El aire es limpio en Barcelona esta
mañana. El paseo de Lluis Companys luce espléndido y sería un placer transitar
la imponente avenida, si no fuera porque la presidenta del legislativo hiere la
belleza del entorno con una arenga estridente que enardece a las masas reunidas
frente al Palacio de Justicia. Hasta el Arco del triunfo que en otro tiempo simbolizó
el progreso de esta ciudad, llegan voces que hablan de afrentas al autogobierno
y secuestro de cargos públicos, agravios a la voluntad popular que se suceden
mientras el Parlamento yace clausurado en la cercana Ciudadela.
Amanece en Rambla de Cataluña y los
radicales que cercan la Consejería de Hacienda mientras la comisión judicial la
registra, hostigan a los medios de comunicación nacionales al tiempo que
reclaman libertad de expresión. Las autoridades catalanas se quejan de la
situación de excepción perpetrada por el Estado español, que sin embargo permite
concentraciones permanentes en la vía pública que impiden a la Guardia Civil
abandonar el lugar con decoro. El titular de la Consejería prodiga circunloquios
ininteligibles por las tertulias sobre la falta de vigencia en Cataluña del
ordenamiento jurídico español, al que sigue acogiéndose para recibir los fondos
del Estado.
Los estudiantes ensayan movilizaciones
contra el sistema en el edificio histórico de la Universidad. Hace un siglo que
Josep Pla abandonó estas paredes. El vacío que entonces le producía el Derecho
mercantil se llena hoy con aprendidas soflamas que permiten a las víctimas de
la “logse” jugar a la revolución. Cientos de niños en edad escolar cruzan la
vecina Plaza de Cataluña. La excursión programada para recorrer los escenarios
de una novela de Marsé, ha sido sustituida por el adoctrinamiento sobre el
terreno que garantiza un futuro de mayorías estables al servicio de la causa
independentista.
Hasta el abigarrado roquedal de Montserrat
llegan los ecos de homilías que ilustran al feligrés sobre la conculcación de
sus derechos. La Conferencia Episcopal permite a su filial catalana amparar a
los fieles frente a la represión del Estado y apela al diálogo entre los
partidarios de hacer cumplir la ley y los decididos a quebrantarla. La Iglesia
Católica, en su magnánima misericordia, está obligada a socorrer a los héroes
del nacionalismo que se acogen a sagrado, en estricta aplicación de la
bienaventuranza que promete el reino de los cielos a los perseguidos por la
justicia. La Moreneta sigue sonriendo en su abadía.
La mañana del domingo ha empezado antes de
lo normal en el Ensanche. Por la magnífica cuadrícula de calles que envuelve al
colegio Ramón Llull, las familias concienciadas de la burguesía nacionalista
enarbolan papeletas para ejercer el derecho que un presidente insensato les ha
vendido como la panacea de la felicidad. Quieren expresarse en una consulta prohibida
en la que el censo es ilegal, el voto no es secreto, y no existe Junta
Electoral para garantizar el recuento. La policía judicial representada por los
Mozos de Escuadra incumple las órdenes que tenía y no cierra los centros de
votación. La Policía Nacional y la Guardia Civil los sustituyen en ese empeño y
cargan en algunos puntos contra los que se oponen a la acción de la justicia.
La salvaje represión concluye con cuatro heridos hospitalizados y no evita que
más de dos millones de personas voten finalmente. El gobierno español dice que
no ha habido referéndum. Quizá por eso, nadie detiene a los cabecillas de la
sedición. El gobierno catalán proclama la victoria del sí a la independencia
con el noventa por ciento de los votos y anuncia que esos resultados legitiman
la aplicación de las leyes suspendidas por el Tribunal Constitucional. La mayoría del pueblo contempla el espectáculo desde su casa.
Bravo, Maestro. Excelente prosa, como siempre.
ResponderEliminarInmejorable,conciso y clarificador, una joya
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