martes, 11 de junio de 2019

SAN ISIDRO IV: LA FERIA DE LA BERNARDA.

Joaquín Bernadó


De los productores de la feria del pase invertido, esta semana ha llegado a nuestras pantallas la feria de la bernarda, la del triunfalismo desbocado, la de las ovaciones a los desarmes y al toro que muere en tablas, a la montera que cae boca abajo y al torero que se descalza, a las estocadas caídas y al arrimón sin final. En las temporadas anteriores, el entusiasmo orejeril se desataba con el pase invertido, era ver al torero colocarse de espaldas al toro y presentarle la muleta por uno u otro pitón para hacerlo girar como triste animal de noria y la gente entraba en éxtasis. El año pasado, la cotización de esta suerte fue bajando en favor de las múltiples variantes del toreo “back” y lo que llevaba a las gentes al paroxismo eran los pases cambiados por la espalda y las suertes capoteras por ese palo que han expulsado a la verónica del repertorio clásico, pero este curso lo que privan son las bernadinas como salvoconducto para excitar las pasiones de las masas en los finales de las faenas vulgares, que si el maestro Bernadó llega a saber que iba a pasar a la historia por esta deconstrucción de la manoletina y no por la profundidad de sus trincherazos, hubiera sin duda dejado su creatividad para mejor ocasión.

La cuarta semana de San Isidro ha sido una travesía insufrible por el desierto del toro manso y descastado hasta que llegó el oasis dominical y la ganadería de Baltasar Ibán expulsó de la plaza toda esa bisutería barata que pasa por metal precioso el resto de las tardes. Los Ibanes convirtieron la fiesta de correr animales bravos en un espectáculo distinto al que propicia el toro dócil. La distancia entre Poeta, el tercero de la corrida de Garcigrande y Santanero I, el tercero del encierro de Baltasar Ibán, es tan grande que en realidad se seleccionan para sustentar rituales completamente diferentes. El primero está concebido para el mantenimiento de una fiesta alegre, casi incruenta, estructurada con el fin de que el hombre en el ruedo pueda minimizar el riesgo y el hombre en el tendido pueda merendar sin sobresaltos. El segundo, en cambio, no permite probar bocado, la tensión del peligro que trae la fiereza se transmite como una corriente eléctrica a la piedra y el chico de las almendras pasa como una sombra por la andanada más pendiente de las tarascadas que pega el bicho que de su cuenta de resultados. La pelea de Román con Santanero nos devolvió a ese tiempo lejano en el que de vez en cuando un torero poderoso imponía su ley a un marrajo cuando el público sensible no pedía más que un macheteo y una estocada en los bajos. El toro entra por primera vez al caballo y cuando el piquero se descuida lo derriba en una oleada como si tal cosa. La segunda vara es la única en la que se le castiga de verdad pero el matador cambia el tercio en una decisión que le pesará finalmente. En banderillas, el animal espera una barbaridad y los peones pasan un quinario intentando completar la exigencia de las cuatro banderillas reglamentarias que el presidente que le regaló la puerta grande a Perera no está dispuesto a relajar. Esa rigidez que se olvida con el poderoso está a punto de costarle al Sirio un percance serio cuando pierde pie en la cara del toro y los impresionantes pitones del morlaco pasan a centímetros de su rostro. Román brinda el toro en el micrófono televisivo a Emilio de Justo, al que sustituye en esta corrida, cogiendo al vuelo el gesto en lugar de buscar destinos más cómodos y rentabilizar con prudencia su último triunfo con los Adolfos. Román no ha venido a Madrid para arredrarse ante la empresa que tiene por delante, un cinqueño pasado que espera en cada muletazo, lo toma con renuencia y echa la cara arriba en el remate. La condición del toro aconseja el unipase pero el valenciano acepta la ligazón quedándose en el sitio, jugándose las femorales en cada envite, la muleta firme y por abajo, unas veces domeñando la implacable embestida, otras aguantando derrotes y parones, hasta que el toro se raja, vencido en la pelea. Pero aún queda un encuentro entre el hombre y la fiera en el que dada la trayectoria precedente del trasteo, todos sabemos que Román no va a aliviarse a despecho del tornillazo final que el toro se reserva. La cogida llega tan segura como que es imposible entrar con rectitud en la jurisdicción del toro y dejar la espada arriba sin perder en esa apuesta. Perder para ganar la gloria de la oreja, exigua recompensa frente al charco de sangre y la femoral partida, la sensación de tragedia es grande mientras el toro muere con una estocada en lo alto y el cuerno homicida ensangrentado hasta la cepa, mientras a lo lejos el héroe desaparece camino del respeto eterno de la afición.


La cogida

La conmoción reina en la plaza y parece imposible olvidarse del drama que en estos momentos se vive en el quirófano, pero la magia de Curro Díaz convierte la tragedia en arte con la gracia toredora de su capote alegre que se duerme en la media y nos da la vida en una larga de fantasía. El torerísimo gesto de irse a la puerta de la enfermería y dejar la montera clavada en la barrera en homenaje al compañero caído, derrama la emoción por la plaza entregada a la faena de Curro, la pinturería de su propuesta al servicio del corazón. En los medios traza el derechazo templado de su inconfundible marca, sabor y compostura y la pierna retrasada que resta verdad al trance, hasta que el toreo nuevamente se eleva en el cante grande de los remates, como ese pase de las flores improvisado del que sale andando con una torería que ya no se ve, pura inspiración. La estocada arriba llega a pesar de la ejecución defectuosa y la oreja se pide por la mayoría que así se sacude la preocupación por la suerte del torero herido. El sexto es otro toro bronco que hubiera justificado a Curro a tirar por la calle de enmedio en cualquier otra circunstancia, pero esta tarde el de Linares se viene arriba con responsabilidad y lo pasa de muleta en el sitio sin rehuir la pelea. Pepe Moral es la cara opuesta de la moneda, y desaprovecha las veinte buenas embestidas del segundo, al que aplica un toreo vacío y de acompañamiento, y no se confía con el complicado quinto acaso vencido por la suerte del compañero al que ha tenido que llevar unos minutos antes, envuelto en sangre, para que Padrós y su hijo le salvaran la vida.

La elefantiásica corrida de Las Ramblas repite un año más en la isidrada y su presencia reiterada sólo se explica por la necesidad de abaratar los costes de un ciclo sobredimensionado con demasiadas tardes de entradas pobres. Morenito no se confía con un mal lote. Sin embargo, el de Aranda es uno de esos toreros modernos que han descartado la opción del dominio en los trasteos, nunca se doblan por bajo, ni enseñan los caminos para  conducir la embestida, en lugar de darle al toro de comer, adelantando la muleta para traerse toreado al animal y vaciarlo detrás de la cadera, prefieren el medio pase con la pañosa retrasada y el atragantón del arrimón de cercanías. Juan del Álamo sortea al único con opciones, el segundo se mueve en la distancia larga y el planteamiento es en los medios pero cuando llega el encuentro, no hay reunión, ni temple, sino trapazos sin enjundia que despiden el toro hacia un lugar indeterminado entre el busto del Doctor Fleming y la estatua de Dominguín. En cambio, Tomás Campos tiene cosas. Una buena mano izquierda, una compostura especial que añade empaque a su propuesta,  pero escaso oficio para lidiar con dos toros con muchas teclas que tocar, el tercero que nunca humilla y desparrama constantemente su tremenda arboladura hasta enhebrar en dos ocasiones el vestido del torero, y especialmente el armario castaño salpicado de 610 kilos que hace sexto, al que pegan sin pausa en el caballo, pese a lo cual llega con fuerza a una muleta que no logra dominarlo en momento alguno del trasteo.

Ginés y Poeta

El baile de corrales vuelve a las Ventas la tarde de los Garcigrande, que con 800 vacas en el campo, no es capaz de completar una corrida para Madrid, con varios ejemplares anovillados y flojos, a los que se ha estado simulando toda la tarde la suerte de varas. Castella parece no encontrarse cómodo con la intrahistoria de los reconocimientos, pasa inédito ante el inválido de Buenavista que ha caído en su lote y tira por la calle de en medio a la primera dificultad que le ofrece el cuarto al que despena de un infame sartenazo. Álvaro Lorenzo se deja ir al buen segundo al que aplica una faena sin alma,  mecánica y mentirosa, un concierto despegado de muletazos sin fuste que no logra calentar la plaza a pesar de la buena disposición del público que le aplaude hasta los desarmes. Se va de la feria sin un solo detalle para el recuerdo después de haber lidiado seis toros, se dice pronto.

Ginés Marín está a punto de abrir la puerta grande por la consabida táctica de sumar una orejita barata en cada toro, aunque su estrategia se acaba frustrando porque el presidente José Magán no colabora. El tercero es un bombón muy justo de presencia de embestida dulcísima que es para llevárselo a casa y seguir toreando en el salón. No podía ser de otra manera porque se llama Poeta, pero Ginés sólo se acerca al lirismo en las verónicas de recibo que compone con ritmo y remata de manera muy vistosa con el envés del capote. Con la muleta, la rima aún se sostiene por la mano derecha mientras el toro da vueltas pero la faena no está a la altura de una boyantía extrema que pedía más encaje en los muletazos y no toreo superficial. La rima se vuelve ripio con la izquierda, aunque de ese socavón Ginés logra salir y recuperar las ovaciones del principio de la mano de adornos efectistas. Una buena estocada conduce a la oreja pedida por la mayoría. La faena del sexto se estructura de forma similar, la estética prevalece sobre la ética, la propaganda sobre la verdad, el torero vende bien el producto haciendo como que se cruza sin llegar a dar ni un pase en el sitio, sin la colocación sincera que conduce a la hondura. Cuando el toro se va parando, la faena se viene abajo y las bernardinas de marras son el artilugio perfecto para olvidar que todo ha ido de más a menos. Un pinchazo previo parece que hará imposible el Dorado de la puerta grande, pero una estocada final de rápido efecto enardece de nuevo a una parte del público que no son la mayoría de la plaza salvo que se abandone a partir de ahora el método de contar pañuelos y se haga caso al que vocea más fuerte. Lo de la extorsión infructuosa de los mulilleros para que el presidente Magán conceda el trofeo, fallando hasta dos veces a la hora de llevarse al toro nos deja pensando si lo próximo será que el buen usía se encuentre una mañana al despertar la cabeza de una de las mulas bajo el edredón.

La garrocha
El Puerto de San Lorenzo vuelve a las andadas con una mansada infumable. La ganadería charra consigue un pleno de toros abantos y rajados excepto el tercero que naturalmente enlotó López Simón. El torero de las cuatro puertas grandes de las que nadie recuerda gran cosa, es un consumado especialista en sortear a los mejores toros de cada tarde pese a lo cual construye sus actuaciones sobre las premisas del toreo moderno, incompetencia lidiadora con el capote, faenas pegapasistas sin estructura ni mando y una espada efectiva que cobra estocadas de cualquier manera, todo ello adobado con un tremendismo de atragantón y voltereta que suele conducir al trofeo seguro. Su labor en el tercero fue por ese camino con el único toro que se sujetó en la muleta. El toreo frío y mecánico que acostumbra necesitó un final por bernadinas para terminar de calentar al público y en él encuentra una feísima cogida de la que se levanta desmadejado para seguir intentándolo por el mismo palo con un estrambote final en el que se tira a matar sin vaciar la embestida con la muleta, dejándola caer y afrontando el topetazo del toro a cambio de una estocada que no aparece. Así por dos veces hasta que se diluye la posibilidad de oreja y todo queda en el patético invento de una nueva suerte que podría denominarse el volapié a la garrocha.

Antonio Ferrera volvía después del acontecimiento de su triunfo grande con la zalduendada pero los del Puerto no propiciaron la puesta en marcha de su particular espectáculo. Hoy no hubo muletazos sin ayuda, ni quites de fantasía o estocadas a larga distancia, porque no podía haberlos. Ferrera se pasó toda la tarde persiguiendo a sus toros, lidiándolos con facilidad, intentando enseñarlos a embestir y sólo lo consiguió al final de la faena al cuarto en una serie postrera de naturales muy reunida al abrigo de chiqueros. Dejó además detalles muy originales con el capote, como los dos lances que dio en el recibo al cuarto recordando al Pana y la torerísima forma que tuvo de sacar al toro del caballo por caleserinas en un palmo de terreno. Por su parte, Perera no se encontró en toda la tarde, en realidad lleva sin encontrarse desde que cortó las dos orejas más baratas de la historia reciente de la plaza. Toreó tan despegado que vino vestido de primera comunión y su traje impoluto blanco y plata, se fue inmaculado camino del hotel.

Antonio Ferrera

Para rematar la semana laborable, Alcurrucén mandó otra mansada justa de trapío. Ferrera sortea el único que embiste y lo hace con fuerza en chiqueros donde lo pasa de muleta acelerado y por fuera. Cuando el toro atempera el viaje, logra algo más de lucimiento pero el numerito de tirar la ayuda no es suficiente para hacer surgir una petición mayoritaria después de una efectiva estocada recibiendo. Al cuarto intenta hacerlo con paciencia, pero su embestida descoordinada impide cualquier proyecto de faena. Urdiales no se entiende con el zambombo segundo. El quinto tampoco es un carretón y el arnedano se va poco a poco confiando en una faena que luce más en el planteamiento que en los resultados. Labor aseada de pases aislados de impagable sabor clásico, tan alejada de los modos actuales que transcurre en clave secreta para la gente, desentendida de la pretensión de pureza del torero que culmina con una estocada arriba haciendo la suerte con rectitud. Ginés Marín completa su feria, hoy sin lucimiento ante un lote imposible. Al consentido de las figuras, le espera una larga temporada por delante sin Ibanes en el horizonte, mientras Román se recupera en el dique seco del hule ineluctable desde el cual sale un tuit en el que se lamenta de no poder cumplir con su siguiente compromiso en Vic-Fezensac. La vida. 

El hule


2 comentarios:

  1. Magnífico artículo. Este blog se está convirtiendo en referencia del planeta de los toros

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  2. "mientras a lo lejos el héroe desaparece camino del respeto eterno de la afición." ¡Que maravilla!

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