Viene siendo un lugar común que en las
postrimerías del curso político, el presidente del gobierno se vea obligado a comparecer
públicamente para dar explicaciones sobre la financiación de su partido. Don Mariano ha tenido que acostumbrarse a
la fuerza a estos exámenes veraniegos con los que el sistema se justifica a sí
mismo propinando al líder máximo arañazos controlados que incluso le permiten reforzar
su imagen de agudo opositor que se sabe la materia. Don Mariano ya está sentado
a la derecha del paternal tribunal que lo trata con deferencia y un sí es no es
de mala conciencia al haber tenido que hacerle pasar por este trance, y su
atribulado presidente acota el interrogatorio de las acusaciones pero no los
chascarrillos del testigo, que prodiga ironías sobre los letrados con su conocida
retranca como si tuviera tras de sí a la bancada popular, al tiempo que las
defensas apenas pueden reprimir sus mohines de satisfacción por la habilidad dialéctica
del prócer. Don Mariano sigue arrastrando la ese por el estrado con una
convicción encomiable, la misma que le hace permanecer todavía en política a
pesar de la miríada de escándalos de corrupción que ha consentido. Érase un
hombre a un desliz pegado, aquél que le hizo acudir al parlamento un mes de
agosto de hace cuatro años, para mentir sobre los manejos de su tesorero con la
impunidad que ofrece tener asegurado el control de los tribunales que pudieran
juzgar su actuación.
Hoy como entonces ha vuelto a decir que a
pesar de la elocuencia de los mensajes enviados a Bárcenas, no hizo nada en su
favor, cuando es un hecho que lo amparó en el partido a pesar de las evidencias
de fraude. Hoy como entonces se ha vuelto a jactar de haber sido él quien dejó
de contratar a los miembros de la trama cuando supo que algo olía a podrido en
la Comunidad de Madrid, pero no ha dado explicación alguna de por qué no
denunció aquellos hechos ni profundizó en la investigación del asunto como era
su obligación. El sistema ha quedado satisfecho, se completó la comedia y los
palmeros del líder se aprestan a glosar la normalidad democrática de lo
sucedido, pero Montesquieu no resucita por más que la apariencia triunfe sobre
la verdad. El Barón ilustrado parecía estar pensando en nuestras cuitas cuando dijo
que no hay peor tiranía que la que se ejerce a la sombra de las leyes y bajo el
calor de la justicia.
A pesar de todo, debe reconocerse que de un tiempo a esta parte, la
historia de las farsas presidenciales ha perdido truculencia si consideramos que hace casi veinte
años otro prohombre era citado para ser preguntado sobre muertes y secuestros.
Las cloacas insondables han pasado de albergar sicarios a ocultar el latrocinio
permanente, algo es algo. La esperanza en la regeneración del sistema se antoja
una quimera si la natural tendencia del españolito metido en política por llevárselo
muerto no se ataja con la independencia y el recíproco control de los poderes del
Estado. La desolación es inevitable si echamos un vistazo a la alternativa
circundante, en donde ningún partido de la oposición lleva en su programa la
separación de poderes y a la fuerza que sustenta al gobierno se le ha olvidado
reclamar en este punto el cumplimiento del pacto de investidura. Don Mariano
afronta las vacaciones con una sonrisa en los labios.
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