Brunnen es la historia de un fracaso. El
relato de una ambición frustrada por la eterna lucha entre la realidad y el
deseo. Brunnen significa pozo en sueco y un pozo de la finca de Antonio Ordóñez
es el improbable catafalco donde fueron a parar las cenizas de Orson Welles.
Hasta allí peregrina un grupo de cineastas fascinados por la idea de descifrar
en Ronda el misterio de Xanadu, pero ni en aquel lugar que hizo escuela en el
toreo, ni en el chalet de Aravaca que albergó por unos años la pasión por
España del bueno de Orson, hallaron la bola de cristal que en vez de una casita
entre la nieve quizá pudo contener un día, una taberna en Triana.
Brunnen habla del perfeccionismo del genio
incomprendido, de la dificultad para conciliar las necesidades del talento con
las exigencias de la industria del cine. Si a los veinticinco años has hecho de
tu opera prima una obra maestra y esa será la última vez que lograrás la
absoluta libertad creativa, la nostalgia por recuperar ese momento único te
acompañará el resto de tu vida, preñando de insatisfacción cada uno de los
proyectos que tu mente diseñe. Nos cuenta Jess Franco que Welles abominaba de
maravillas como “Sed de mal”, porque le negaron el derecho al último montaje.
Sabemos de la grandeza de “El cuarto mandamiento”, a pesar de los cuarenta
minutos que los carniceros de la RKO enviaron al limbo a espaldas de su
creador. Lo que hubiera sido de esas películas terminadas tal y como las
concibió Orson Welles se esconde entre las sombras de los viejos estudios de
Hollywood, que aquel niño prodigio quiso hallar veinte años después de la
mano de Falstaff entre los muros de Calatañazor.
Brunnen es además un documental sobre la
obsesión taurófila de Welles que analizaba la fiesta como una tragedia en tres
actos, tan indefendible como irresistible. Sorprende la capacidad del cineasta
para anticipar debates de absoluta actualidad, cuando en su famosa entrevista
con Michael Parkinson, realizada en 1974, se muestra alejado de la mítica
fiesta que conoció durante sus largas temporadas en España. En ella reniega del
toreo cuando se convierte en un asunto folclórico, en una industria decadente
al servicio de un fin falso, y rememora los años en los que la tauromaquia era
todavía un encuentro ritual casi místico entre un hombre valiente y un toro
bravo capaz de generar grandes enseñanzas para la vida. Tal vez en las andanzas
de sus amigos los toreros, el genio incomprendido veía reflejado el ancestral
combate contra el rebaño que Don Quijote Welles siguió librando hasta el final.
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