viernes, 8 de marzo de 2019

CHRISTUS FACTUS EST

Foto de Juan Antonio Martínez

Christus factus est pro nobis
obediens usque ad mortem
mortem autem crucis.

Cristo se hizo por nosotros, obediente hasta la muerte, una muerte de cruz. La Carta del apóstol San Pablo a los Filipenses escapa por una tarde de la liturgia del Domingo de Ramos para entonar su canto de humildad, encarnado en Nuestro Padre Jesús con la Caña. Un sábado de febrero en la intimidad del templo que cobija al Señor, la Hermandad se reúne para escuchar el estreno del “Christus factus est”, composición de David Hurtado, concebida para honrar la majestad de nuestra imagen sin abandonar la sencillez que nos describe. El tiempo detenido en los cantorales depositados esta tarde en nuestra capilla nos une a los hermanos que hace cinco siglos ya veneraban la caña que aún nos guía.

El autor nos explica la dificultad de su empeño por encerrar la música de Dios en poco más de tres minutos y el reto que para él supuso descifrar la verdad de nuestras formas sin romper la burbuja de su propia pasión sevillana más que a través de lo que transmite nuestra historia, nuestras imágenes y nuestros sueños. Aunque parezca lo contrario, Sevilla y Cuenca no están tan lejos en su universo devocional y no hay más que acercarse a la Iglesia de la Anunciación para encontrar en el Cristo de la coronación de espinas de la Hermandad del Valle, la misma emoción que soportan nuestras andas.  

Pareciera que el templo se recoge en sí mismo cuando Lucie Žáková ataca la primera nota en el órgano de la iglesia y la sostiene en el tiempo hasta que las voces de la Capilla de Música de la Catedral de Cuenca dirigidas por José Antonio Fernández, balbucean las palabras iniciales del cántico como si no se atrevieran a pronunciar la terrible sentencia de la Epístola de San Pablo a los cristianos de Filipos, que nos recuerda la entrega de Jesús cuando afrontó la muerte por nosotros a pesar de su condición divina. El coro entona su lamento a media voz, acaso amedrentado por los acordes del órgano implacable que va desplegando sus escalas hacia el cielo y la tierra proclamando la gloria de Dios padre, hasta que llega el esplendor de los tenores y un fragor de bajos y barítonos inunda el escenario, poniendo de acuerdo a todos los sonidos en la armonía final que pide perdón al Señor por el ultraje, por el dolor, por el escarnio.

La donación anónima que ha hecho posible la incorporación de esta obra maravillosa al patrimonio de la Hermandad, enriquece sin duda nuestros cultos al tiempo que engrandece nuestro espíritu. Su música nos ofrece un mensaje universal de sacrificio para la partitura de nuestras vidas.    

Foto de José Manuel Alarcón


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