No es esto, no es esto. El quejido orteguiano aturde el cerebro mientras asistimos a la asonada parlamentaria. La chapuza perpetrada por las fuerzas independentistas parece diseñada por servicios de inteligencia enemigos empeñados en hacer fracasar el procés, despeñándolo por el precipicio de la ilegalidad. La estrategia nacionalista por fin se concreta en el rostro fanatizado de Forcadell. La Presidenta del Parlament sublevado se sacude la bota del Estado oprimiendo a las minorías. El asalto a la ley es tan burdo que hasta Coscubiela parece Cicerón clamando contra la tiranía. Iceta, Albiol y Arrimadas, ese trío imposible de próceres, delegan en portavoces de medio pelo la refriega reglamentaria y posponen su catilinaria inútil para cuando ya no hace falta. Las sonrisas de Puigdemont y Anna Gabriel anticipan una nueva versión de totalitarismo practicada sin dejar por un momento de pronunciar la palabra democracia.
Pero votar en contra de la ley no es
democracia y aprobar la sinrazón por mayoría no convierte el exabrupto en
razonable. Hasta un estudiante de primero de derecho sabe cuál es el
procedimiento para cambiar las normas pero los rebeldes siempre prefirieron un
choque de trenes en el que el humo de la locomotora fuera tapando el hedor de
su propia corrupción política y moral. No era tan difícil esperar en la
estación a que la podredumbre del gobierno central se manifestara
definitivamente y un nuevo escenario político les permitiera atisbar su quimera,
pues hace tiempo que la izquierda parlamentaria dejó de considerar incompatible
con su historia y su ideario amparar pretensiones nacionalistas, defender
propuestas insolidarias, abolir la igualdad de todos los españoles en el
territorio nacional.
Resulta increíble contemplar cómo ha podido
llegar hasta aquí un argumentario sostenido por un cuento inventado sobre la
Guerra de Sucesión y el manido recurso a las bajas pasiones del Espanya ens roba. La tergiversación de
la historia apenas da para jugar a la revolución contra otro Felipe y clamar en
el Camp Nou en el minuto 17:14 del
partido frente a un imaginario ejército borbónico al que el General Messi esta
vez sí derrotará, antes de emigrar para no tener que jugarse la liga contra el Hospitalet.
La falacia independentista no se sostiene de puro zafia por más que la vistan
con románticos ropajes de desobediencia civil contra instituciones carcomidas
por la incuria de un sistema perfectible.
La falta de calidad democrática de las
estructuras del Estado no justifica su rompimiento, sobre todo si hasta hace
cuatro días, los mismos que ahora se disfrazan de adalides de las libertades
del pueblo, medraban para apoyar al gobierno de turno y conseguir su cuota en
las instancias judiciales de las que ahora reniegan. El Estado de Derecho es un
refugio agrietado que puede seguir cobijándonos frente a la ignominia de
quienes pretenden reducirlo a escombros. En el entretanto, haría bien la vicepresidenta
en abstenerse de citar espuriamente a Montesquieu para defenderse de la imagen
de Rufián blandiendo impresoras, la enjundia del debate parlamentario definitivamente
rebajada al nivel de una sucesión de tuits sin ingenio. Se avecinan
espectáculos lamentables como el de los alcaldes sediciosos haciendo pública
ostentación de su voluntad de violar la Constitución que prometieron cumplir,
degradando el lema del No tinc por a
la categoría de eslogan publicitario que lo mismo sirve para el roto de un atentado
terrible que para el descosido que pretenden en nuestra sufrida piel de toro.
La osadía jurídica de los diseñadores de la
farsa les lleva incluso a sostener en público que el Derecho Internacional es
la legislación vigente en Cataluña. La comedia se completa con el fingimiento
de un atropello del que pretenden defenderse acogiéndose al derecho de
autodeterminación que Naciones Unidas diseñó para el amparo de territorios
ocupados con violencia. El hecho diferencial que siempre se utilizó para sacar
tajada de gobiernos débiles, en realidad consistía en sucesivos ataques de
victimismo frente a un neocolonialismo inexistente, al tiempo que se protesta
contra un estado de excepción imaginario desde una manifestación libre que
nadie reprime.
Cuando hace siete años se prohibió la
tauromaquia en Cataluña, no fueron muchos los que se sintieron concernidos por semejante
desafuero y tuvo que pasar más de un lustro para que el Tribunal Constitucional
anulara aquella ley que invadía competencias del Estado. Casi un año después,
nadie se ha atrevido a organizar allí un espectáculo taurino y las plazas de
toros se utilizan ahora para montar aquelarres independentistas. La presencia
de Otegi en la diada era el inicio de
la batasunización del ambiente, monstruo bifronte cuya cara amable nos muestra
a los radicales de la CUP escrachando con flores a la Guardia Civil, mientras
su reverso siniestro se encarga de señalar a los servidores de la ley para que permanezcan
en el redil de la mayoría silenciosa, so pena de portar para siempre el estigma
del botifler.
Como escibe Serrat en una de sus canciones seria fantastic que arribés el dia del sentit comú, que Pedro Sánchez no siguiera de perfil en este asunto, que Rivera olvidara los gestos para la galería, que Pablo Iglesias no considerara presos políticos a los que cometen malversación de fondos y Rajoy mantuviera su compromiso con la ley más allá de estos días convulsos y respondiera de una vez por la corrupción de su partido. Hasta que llegue ese futuro improbable, el principio de legalidad debe impedir que al pueblo español se le despoje de su condición de sujeto de soberanía sobre una parte de su territorio. Nadie nos puede privar de la fortuna de seguir sintiendo a Cataluña como propia. Catalunya és meva, també.
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