Las
vísperas de la Navidad siempre han estado unidas en mi mente a sensaciones
placenteras, aquéllas que me llevan a los días azules de una infancia feliz
nimbada por sabores dulces y tonadas cálidas. La vida era todavía entonces una
luminosa travesía donde en diciembre hacía frío, y las vacaciones escolares se
iniciaban con la promesa de fecundas jornadas a la intemperie de la ciudad
levítica en las que uno se abrigaba con la camaradería de los amigos y la
certidumbre de la vuelta a casa en plenitud, a la alegría de sentir el calor
del hogar vibrando en las mejillas y confortando el corazón.
Luego el tiempo pasa, nos vamos
volviendo viejos y uno se da cuenta de que la vida es como el café, huele mejor
que sabe, siempre es más rico el deseo que la realidad, la víspera que la
fiesta. Este año, ni eso. Nuestro astuto presidente ha tenido a bien irrumpir
en los preparativos del jolgorio a fecha fija, convocando unas elecciones
generales navideñas, sin duda para que no vaya mucha gente a votar, enfrascado
como estará el personal en sus compras y desplazamientos, que dicen los
analistas políticos que a mayor abstención, triunfo seguro de la derecha, debe
ser que los de izquierdas estarán más preocupados con la cosa del vuelve a casa
vuelve por Navidad.
Don Mariano ha decidido cargarse la
suave cuesta abajo que va desde el puente de la Constitución hasta el día de
Nochebuena para boicotear la relajación habitual que se suele adueñar del ambiente laboral del país por estas fechas, y amenizará las dos semanas que
restan para la gran cita con la tabarra de los cánticos electoralistas
fabricados para no cumplirse, mientras el resplandor de las sonrisas dictadas
por los asesores de imagen sustituirá este año con éxito a la costosa iluminación
navideña.
Los acostumbrados deseos de ventura
propios de la celebración dejarán paso a las consignas de los charlatanes, y
los maratones solidarios de la televisión serán sustituidos por debates huecos
en los que varios tertulianos venidos a más blasonarán de su producto sin más
ciencia que la del argumentario solamente aprendido para pasar el examen.
Por más que hagan el ganso con tan poca
gracia en los programas de entretenimiento y nos aseguren que ahora sí son partidarios de la regeneración, a los líderes instalados en la cuadriga demoscópica se les siguen notando
las mentiras aunque las disfracen de nuevas promesas y las proclamen bailando,
tocando la guitarra o jugando al futbolín. Tienen convertido el escenario en un
triste garito en donde despliegan sin pudor su prepotencia y no se plantean
pactar con nadie porque todos van a ser los más votados, los que ya gobernaron
porque piensan que su corrupción quedará tan impune a nuestros ojos como ante
los tribunales que controlan, los que aspiran a gobernar porque creen que no percibimos
su ansia de poder, cegados como estamos por su telegenia. Y es que huelen
tan bien, hablan tan rápido, lucen tan guapos (¡incluso Mariano parece otro!) que su ignorancia apenas sale a relucir cuando por algún resquicio de la
fachada se cuela su presentida indigencia intelectual, y uno cita a filósofos
que no ha leído, el otro elogia leyes del oponente creyendo que son propias y
el de más allá se pierde cuando un periodista se sale del guión y le pregunta
por una cuestión que no venía en el temario de las oposiciones.
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