domingo, 19 de mayo de 2019

SAN ISIDRO I: LA FERIA DEL BOMBO.



Comenzó la isidrada del 19, la feria anunciada a bombo y platillo, el mundial del toreo, el ciclo que venía a devolver a la fiesta la justicia que los taurinos tratan de burlar sin pausa en los despachos. Para tal fin, el gatopardo de Nimes volvió a montar el numerito del sorteo de ganaderías implantado en la pasada feria de otoño, pero sólo un poco. Diez toreros escogidos entre las figuras consagradas y las figuras en ciernes para pasar las fatiguitas de ver girar la pelotita junto al riesgo de que te toque en suerte un Garcigrande, ahí es nada, mientras el genio del autobombo calienta las bolas para que Roca Rey acabe toreando una de Adolfo. La diosa fortuna es caprichosa y empareja a los protegidos del sistema con sus vacadas favoritas, Ponce con Juan Pedro, Castella con Jandilla, Perera con Fuente Ymbro, mientras el peruano pone buena cara bailando con la más fea, la suerte de la fea la bonita la desea, que habrá que ver si ese día los Adolfos están en el son de la casta de Chaparrito o en el de la serie B de la casa, más a modo para que los instalados vendan su gesto anual. Peor cara se le quedaría al limeño cuando la baja de Ponce la cubrió el Juli que escondido tras la mata de su dignidad de mandamás del cotarro, fue agraciado con el premio gordo de la lotería de Don Simón, en el mayor ejercicio de trilerismo empresarial que se ha visto en el siglo. Para los pobres, quedan las lentejas de siempre mientras el sufrido abonado toma nota de los gestos de verdad. 

El aperitivo torista de todos los años es saludado con media entrada por la afición que todavía anda preguntando a sus compañeros de abono por la familia y las novedades tras la invernada cuando el primer Santa Coloma de la Quinta, Malastardes por agorero nombre, asoma por la bocana del chiquero y se da la vuelta camino de la oscuridad confortable del corral. Parece que presiente la lidia vulgar y precavida que luego le dará Rubén Pinar. El de Tobarra, acostumbrado en su última etapa a pechar con las ganaderías duras con bastante más dignidad que en sus tiempos de promesa del escalafón manchego, debía haber soñado la noche anterior a su estreno en Madrid que un toro de la Quinta le embestiría con la boyantía de un Domecq y cuando el cuarto convierte el sueño en realidad no termina de creérselo y lo pasa de muleta a la julianesca manera de aquellos inicios en los que le vendieron que esa era la técnica correcta para llegar a figura. Thomas Dufau pasa de puntillas por la tarde, atropellado por un lote cuya casta desbordaría a la mayor parte del escalafón, cuanto más a un torero que el año pasado se vistió de luces en ocho ocasiones. Javier Cortés no ha toreado mucho más pero ha aprendido por fin a cuidarse del toro aunque por el camino se vaya dejando jirones de la autenticidad de otras temporadas. Pasa la tarde en tono menor, planteando sus faenas con mejor compostura que resolución, por momentos parece encontrar el sitio en tres naturales que le enjareta al quinto, pero se pierde después en una sucesión de malas decisiones y destemplanzas. Al menos lució al toro en el caballo regalándonos un puyazo emocionantísimo de Juan Francisco Peña, que tras ser derribado en el primer encuentro, aceptó el envite de la larga distancia en el segundo, y colocó una vara en el mismo morrillo, lanzando el palo con torería y exposición. Después su buena monta no fue capaz de convencer al toro por tercera vez para aceptar la prueba definitiva de su bravura.

Juan Francisco Peña
El aspecto desangelado de los tendidos en la tarde inaugural se mitiga un tanto con el primer lleno de no hay billetes en el día del patrón. Diego Urdiales comparece de nuevo en las Ventas con la ganadería de su último triunfo grande pero los isidros están pendientes de acomodarse en su localidad con el cubata en una mano y la entrada en la otra y no tienen tiempo de aplaudir al riojano al que una minoría de colgados de aquel recuerdo de otoño nos empeñamos en sacar a saludar. El de Arnedo asoma tímidamente por la tronera del burladero, acaso sabedor del mal fario que persigue a todo aquél que es ovacionado al inicio de un festejo. En efecto, Urdiales no se mete a fondo con el segundo en una faena muy técnica a un toro sin clase al que no termina de hallar el temple salvo en un par de muletazos aislados tras sobarlo mucho. El quinto parece más propicio tras un comienzo poderoso en el que se dobla por bajo en los mismos terrenos de la histórica faena a Hurón. Después, no termina de dar el paso adelante necesario para aguantar la ligazón de una embestida incómoda a la que sólo se acopla en una serie de naturales de uno en uno. Finito de Córdoba comparece en su única tarde en el mismo son que el año pasado. Su primer toro sigue fielmente la muleta hasta el final con encastada boyantía siempre que se le pise el terreno adecuado, pero el Fino no se atreve. En el medio sitio en el que se coloca sólo acierta a tirar líneas con elegancia y al final del trasteo nos regala varios derechazos de muñecas partidas en los que se atisba la clase descomunal que se perdió por el camino de su indolencia.

A Perera, el bombo le dio esta corrida y el bombo le colocó en suerte a Pijotero, un castaño de Fuente Ymbro fabricado para no decir gran cosa en los primeros tercios y embestir como un tren en la muleta que el extremeño le presenta en la distancia larga, aguantando en los medios a pie firme el embroque emocionante y haciéndolo girar en torno a su figura retorcida. La faena es correcta en su primera mitad. En el haber anotamos la mano baja y el temple y en el debe la falta de ajuste y compostura. El cambio a la mano izquierda hunde el trasteo cuando el toro se mete por dentro y el dominio no aparece. Perera se da cuenta y logra enardecer de nuevo a la plaza con su toreo fake, ese que se construye sobre la suerte descargada y que se basa en hacer girar al toro por las afueras, vuelta tras vuelta hasta el doble pase de pecho final que tanto gusta a las masas. Le cuesta igualar al toro pasado de faena y la estocada llega tras el primer aviso, trasera y desprendida, la muleta perdida en el encuentro. Su efecto rápido hace aflorar los pañuelos que justifican la primera oreja, la petición decrece considerablemente pero el habitual numerito de los paniaguados de las mulillas retrasa el arrastre hasta la concesión del segundo trofeo por Gonzalo de Villa Parro, un presidente que  no debería sentarse en el palco ni una tarde más, tras repetir exactamente el mismo procedimiento que en la pasada feria permitió a Castella franquear la puerta grande. Se trata sin duda de una operación planificada para ir rebajando la categoría de la plaza y que un triunfalismo injustificado oculte la decadencia de lo que pasa en el ruedo. En el capítulo final, ni la extraordinaria lidia de Javier Ambel, ni los brillantes pares de Curro Javier y Vicente Herrera pueden apuntalar al derrengado sexto pero ya nada importa salvo la salida en hombros del jefe de filas, que se marcha por sexta vez camino de la calle de Alcalá entre una fuerte división de opiniones, lanzando besos a los detractores. Seis puertas del príncipe para el Juli en Sevilla, más que Curro, seis puertas grandes en Madrid de Perera, las mismas que Rincón, así está la cosa.

Gonzalo de Villa
Antes de la corrida del 16 de mayo, los altavoces de la plaza anuncian que al finalizar el paseíllo, se guardará un minuto de silencio por la muerte en Talavera de Joselito El Gallo. Una señora se alarma en la andanada y he de tranquilizarla explicándole que el rey de los toreros dejó de existir hace hoy 99 años. Para conmemorar las vísperas del centenario, nos toca aguantar la enésima comparecencia de los bueyes de Valdefresno y tragarnos el consabido ritual de descastamiento de esta ganadería, con los tendidos tan vacíos como en una tarde de agosto. Los tres matadores arrojados a este destino se estrellan contra un muro infranqueable de mansedumbre. David Galván estuvo valentísimo frente a las tarascadas del viento y de los mulos que le correspondieron, Joaquín Galdós dejó al menos dos estocadas irreprochables y Juan Ortega solo pudo insinuar la pureza que anuncia la colocación impecable y su naturalidad sin aspavientos.

La noble corrida de Montalvo plasma sobre la arena la disyuntiva en la que se debate la tauromaquia de esta época. El toreo moderno y el toreo clásico puestos frente a frente. La tarde comienza con dos faenas de idéntico planteamiento a cargo de Ginés Marín y Luis David Adame, un extremeño y un mexicano, para poner de manifiesto que la peste del neotoreo es universal, la única herencia por la que el imperialismo patrio debería pedir perdón. Ambos toros  regalan embestidas bonancibles para que cada quien cuente su verdad y sus oponentes ofrecen sin embargo sendos discursos superficiales al abrigo de la solanera hoy en penumbra, cortados por el mismo patrón del toreo por fuera, donde la ligazón se convierte en una mentira propiciada por la renuncia del hombre a ocupar el terreno del toro, el canon fundamental que hizo de la lidia de reses bravas, un arte único. Son faenas definidas por la ausencia de personalidad, por el mero acompañamiento insulso del viaje de un toro que  no precisa ser dominado, trasteos que necesitan desembocar en un final común por bernardinas como colofón tremendista, salvoconducto seguro para el trofeo barato.

Aguado a la verónica
En medio de todo esto, Pablo Aguado se hace presente en la tarde en su turno de quites, tras un buen puyazo de Óscar Bernal al primer toro de Adame. Dos verónicas bastan para que la plaza se estremezca con el aire de lo distinto y los olés roncos que surgen apaguen los clamores espurios que acompañaron a Ginés y provoquen a Luis David para replicar por lopecinas resucitando la bendita competencia entre los toreros desaparecida en tantas tardes de tedio. En ese enfrentamiento de dos maneras de entender el toreo, se ve clara la distancia entre tener a Julián cómo referencia o poner en escena una historia que comienza por Chicuelo, sigue por Pepe Luis, con Pepín Martín Vázquez al fondo y Curro de sumo pontífice. Cogido por dos veces en el sobrero de Algarra, la segunda para matarlo si sus pitones destartalados hubieran sido certeros, Aguado allega pundonor a su alada compostura y empieza a dejar detalles del sabor clásico de su escuela, el empaque de una naturalidad especial, otra forma de mover las telas que preludian la conmoción del sexto. El tapado de la feria recibe a Tapado, número 50, un colorado chorreado en verdugo de 591 kilos, que va y viene sin estridencias en los primeros tercios. El torero parece haberlo visto claro porque lo brinda al público y le cose en el tercio un primoroso inicio de faena pleno de gusto y pinturería. Después deja dos series de derechazos para el recuerdo, en donde quedan suspendidos el tiempo y la vida, veinte mil almas hermanadas en esa comunión extraña que solamente surge del toreo puro. La naturalidad con la que torea Pablo Aguado no se veía en Madrid desde que el niño de Pepe Luis dejó en su ruedo los últimos aromas de su particular sevillanía. La faena sigue al natural con menos continuidad a medida que el toro decae pero aún surgen momentos de oro entre el silencio de asombro de la plaza, no se puede torear más despacio, acostumbrados a la mediocridad habitual no es posible soportar tanta belleza. Con la noche ya cerrada sobre Madrid, la espada desbarata un triunfo histórico pero nada de eso importa a estas alturas. Pablo Aguado nos ha descubierto que el secreto de la felicidad reside en un cambio de mano. El sevillano vuelve a las Ventas el 16 de junio. Qué larga se nos va a hacer la feria hasta entonces.

El cambio de mano


1 comentario:

  1. como siempre magnífico artículo de un blogger que ya es referente de la crítica taurina
    Sin embargo estoy en desacuerdo con lo expuesto sobre Roca Rey(quizá por ver la faena como internauta, y no desde el coso). Roca estuvo muy bien con la primera alimaña, que no lo desbordo en ningún momento. Con el sexto muy bien, lo mete en el canasto con una cabeza privilegiada y una técnica depurada (el valor sin inteligencia no sirve). Estos encastes deben ser fundamentales para valorar a un torero (Y me vale un lider del escalafón como Roca o Julián, un artista como Aguado o Morante). Los Domeç permiten torear muchas tardes y el toreo bonito o el alarde, pero aquí está la verdad de la fiesta: que cunda el ejemplo de Roca Rey y se adopte a partir de ahora, incluido el mismo

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