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Cartel de Jesús Soriano |
La impresión que hace cincuenta años debió
causar en la ciudad de nuestros padres la instalación dentro de las Casas
Colgadas de unas pinturas que casi nadie entendía, permanece intacta en el
impacto que el cartel anunciador de la Semana Santa de este año ha provocado en
el alma de una tierra que a pesar de su eterna sed de atención, parece varada
en la obsesión por encerrarse en sí misma y no avanzar. Lo ocurrido en los días
pasados tuvo su primer capítulo hace dos años con la tormenta de críticas que
recibió el privilegio de que nuestra semana grande tuviera como emblema un óleo
de Zóbel y es la metáfora perpetua de ese espíritu intangible que atenaza la
capacidad de progreso de un rincón tan preñado de magia como de olvido.
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Cartel de Fernando Zóbel |
Quizá el primer paso para salir de ese
ostracismo sea que al margen del legítimo debate sobre una obra discutible, logremos
aceptar un cartel que se enmarca con naturalidad en la tradición de la Cuenca abstracta
que siempre fue refugio de artistas, esos impagables lunáticos que tuvieron la
osadía de establecer su arte entre las hoces desafiando las estructuras opresivas
de la sociedad de la época, convirtiendo el abandonado interior de aquellas moradas
imposibles en el museo más bello del mundo. Aquellos cuadros extraños pusieron
a Cuenca en el mapa de la cultura universal, realzaron la maravilla de un lugar
que esperaba en letargo más allá de los muros vestidos por la sorpresa de Saura,
de Chillida o de Canogar. La ciudad que según Lorca, labró el agua en el centro
de los pinos, se integraba en aquel espacio insólito como un lienzo más colgado
en cada uno de sus ventanales, como un apunte magnífico del natural fundido ya
para siempre con la novísima propuesta del interior.
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Cartel de Antonio Saura |
A veces parece que sigamos instalados en la
prehistoria del roquedal que nos circunda sin darnos cuenta de que la
naturaleza ya se decantó por la abstracción cuando esculpió las formas
asombrosas que hacen de nuestro entorno, un territorio único. A imagen y
semejanza de los políticos que comprometen el futuro de la ciudad, enfrascados
como están en sus peleas partidistas de patio de colegio, el personal que hoy
inunda las redes sociales compitiendo en chanzas a propósito del talento del
cartelista, es el mismo que quizá en su día, hubiera apedreado las vanguardistas
vidrieras de Torner, impidiendo así que la catedral albergara cada atardecer el
milagro de la luz del otoño en sus paredes.
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Cartel de Gustavo Torner |
Nuestra Semana Santa es
tan importante que admite la grandilocuencia y el minimalismo, el fragor de los
tambores y el rumor de las horquillas, el exceso del viernes y la intimidad del
lunes, la evidencia de una foto y el esbozo de un dibujo, las Turbas de
Halffter y el San Juan de Cabañas. Más allá de las preferencias estéticas de
cada cual, el garabato de Jesús Soriano encierra en su desnudez la sobriedad de
nuestras formas, insinúa más que enseña el ascetismo de nuestro peculiar modo
de representar la pasión cada primavera. El fulgor de esa cruz rodeada de capuces
integra todas las maneras de sentirse nazareno aunque por desgracia no haya
sido capaz de impedir el eterno cainismo que sin duda ha de ceder cuando Cuenca
despierte y deje de ser para siempre la que un día Eugenio D’Ors describiera
como bella durmiente del bosque. De nosotros depende.
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Cartel de Pedro Romero |
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