lunes, 25 de febrero de 2019

ROMA


Hubo un tiempo en el que los sábados y los domingos por la tarde, en lugar de burdos telefilmes edulcorados, la televisión nos ofrecía películas en las que podías asistir desde la butaca del cuarto de estar a un entretenimiento preferible a las aventuras que esperaban fuera y a una lección magistral con enseñanzas para la vida. Como la historia te la contaba alguno de los maravillosos actores que entonces eran como de la familia, la credibilidad era inmediata aunque en sus aventuras les rondara un ángel de segunda clase intentando ganarse unas alas o un amigo imaginario con forma de conejo.

La maquinaria de Hollywood ya no estrena películas como las de antes y anda haciendo caja entre secuelas de éxito asegurado y cine de superhéroes de cartón piedra, producciones de poco riesgo y mucho efecto digital. La antigua emoción se sirve sólo de vez en cuando, si alguno de los pocos artistas que se atreven todavía a encarar el reto de contar una historia sin artificio, la ruedan en estado de gracia y como Alfonso Cuarón en Roma, son capaces de imaginar el mar sobre un patio de baldosas.

Roma es la película del año y de muchos años. Nos presenta el relato sentido de una ruptura familiar, la eterna crónica de las consecuencias del desamor y el empeño del ser humano por sobreponerse a todo y sanar las heridas con la costumbre del cariño. La cámara de Cuarón acaricia el recuerdo de su infancia en la barriada Roma de la ciudad de México. Lo hace desde los ojos de Cleo, la mucama de una familia acomodada en los años setenta, convirtiendo la sencillez de la vida diaria en un maravilloso espectáculo fotografiado en esplendoroso blanco y negro, el ambiente de la época perfectamente recreado a través de una danza hipnótica de planos secuencia que convierte en magia una cotidianeidad de cuartos desordenados y coladas en las azoteas. 


Roma alcanza esa categoría de películas que es necesario contemplar desde el reclinatorio y abandonarse a su admirable puesta en escena a través de la cual pasa la vida como ese avión que sobrevuela nuestros sueños, nuestras miserias y nuestras proezas. Roma es un cuento sobre la pérdida. La felicidad de la familia reunida en torno al padre se sustenta en una armonía tan delicada como la exactitud de las maniobras de su vehículo para que éste encaje entre las estrecheces del portal, cuando el héroe llega a casa y todo parece estar en su sitio. La derrota del amor no conoce clases sociales, la criada y la señora viven al tiempo su abandono, hermanadas por el desamparo y el desconsuelo de la soledad. La fortaleza de las mujeres ya era la norma antes de que se inventara el “empoderamiento” y la maternidad frustrada también puede ejercerse en hogar ajeno, cuando los hijos de otro que cuidas a diario se convierten en el bálsamo callado del dolor.



Hasta llegar a ese puerto, Cleo apaga los incendios de sus señores, sobrevive a los seísmos y atraviesa las revoluciones con la extraña sabiduría indígena de su origen, que le hace mantener el equilibrio incluso cuando nadie a su alrededor es capaz de hacerlo con los ojos cerrados y sobre un solo pie. Cleo es la clave de bóveda de un universo sorprendentemente cercano al de nuestra propia infancia en la España de los setenta, la mítica patria de los días sin prisa, cuando el futuro era un rumbo aún sin concretarse y las horas no herían si alguien todavía te arropaba en la cama y a la mañana siguiente te despertaba el dulce silbido del afilador.


Alfonso Cuarón firma esta maravilla cinco años después de ser oscarizado por su aventura espacial en Gravity, una cinta emparentada directamente con esta historia tan diferente en la forma y tan similar en la esencia. No incurro en “spoiler” si digo que Sandra Bullock y Yalitza Aparicio interpretan en realidad a la misma persona, la hembra telúrica enfrentada al destino de sostener el mundo. Ambas se aferran a la vida que un momento antes se esfumaba en el agua y al fin sale a flote para adueñarse de la cámara en un increíble "travelling" que se adentra en el mar. Debajo de los adoquines sigue existiendo la playa.