lunes, 27 de mayo de 2019

SAN ISIDRO II: EL REY DEL TOREO MODERNO.

El rey del toreo moderno

Para los que ya llevamos unos cuantos años calentando la piedra de esta plaza, seguir acudiendo cada tarde al reclamo de los abonos de la temporada requiere una reflexión previa que no siempre es fácil. No se trata de que la programación ofrecida por la empresa no sea atractiva. Por las Ventas pasa cada año el planeta de los toros y al margen de alguna que otra ausencia, lo que vemos es lo que hay. Cada nueva primavera crujen más las rodillas camino de la andanada y a tu alrededor pocos entienden la obstinación que te conduce cada tarde a ese lugar extraño en el que tu anatomía sufre en el asiento, el espectador de la fila de atrás te clava las rodillas en la espalda y en las tardes de viento, el frío se te cuela hasta las entrañas aunque lleves encima una manta zamorana. La explicación se halla en que, a pesar de todo, la felicidad sigue habitando en ese universo raro donde la vida real queda suspendida durante las dos horas en las que el campo entra en la ciudad y unos personajes que parecen de otro tiempo se entretienen en burlar de mejor o peor manera a un toro, mientras los demás extraemos de ese juego, lecciones para nuestro propio espíritu.    

Si “Monsieur le producteur” nos tiene anunciado para la semana que viene un homenaje al encaste Albaserrada por el centenario del debut en Madrid de la ganadería del Marqués, la segunda semana de San Isidro es un homenaje sin publicidad al encaste Domecq, si no quieres caldo, toma seis tazas sin protestar. Como toda regla tiene su excepción, la norma del toro dócil la rompe la corrida de El Pilar, me dicen los que allí estuvieron, que siempre que el abonado descansa una tarde dando por descontado que toros y toreros serán fieles a su mediocre trayectoria anterior, salta la liebre, los de Moisés Fraile pegan bocaos y Gonzalo Caballero vuelve a ser aquel torero sincero siempre dispuesto a cambiar el hambre de triunfo por el tabaco fuerte de la cornada.

El Cid

La primera tarde de Roca Rey en Madrid nos coge enganchados todavía al aroma del toreo eterno de Pablo Aguado. Como ya pasó en Sevilla, ese recuerdo reproduce sobre la arena venteña la confrontación entre la pureza del toreo clásico y la propuesta del toreo moderno que el sistema mediático y empresarial nos quiere vender como la norma de todas las tardes. Ese recuerdo es el que provoca  que el público saque al Cid a saludar en su última comparecencia isidril en memoria de su grandeza en esta plaza y se olvide de López Simón que el año pasado firmó su quinta puerta grande en las Ventas. Tampoco nadie recordará mañana la orejilla que corta el de Barajas al segundo por una de sus faenas insustanciales de toreo mecánico y sin mando que gracias al truco de las bernardas y a una estocada hábil de rápido efecto le permite eso que ahora llaman los cronistas, puntuar.

En la cosa del neotoreo, Roca es el rey. Andresito viene con la escoba para barrer a los julianes, pereras y castellas que hasta ahora eran los que mandaban en el circo del toreo espurio practicado al toro bobo, la categoría de animal obediente que se deja dar pases de acompañamiento para que el torero disfrute, y sin exponer un alamar, pueda facturar sin pausa en una larga temporada sin percances. Los Parladés de este año cumplen con creces esa expectativa pero es un sobrero del Conde de Mayalde el que trastoca el plan previsto y se lleva por delante al peruano por dimitir de la verónica en los lances de recibo e intercalar capotazos de adorno por la espalda que no vienen a cuento. La tremenda paliza le deja mermado y al aficionado suspicaz preguntándose por la naturaleza del tejido de la negra armadura que un vestido hecho trizas deja al descubierto por debajo de la taleguilla. El parte de Padrós nos dirá después que tras degollar al tercero con un feo bajonazo, Roca fue operado de una cornada de seis centímetros en el muslo que no le impidió continuar la lidia para firmar en el sexto su mejor faena en Madrid. Comienza con los recurrentes pases cambiados por la espalda en los que el toro sale abanto. Se da cuenta y en seguida lo fija con una técnica prodigiosa que sin terminar de ganarle terreno al toro, tampoco lo pierde, y utiliza una muñeca privilegiada para despedirlo en la distancia y volverlo a recoger en la adecuada ligazón que sin perder ceñimiento, levanta clamores. Faena rotunda sobre ambas manos y las inevitables bernadinas para cambiar el olé por el uy, y firmar un final que sube enteros en una trinchera y en un pase del desprecio tras el cual coge al toro muy en corto y consigue una gran estocada al encuentro. Un triunfo incuestionable que a un servidor le deja frío, lejos de la conmoción que provoca el toreo de siempre, el que brota de la exacta colocación en el sitio, del dominio que surge al cargar la suerte para llevar toreada la encastada embestida, parar, templar y mandar poniendo el alma en el empeño. La partida continúa entre las dos propuestas, se viene librando desde que mi memoria de aficionado alcanza, Espartaco o Chenel, Ponce o Rincón, El Juli o José Tomás, ¿Roca Rey o Aguado? Seguiremos informando.

Roca Rey

Los Jandillas sacan algo más de picante de lo esperado, sin tampoco ser la cosa como para tirar cohetes pues la corrida se convierte en un tostón que el abonado en el fondo agradece para relajarse un poco, después de tanta intensidad, y aprovecha para echar la tarde conversando con sus vecinos de localidad sobre las elecciones del domingo o la vergüenza de temporada que ha hecho el Madrid. A Castella se le nota apagado. No se sabe si es porque no quería esta corrida y la torea obligado por el bombo, o porque el día anterior un tal Roca Rey le quitó el discurso y su habitual faena ligerita de pedresinas en los medios, toreo fueracacho y arrimón final no convence igual a las masas.

Emilio de Justo ha sido premiado por la empresa con esta corrida después de su triunfo en Otoño pero en el territorio de las figuras parece sentirse como un torero al otro lado del telón de acero, que diría Sabina, y no se acopla a las embestidas de sus toros, demasiado acelerado y destemplado, y sólo se encuentra a sí mismo en la estocada con la que cierra su actuación, como si presintiera que después de esta tarde a contraestilo, su versión más poderosa está pidiendo que lleguen las ganaderías de Victorino e Ibán, las que le quedan en el ciclo. También anda por el ruedo Ángel Téllez que venía a confirmar su reciente alternativa y cumple con el papel de comparsa que pasa inédito por la tarde. Cómo sería la cosa que recibe su mayor ovación por quedare quieto en el tercio de varas del quinto toro cuando el animal pasa por su lado al salir suelto del puyazo.

Tertulia campechana

Al día siguiente, Juampedritis aguda, capítulo tercero, con el propio Juan Pedro Domecq en la meseta de toriles explicándole al Rey emérito el secreto de la bravura, mientras sus pupilos claudican en el ruedo, acuden al caballo como mero trámite y eso sí, se dejan en la muleta menos el primero y el lote de el Juli. Ponce también oficia de anfitrión y consejero áulico y contempla aliviado el sino de su sustituto, que anda por la plaza como alma en pena, peleado con el viento y las telas. Julián se muestra incómodo toda la tarde, como el intruso que se cuela en una fiesta a la que no ha sido invitado. No se da nada de coba con el segundo y tira por la calle de en medio en cuanto el toro le pone mínimamente en aprietos. El cuarto se parte una mano en el último tercio, y ante la evidencia de que se le va la tarde en blanco, el Juli trata de pasarlo de muleta entre las protestas del público mientras lanza miraditas conminatorias al palco que obedece al amo y devuelve el toro. El presidente Trinidad López Pastor se cisca en el artículo 84 del Reglamento Taurino y en la prohibición de sustituir un toro que se ha inutilizado durante la lidia. Con el sobrero de Algarra, lo intenta en un trasteo sin alma ni enjundia en el que la gente no entra. El efecto Roca Rey sigue pesando y diluye las versiones más decadentes del toreo moderno. Julián acaba con el toro en el tercer intento y tras dos julipiés infructuosos, lo manda al otro barrio matando literalmente a paso de banderillas.

Paco Ureña es recibido con enorme cariño por la plaza que le muestra su apoyo tras su percance en el ojo del año pasado y le saca a saludar. Sortea un lote bonancible pero no logra compactar faena a ninguno de sus toros, acaso la mejor sea la del tercero en el que no toca pelo, y en la que comienza con poderosos muletazos flexionando la pierna contraria, para perderse después en una labor con demasiados altibajos donde aparecen buenos naturales aislados junto a otros en los que no acaba de hallar la reunión necesaria con el toro. La oreja del quinto debe entenderse como el aliento de la afición de Madrid a un torero muy querido y maltratado por la suerte, pero no se justifica ni por la calidad de la faena ni por la colocación del espadazo.

David de Miranda

David de Miranda confirma por fin la alternativa que le otorgara José Tomás en las colombinas de Huelva de 2016, y lo hace dos años después del percance sufrido en la plaza de Toro que le mandó directamente al hospital de paraplégicos de Toledo con la única esperanza de volver a caminar. Con su aldabonazo en el sexto desmonta el tinglado adocenado del padrino, y trae consigo un soplo de aire fresco en una faena muy reunida, a despecho del viento y del sistema, con los inevitables pases cambiados para empezar y las bernadinas de marras para culminar, pero en el medio por fin el toreo en el sitio, la figura erguida y la mano muy baja, sin perder terreno, sin carreritas, sin esconder la pierna contraria, sin todas esas mentiras que el "establishment" dice que son imposibles de poner en práctica para justificar a los que no quieren pisar el lugar en el que los toros cogen. Puerta grande de ley, en una tarde en la que la ley fue quebrantada por otro presidente que no debe pasar ni un minuto más en el palco.


La semana Domecq la cierra el hierro de Pedraza de Yeltes, ganadería siempre esperada con interés por las continuas noticias de su bravura que vienen del norte y aquel recuerdo de la gran corrida de 2015 que se ganó un rincón en el corazoncito del aficionado, para no ser confirmado nunca más, tampoco esta tarde. La decepción es mayor porque en el cartel figuran Octavio Chacón y Javier Cortés, una pareja de toreros que en la temporada pasada ilusionaron a la afición venteña con otra forma de concebir el toreo que apuntaba indicios de regeneración del escalafón que este año parece no tener continuidad. A Chacón es una gloria verle en los dos primeros tercios, cuando el toro todavía tiene fiereza y su capote hipnotiza esa pujanza y la domina guapamente. Siempre lidia con solvencia y está atento a la colocación exacta en la plaza como si de un Luis Francisco Esplá reaparecido se tratara, pero es tomar la muleta y oscurecerse el horizonte, su toreo se vuelve mediocre y retorcido, y en lugar de pedir poetas, echa de menos las tarascadas de la dureza con la que suele salir airoso. Javier Cortés completa con esta corrida su paso por Madrid y se va sin decir nada en ninguno de los cuatro toros que ha sorteado, metido en un bache con capote, muleta y espada del que esperamos se recupere pronto y mientras tanto recordaremos aquel aserto de los viejos aficionados que decían que no hay que ir a la plaza siguiendo a ningún torero sino sentarse a esperar y aplaudir al que lo hace. Juan Leal tampoco hizo el toreo y a pesar de ello se llevó la orejita de la lástima, la auriculam doloris de todos los años al cobrar una cornada de 25 centímetros en la región perianal y a pesar de ello mantenerse en el ruedo para terminar su faena encimista y matarlo con arrojo, eso sí. Hasta entonces ejecutó con ortodoxia las enseñanzas de la escuela de tauromaquia del Juli donde se formó y tras un inicio de rodillas en el que levantó a la alicaída parroquia pasándose el toro por la M-30, continuó de pie con un concierto de tosquedad, a base de pico y mantazos que no le libró de ser cogido por el antifonario cuando corría en pos de la posición para el obligado de pecho. Los maestros antiguos decían que si el toro te tiene que coger, al menos que sea toreando.

Juan Leal

domingo, 19 de mayo de 2019

SAN ISIDRO I: LA FERIA DEL BOMBO.



Comenzó la isidrada del 19, la feria anunciada a bombo y platillo, el mundial del toreo, el ciclo que venía a devolver a la fiesta la justicia que los taurinos tratan de burlar sin pausa en los despachos. Para tal fin, el gatopardo de Nimes volvió a montar el numerito del sorteo de ganaderías implantado en la pasada feria de otoño, pero sólo un poco. Diez toreros escogidos entre las figuras consagradas y las figuras en ciernes para pasar las fatiguitas de ver girar la pelotita junto al riesgo de que te toque en suerte un Garcigrande, ahí es nada, mientras el genio del autobombo calienta las bolas para que Roca Rey acabe toreando una de Adolfo. La diosa fortuna es caprichosa y empareja a los protegidos del sistema con sus vacadas favoritas, Ponce con Juan Pedro, Castella con Jandilla, Perera con Fuente Ymbro, mientras el peruano pone buena cara bailando con la más fea, la suerte de la fea la bonita la desea, que habrá que ver si ese día los Adolfos están en el son de la casta de Chaparrito o en el de la serie B de la casa, más a modo para que los instalados vendan su gesto anual. Peor cara se le quedaría al limeño cuando la baja de Ponce la cubrió el Juli que escondido tras la mata de su dignidad de mandamás del cotarro, fue agraciado con el premio gordo de la lotería de Don Simón, en el mayor ejercicio de trilerismo empresarial que se ha visto en el siglo. Para los pobres, quedan las lentejas de siempre mientras el sufrido abonado toma nota de los gestos de verdad. 

El aperitivo torista de todos los años es saludado con media entrada por la afición que todavía anda preguntando a sus compañeros de abono por la familia y las novedades tras la invernada cuando el primer Santa Coloma de la Quinta, Malastardes por agorero nombre, asoma por la bocana del chiquero y se da la vuelta camino de la oscuridad confortable del corral. Parece que presiente la lidia vulgar y precavida que luego le dará Rubén Pinar. El de Tobarra, acostumbrado en su última etapa a pechar con las ganaderías duras con bastante más dignidad que en sus tiempos de promesa del escalafón manchego, debía haber soñado la noche anterior a su estreno en Madrid que un toro de la Quinta le embestiría con la boyantía de un Domecq y cuando el cuarto convierte el sueño en realidad no termina de creérselo y lo pasa de muleta a la julianesca manera de aquellos inicios en los que le vendieron que esa era la técnica correcta para llegar a figura. Thomas Dufau pasa de puntillas por la tarde, atropellado por un lote cuya casta desbordaría a la mayor parte del escalafón, cuanto más a un torero que el año pasado se vistió de luces en ocho ocasiones. Javier Cortés no ha toreado mucho más pero ha aprendido por fin a cuidarse del toro aunque por el camino se vaya dejando jirones de la autenticidad de otras temporadas. Pasa la tarde en tono menor, planteando sus faenas con mejor compostura que resolución, por momentos parece encontrar el sitio en tres naturales que le enjareta al quinto, pero se pierde después en una sucesión de malas decisiones y destemplanzas. Al menos lució al toro en el caballo regalándonos un puyazo emocionantísimo de Juan Francisco Peña, que tras ser derribado en el primer encuentro, aceptó el envite de la larga distancia en el segundo, y colocó una vara en el mismo morrillo, lanzando el palo con torería y exposición. Después su buena monta no fue capaz de convencer al toro por tercera vez para aceptar la prueba definitiva de su bravura.

Juan Francisco Peña
El aspecto desangelado de los tendidos en la tarde inaugural se mitiga un tanto con el primer lleno de no hay billetes en el día del patrón. Diego Urdiales comparece de nuevo en las Ventas con la ganadería de su último triunfo grande pero los isidros están pendientes de acomodarse en su localidad con el cubata en una mano y la entrada en la otra y no tienen tiempo de aplaudir al riojano al que una minoría de colgados de aquel recuerdo de otoño nos empeñamos en sacar a saludar. El de Arnedo asoma tímidamente por la tronera del burladero, acaso sabedor del mal fario que persigue a todo aquél que es ovacionado al inicio de un festejo. En efecto, Urdiales no se mete a fondo con el segundo en una faena muy técnica a un toro sin clase al que no termina de hallar el temple salvo en un par de muletazos aislados tras sobarlo mucho. El quinto parece más propicio tras un comienzo poderoso en el que se dobla por bajo en los mismos terrenos de la histórica faena a Hurón. Después, no termina de dar el paso adelante necesario para aguantar la ligazón de una embestida incómoda a la que sólo se acopla en una serie de naturales de uno en uno. Finito de Córdoba comparece en su única tarde en el mismo son que el año pasado. Su primer toro sigue fielmente la muleta hasta el final con encastada boyantía siempre que se le pise el terreno adecuado, pero el Fino no se atreve. En el medio sitio en el que se coloca sólo acierta a tirar líneas con elegancia y al final del trasteo nos regala varios derechazos de muñecas partidas en los que se atisba la clase descomunal que se perdió por el camino de su indolencia.

A Perera, el bombo le dio esta corrida y el bombo le colocó en suerte a Pijotero, un castaño de Fuente Ymbro fabricado para no decir gran cosa en los primeros tercios y embestir como un tren en la muleta que el extremeño le presenta en la distancia larga, aguantando en los medios a pie firme el embroque emocionante y haciéndolo girar en torno a su figura retorcida. La faena es correcta en su primera mitad. En el haber anotamos la mano baja y el temple y en el debe la falta de ajuste y compostura. El cambio a la mano izquierda hunde el trasteo cuando el toro se mete por dentro y el dominio no aparece. Perera se da cuenta y logra enardecer de nuevo a la plaza con su toreo fake, ese que se construye sobre la suerte descargada y que se basa en hacer girar al toro por las afueras, vuelta tras vuelta hasta el doble pase de pecho final que tanto gusta a las masas. Le cuesta igualar al toro pasado de faena y la estocada llega tras el primer aviso, trasera y desprendida, la muleta perdida en el encuentro. Su efecto rápido hace aflorar los pañuelos que justifican la primera oreja, la petición decrece considerablemente pero el habitual numerito de los paniaguados de las mulillas retrasa el arrastre hasta la concesión del segundo trofeo por Gonzalo de Villa Parro, un presidente que  no debería sentarse en el palco ni una tarde más, tras repetir exactamente el mismo procedimiento que en la pasada feria permitió a Castella franquear la puerta grande. Se trata sin duda de una operación planificada para ir rebajando la categoría de la plaza y que un triunfalismo injustificado oculte la decadencia de lo que pasa en el ruedo. En el capítulo final, ni la extraordinaria lidia de Javier Ambel, ni los brillantes pares de Curro Javier y Vicente Herrera pueden apuntalar al derrengado sexto pero ya nada importa salvo la salida en hombros del jefe de filas, que se marcha por sexta vez camino de la calle de Alcalá entre una fuerte división de opiniones, lanzando besos a los detractores. Seis puertas del príncipe para el Juli en Sevilla, más que Curro, seis puertas grandes en Madrid de Perera, las mismas que Rincón, así está la cosa.

Gonzalo de Villa
Antes de la corrida del 16 de mayo, los altavoces de la plaza anuncian que al finalizar el paseíllo, se guardará un minuto de silencio por la muerte en Talavera de Joselito El Gallo. Una señora se alarma en la andanada y he de tranquilizarla explicándole que el rey de los toreros dejó de existir hace hoy 99 años. Para conmemorar las vísperas del centenario, nos toca aguantar la enésima comparecencia de los bueyes de Valdefresno y tragarnos el consabido ritual de descastamiento de esta ganadería, con los tendidos tan vacíos como en una tarde de agosto. Los tres matadores arrojados a este destino se estrellan contra un muro infranqueable de mansedumbre. David Galván estuvo valentísimo frente a las tarascadas del viento y de los mulos que le correspondieron, Joaquín Galdós dejó al menos dos estocadas irreprochables y Juan Ortega solo pudo insinuar la pureza que anuncia la colocación impecable y su naturalidad sin aspavientos.

La noble corrida de Montalvo plasma sobre la arena la disyuntiva en la que se debate la tauromaquia de esta época. El toreo moderno y el toreo clásico puestos frente a frente. La tarde comienza con dos faenas de idéntico planteamiento a cargo de Ginés Marín y Luis David Adame, un extremeño y un mexicano, para poner de manifiesto que la peste del neotoreo es universal, la única herencia por la que el imperialismo patrio debería pedir perdón. Ambos toros  regalan embestidas bonancibles para que cada quien cuente su verdad y sus oponentes ofrecen sin embargo sendos discursos superficiales al abrigo de la solanera hoy en penumbra, cortados por el mismo patrón del toreo por fuera, donde la ligazón se convierte en una mentira propiciada por la renuncia del hombre a ocupar el terreno del toro, el canon fundamental que hizo de la lidia de reses bravas, un arte único. Son faenas definidas por la ausencia de personalidad, por el mero acompañamiento insulso del viaje de un toro que  no precisa ser dominado, trasteos que necesitan desembocar en un final común por bernardinas como colofón tremendista, salvoconducto seguro para el trofeo barato.

Aguado a la verónica
En medio de todo esto, Pablo Aguado se hace presente en la tarde en su turno de quites, tras un buen puyazo de Óscar Bernal al primer toro de Adame. Dos verónicas bastan para que la plaza se estremezca con el aire de lo distinto y los olés roncos que surgen apaguen los clamores espurios que acompañaron a Ginés y provoquen a Luis David para replicar por lopecinas resucitando la bendita competencia entre los toreros desaparecida en tantas tardes de tedio. En ese enfrentamiento de dos maneras de entender el toreo, se ve clara la distancia entre tener a Julián cómo referencia o poner en escena una historia que comienza por Chicuelo, sigue por Pepe Luis, con Pepín Martín Vázquez al fondo y Curro de sumo pontífice. Cogido por dos veces en el sobrero de Algarra, la segunda para matarlo si sus pitones destartalados hubieran sido certeros, Aguado allega pundonor a su alada compostura y empieza a dejar detalles del sabor clásico de su escuela, el empaque de una naturalidad especial, otra forma de mover las telas que preludian la conmoción del sexto. El tapado de la feria recibe a Tapado, número 50, un colorado chorreado en verdugo de 591 kilos, que va y viene sin estridencias en los primeros tercios. El torero parece haberlo visto claro porque lo brinda al público y le cose en el tercio un primoroso inicio de faena pleno de gusto y pinturería. Después deja dos series de derechazos para el recuerdo, en donde quedan suspendidos el tiempo y la vida, veinte mil almas hermanadas en esa comunión extraña que solamente surge del toreo puro. La naturalidad con la que torea Pablo Aguado no se veía en Madrid desde que el niño de Pepe Luis dejó en su ruedo los últimos aromas de su particular sevillanía. La faena sigue al natural con menos continuidad a medida que el toro decae pero aún surgen momentos de oro entre el silencio de asombro de la plaza, no se puede torear más despacio, acostumbrados a la mediocridad habitual no es posible soportar tanta belleza. Con la noche ya cerrada sobre Madrid, la espada desbarata un triunfo histórico pero nada de eso importa a estas alturas. Pablo Aguado nos ha descubierto que el secreto de la felicidad reside en un cambio de mano. El sevillano vuelve a las Ventas el 16 de junio. Qué larga se nos va a hacer la feria hasta entonces.

El cambio de mano


viernes, 10 de mayo de 2019

EL PENSAMIENTO DISNEY


Noviembre de 2018. Decenas de activistas del PACMA se manifiestan delante de un restaurante de la Puerta del Sol de Madrid, llamando criminales a los comensales que en ese momento degustan las especialidades del establecimiento. Al parecer difieren del genial Manuel Alcántara que consideraba al jamón como el mejor amigo del hombre, por encima de cualquier animal de compañía.


Diciembre de 2018. Adelante Andalucía propone en su programa electoral para los comicios autonómicos, jornadas laborales de ocho horas para los animales, dentro de las cuales dispondrán de sus correspondientes intervalos de descanso. El orwelliano escenario de “Rebelión en la granja” está más cerca de convertirse en realidad, siendo deseable que no se materialice también su alegoría estalinista.

Enero de 2019. Grupos de animalistas practican vigilias veganas para detener momentáneamente a los camiones de terneros camino del matadero con el fin de reconfortarlos en los instantes previos a comparecer ante el cadalso. Los conductores acceden y contemplan atónitos cómo esas atribuladas criaturas lagrimean desconsoladas mientras acarician tiernamente el hocico de las reses desconcertadas.


Abril de 2019. Se inaugura en Bilbao un bar para perros, donde se celebran “perricumples” con pizza, tarta y cerveza degustada por los animales mientras socializan con otras mascotas jugando alegremente a tirarse por el tobogán de una piscina de bolas. Sus dueños los miran arrobados y se declaran partidarios del modelo familiar interespecie, en el que personas y bichos gozan del mismo nivel jerárquico dentro del hogar.

En el escenario de una sociedad infantilizada y hedonista, la humanización de los animales provoca estas y otras escenas bufas como la del activista iluminado que se encadena al paso del toro de la Vega o irrumpe en un ruedo como acción de protesta, para acabar siendo volteado por un Miura que no entiende de derechos. Al contrario de los turistas que son devorados cada cierto tiempo por animales salvajes que no respetan su adanismo, los antitaurinos patrios tienen la suerte de ser salvados de estos trances por los toreros presentes en el ruedo a los que previamente habían acusado de asesinato.


El desencuentro entre ambos mundos impide cualquier posibilidad de  acuerdo y los derroteros de una sociedad cada vez más narcotizada contra el dolor, nos conducen a un futuro en el que la subversión de los valores tradicionales en esta materia provoca escenarios como el de los alumnos de la facultad de psicología de la Universidad de Oviedo que preguntados por sus sentimientos sobre la pelea taurómaca, dos tercios prefieren la muerte del torero a la del toro y a continuación se les permite seguir estudiando para ser candidatos a encontrar luz en las tribulaciones humanas. Es de esperar que en su maduración académica lleguen a entender que en la corrida no se maltrata al toro, se le lidia conforme a su condición indómita, siendo el único escenario de la convivencia humana con animales destinados al sacrificio en el que se les ofrece la posibilidad de defenderse, la opción de subsistir en la batalla y se les concede una muerte con honor. 

Puede que la suerte esté echada y el porvenir nos conduzca hacia la ineludible distopía de una tauromaquia abolida, donde el espectáculo que un día fue glorioso quede como triste recuerdo en un mundo raro en cuyos ríos se perseguirá a los pescadores como genocidas y en el que se habrá prohibido el chuletón por las hordas veganas que desconocen la cantidad de bichos que hay que cargarse para que crezca sana una lechuga. En ese mañana no tan lejano, las últimas caravanas circenses transitarán de incógnito nuestra geografía con el temor a ser linchadas por comandos animalistas que estarán a un paso de lograr que aquellos elefantes que hace un año sufrieron un aparatoso accidente de tráfico sean incluidos entre las víctimas de la operación retorno. Será el triunfo definitivo del pensamiento Disney, capaz de enajenar las mentes de varias generaciones con el recuerdo de la madre de Dumbo llorando tras los barrotes de su vagón. Entonces, resultará ya imposible reeducar a la gente en la idea de que el verdadero maltrato consiste en tratar al animal de una manera distinta a la que exige su naturaleza, y acabaremos contemplando, si todavía nos dejan, el esplendor del toro bravo confinado en un zoo.