El triunfo |
Y al final, la pureza. La última semana de
San Isidro transcurría anodina por los senderos trillados de la ausencia de bravura
en el toro y el adocenamiento habitual de los toreros. El aficionado no
encontró refugio en el Ventorrillo,
ni sació su sed en Fuente Ymbro,
llamó a la puerta de Cuadri sin hallar respuesta y en Valdellán se encontró con
Carasucia, como clavo ardiendo de casta al que agarrarse. Y entonces llegó Ureña. Tapadito entre dos figuras, cuidado por la empresa que lo apodera, recibido
entre algodones por la plaza que sabe de su calvario en búsqueda del triunfo.
La corrida de la cultura no evita con su pretenciosa denominación, la
decadencia de los dos primeros actos. Castella
muestra una versión cada vez más indolente de sí mismo y Roca naufraga al no
poder aplicar a un toro de Victoriano
del Río que hace hilo al final de cada pase, las recetas revenidas del
toreo moderno. Paco Ureña se abre de
capa en el tercero y, de inmediato, entramos en otro mundo, el de la verónica
reunida, la suerte cargada, la defensa del terreno ganado hacia los medios. Juan Francisco Peña vuelve a picar en
el sitio y con la intensidad adecuada y Paco se recrea de nuevo a la verónica
en su turno de quites. Roca Rey
ejerce su derecho y le replica por chicuelinas del montón, a las que el
lorquino responde aquí estoy yo con tres delantales de ensueño y una media
abelmontada que todavía están golpeando en las sienes del recuerdo. Después de
tanta intensidad, Ureña se amontona en una faena sin unidad con detalles aislados
de calidad, acaso marcada por el desgaste del toro en los primeros tercios y
por el volteretón que sufre el torero cuando el animal lo encuna por sorpresa y
le pega fuerte en las costillas. El pinchazo que precede a la estocada lo deja
todo en una petición insuficiente y en una vuelta al ruedo sin protestas, un
triunfo menor como tantas veces, tras el que pasa a la enfermería. Desde allí,
nos llegan noticias de posibles fracturas pese a las cuales, el torero saldrá a
matar su toro en sexto lugar bajo su exclusiva responsabilidad. En esa espera,
el resto de la corrida se vuelve plana de nuevo, entre los esfuerzos vanos del
francés por retomar un sitio que ha perdido y la incapacidad del peruano para
sujetar a un toro rajado. La mayor ovación de esta fase de la corrida la recibe
Ureña, cuando vuelve a la carga por el callejón. El quinto que hace sexto se
llama Empanado, vaya nombre para la lírica. Paco lo recibe de capa con el mismo
planteamiento de la conquista de terreno al animal. El toro anuncia cosas
grandes y Pedro Iturralde lo ahorma
con cuidado en el caballo. Ureña comienza el trasteo en el siete por
estatuarios muy ceñidos que resuelve en una conmoción de trincherillas, pases
del desprecio y el de pecho que ponen la plaza en pie. Otra vez los rugidos de
las Ventas marcan la diferencia entre la baratija de tantas tardes y el toreo
caro de hoy. La faena es un monumento al toreo al natural. Ureña tarda en ver
que el pitón izquierdo es el mejor y nos deja una serie de derechazos de buen
tono pero la emoción irrumpe como un fogonazo cuando se echa la mano a la
izquierda y surge la verdad desnuda del hombre enfrentado a su tragedia, el
cuerpo abandonado a merced del destino, la figura erguida y el compás abierto a
lo profundo, dibujando muletazos como quien respira, olvidándose de la técnica, sin otra opción que la
consagración por la pureza. El torero lo sabe y se lanza a matar dejando el
alma en el encuentro para demostrar que los huesos golpeados no duelen más que
el fracaso y que un solo ojo puede ver más que dos. De tanto ímpetu, la
estocada llega un punto contraria y el toro se amorcilla en las tablas en una
eternidad de veinticuatro mil miradas empujando para que doble el toro. Cuando
por fin lo hace, las dos orejas llegan exactas como lógico final a la emoción
unánime, la puerta grande como bálsamo a tanto dolor.
Ureña al natural |
Al día siguiente, la corrida de la prensa,
esa tarde final que casi todos habíamos desechado para alcanzar el merecido
descanso dominical y que tras el ambiente que dejó Pablo Aguado en la corrida de Montalvo del inicio de feria, todos
nos apresuramos a comprar para no perdernos la torería del sevillano. Que
Aguado colocara el no hay billetes con apenas una docena de tardes como matador
de alternativa dice bastante del impacto que causó su aparición ante la
cátedra, aunque siempre habrá alguno que dirá que el lleno lo provocó el
populismo del Fandi, o la posibilidad de que López Simón abriera su sexta
puerta grande. La corrida de Santiago
Domecq se movió con nobleza en las telas y su boyantía general presagiaba
una tarde triunfal que no acabó de concretarse. El acto central de la función
fue la actuación de Pablo Aguado que se hizo presente en un quite por
chicuelinas lentísimas abrochado con una media apenas insinuada. La faena de
muleta estuvo acompañada de ese peculiar silencio que ya es seña de identidad
del ritmo de este torero, tocado por la varita de la vocación de naturalidad en
todo lo que intenta, una pulcritud en sus formas definidas por la sencillez y
la despaciosidad. Así surgieron los primeros pases de la faena, y los primeros
olés envolvieron la profundidad de un ayudado por bajo y la levedad de un
armonioso cambio de mano. El cuerpo del trasteo se desarrolló con menos encaje
que otras veces, pero siguió habiendo momentos brillantes en un trincherazo que
fue un cartel de toros y en los naturales de frente finales que precedieron a
la suerte suprema en la que fue cogido por no vaciar adecuadamente la
acometida del toro con la mano izquierda que es la que mata. Herido en el muslo
derecho, se mantuvo en la plaza hasta dejar una estocada de la que dobló el
toro al borde del tercer aviso, pese a lo cual saludó una ovación antes de irse por su propio pie a la enfermería con la misma parsimonia con la que se mueve el agua por el Guadalquivir.
Quedó así la tarde como vacía, una cuesta empinada sin la esperanza de
encontrar al deseado en la cima y con la perspectiva de tener que tragar tres
indigestas raciones más de toreo moderno. Si López Simón había sido aplaudido con tibieza por su colección de
trapazos al manejable segundo, su labor con el quinto no halló ni una palma
para la misma propuesta, la comparación con la pureza de Aguado había hecho su
efecto. Lo de Fandila fue distinto,
su espectáculo es otro y ya estamos acostumbrados a que desaproveche en la muleta
toros de buena condición como el que abrió plaza, porque quien da lo que tiene
no está obligado a más. Al menos cubrió con profesionalidad los primeros
tercios, lidió a su lote con acreditada solvencia y hasta se gustó de manera
vistosa en quites y galleos para dejar al toro siempre bien colocado ante el
caballo, especialmente en el sexto que mató por Aguado, lo que propició un
excelente tercio de varas a cargo de Manuel Bernal que se sobrepuso a la
costalada que recibió en el segundo encuentro, con un tercer puyazo en la yema
parando al toro por derecho. Antes, en banderillas, el matador se olvidó de su
decadencia de los últimos años con los palos, y se esforzó algo más por
encontrar el ajuste en el embroque a partir de que se oyera una voz en el tendido
que le demandaba clavar en la cara como es debido. Eso que ganamos gracias
al espectador que no hizo caso a ese lugar común de la prensa apesebrada que pretendiendo para las Ventas un público como el del tenis, reclama dejar las protestas para el
final.
El derribo |
La corrida que antaño brillaba más que el
sol se degrada más cada temporada, convertida este año en ese engendro extraño
del festejo mixto, que al menos sirve para poder llegar a la plaza media hora
más tarde y tomarse una cerveza en el ambigú mientras Diego Ventura despliega
su espectáculo caballista tan ajeno al de la lidia a pie. El planteamiento de
la corrida daba para hacer chistes fáciles sobre la posibilidad de que al Juli le echaran los toros despuntados
para rejones, como suele pasar en provincias. A la hora de la verdad, sorteó
dos toritos a modo de Núñez del Cuvillo,
los dos inválidos, los dos muy justos de casta y no fue capaz de poner en
marcha el ambiente festivo que había en la plaza a su favor. Con el jabonero
que hizo quinto estuvo a punto de lograrlo pero el julipié zarrapastroso que
suele perpetrar frustró el premio a una faena de líneas paralelas cuya técnica
espuria justificarían luego sus palmeros como truco necesario para que el toro no terminara
por claudicar.
Julián y Román, mentira y verdad |
Diego
Urdiales
tenía esa tarde una oportunidad magnífica para confrontar con el poderoso su
tauromaquia en las antípodas de la peste juliana que asola la fiesta, pero no
terminó de sumarse a esa revolución que poco a poco se está larvando en el
toreo y que apunta otras maneras dentro y fuera del ruedo. Sorteó el único toro
encastado de la tarde, que ante la inhibición del sobresaliente, hizo hilo con Pirri a la salida del primer par de
banderillas y le atravesó el glúteo cuando trataba de ganar el burladero. El
arnedano se hizo el ánimo tras el percance y comenzó la faena en el tercio con derechazos
mandones que consiguieron atemperar la embestida hasta permitirle cuajar una
serie reunida de naturales. En el resto de su labor prefirió eludir el riesgo
que hay en la ligazón y apuntarse a la estrategia del unipase, dejando eso sí,
momentos bellísimos que le habrían conducido al trofeo si no llega a hacer
guardia al toro a la hora de matar. El sexto fue un sobrero descastado de la
Reina con el que Urdiales estuvo exprimiendo su último cartucho en la feria sin
que nadie le hiciera demasiado caso. Para entonces, con la tarde vencida, la
gente competía por hacerse notar en la dizque corrida más importante del año, ahora
el botellón más concurrido, y se sucedían las últimas escaramuzas entre
partidarios y detractores del Juli, que se libraron sin más derramamiento que
el del alcohol de los cubatas que portaban los debutantes en el templo. Una
cosa llevó a la otra y de los vítores al Rey presente en el palco, se pasó a
los vivas a España extemporáneos de los patriotas de ocasión. Un viva la
república disidente no obtuvo el refrendo imposible. La contestación a esta
última proclama fue tan grande que es difícil comprender por qué el jefe del
Estado se deja ver en esta casa tan sólo una vez al año. A su lado, el ministro Ábalos parecía contemplar complacido el espectáculo hasta que algún representante de la
España que definió como casposa solicitó su dimisión.
La afición agradecida |
Después de la tormenta, llegó la corrida
de Cuadri para despoblar los
tendidos del ambiente lúdico del público festivalero. Todos los toros siguen el
mismo comportamiento, difíciles de salida, cumpliendo en el primer puyazo,
renuentes a tomar el segundo y parados en la muleta. Seis marmolillos de
irreprochable presencia pero vacíos por dentro. Rafaelillo apechuga con el lote más peligroso pero sus maneras
ratoneras no contribuyen a mejorar las condiciones de sus toros. Octavio Chacón parece metido en un
socavón de ideas tras desperdiciar sus cuatro tardes de la temporada en Madrid.
Hoy incluso se viene abajo su cartel de torero lidiador y poderoso, totalmente
debordado por el sexto que saca genio en el capote. López Chaves es la única noticia positiva de la tarde. Animoso y
clarividente en la cara del toro, exprime todo lo que tienen sus dos oponentes
y llega a olvidar la tosquedad habitual de sus maneras en varias series de
naturales al quinto que liga por el procedimiento de darle un tiempo a la
embestida, provocarla casi en el sitio y prolongarla con el secreto del temple.
El mal uso de la espada lo frustra todo pero el salmantino deja presentada su
candidatura para ser un fijo en este tipo de corridas.
Carasucia |
Pese a la decepción de Cuadri, el pabellón
de la causa torista lo había defendido dos días antes la ganadería de Valdellán que tomaba antigüedad en las
Ventas, destacando los tres cinqueños de la tarde, más encastados que los de
cuatro años, confirmando aquel aserto antiguo que reclamaba el toro de cinco y el torero de
veinticinco. Cristian Escribano
tiene tres años más, pero sólo cuatro festejos el curso pasado. Ese escaso
bagaje se nota cuando le toca Carasucia,
un cárdeno de 587 kilos, para desmentir que los kilos influyen en el juego
cuando hay casta, el toro más enrazado que hemos visto en la feria, que aprieta
recargando en el primer puyazo y simplemente cumple en el segundo. En descargo
de Escribano debe decirse que una embestida tan vibrante hubiera descubierto
las carencias del noventa y cinco por ciento del escalafón. El tren grisáceo
del Santa Coloma pasa por las distintas estaciones que le propone el torero sin
parar en ninguna, desbordado éste por el aluvión de casta que no le permite
rematar con poder el muletazo y recolocarse para seguir mandando. Como mucho
anda por allí acompañando un viaje ingobernable hasta que el toro termina por
hacerse el amo. Escribano es un eficaz estoqueador pero la derrota en su pelea
con el toro le pasa factura a la hora de matar y se deja el brazo atrás en el
encuentro, llega un primer aviso que acaba por descentrarlo, luego intenta
descabellar a un toro cuya bravura busca los medios y finalmente mata a la
última de feo bajonazo, al límite del tercer y definitivo recado presidencial.
El impresionante toro sexto de 656 kilos no arredra a la cuadrilla de
Escribano, comenzando por el picador Adrián
Navarrete que tira bien la vara en dos puyazos en buen sitio y siguiendo
por Raúl Cervantes e Ignacio Martín que completan un
brillante tercio de banderillas predisponiendo el final de la tarde a favor de
su matador. Sin embargo, éste sigue hecho un mar de dudas y aunque este toro no
se come a nadie, lo pasa de muleta con excesivas precauciones, sin dar nunca el
paso adelante que hubiera posibilitado la redención tras el desastre
precedente. Robleño encara su última
tarde en el serial con ánimo y disposición, sabedor de que la afición espera
con interés la repetición de su triunfo con un toro de Valdellán en los
desafíos ganaderos del septiembre pasado. Sin embargo, el lucimiento no llega
ni con el desentendido primero ni con el encastado cuarto, con el que no
termina de entenderse en una larga faena a la búsqueda de un acople que no
puede llegar en el sitio que pisa y sin la firmeza que demanda lo que los
críticos del sistema llaman una embestida desordenada. Iván
Vicente
ni siquiera lo intenta. Pasa la tarde haciendo como que va a hacer sin hacer
nada, un muletazo por aquí y se va de la cara del toro, otro por allá y se
retira para ajustar el pico de la muleta, tira una línea al natural, y un
respingo del toro lo descoloca, ahora un ayudado y vuelta a empezar. Se
desconoce qué pretendía apuntándose a esta corrida y demostrando ante la misma
tanta frialdad como la que pasó el aficionado en la piedra a cuarenta y dos de
mayo y el verano y Manili sin venir.
Se acabó lo que se daba. Las treinta y
cuatro tardes del serial taurino más largo del mundo llegaron a su fin, dejando
por fin al abonado libre de su esclavitud más querida, la de comparecer cada
tarde en la plaza de toros de las Ventas del Espíritu Santo a ver qué pasa.
Ningún espectáculo del mundo obliga a sus seguidores a realizar un esfuerzo tan
continuado. Los futboleros van al estadio cada quince días, los melómanos, al
Real una vez al mes. El aficionado cabal no se pierde un festejo para tomar
nota del estado diario de la cuestión taurina, ya se aburra o disfrute, se
anuncien las grandes figuras o tres toreros sin apoderado, su sacerdocio le
impide ausentarse y cuando lo hace es porque algún compromiso inaplazable le
obliga a faltar.
Tras el esfuerzo, el descanso es grande,
la añoranza también. Cuando llega el momento de cambiar la piedra de la
andanada por el sofá de casa, la espalda lo agradece, pero el corazón se
resiente. Ninguna pasión de las que nos esperan por delante supera a la emoción
que puede llegar a sentirse cuando allí abajo, en la arena de la plaza, surge
el toreo.
El altar de Julián en la andanada |
Cómo siempre magnífico artículo. Paco Aguado emana una naturalidad que yacía pérdida, trae el aroma de Bienvenida,de Camino...
ResponderEliminarPero tiene muy pocas corridas en su haber, ni siquiera ha sufrido los sinsabores de las cornadas, y tiene que tener las lógicas carencias del novillero A ver cómo lo llevan y que le depara la suerte
Cómo bien di e el blogger una feria para la esperanza:
ResponderEliminar1. La verdad de Ureña
2. La magia arrebatada de Ferrera
3.La figura que da la cara: Roca Rey
4. Soplo de aire fresco: David de Miranda
5. El resurgir de aquel torero que quiso competir con José Tomás: Pereira.
Y hay que sumar la verdad y el valor de Aguado y De Justo y la torería de Aguado.
Pero sobre todo ha sido la feria de Santa Coloma, muy por encima del monoencaste, ha mostrado el camino a seguir si no queremos que esto se hunda: lo primero: el toro