lunes, 1 de junio de 2015

PLAZA DE TALANQUERAS

Desde el año pasado, la empresa de las Ventas, con la connivencia de la Comunidad de Madrid que le arrienda el coso y que blasonando de ser defensora de la tauromaquia contribuye así a su hundimiento progresivo, introdujo un sistema de abono en el que pueden desecharse unos cuantos festejos de los anunciados en el serial, vendiendo el invento como novedad benéfica para el bolsillo del aficionado. Si además se configura una cartelería sin gran atractivo en la que abundan las tardes carentes de contenido, el sufrido abonado acaba huyendo de la quema en bastantes más ocasiones de las que desearía, mientras los tendidos se llenan de un público cada vez menos preocupado por el prestigio de la plaza, gentes a las que solamente importa convertir su regalo en una tarde de triunfo. La estrategia viene siendo claramente despersonalizar la plaza más importante del mundo en beneficio del negocio de unos pocos, convertirla en una talanquera triunfalista en la que se cortan orejas casi todas las tardes tras faenas que hace tiempo no serían recompensadas ni con unas tibias palmas a la voluntad.

         De ese tipo fueron las dos que cortó López Simón a la corrida de Las Ramblas, para abrir por segunda vez consecutiva la puerta de Madrid. Ya tiene recorrida la mitad de la gesta que dejó Rincón para la historia en el 91, y todo ello sin haber dejado un solo pasaje para el recuerdo. Tan solo la voluntad y el amor propio para sobreponerse a las cogidas no pueden bastar si todo ese bagaje se presenta envuelto en las formas vacías del destoreo y la vulgaridad. Sus compañeros de terna esa tarde, David Galván y Víctor Barrio, siguieron ese mismo camino pero sin tocar pelo y en absoluto justificaron su inclusión en los carteles de San Isidro.


          Una historia parecida se vivió en la última novillada de la feria en la que debido a las cogidas de sus compañeros, Francisco José Espada tuvo que matar los seis novillos de la corrida. Solventó la papeleta con gran disposición de ánimo mas sin grandes argumentos artísticos, instalado toda la tarde en los cánones del toreo moderno. Al fin y al cabo, la culpa no es del chaval sino de aquéllos que ya en las escuelas taurinas tergiversan los principios clásicos que hicieron de la tauromaquia un arte con un sentido, el de dominar a un animal bravo creando belleza. Afortunadamente, el presidente de turno tuvo la cordura de no conceder el salvoconducto para la puerta grande que fue pedido por algunos tras un bajonazo para rebajar aún más la categoría de la plaza.

    La corrida del Puerto de San Lorenzo volvió a presentar toda su decadencia en San Isidro y pese a ello, los toros llegaban a la muleta regalando embestidas aprovechables para un torero que tuviera la ambición que Miguel Abellán y Antonio Ferrera ya no tienen. Abellán sigue insistiendo con esta vacada a la que no fue capaz de cortar una sola oreja en su encerrona de Otoño. Recompensado tras aquella gesta con tres tardes en San Isidro, su paso por la feria mantiene intacto su cartel entre los espectadores que vinieron a comprobar en la plaza si su apostura era la misma que cuando le veían bailar en el prime time televisivo. Ferrera, por su parte, también bailó lo suyo delante de sus toros y ni siquiera ha destacado como antaño por su pericia lidiadora. Puede haberse anotado el récord de haber colocado doce pares de banderillas sin cuadrar en la cara ni una sola vez. Daniel Luque sorteó esa tarde un sobrero de Pereda ante el que demostró toda la incapacidad que atesora. El destino le dio una segunda oportunidad con otro sobrero de Parladé en su segunda tarde, toro bravo y repetidor que sólo encontró en la muleta de Luque una sucesión de vulgares banderazos sin poder alguno para domeñar sus encastadas embestidas sobre la arena venteña en cada una de las cuales iba pidiendo a gritos un torero. No había estado mucho mejor Luque en su primer Juan Pedro al que cortó una oreja en la cual el prestigio de la plaza se despeñó un escalón más al ser pedida y concedida tras una estocada que hizo guardia. La faena tuvo como principales virtudes una tremenda voltereta del matador en los estatuarios iniciales y ese adefesio que él mismo ha patentado llamado luquesinas y que llevaron al paroxismo a la plaza. Como estará la cosa que, sabedor de que la oreja iba a ser pedida y concedida de igual manera, ni siquiera el peonaje se preocupó de sacar rápidamente el estoque como suele hacerse normalmente para ocultar el desaguisado.   

       La corrida de Juan Pedro Domecq fue tan buena para el torero que los animalitos parecían decir camino del desolladero aquello de "Dios qué buen vasallo si hubiese buen señor". Relatado ya lo de Luque, Finito de Córdoba pasó por la corrida tirando líneas al hilo del pitón sin allegar a sus faenas los arrestos que tuvo para encararse con el público disidente de sus maneras. En cambio, Alejandro Talavante sigue avanzando pasos en su condición de torero consentido de la afición de Madrid. Pudo haber conseguido el triunfo grande si hubiera manejado bien la espada y aunque no redondeó ninguna de sus dos faenas, tuvo en ambas momentos de toreo muy caro, sobre todo en algunos naturales aislados de mano baja rematados detrás de la cadera y sin rectificar terreno, pero prefirió abonarse al efectismo del toreo accesorio mas de gran exposición, sobre todo en una escalofriante arrucina de rodillas y en un pase cambiado por la espalda que levantaron clamores.


     La semana estaba montada en torno a la madre de todos los carteles. Alcurrucenes de lujo para Morante, el Juli y Castella. Los alcurrucenes de serie B ya habían sido despachados la semana anterior con más pena que gloria por otros diestros con menos fuerza en los despachos y el resultado de la tercera tarde de los toros de los hermanos Lozano en la isidrada era previsible. Animales justitos de trapío y de casta con la única excepción de Jabatillo, número 145, un colorado que todavía debe estar embistiendo en la muleta sabia de Sebastián Castella que firmó su faena más importante en Madrid para abrir por cuarta vez la puerta grande de las Ventas. Su trasteo no siguió las normas que estableció Cecil B. de Mille para la película perfecta según las cuales la historia debía comenzar con un terremoto y a partir de ahí, seguir in crescendo. El terremoto se dio cuando el francés comenzó desde los medios con su conocido arranque por pedresinas aunque lo que verdaderamente conmocionó a los tendidos fue una inspiradísima sucesión de remates por bajo con la naturalidad de la improvisación. El runrún de los grandes acontecimientos se instaló entre el público en una primera serie de naturales de mucha clase, interpretados en el sitio exacto para no convertir la ligazón en una mentira, nivel que Castella ya no volvería a alcanzar salvo en algún momento aislado propiciado por la boyantía del toro, cuya profundidad sin límite hubiera merecido otro final distinto al toreo de saldo por circulares y doblones con que le Coq obsequió a la concurrencia antes de culminar la obra con un bajonazo perdiendo la muleta. A partir de ahí, los despropósitos se instalaron en el palco donde el presidente Javier Cano atendió la petición mayoritaria de la primera oreja y cuando parecía que iba a reafirmar la categoría de la plaza negando la segunda, sacó el pañuelo azul sin que nadie lo solicitara e inmediatamente el pañuelo blanco de la segunda oreja, con lo que erraba por partida doble legitimando a la vez la enésima puerta grande concedida tras un bajonazo y la vuelta al ruedo para un toro que salió suelto del caballo en sus dos encuentros con el picador. Lamentable.


      Más allá de este momento álgido, la tarde no dio para apenas nada más. El Juli pasó como una sombra por la plaza, incapaz de sobreponerse a la conmoción causada por el francés y Morante de la Puebla sólo se lució en un brindis al Rey padre hecho como Dios manda, esto es, dándole la espalda a la hora de lanzar la montera hacia la meseta de toriles, lugar en el que el monarca emérito parece haber comprado un abono para esta feria. 

     Victoriano del Río comparece este año en el ciclo por partida doble, y el aficionado anda con la mosca detrás de la oreja sobre el hecho de si los toros reservados para la corrida de la Beneficencia, mano a mano para el Juli y Perera, serán tan dóciles como estos dos poderosísimos matadores desean o sacarán el puntito de genio que descompuso a la terna de la primera tarde de Don Victoriano en Madrid. Diego Urdiales agotó su segundo cartucho en la feria fracasando sin paliativos frente a un lote con dificultades que no supo descifrar. Parece como si el riojano hubiera abandonado la mentalidad que le hacía salir airoso con las ganaderías más duras, en estas tardes en las que viene anunciado de manera más cómoda, y sus carnes huyeran de comprometerse cuando inesperadamente el toro que se preveía noble le desborda una vez tras otra.

     En cambio, al Fandi le correspondió el toro más noble del encierro y lo pasó de muleta con su acostumbrada tosquedad, aunque quien da lo que tiene no está obligado a más. Como obtuvo la indiferencia del público ante lo que seguramente consideraría en su interior como el toreo mejor que cabía en sus capacidades, cuando el quinto sacó problemas tiró por la calle de en medio sin ningún pudor, levantando las iras del mismo público que antes le había ovacionado en banderillas sin ninguna justificación.

    Por su parte, Iván Fandiño también parece haber tocado techo tras el fracaso del Domingo de Ramos y, sin embargo, siguen flotando en el ambiente de la plaza los restos de la ilusión que animó aquella tarde, un no sé qué de respeto hacia aquella apuesta permanece en las actuaciones del matador vasco, por encima de sus limitaciones. En su última actuación en San Isidro no le salió casi nada de lo que intentó, pese a lo cual, se le sigue esperando.

   Entre los toreros de plata destacó la cuadrilla de Luque, tanto Antonio Chacón como el Algabeño, así como la de Fandiño, en la que Pedro Lara le sigue disputando a Marcos Galán el título de mejor lidiador del escalafón y Miguel Martín y Jesús Arruga continúan siendo una garantía de suficiencia y arte con los palos. 


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