Entre los mensajes de todo tipo que se amontonaban en
la Puerta del Sol el quince de mayo de dos mil once, me sorprendió uno que
permanece en mi memoria todavía: “Me gustas cuando votas porque estás como
ausente”. Cuatro años después, el panorama político ha cambiado un tanto quién
sabe si para que todo siga igual, de la misma manera que en esta segunda semana
de feria, los signos de regeneración se han difuminado y el estado de cosas
taurino ha vuelto por donde solía, al difícil calvario que el aficionado
transita cada tarde, cuando ni los toros ni los toreros ofrecen mayor atractivo
que los rostros que estos días nos sonríen desde los carteles electorales.
En las
Ventas, como en las urnas, siguen existiendo listas cerradas y bloqueadas de
ganaderías que el empresario contrata año tras año con independencia de sus
méritos en el ruedo. Jandilla, el Montecillo y Núñez del Cuvillo, vacadas con la casta en diminutivo, nos
endosaron animales que, como los del Pilar
suelen reunir las tres virtudes de la teología del toro moderno, feos, flojos y
descastados. Para completar el desastre ganadero del que sólo se salvó Alcurrucén, el hierro de Parladé honró la tradición de fracasar
en el día en que se descubrió en el patio del desolladero el azulejo que
conmemora la injusticia que llevarán para siempre en su conciencia los ilustres
críticos que tuvieron a bien concederle el premio a la ganadería más brava del
año pasado.
De las
orejas que se han cortado esta semana en Madrid, nadie recuerda apenas nada,
como tampoco quedará gran cosa de las promesas electorales que ahora nos
circundan. Los vientos de cambio que se avecinan trajeron tempestades en el
ruedo que la mayoría de los toreros sortearon acogiéndose al populismo de los
terrenos del cinco donde sus desastradas formas encontraban mejor acomodo. Abellán desgranó en ese lugar algunos
naturales encajados, para regresar más tarde al toreo insustancial que suele
prodigar. Adame suplió con efectismo
sus carencias y cumplió con ese exabrupto de la neoterminología taurina según
el cual el mexicano volvió a puntuar en Madrid, donde seguirá jugando su liga
particular de empate en empate hasta la derrota final. Castella sorteó el toro más dócil de la feria, un sobrero de el Torero, máquina de embestir sin
malicia alguna al que se le simuló la suerte de varas, motivo más que
suficiente para convertirse en firme candidato a premio. El francés le aplicó
un sinfín de mantazos en línea para que el toro no se quebrantara y pudiera
durar los ochenta viajes que el animalito se pegó por la periferia de le Coq, siempre
más cómodo con el estajanovismo de la ventaja que con el riesgo de exprimir al
toro en veinte pases con la enjundia de la verdad. La suma de despropósitos
culminó en un bajonazo infame, ovación cerrada al toro y petición unánime. En
cambio, la oreja de Manzanares se
otorgó entre una fortísima división de opiniones. El niño de luto nos hizo el
favor de dejarse caer por Madrid en su única actuación en el ciclo. Tuvo un
lote para soñar el toreo pero se conformó con tirar líneas con su habitual
empaque de escaso ajuste, como uno de esos políticos de los nuevos partidos que
han hecho de la telegenia su principal virtud y no se atreven a cruzar la
frontera del compromiso para no perder el poder que ya se avecina.
Del
mismo modo que en nuestra castigada piel de toro el crecimiento de la
desigualdad es un hecho al que los gobernantes actuales se aplican con
verdadero empeño, en los despachos de los que administran el negociado taurino
se sigue favoreciendo a algunos toreros cuyo mayor poder no reside en su muleta
sino en sus mentores. Resulta sangrante que el Capea siga viniendo a mostrar su incapacidad en Madrid o que Juan Bautista ocupe dos puestos y pase
la tarde sin exponer un alamar, habiéndose quedado fuera de la feria matadores
como Curro Díaz, Sergio Aguilar, Venegas o Teruel, de acreditada trayectoria en
este ruedo y con personalidad suficiente como para redimir al ciclo de su
penosa vulgaridad.
A falta
de la cita con la Beneficencia, Miguel
Ángel Perera ya ha toreado dos tardes en Madrid sin más eco que el que
levantan las palmas de cortesía de los espectadores más pudientes. A estas
horas, nadie acierta a entender qué ha sido del pererismo triunfante del año
pasado cuando surgían clamores donde ahora sólo hay silencio e indiferencia
para idénticos argumentos. Su cara de estupefacción era la misma que la de los
que por ahora atesoran el poder político cuando se preguntan por qué han
perdido el favor de la gente a pesar de haber sido tan eficientes en la gestión
de su propio negocio.
A falta
de que Fandiño y Escribano den su verdadera medida con
otro tipo de toro, la alternativa al adocenamiento de los poderosos parece ser Diego Urdiales, al que antes de haber
triunfado plenamente en Madrid han acartelado en tres tardes de lujo con el
aval de aquellas dos gloriosas series de naturales de otoño, que aún brillan con
fuerza en el erial que es la fiesta de este momento. Su toreo es distinto, por
sobrio, puro y natural, pero en su primer discurso se debatió entre esas formas
que enamoran y el sitio menos comprometido que conduce a ser consentido por el
sistema.
Si la
regeneración tiene que llegar de la mano de los novilleros que han actuado
hasta ahora, no vendrá por el camino del amaneramiento que trae Posada de Maravillas, cuya afectación
le emparenta con la cursilería hueca de otro mesías que también lleva coleta,
ni tampoco por la senda del tremendismo al que se abandonó Gonzalo Caballero cuando mató sin muleta para cambiar el revolcón
por una oreja populista. En la lejanía se adivina un torero que viene del Perú
con la hierba en la boca, un valor inmenso y el pulso con los engaños de los
elegidos. Se llama Andrés Roca Rey,
todavía es novillero y por lo visto en la Feria de la Comunidad en la que salió
por la puerta grande y en esta Feria de San Isidro, está pidiendo toro en cada
una de sus actuaciones. Quizá como el verso de Neruda, la regeneración venga de
allende los mares tal y como sucedió hace casi 25 años cuando un torerillo de
Bogotá puso las cosas en su sitio. Me gustas cuando callas porque estás como
ausente, y me oyes desde lejos y mi voz no te toca …
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