Joaquín Bernadó |
De los productores de la feria del pase
invertido, esta semana ha llegado a nuestras pantallas la feria de la bernarda,
la del triunfalismo desbocado, la de las ovaciones a los desarmes y al toro que
muere en tablas, a la montera que cae boca abajo y al torero que se descalza, a
las estocadas caídas y al arrimón sin final. En las temporadas anteriores, el
entusiasmo orejeril se desataba con el pase invertido, era ver al torero
colocarse de espaldas al toro y presentarle la muleta por uno u otro pitón para
hacerlo girar como triste animal de noria y la gente entraba en éxtasis. El año
pasado, la cotización de esta suerte fue bajando en favor de las múltiples
variantes del toreo “back” y lo que llevaba a las gentes al paroxismo eran los
pases cambiados por la espalda y las suertes capoteras por ese palo que han expulsado
a la verónica del repertorio clásico, pero este curso lo que privan son las
bernadinas como salvoconducto para excitar las pasiones de las masas en los
finales de las faenas vulgares, que si el maestro Bernadó llega a saber que iba
a pasar a la historia por esta deconstrucción de la manoletina y no por la
profundidad de sus trincherazos, hubiera sin duda dejado su creatividad para
mejor ocasión.
La cuarta semana de San Isidro ha sido una
travesía insufrible por el desierto del toro manso y descastado hasta que llegó
el oasis dominical y la ganadería de Baltasar
Ibán expulsó de la plaza toda esa bisutería barata que pasa por metal
precioso el resto de las tardes. Los Ibanes convirtieron la fiesta de correr
animales bravos en un espectáculo distinto al que propicia el toro dócil. La
distancia entre Poeta, el tercero de la corrida de Garcigrande y Santanero I,
el tercero del encierro de Baltasar Ibán, es tan grande que en realidad se
seleccionan para sustentar rituales completamente diferentes. El primero está
concebido para el mantenimiento de una fiesta alegre, casi incruenta, estructurada
con el fin de que el hombre en el ruedo pueda minimizar el riesgo y el hombre
en el tendido pueda merendar sin sobresaltos. El segundo, en cambio, no permite
probar bocado, la tensión del peligro que trae la fiereza se transmite como una
corriente eléctrica a la piedra y el chico de las almendras pasa como una
sombra por la andanada más pendiente de las tarascadas que pega el bicho que de
su cuenta de resultados. La pelea de Román
con Santanero nos devolvió a ese tiempo lejano en el que de vez en cuando un
torero poderoso imponía su ley a un marrajo cuando el público sensible no pedía
más que un macheteo y una estocada en los bajos. El toro entra por primera vez
al caballo y cuando el piquero se descuida lo derriba en una oleada como si tal
cosa. La segunda vara es la única en la que se le castiga de verdad pero el
matador cambia el tercio en una decisión que le pesará finalmente. En banderillas,
el animal espera una barbaridad y los peones pasan un quinario intentando
completar la exigencia de las cuatro banderillas reglamentarias que el
presidente que le regaló la puerta grande a Perera no está dispuesto a relajar.
Esa rigidez que se olvida con el poderoso está a punto de costarle al Sirio un percance serio cuando pierde
pie en la cara del toro y los impresionantes pitones del morlaco pasan a
centímetros de su rostro. Román brinda el toro en el micrófono televisivo a
Emilio de Justo, al que sustituye en esta corrida, cogiendo al vuelo el gesto
en lugar de buscar destinos más cómodos y rentabilizar con prudencia su último
triunfo con los Adolfos. Román no ha venido a Madrid para arredrarse ante la
empresa que tiene por delante, un cinqueño pasado que espera en cada muletazo,
lo toma con renuencia y echa la cara arriba en el remate. La condición del toro
aconseja el unipase pero el valenciano acepta la ligazón quedándose en el
sitio, jugándose las femorales en cada envite, la muleta firme y por abajo,
unas veces domeñando la implacable embestida, otras aguantando derrotes y
parones, hasta que el toro se raja, vencido en la pelea. Pero aún queda un
encuentro entre el hombre y la fiera en el que dada la trayectoria precedente
del trasteo, todos sabemos que Román no va a aliviarse a despecho del
tornillazo final que el toro se reserva. La cogida llega tan segura como que es
imposible entrar con rectitud en la jurisdicción del toro y dejar la espada
arriba sin perder en esa apuesta. Perder para ganar la gloria de la oreja,
exigua recompensa frente al charco de sangre y la femoral partida, la sensación
de tragedia es grande mientras el toro muere con una estocada en lo alto y el
cuerno homicida ensangrentado hasta la cepa, mientras a lo lejos el héroe
desaparece camino del respeto eterno de la afición.
La cogida |
La conmoción reina en la plaza y parece
imposible olvidarse del drama que en estos momentos se vive en el quirófano,
pero la magia de Curro Díaz
convierte la tragedia en arte con la gracia toredora de su capote alegre que se
duerme en la media y nos da la vida en una larga de fantasía. El torerísimo
gesto de irse a la puerta de la enfermería y dejar la montera clavada en la
barrera en homenaje al compañero caído, derrama la emoción por la plaza
entregada a la faena de Curro, la pinturería de su propuesta al servicio del
corazón. En los medios traza el derechazo templado de su inconfundible marca,
sabor y compostura y la pierna retrasada que resta verdad al trance, hasta que
el toreo nuevamente se eleva en el cante grande de los remates, como ese pase
de las flores improvisado del que sale andando con una torería que ya no se ve,
pura inspiración. La estocada arriba llega a pesar de la ejecución defectuosa y
la oreja se pide por la mayoría que así se sacude la preocupación por la suerte
del torero herido. El sexto es otro toro bronco que hubiera justificado a Curro
a tirar por la calle de enmedio en cualquier otra circunstancia, pero esta
tarde el de Linares se viene arriba con responsabilidad y lo pasa de muleta en
el sitio sin rehuir la pelea. Pepe Moral
es la cara opuesta de la moneda, y desaprovecha las veinte buenas embestidas
del segundo, al que aplica un toreo vacío y de acompañamiento, y no se confía
con el complicado quinto acaso vencido por la suerte del compañero al que ha
tenido que llevar unos minutos antes, envuelto en sangre, para que Padrós y su
hijo le salvaran la vida.
La elefantiásica corrida de Las Ramblas repite un año más en la
isidrada y su presencia reiterada sólo se explica por la necesidad de abaratar
los costes de un ciclo sobredimensionado con demasiadas tardes de entradas
pobres. Morenito no se confía con un
mal lote. Sin embargo, el de Aranda es uno de esos toreros modernos que han
descartado la opción del dominio en los trasteos, nunca se doblan por bajo, ni
enseñan los caminos para conducir la
embestida, en lugar de darle al toro de comer, adelantando la muleta para traerse
toreado al animal y vaciarlo detrás de la cadera, prefieren el medio pase con
la pañosa retrasada y el atragantón del arrimón de cercanías. Juan del Álamo sortea al único con
opciones, el segundo se mueve en la distancia larga y el planteamiento es en
los medios pero cuando llega el encuentro, no hay reunión, ni temple, sino
trapazos sin enjundia que despiden el toro hacia un lugar indeterminado entre el
busto del Doctor Fleming y la estatua de Dominguín. En cambio, Tomás Campos tiene cosas. Una buena
mano izquierda, una compostura especial que añade empaque a su propuesta, pero escaso oficio para lidiar con dos toros
con muchas teclas que tocar, el tercero que nunca humilla y desparrama
constantemente su tremenda arboladura hasta enhebrar en dos ocasiones el
vestido del torero, y especialmente el armario castaño salpicado de 610 kilos
que hace sexto, al que pegan sin pausa en el caballo, pese a lo cual llega con
fuerza a una muleta que no logra dominarlo en momento alguno del trasteo.
Ginés y Poeta |
El baile de corrales vuelve a las Ventas
la tarde de los Garcigrande, que con
800 vacas en el campo, no es capaz de completar una corrida para Madrid, con
varios ejemplares anovillados y flojos, a los que se ha estado simulando toda la
tarde la suerte de varas. Castella
parece no encontrarse cómodo con la intrahistoria de los reconocimientos, pasa
inédito ante el inválido de Buenavista que ha caído en su lote y tira por la
calle de en medio a la primera dificultad que le ofrece el cuarto al que
despena de un infame sartenazo. Álvaro Lorenzo
se deja ir al buen segundo al que aplica una faena sin alma, mecánica y mentirosa, un concierto despegado
de muletazos sin fuste que no logra calentar la plaza a pesar de la buena
disposición del público que le aplaude hasta los desarmes. Se va de la feria
sin un solo detalle para el recuerdo después de haber lidiado seis toros, se
dice pronto.
Ginés
Marín
está a punto de abrir la puerta grande por la consabida táctica de sumar una
orejita barata en cada toro, aunque su estrategia se acaba frustrando porque el
presidente José Magán no colabora. El tercero es un bombón muy justo de
presencia de embestida dulcísima que es para llevárselo a casa y seguir
toreando en el salón. No podía ser de otra manera porque se llama Poeta, pero
Ginés sólo se acerca al lirismo en las verónicas de recibo que compone con
ritmo y remata de manera muy vistosa con el envés del capote. Con la muleta, la
rima aún se sostiene por la mano derecha mientras el toro da vueltas pero la
faena no está a la altura de una boyantía extrema que pedía más encaje en los
muletazos y no toreo superficial. La rima se vuelve ripio con la izquierda,
aunque de ese socavón Ginés logra salir y recuperar las ovaciones del principio
de la mano de adornos efectistas. Una buena estocada conduce a la oreja pedida
por la mayoría. La faena del sexto se estructura de forma similar, la estética
prevalece sobre la ética, la propaganda sobre la verdad, el torero vende bien
el producto haciendo como que se cruza sin llegar a dar ni un pase en el sitio,
sin la colocación sincera que conduce a la hondura. Cuando el toro se va
parando, la faena se viene abajo y las bernardinas de marras son el artilugio
perfecto para olvidar que todo ha ido de más a menos. Un pinchazo previo parece
que hará imposible el Dorado de la puerta grande, pero una estocada final de
rápido efecto enardece de nuevo a una parte del público que no son la mayoría
de la plaza salvo que se abandone a partir de ahora el método de contar
pañuelos y se haga caso al que vocea más fuerte. Lo de la extorsión infructuosa
de los mulilleros para que el presidente Magán conceda el trofeo, fallando
hasta dos veces a la hora de llevarse al toro nos deja pensando si lo próximo
será que el buen usía se encuentre una mañana al despertar la cabeza de una de
las mulas bajo el edredón.
La garrocha |
El Puerto
de San Lorenzo vuelve a las andadas con una mansada infumable. La ganadería
charra consigue un pleno de toros abantos y rajados excepto el tercero que
naturalmente enlotó López Simón. El
torero de las cuatro puertas grandes de las que nadie recuerda gran cosa, es un
consumado especialista en sortear a los mejores toros de cada tarde pese a lo
cual construye sus actuaciones sobre las premisas del toreo moderno,
incompetencia lidiadora con el capote, faenas pegapasistas sin estructura ni
mando y una espada efectiva que cobra estocadas de cualquier manera, todo ello
adobado con un tremendismo de atragantón y voltereta que suele conducir al trofeo
seguro. Su labor en el tercero fue por ese camino con el único toro que se
sujetó en la muleta. El toreo frío y mecánico que acostumbra necesitó un final
por bernadinas para terminar de calentar al público y en él encuentra una
feísima cogida de la que se levanta desmadejado para seguir intentándolo por el
mismo palo con un estrambote final en el que se tira a matar sin vaciar la
embestida con la muleta, dejándola caer y afrontando el topetazo del toro a
cambio de una estocada que no aparece. Así por dos veces hasta que se diluye la
posibilidad de oreja y todo queda en el patético invento de una nueva suerte
que podría denominarse el volapié a la garrocha.
Antonio
Ferrera
volvía después del acontecimiento de su triunfo grande con la zalduendada pero
los del Puerto no propiciaron la puesta en marcha de su particular espectáculo.
Hoy no hubo muletazos sin ayuda, ni quites de fantasía o estocadas a larga
distancia, porque no podía haberlos. Ferrera se pasó toda la tarde persiguiendo
a sus toros, lidiándolos con facilidad, intentando enseñarlos a embestir y sólo
lo consiguió al final de la faena al cuarto en una serie postrera de naturales
muy reunida al abrigo de chiqueros. Dejó además detalles muy originales con el
capote, como los dos lances que dio en el recibo al cuarto recordando al Pana y
la torerísima forma que tuvo de sacar al toro del caballo por caleserinas en un
palmo de terreno. Por su parte, Perera
no se encontró en toda la tarde, en realidad lleva sin encontrarse desde que
cortó las dos orejas más baratas de la historia reciente de la plaza. Toreó tan
despegado que vino vestido de primera comunión y su traje impoluto blanco y
plata, se fue inmaculado camino del hotel.
Antonio Ferrera |
Para rematar la semana laborable, Alcurrucén mandó otra mansada justa de
trapío. Ferrera sortea el único que
embiste y lo hace con fuerza en chiqueros donde lo pasa de muleta acelerado y
por fuera. Cuando el toro atempera el viaje, logra algo más de lucimiento pero
el numerito de tirar la ayuda no es suficiente para hacer surgir una petición mayoritaria
después de una efectiva estocada recibiendo. Al cuarto intenta hacerlo con paciencia, pero su embestida descoordinada impide cualquier proyecto de faena. Urdiales no se entiende con el zambombo
segundo. El quinto tampoco es un carretón y el arnedano se va poco a poco
confiando en una faena que luce más en el planteamiento que en los resultados.
Labor aseada de pases aislados de impagable sabor clásico, tan alejada de los
modos actuales que transcurre en clave secreta para la gente, desentendida de
la pretensión de pureza del torero que culmina con una estocada arriba haciendo
la suerte con rectitud. Ginés Marín completa
su feria, hoy sin lucimiento ante un lote imposible. Al consentido de las
figuras, le espera una larga temporada por delante sin Ibanes en el horizonte,
mientras Román se recupera en el dique seco del hule ineluctable desde el cual sale
un tuit en el que se lamenta de no poder cumplir con su siguiente compromiso en
Vic-Fezensac. La vida.
El hule |
Magnífico artículo. Este blog se está convirtiendo en referencia del planeta de los toros
ResponderEliminar"mientras a lo lejos el héroe desaparece camino del respeto eterno de la afición." ¡Que maravilla!
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