La primera vez que vi a Chiquito de la
Calzada moviéndose física y moralmente por la pantalla del televisor, estallé
en una carcajada que dejó estupefactos a los que compartían conmigo aquella
noche veraniega y que asistían al espectáculo más serios que una petaca de
corcho. Lo cierto es que revisando ahora las intervenciones televisivas que se
han repuesto con motivo de su muerte, se puede observar a gente que permanece
impasible, mientras otros espectadores se descoyuntan a cada paso o balbuceo
del genial cómico de “Málaga la bella”. Y es que desentrañar los motivos que a
cada cual le mueven a la risa es más complicado que hacer una “guarrerida”
española si ligas menos que la gata del Vaticano.
El sentido del humor es tan personal e
inexplicable como descifrar a qué se refería Chiquito con aquello de “No te
digo trigo por no llamarte Rodrigo”, frase mítica que provocaba el mismo efecto
de perplejidad en los cejas altas de la intelectualidad y en los que en lugar
del graduado escolar sólo tenían una etiqueta de anís del mono. La cosa no era
el qué sino el “cómor”, la gracia no estaba en el final del chiste viejo que
todos conocíamos, sino en el modo de contarlo, en el ingenio inesperado de un
señor mayor que se movía más que los precios cuando alargaba la historia
contorsionándose en un bailecillo mezcla de arte marcial y patadita flamenca,
al tiempo que se arrancaba por bulerías o canturreaba “siete caballos vienen de
Bonzanza”.
Chiquito era la genialidad del hombre sencillo.
En sus historias se advertía la bonhomía de la comicidad que no hace enemigos,
incapaz de suscitar agravios en estos tiempos de corrección política en los que
si es otro el que se mete con la “meretérica” le podía caer una multa que no se
la iba a quitar ni “Perry Manson”. Su figura despertaba la empatía que se
siente hacia el que había nacido después de los dolores, y tras partirse la
cara en el “tablao” de la vida, por fin tocaba la gloria que el azar le tenía
reservada a la edad de la jubilación. Cuando Chiquito decía que estaba la cosa
muy mala, uno podía imaginárselo de verdad friendo los huevos con saliva en sus
épocas de fatiga y madrugada, en donde era tanta la sed que se veían las ranas
con cantimplora.
Chiquito es un grande que ha quedado
porque contaba con la originalidad del creador con sello propio, su particular
idioma a medio camino entre el andaluz de la calle y el inglés “inventao” le sitúa
a la altura de hitos del humor hispano del absurdo como las llamadas
telefónicas de Gila o el vaso de agua de Tip y Coll. El que perdura en el habla
lo hace para siempre, el “cuidadín” y el “te das cuen” llevan más tiempo entre
nosotros que la puerta, y a nadie se le ha ocurrido protestar cuando le llaman “fistro
vaginal”, si el que lo hace se echa la mano a las lumbares y se aleja diciendo
“no puedo, no puedo”.
Muy buen artículo que describe a la perfección al maestro Chiquito de la Calzada. Descanse en paz
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