco fuerte de la cornada.
El Cid |
La primera tarde de Roca Rey en Madrid nos coge enganchados todavía al aroma del toreo
eterno de Pablo Aguado. Como ya pasó en Sevilla, ese recuerdo reproduce sobre
la arena venteña la confrontación entre la pureza del toreo clásico y la
propuesta del toreo moderno que el sistema mediático y empresarial nos quiere
vender como la norma de todas las tardes. Ese recuerdo es el que provoca que el público saque al Cid a saludar en su última comparecencia isidril en memoria de su
grandeza en esta plaza y se olvide de López
Simón que el año pasado firmó su quinta puerta grande en las Ventas.
Tampoco nadie recordará mañana la orejilla que corta el de Barajas al segundo
por una de sus faenas insustanciales de toreo mecánico y sin mando que gracias
al truco de las bernardas y a una estocada hábil de rápido efecto le permite
eso que ahora llaman los cronistas, puntuar.
En la cosa del neotoreo, Roca es el rey. Andresito
viene con la escoba para barrer a los julianes, pereras y castellas que hasta
ahora eran los que mandaban en el circo del toreo espurio practicado al toro
bobo, la categoría de animal obediente que se deja dar pases de acompañamiento
para que el torero disfrute, y sin exponer un alamar, pueda facturar sin pausa
en una larga temporada sin percances. Los Parladés
de este año cumplen con creces esa expectativa pero es un sobrero del Conde de
Mayalde el que trastoca el plan previsto y se lleva por delante al peruano por
dimitir de la verónica en los lances de recibo e intercalar capotazos de adorno
por la espalda que no vienen a cuento. La tremenda paliza le deja mermado y al
aficionado suspicaz preguntándose por la naturaleza del tejido de la negra
armadura que un vestido hecho trizas deja al descubierto por debajo de la
taleguilla. El parte de Padrós nos dirá después que tras degollar al tercero
con un feo bajonazo, Roca fue operado de una cornada de seis centímetros en el
muslo que no le impidió continuar la lidia para firmar en el sexto su mejor
faena en Madrid. Comienza con los recurrentes pases cambiados por la espalda en
los que el toro sale abanto. Se da cuenta y en seguida lo fija con una técnica prodigiosa
que sin terminar de ganarle terreno al toro, tampoco lo pierde, y utiliza una
muñeca privilegiada para despedirlo en la distancia y volverlo a recoger en la
adecuada ligazón que sin perder ceñimiento, levanta clamores. Faena rotunda
sobre ambas manos y las inevitables bernadinas para cambiar el olé por el uy, y
firmar un final que sube enteros en una trinchera y en un pase del desprecio
tras el cual coge al toro muy en corto y consigue una gran estocada al encuentro.
Un triunfo incuestionable que a un servidor le deja frío, lejos de la conmoción
que provoca el toreo de siempre, el que brota de la exacta colocación en el
sitio, del dominio que surge al cargar la suerte para llevar toreada la
encastada embestida, parar, templar y mandar poniendo el alma en el empeño. La partida
continúa entre las dos propuestas, se viene librando desde que mi memoria de
aficionado alcanza, Espartaco o Chenel, Ponce o Rincón, El Juli o José Tomás, ¿Roca
Rey o Aguado? Seguiremos informando.
Roca Rey |
Los Jandillas
sacan algo más de picante de lo esperado, sin tampoco ser la cosa como para
tirar cohetes pues la corrida se convierte en un tostón que el abonado en el
fondo agradece para relajarse un poco, después de tanta intensidad, y aprovecha
para echar la tarde conversando con sus vecinos de localidad sobre las
elecciones del domingo o la vergüenza de temporada que ha hecho el Madrid. A Castella se le nota apagado. No se sabe
si es porque no quería esta corrida y la torea obligado por el bombo, o porque
el día anterior un tal Roca Rey le quitó el discurso y su habitual faena
ligerita de pedresinas en los medios, toreo fueracacho y arrimón final no
convence igual a las masas.
Emilio
de Justo
ha sido premiado por la empresa con esta corrida después de su triunfo en Otoño
pero en el territorio de las figuras parece sentirse como un torero al otro
lado del telón de acero, que diría Sabina, y no se acopla a las embestidas de
sus toros, demasiado acelerado y destemplado, y sólo se encuentra a sí mismo en
la estocada con la que cierra su actuación, como si presintiera que después de
esta tarde a contraestilo, su versión más poderosa está pidiendo que lleguen
las ganaderías de Victorino e Ibán, las que le quedan en el ciclo. También anda
por el ruedo Ángel Téllez que venía
a confirmar su reciente alternativa y cumple con el papel de comparsa que pasa
inédito por la tarde. Cómo sería la cosa que recibe su mayor ovación por
quedare quieto en el tercio de varas del quinto toro cuando el animal pasa por
su lado al salir suelto del puyazo.
Tertulia campechana |
Al día siguiente, Juampedritis aguda,
capítulo tercero, con el propio Juan
Pedro Domecq en la meseta de toriles explicándole al Rey emérito el secreto
de la bravura, mientras sus pupilos claudican en el ruedo, acuden al caballo
como mero trámite y eso sí, se dejan en la muleta menos el primero y el lote de
el Juli. Ponce también oficia de
anfitrión y consejero áulico y contempla aliviado el sino de su sustituto, que
anda por la plaza como alma en pena, peleado con el viento y las telas. Julián
se muestra incómodo toda la tarde, como el intruso que se cuela en una fiesta a
la que no ha sido invitado. No se da nada de coba con el segundo y tira por la
calle de en medio en cuanto el toro le pone mínimamente en aprietos. El cuarto
se parte una mano en el último tercio, y ante la evidencia de que se le va la
tarde en blanco, el Juli trata de pasarlo de muleta entre las protestas del
público mientras lanza miraditas conminatorias al palco que obedece al amo y
devuelve el toro. El presidente Trinidad López Pastor se cisca en el artículo
84 del Reglamento Taurino y en la prohibición de sustituir un toro que se ha
inutilizado durante la lidia. Con el sobrero de Algarra, lo intenta en un
trasteo sin alma ni enjundia en el que la gente no entra. El efecto Roca Rey
sigue pesando y diluye las versiones más decadentes del toreo moderno. Julián
acaba con el toro en el tercer intento y tras dos julipiés infructuosos, lo
manda al otro barrio matando literalmente a paso de banderillas.
Paco
Ureña
es recibido con enorme cariño por la plaza que le muestra su apoyo tras su
percance en el ojo del año pasado y le saca a saludar. Sortea un lote
bonancible pero no logra compactar faena a ninguno de sus toros, acaso la mejor
sea la del tercero en el que no toca pelo, y en la que comienza con poderosos
muletazos flexionando la pierna contraria, para perderse después en una labor con
demasiados altibajos donde aparecen buenos naturales aislados junto a otros en
los que no acaba de hallar la reunión necesaria con el toro. La oreja del
quinto debe entenderse como el aliento de la afición de Madrid a un torero muy
querido y maltratado por la suerte, pero no se justifica ni por la calidad de
la faena ni por la colocación del espadazo.
David de Miranda |
David
de Miranda
confirma por fin la alternativa que le otorgara José Tomás en las colombinas de
Huelva de 2016, y lo hace dos años después del percance sufrido en la plaza de
Toro que le mandó directamente al hospital de paraplégicos de Toledo con la
única esperanza de volver a caminar. Con su aldabonazo en el sexto desmonta el
tinglado adocenado del padrino, y trae consigo un soplo de aire fresco en una
faena muy reunida, a despecho del viento y del sistema, con los inevitables
pases cambiados para empezar y las bernadinas de marras para culminar, pero en
el medio por fin el toreo en el sitio, la figura erguida y la mano muy baja,
sin perder terreno, sin carreritas, sin esconder la pierna contraria, sin todas
esas mentiras que el "establishment" dice que son imposibles de poner en práctica
para justificar a los que no quieren pisar el lugar en el que los toros cogen.
Puerta grande de ley, en una tarde en la que la ley fue quebrantada por otro
presidente que no debe pasar ni un minuto más en el palco.
La semana Domecq la
cierra el hierro de Pedraza de Yeltes, ganadería siempre esperada con interés por las continuas noticias de su bravura que
vienen del norte y aquel recuerdo de la gran corrida de 2015 que se ganó un
rincón en el corazoncito del aficionado, para no ser confirmado nunca más,
tampoco esta tarde. La decepción es mayor porque en el cartel figuran Octavio Chacón y Javier Cortés, una
pareja de toreros que en la temporada pasada ilusionaron a la afición venteña
con otra forma de concebir el toreo que apuntaba indicios de regeneración del
escalafón que este año parece no tener continuidad. A Chacón es una gloria
verle en los dos primeros tercios, cuando el toro todavía tiene fiereza y su
capote hipnotiza esa pujanza y la domina guapamente. Siempre lidia con
solvencia y está atento a la colocación exacta en la plaza como si de un Luis
Francisco Esplá reaparecido se tratara, pero es tomar la muleta y oscurecerse
el horizonte, su toreo se vuelve mediocre y retorcido, y en lugar de pedir
poetas, echa de menos las tarascadas de la dureza con la que suele salir
airoso. Javier Cortés completa con
esta corrida su paso por Madrid y se va sin decir nada en ninguno de los cuatro
toros que ha sorteado, metido en un bache con capote, muleta y espada del que
esperamos se recupere pronto y mientras tanto recordaremos aquel aserto de los
viejos aficionados que decían que no hay que ir a la plaza siguiendo a ningún
torero sino sentarse a esperar y aplaudir al que lo hace. Juan Leal tampoco hizo el toreo y a pesar de ello se llevó la
orejita de la lástima, la auriculam doloris de todos los años al cobrar una
cornada de 25 centímetros en la región perianal y a pesar de ello mantenerse en
el ruedo para terminar su faena encimista y matarlo con arrojo, eso sí. Hasta
entonces ejecutó con ortodoxia las enseñanzas de la escuela de tauromaquia del Juli
donde se formó y tras un inicio de rodillas en el que levantó a la alicaída
parroquia pasándose el toro por la M-30, continuó de pie con un concierto de tosquedad,
a base de pico y mantazos que no le libró de ser cogido por el antifonario
cuando corría en pos de la posición para el obligado de pecho. Los maestros
antiguos decían que si el toro te tiene que coger, al menos que sea toreando.
Juan Leal |
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