Desde el año pasado, la empresa de las Ventas, con la
connivencia de la Comunidad de Madrid que le arrienda el coso y que blasonando
de ser defensora de la tauromaquia contribuye así a su hundimiento progresivo,
introdujo un sistema de abono en el que pueden desecharse unos cuantos festejos
de los anunciados en el serial, vendiendo el invento como novedad benéfica para
el bolsillo del aficionado. Si además se configura una cartelería sin gran
atractivo en la que abundan las tardes carentes de contenido, el sufrido
abonado acaba huyendo de la quema en bastantes más ocasiones de las que
desearía, mientras los tendidos se llenan de un público cada vez menos
preocupado por el prestigio de la plaza, gentes a las que solamente importa
convertir su regalo en una tarde de triunfo. La estrategia viene siendo
claramente despersonalizar la plaza más importante del mundo en beneficio del
negocio de unos pocos, convertirla en una talanquera triunfalista en la que se
cortan orejas casi todas las tardes tras faenas que hace tiempo no serían
recompensadas ni con unas tibias palmas a la voluntad.
De ese
tipo fueron las dos que cortó López
Simón a la corrida de Las Ramblas,
para abrir por segunda vez consecutiva la puerta de Madrid. Ya tiene recorrida
la mitad de la gesta que dejó Rincón para la historia en el 91, y todo ello sin
haber dejado un solo pasaje para el recuerdo. Tan solo la voluntad y el amor
propio para sobreponerse a las cogidas no pueden bastar si todo ese bagaje se
presenta envuelto en las formas vacías del destoreo y la vulgaridad. Sus
compañeros de terna esa tarde, David
Galván y Víctor Barrio,
siguieron ese mismo camino pero sin tocar pelo y en absoluto justificaron su
inclusión en los carteles de San Isidro.
Una
historia parecida se vivió en la última novillada de la feria en la que debido
a las cogidas de sus compañeros, Francisco
José Espada tuvo que matar los seis novillos de la corrida. Solventó la
papeleta con gran disposición de ánimo mas sin grandes argumentos artísticos,
instalado toda la tarde en los cánones del toreo moderno. Al fin y al cabo, la
culpa no es del chaval sino de aquéllos
que ya en las escuelas taurinas tergiversan los principios clásicos que
hicieron de la tauromaquia un arte con un sentido, el de dominar a un animal
bravo creando belleza. Afortunadamente, el presidente de turno tuvo la cordura
de no conceder el salvoconducto para la puerta grande que fue pedido por
algunos tras un bajonazo para rebajar aún más la categoría de la plaza.
La corrida del Puerto
de San Lorenzo volvió a presentar toda su decadencia en San Isidro y pese a
ello, los toros llegaban a la muleta regalando embestidas aprovechables para un
torero que tuviera la ambición que Miguel
Abellán y Antonio Ferrera ya no
tienen. Abellán sigue insistiendo con esta vacada a la que no fue capaz de
cortar una sola oreja en su encerrona de Otoño. Recompensado tras aquella gesta
con tres tardes en San Isidro, su paso por la feria mantiene intacto su cartel
entre los espectadores que vinieron a comprobar en la plaza si su apostura era
la misma que cuando le veían bailar en el prime time televisivo. Ferrera, por
su parte, también bailó lo suyo delante de sus toros y ni siquiera ha destacado
como antaño por su pericia lidiadora. Puede haberse anotado el récord de haber
colocado doce pares de banderillas sin cuadrar en la cara ni una sola vez. Daniel Luque sorteó esa tarde un
sobrero de Pereda ante el que demostró toda la incapacidad que atesora. El
destino le dio una segunda oportunidad con otro sobrero de Parladé en su segunda tarde, toro bravo y repetidor que sólo
encontró en la muleta de Luque una sucesión de vulgares banderazos sin poder
alguno para domeñar sus encastadas embestidas sobre la arena venteña en cada
una de las cuales iba pidiendo a gritos un torero. No había estado mucho mejor
Luque en su primer Juan Pedro al que cortó una oreja en la cual el prestigio de
la plaza se despeñó un escalón más al ser pedida y concedida tras una estocada
que hizo guardia. La faena tuvo como principales virtudes una tremenda
voltereta del matador en los estatuarios iniciales y ese adefesio que él mismo
ha patentado llamado luquesinas y que llevaron al paroxismo a la plaza. Como
estará la cosa que, sabedor de que la oreja iba a ser pedida y concedida de
igual manera, ni siquiera el peonaje se preocupó de sacar rápidamente el
estoque como suele hacerse normalmente para ocultar el desaguisado.
La
corrida de Juan Pedro Domecq fue tan
buena para el torero que los animalitos parecían decir camino del desolladero
aquello de "Dios qué buen vasallo si hubiese buen señor". Relatado ya lo de
Luque, Finito de Córdoba pasó por la
corrida tirando líneas al hilo del pitón sin allegar a sus faenas los arrestos
que tuvo para encararse con el público disidente de sus maneras. En cambio, Alejandro Talavante sigue avanzando
pasos en su condición de torero consentido de la afición de Madrid. Pudo haber
conseguido el triunfo grande si hubiera manejado bien la espada y aunque no
redondeó ninguna de sus dos faenas, tuvo en ambas momentos de toreo muy caro,
sobre todo en algunos naturales aislados de mano baja rematados detrás de la
cadera y sin rectificar terreno, pero prefirió abonarse al efectismo del toreo
accesorio mas de gran exposición, sobre todo en una escalofriante arrucina de
rodillas y en un pase cambiado por la espalda que levantaron clamores.
La
semana estaba montada en torno a la madre de todos los carteles. Alcurrucenes de lujo para Morante, el
Juli y Castella. Los alcurrucenes de serie B ya habían sido despachados la
semana anterior con más pena que gloria por otros diestros con menos fuerza en
los despachos y el resultado de la tercera tarde de los toros de los hermanos
Lozano en la isidrada era previsible. Animales justitos de trapío y de casta con
la única excepción de Jabatillo,
número 145, un colorado que todavía debe estar embistiendo en la muleta sabia
de Sebastián Castella que firmó su
faena más importante en Madrid para abrir por cuarta vez la puerta grande de
las Ventas. Su trasteo no siguió las normas que estableció Cecil B. de Mille
para la película perfecta según las cuales la historia debía comenzar con un
terremoto y a partir de ahí, seguir in crescendo. El terremoto se dio cuando el
francés comenzó desde los medios con su conocido arranque por pedresinas aunque
lo que verdaderamente conmocionó a los tendidos fue una inspiradísima sucesión
de remates por bajo con la naturalidad de la improvisación. El runrún de los grandes
acontecimientos se instaló entre el público en una primera serie de naturales
de mucha clase, interpretados en el sitio exacto para no convertir la ligazón
en una mentira, nivel que Castella ya no volvería a alcanzar salvo en algún
momento aislado propiciado por la boyantía del toro, cuya profundidad sin límite hubiera merecido otro
final distinto al toreo de saldo por circulares y doblones con que le
Coq obsequió a la concurrencia antes de culminar la obra con un bajonazo
perdiendo la muleta. A partir de ahí, los despropósitos se instalaron en el
palco donde el presidente Javier Cano atendió la petición mayoritaria de la
primera oreja y cuando parecía que iba a reafirmar la categoría de la plaza
negando la segunda, sacó el pañuelo azul sin que nadie lo solicitara e inmediatamente
el pañuelo blanco de la segunda oreja, con lo que erraba por partida doble
legitimando a la vez la enésima puerta grande concedida tras un bajonazo y la
vuelta al ruedo para un toro que salió suelto del caballo en sus dos encuentros
con el picador. Lamentable.
Más allá
de este momento álgido, la tarde no dio para apenas nada más. El Juli pasó como
una sombra por la plaza, incapaz de sobreponerse a la conmoción causada por el francés y Morante de la Puebla sólo se lució en un brindis al Rey
padre hecho como Dios manda, esto es, dándole la espalda a la hora de lanzar la
montera hacia la meseta de toriles, lugar en el que el monarca emérito parece haber comprado un abono para esta feria.
Victoriano
del Río comparece este año en el ciclo por partida doble, y el aficionado anda
con la mosca detrás de la oreja sobre el hecho de si los toros reservados para
la corrida de la Beneficencia, mano a mano para el Juli y Perera, serán tan
dóciles como estos dos poderosísimos matadores desean o sacarán el puntito de
genio que descompuso a la terna de la primera tarde de Don Victoriano en
Madrid. Diego Urdiales agotó su segundo cartucho en la feria fracasando sin
paliativos frente a un lote con dificultades que no supo descifrar. Parece como
si el riojano hubiera abandonado la mentalidad que le hacía salir airoso con
las ganaderías más duras, en estas tardes en las que viene anunciado de manera
más cómoda, y sus carnes huyeran de comprometerse cuando inesperadamente el
toro que se preveía noble le desborda una vez tras otra.
En
cambio, al Fandi le correspondió el toro más noble del encierro y lo pasó de
muleta con su acostumbrada tosquedad, aunque quien da lo que tiene no está
obligado a más. Como obtuvo la indiferencia del público ante lo que seguramente
consideraría en su interior como el toreo mejor que cabía en sus capacidades,
cuando el quinto sacó problemas tiró por la calle de en medio sin ningún pudor,
levantando las iras del mismo público que antes le había ovacionado en
banderillas sin ninguna justificación.
Por su
parte, Iván Fandiño también parece haber tocado techo tras el fracaso del
Domingo de Ramos y, sin embargo, siguen flotando en el ambiente de la plaza los
restos de la ilusión que animó aquella tarde, un no sé qué de respeto hacia
aquella apuesta permanece en las actuaciones del matador vasco, por encima de
sus limitaciones. En su última actuación en San Isidro no le salió casi nada de
lo que intentó, pese a lo cual, se le sigue esperando.
Entre
los toreros de plata destacó la cuadrilla de Luque, tanto Antonio Chacón como
el Algabeño, así como la de Fandiño, en la que Pedro Lara le sigue disputando a
Marcos Galán el título de mejor lidiador del escalafón y Miguel Martín y Jesús
Arruga continúan siendo una garantía de suficiencia y arte con los palos.
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