En
los últimos años, los amantes del tenis no contábamos con ver de nuevo un duelo
en las canchas entre el mejor jugador de todos los tiempos y el mejor
deportista español de la historia. La edad de Roger Federer y el deterioro
físico de Rafael Nadal parecían alejarlos cada vez más de las grandes citas y
el panorama de un presente dominado por el juego avasallador de los grandes
pegadores no dejaba demasiado consuelo a una orfandad que presentíamos
definitiva.
En el primer set, Federer no da opción
a Nadal. Juega a un ritmo infernal, como si llevara siglos esperando este
momento, reparte winners como puñetazos, el machete afilado para acortar los
puntos en prevención del desgaste que se avecina. El break cae como fruta
madura en el séptimo juego y Roger gana con un fácil 6-4 sin haber sudado
todavía.
Sin embargo, el año
2017 comenzó con buenas noticias. Los dos colosos se habían recuperado de sus
viejas lesiones, y anunciaban mejoras técnicas en su preparación, mucho más
necesarias para Nadal al que Carlos Moyá ha debido convencer de que la
prolongación de su carrera deportiva depende de una mayor apuesta por el juego
de ataque. En las rondas preliminares del Open de Australia, retornan las
buenas sensaciones al tiempo que desaparecen del cuadro Murray y Djokovic,
prematuramente eliminados como si el Dios del tenis hubiera empezado a mover
los hilos para propiciar el mágico encuentro.
La relajación natural del inicio del segundo
set aumenta el número de errores no forzados del suizo y Rafa, corredor de
fondo que siempre se queda en el partido para resurgir cuando amaine la
tormenta, se coloca con un sorprendente 4-0. A partir de ahí, un Federer sin
nada que perder vuelve a coger vuelo y aún arrebata un servicio a Nadal que con
la seguridad de la ventaja adquirida y un saque de mejor colocación que
potencia, vuelve a centrarse hasta llegar al 6-3 final.
Nunca en la
historia como en esta pugna entre los dos amigos se había producido esta
retroalimentación de sus respectivas virtudes que los eleva a ambos. La
grandeza de sus partidos hace palidecer los viejos duelos entre Borg y McEnroe,
Edberg y Becker o Sampras y Agassi, que comenzaron a revisitar la eterna lucha
entre Apolo y Dioniso, la perfección académica contra la esforzada voluntad, la
belleza apolínea frente a la pasión dionisíaca, el diálogo norte sur, Mozart o
Beethoven, Vermeer versus Goya, Joselito y Belmonte.
Federer le devuelve la jugada a Rafa en el
comienzo del tercer set no porque el español se despiste sino porque esta vez
la técnica se impone al arrebato. El servicio impecable del suizo envía al
limbo varias opciones de break a favor de Nadal en el primer juego y el
manacorí acusa el golpe hasta ceder un 3-0 de salida. Vuelve a perder su saque
en el sexto juego pues Roger ha recuperado la excelencia y aunque Nadal tira de
genio para intentar alargar el set, la cosa se resuelve en un 6-1 final, al que
llega Federer rozando las líneas con una sonrisa en los labios. Tres sets en
dos horas de partido.
Roger Federer ha
batido todos los records tenísticos posibles pero en los enfrentamientos
directos con Rafa Nadal, el español le dobla en victorias. La perfección
técnica del suizo se estrella una y otra vez contra la estrategia de Nadal, que
a base de correr de lado a lado de la pista defendiendo todos los puntos hasta
la extenuación, suele terminar haciendo claudicar al mago de Basilea, a pesar
de su saque perfecto y su derecha primorosa. Federer es un sabio en todos los
registros, sabe dominar desde el fondo y es un genio en la red. Nadal, sin
embargo, “sólo” saca notable alto en todas las asignaturas, pero el músculo que
le hace llegar al sobresaliente se halla en su cabeza, nadie sabe jugar los
puntos decisivos como Rafa, el poder de su mente conduce su esfuerzo
inexorablemente a la victoria.
El cuarto set comienza igualado y ambos
jugadores van ganando su servicio usando sus armas. Roger trata de mantener su
ritmo vertiginoso de golpes planos y juego agresivo, pero dos errores groseros
en el cuarto juego le facilitan la rotura a Nadal, siempre atento a los
escasos resquicios del suizo. A partir de ahí se agiganta el mallorquín,
más agresivo en sus golpes, no tan preocupado en la eterna estrategia de minar con
bombas liftadas la zona de revés de Federer y alargar los puntos a la espera
del fallo. Un servicio cada vez más sólido de Nadal y una sombra de cansancio
en la mirada del helvético culminan en un 6-3 más fácil de lo esperado.
No sólo son grandes
cuando ganan. Nadie hay más elegante que Federer en el triunfo ni más humilde
en la victoria que Nadal, que incluso ha llegado a pedir perdón a su rival por
haberle vencido. Nunca
recurren a la excusa cuando llega la derrota, no necesitan que nadie les
recuerde que son mortales a pesar de su apariencia de dioses y su vuelta al territorio del mito demuestra que han sabido renacer de sus cenizas cuando todo el mundo presumía
de conocedor augurando su ocaso.
En el comienzo del set definitivo la coraza
mental del español alcanza su cima. Hace break en el primer juego y remonta un
15-40 en el segundo para consolidar la ruptura. El suizo pidió atención médica
en el descanso entre sets y lo vuelve a hacer ahora sin abusar, pero no parece
mermado y vuelve a estar a punto de romper el servicio de Nadal en el cuarto
juego. En el sexto logra por fin su objetivo e iguala a tres con una moral por
las nubes que le lleva a ganar su siguiente saque en blanco. El partido entra
en la zona de los campeones y en el octavo juego, Roger vuelve a quebrar
nuestra esperanza a la quinta oportunidad pese a que Rafa llegó a recuperarse
de un 0-40. Con 5-3 saca Federer para ganar el partido, Nadal lucha hasta
la última bola pero el maldito ojo de halcón acaba certificando el enorme
talento del mejor jugador de la historia.
A los aficionados al tenis nos espera un año divertido. La competencia entre estas dos
leyendas nos asegura asistir a nuevas citas con el deseo de que gane Nadal y la
certeza de que no lloraremos por la victoria de Federer. Quizá el próximo
milagro tenga fondo rojo y sus caminos se crucen de nuevo al final de la
próxima primavera, cuando estalle la arcilla de París.
En nuestro modesto nivel tuve el privilegio de compartír duelos tenísticos con el blogger, reproduciendo a escala ínfima el duelo eterno del tenis
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