Foto de Juan Antonio Martínez |
Christus factus est pro nobis
obediens usque ad mortem
mortem
autem crucis.
Cristo se hizo por nosotros, obediente
hasta la muerte, una muerte de cruz. La Carta del apóstol San Pablo a los Filipenses
escapa por una tarde de la liturgia del Domingo de Ramos para entonar su canto
de humildad, encarnado en Nuestro Padre Jesús con la Caña. Un sábado de febrero
en la intimidad del templo que cobija al Señor, la Hermandad se reúne para
escuchar el estreno del “Christus factus est”, composición de David Hurtado,
concebida para honrar la majestad de nuestra imagen sin abandonar la sencillez
que nos describe. El tiempo detenido en los cantorales depositados esta tarde en
nuestra capilla nos une a los hermanos que hace cinco siglos ya veneraban la
caña que aún nos guía.
El autor nos explica la dificultad de su
empeño por encerrar la música de Dios en poco más de tres minutos y el reto que
para él supuso descifrar la verdad de nuestras formas sin romper la burbuja de
su propia pasión sevillana más que a través de lo que transmite nuestra
historia, nuestras imágenes y nuestros sueños. Aunque parezca lo contrario, Sevilla
y Cuenca no están tan lejos en su universo devocional y no hay más que
acercarse a la Iglesia de la Anunciación para encontrar en el Cristo de la
coronación de espinas de la Hermandad del Valle, la misma emoción que soportan
nuestras andas.
Pareciera que el templo se recoge en sí
mismo cuando Lucie Žáková ataca la primera nota en el órgano de la iglesia y la
sostiene en el tiempo hasta que las voces de la Capilla de Música de la
Catedral de Cuenca dirigidas por José Antonio Fernández, balbucean las palabras
iniciales del cántico como si no se atrevieran a pronunciar la terrible sentencia
de la Epístola de San Pablo a los cristianos de Filipos, que nos recuerda la
entrega de Jesús cuando afrontó la muerte por nosotros a pesar de su condición
divina. El coro entona su lamento a media voz, acaso amedrentado por los
acordes del órgano implacable que va desplegando sus escalas hacia el cielo y
la tierra proclamando la gloria de Dios padre, hasta que llega el esplendor de
los tenores y un fragor de bajos y barítonos inunda el escenario, poniendo de
acuerdo a todos los sonidos en la armonía final que pide perdón al Señor por el
ultraje, por el dolor, por el escarnio.
La donación anónima que ha hecho posible
la incorporación de esta obra maravillosa al patrimonio de la Hermandad,
enriquece sin duda nuestros cultos al tiempo que engrandece nuestro espíritu.
Su música nos ofrece un mensaje universal de sacrificio para la partitura de
nuestras vidas.
Foto de José Manuel Alarcón |
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