jueves, 16 de agosto de 2018

CUENCA, CIUDAD TAURINA


En estos tiempos de ruido y furia en los que nadie está interesado en hallar luz en el conflicto de turno, el tema preferido para la discusión grandilocuente y el griterío sin sentido suele ser la tauromaquia, que exacerba las opiniones de los contendientes sin que exista posibilidad alguna de entendimiento entre los bandos. En este mismo medio, cualquier artículo o noticia que se refiera al espectáculo taurino provoca comentarios enconados en los que se vierten acusaciones gravísimas contra los que buscamos la belleza en la pelea entre el hombre y el toro. Y es que tratar de convencer a un animalista sobre la excelsitud del placer que puede provocar una media verónica en la sensibilidad del aficionado es un imposible metafísico de igual magnitud que persuadir a un servidor sobre las bondades de los tanatorios para mascotas. El amante de las corridas de toros asume el dolor del animal porque lo considera una parte natural de la existencia como lo es la muerte, armazón sobre el que se construye la representación taurómaca que puede ser cruel, como la vida. Y no hay metáforas que puedan empatizar con el discurso animalista, incapaz de soportar ese lenguaje entre el toro y el torero, el diálogo sobre el que el taurófilo construye una historia de sacrificio y grandeza y en el que algunos sólo ven barbarie.

El desencuentro entre ambos mundos y los derroteros de una sociedad infantilizada y hedonista, cada vez más narcotizada contra el dolor que hace crecer, nos conducen a un futuro en el que el proselitismo taurino parece una quimera. Pero no lo es en Cuenca. A los que constantemente me cruzo en el camino y me compadecen diciéndome que esto se acaba les hablo de la Feria de San Julián, un acontecimiento que llega a reunir a ocho mil almas en una plaza de toros y les reto a que me ilustren sobre algún otro espectáculo de pago que congregue a lo largo del año a semejante gentío en mi ciudad en una sola jornada. La feria taurina de Cuenca es un milagro que financian nada menos que cinco mil abonados, el diez por ciento de la población, el equivalente proporcional a que la Plaza de las Ventas tuviera más de trescientos mil abonados o la Maestranza, setenta mil. Cinco mil aficionados que se dejan seducir cada año por la promoción inteligente de un empresario audaz que en la ciudad habitualmente ayuna de proyectos interesantes de negocio genera un impacto económico calculado en torno a los dos millones de euros.      

Los cinco mil ciudadanos que sustentan esta fuente de riqueza para nuestra tierra siguen considerando a la lidia de reses bravas un espejo ético en el que mirarse mientras los tildan de amantes de la tortura. Son cinco mil ciudadanos que no están dispuestos a transigir con la falacia del animalismo que pretendiendo aplicar categorías humanas a nuestra convivencia con los animales, persigue hacer pasar por inmorales valores ejemplares que a menudo inspiran los comportamientos que suceden en una plaza de toros, la gallardía, el afán de superación, la solidaridad, el coraje, la natural convivencia con el dolor y la muerte. Se suceden a nuestro alrededor iniciativas espurias que aprovechando una coyuntura política puntual declaran antitaurina a una ciudad en la que sin embargo se celebran con normalidad corridas de toros para los que quieran disfrutar de la libertad que aún les queda, asomándose a los tendidos de una plaza. En Cuenca, ciudad taurina, de momento nadie se atreve a robarnos la ilusión que mueve nuestros pasos cuando bajamos por la Avenida de los Reyes Católicos, y tras saludar al maestro Chicuelo, nos citamos con la alegría en la andanada, donde más cerca estamos de tocar el cielo si es que esa tarde no lo impide el agosteño chaparrón, el toro comparece en el ruedo con pujanza y a Morante se le ocurre estirarse al natural acordándose de su antiguo esplendor.

Un sabio francés, Jacques Cousteau, símbolo del ecologismo de nuestra infancia, sentenció que “solamente cuando el hombre haya vencido a la muerte y cuando lo imprevisible haya dejado de existir, morirá la fiesta de los toros y con ella, el reinado de la utopía y el dios mitológico encarnado en el toro de lidia derramará en vano su sangre en la alcantarilla de un matadero lúgubre”. El ecologismo del momento nos llama asesinos por proclamar a los cuatro vientos nuestra pasión, ignorando que el verdadero maltrato consiste en tratar a un animal de manera distinta a la que exige su naturaleza. Feliz Feria.