Toreando en los medios
martes, 14 de octubre de 2025
EL DÍA QUE ACABÓ EL TOREO
lunes, 6 de octubre de 2025
LA VUELTA
Pero la vuelta ya se había instalado en nuestro imaginario infantil mucho antes, cuando en la arcadia de los setenta vestíamos las chapas de Cinzano con los maillots de Lasa o Perurena y las alisábamos contra la piedra para mejorar su aerodinámica en las curvas del circuito que construíamos con la única herramienta de nuestras manos entrelazadas dibujando caminos en el patio arenoso del colegio. Los resúmenes televisivos de la etapa del día se funden en mi recuerdo con las primeras bicis de paseo que los Magos de Oriente habían dejado en nuestros zapatos para convertir las carreras de chapas en competiciones reales camino de Palomera en donde exprimíamos las BH y las GAC de la época, disputando al sprint la meta volante de Molinos de Papel con la canción oficial de la vuelta incrustada en el cerebro, me estoy volviendo loco, me estoy volviendo loco, me estoy volviendo loco, poco a poco, poco a poco.
Tan metida en el corazón, algo se nos rompe dentro cuando la etapa del día no acaba con la ceremonia del vencedor. Impedir que los esforzados de la ruta llegaran a la meta de manera violenta fue como si alguien nos cortara las alas que crecieron en aquella infancia, como si la justicia que late en la pelea del escalador solitario se encontrara con la pancarta de la frustración convertida en desnivel infranqueable para coronar la cima. Incapaces de atentar contra los intereses israelíes que habitan en entornos más poderosos, los manifestantes de la causa palestina escogieron para su legítima reivindicación asfaltar la fragilidad del corredor de fondo con las chinchetas de la intolerancia e impidiéndole culminar su escapada, desteñían su propio mensaje. Quizá por eso, el presidente del gobierno empatizó tanto con su protesta, cultivando la estrategia del manipulador que aprovecha la tragedia de Gaza para mitinear exultante a bordo de una sonrisa incompatible con la masacre que denuncia, encantado de haber encontrado la trinchera perfecta para esconder sus escándalos.
La verdad es la verdad, la diga Sánchez o sus voceros. Netanyahu es un criminal de guerra aunque sea Bildu quien lo proclame hundido en el lodazal de sus silencios cómplices. Los delitos de lesa humanidad que el gobierno democrático de Israel está cometiendo en la franja no son más justificables por el hecho de que la alternativa sea el terror fundamentalista que supone Hamás para el futuro de la zona. Y no lo serán nunca, aunque el mundo ignore los atentados contra los derechos humanos que se suceden a diario en otros rincones menos visibles del planeta y el clamor de genocidio que se extiende por las calles de las capitales europeas no alcance para alzar la voz también por la visibilidad de los pogromos de Nigeria, Sudán, el Congo o Myanmar.
La flotilla de activistas embarcados con rumbo a la utopía ha sido una metáfora perfecta de la naturaleza irresoluble del conflicto de oriente medio si pensamos que en las naves interceptadas convivía la generosidad de las mejores intenciones con el negacionismo de los crímenes del siete de octubre. Junto al activismo sincero de la ayuda humanitaria navegaba la propaganda narcisista del postureo en las redes, tan deleznable como los debates partidistas de nuestros políticos patrios que desde la desfachatez de su bienestar occidental se han atrevido a enarbolar festivamente el sufrimiento envuelto en el pañuelo palestino o en la estrella de David.
Mientras la solución de los dos estados se desvanece sumergida entre el río y el mar, el ciclista esloveno Pogacar surcaba inalcanzable los montes de Ruanda en el reciente campeonato del mundo, dejando tras su estela un rumor de victoria que al menos ese día hizo un poco más soportable el recuerdo del genocidio tutsi, del holocausto nazi, de las limpiezas étnicas perpetradas en el entorno balcánico del héroe, la memoria indeleble de todas las tragedias de la historia convocadas a su paso.
lunes, 11 de agosto de 2025
EL HIJO A MEDIAS
La exposición de los hijos ante el pelotón de fusilamiento de los medios fue el último acto de una representación en la que intervino también una ministra del gobierno de España para presionar al poder judicial sin tener en cuenta los indicios de alienación parental evidentes en el escenario. Todo el que haya estado en contacto con el complicado mundo del conflicto matrimonial reconoció en el grito desgarrador de ese niño, a una víctima acosada por la acción criminal de los adultos. El interés del menor debería ser el principio rector en esta materia pero se convierte a menudo en una declaración vacía tras la que se esconden estrategias procesales que en vez de buscar un acuerdo sanador perpetúan el enfrentamiento entre las partes.
Tener hijos es llevar el corazón fuera del cuerpo. El instinto de posteridad nos conduce al afán de descendencia sin adivinar la esclavitud que aparece desde el día en el que ese deseo se concreta en una vida que es la nuestra caminando en otro ser. Es la condena de la paternidad, esa trenza de angustia y felicidad que se anuda en torno al hijo y te sitúa amarrado para siempre a la estela de incertidumbre desplegada tras sus pasos. Ser padre es edificar tu existencia en torno a un futuro para su dicha al que sólo asistirás como invitado y en donde un instante de plenitud bastará para olvidar todas las ausencias. La absurda aspiración de querer abrazarlo siempre como cuando era un niño se funde con la quimera necia de pretender dirigir sus decisiones para librarlo del dolor, sabedores como somos de que moriremos un poco con cada una de sus heridas. Hay una querencia por seguir llevándolo cogido de la mano que no se extingue nunca.
El padre separado multiplica en el vacío que siente esa sensación de impotencia, una suerte de orfandad inversa que ni siquiera la custodia compartida puede restañar. La justicia es incapaz de solucionar situaciones tan complejas y no puede sino conformarse con fabricar hijos a medias, convirtiendo la paternidad del progenitor no custodio, ese oxímoron, en un simulacro que impide su pretensión de absoluto. La adolescencia del hijo es un lugar propicio para que el cataclismo del divorcio se manifieste en toda su crudeza cuando la lejanía eleva barreras invisibles que no se disipan en la visita de un fin de semana. La separación es una verdadera amputación cuya mayor tragedia es acostumbrarse a sobrevivir en el desierto, anticipando a un momento intempestivo, la soledad inevitable que aparecerá cuando el hijo tome su propio camino. Los padres a tiempo parcial son despojados de la fortuna intangible de asistir a su crecimiento, como Gepettos que alejados de esa cotidianeidad, contemplan cómo se va convirtiendo en una marioneta manejada por la vida, mientras a la familia imaginada le crece la nariz.
Cuentan que Daniel, el hijo de Francesco y Juana, tras siete meses de extrañamiento, tardó veinte minutos en aceptar de nuevo al padre cuando pudo hablar con él, sin mayor interferencia que la asistencia del equipo técnico del Juzgado. Salomón hizo lo correcto pero tras la euforia del verano, llegará el invierno para comprobar si los estragos del conflicto entre los padres se han convertido en el previsible trauma que pesará sobre ese niño y el adulto que va a ser.
martes, 24 de junio de 2025
SAN ISIDRO 2025: LA FERIA DE MORANTE
En realidad, fueron ocho. Los dos primeros como un presagio de los olés roncos que vendrían después, la seña de la identidad eterna de las Ventas para saludar el acontecimiento del toreo clásico y reunido, en el sitio y sin perder un paso, con la sencillez de quien pasa por allí y se entretiene en explicar al público que habitualmente aplaude lo accesorio, la belleza de la verdad resumida en una media.
Que Morante estaba bendecido aquella tarde se vio cuando improvisó el quite del vasito de plata, genialidad a cuerpo limpio para recortar al toro que apuraba a su peón, sin derramar una gota del cáliz. Se veía al cigarrero con ganas de empezar a torear cuanto antes, el pronto y en la mano de Chenel como antídoto contra el tostón de las faenas sin medida. Si un torero no es capaz de revelar en veinte pases el mensaje que trae a la plaza, es que no tiene nada que decir. Morante dio pocos más y comenzó la lección doblándose en las tablas del nueve, meciendo al toro de Garcigrande en muletazos tersos que buscaban abrir los caminos de una embestida que hasta entonces había sido huidiza y por momentos claudicante, y conducirla hasta la prueba de fuego del trincherazo final. La serie con la derecha que inauguró el toreo fundamental se construyó con la naturalidad de los elegidos, cuatro muletazos que parecieron uno solo, tal fue el encaje y la armonía que guio la obra dibujada en el sitio exacto donde reside la gloria. Morante torea en unos terrenos que ahora mismo nadie pisa y manda a los toros al límite del ceñimiento. Entre el recital de derechazos, cambios de mano y trincherillas, se erigió una serie única de naturales extraordinarios en los que sacrificó la ligazón, como si el estado de gracia que movía la tela necesitara un respiro entre pase y pase para degustar mejor la plenitud y los ayudados por bajo, el pase de la firma y el molinete invertido, fueran el remate necesario y refrescante para sobrevivir a tanta intensidad.
La faena a Seminarista fue la mejor que han visto las Ventas en los veintiocho años de alternativa del sevillano, tantas veces perdido en esta plaza entre retazos inconclusos, obsesiones con las condiciones del ruedo y críticas al toro de Madrid que, al parecer, ahora sí cabe en su muleta. Una labor tan inspirada que en otros tiempos menos reglamentistas, hubiera bastado para que se llevaran a Morante por la puerta grande, al margen de las orejas que pospuso el descabello. La faena obró en la tarde un efecto devastador sobre las víctimas que cometieron la imprudencia de compartir cartel con el toreo puro, sobre Talavante especialmente, convertido en una sombra que paseaba por el ruedo arrastrando la memoria de la faena triunfal que abrió el ciclo, mera bisutería preciosista incapaz de soportar la comparación con la obra maestra que acababa de presenciar. La devastación se extendió al resto de la feria, relegando al olvido a los toreros de su generación que resisten en el escalafón al amparo del medio toro flojo y dócil, a los diestros mecanizados de la generación siguiente fabricados en serie por las escuelas taurinas, a los epígonos del negociado del arte, perdidos en la melancolía inútil de la confrontación con el modelo original. La actuación de Morante en la corrida de la Beneficencia anduvo por debajo del acontecimiento previo y su mayor mérito fue la inteligencia del torero para aprovechar el viento a su favor y reunir los fragmentos de autenticidad de la tarde, hasta conducirlos a la tierra prometida de la calle de Alcalá con el salvoconducto de tres naturales inmensos a un toro impresentable de Juan Pedro que en otro momento solo hubiera merecido la faena de aliño habitual. El triunfalismo de los jóvenes se adueñó del escenario para izar al ídolo sobre su fervor de botellón y “vivaespañas”, y entre los tonos pastel de las camisas de marca emergía una figura azabache como de otro tiempo, un Gallito improbable a lomos de una ficción.
Desde la andanada se asistía al suceso con la alegría que proporciona contemplar el anacronismo de un torero vestido de siglo diecinueve paralizando la vida capitalina de un domingo por la tarde, hasta que la policía montada de Urtasun suspendió la ensoñación para que la calzada recuperara su acostumbrada mediocridad. La imagen de un artista elevado a la categoría de héroe por los veinteañeros de esta época sin más referentes que los “streamers” que los aleccionan, nos trajo el recuerdo del aficionado ignorante que fuimos, representado en la masa que aclamaba a Morante camino de la puerta grande como lo hubiera hecho con Perera, Castella, Rufo o Adrián si hubieran culminado con la espada sus trasteos ayunos de enjundia, como lo hizo siete días después con Borja Jiménez, por una faena efectista a un toro obediente de Victorino. Es difícil que el hedonismo que orienta sus instintos les permita distinguir entre la pureza y el engaño, entre la hondura y la superficialidad pero también es probable que alguno de ellos transite por el camino del tiempo alcanzando la madurez suficiente para dejar de preferir una danza banal ante un animal bobo a las faenas de poder frente al toro de respeto.
Quizá tengan que esperar a que la vida haya dejado en ellos el poso de dolor necesario para apreciar la otra feria, el reverso de la tauromaquia incruenta que atesta los tendidos de un público festivo, las tardes en que la emoción vuelve a la piedra y disuelve el tedio cuando el toro recupera su condición de fiera y su casta exige toreros sin duende que arriesgan la vida apenas por los gastos, romanes que exponen los muslos partidos a las embestidas inciertas, damianes y robleños que no han visto un Domecq ni en las fotografías. Y lidiadores ultramarinos que vienen a la madre patria a reivindicar la fiesta proscrita en su tierra y se abrazan a su oportunidad en la periferia del sistema, tal Diego San Román sorteando gañafones como balaceras de Querétaro o Juan de Castilla conviviendo con las tarascadas de un toro de Dolores como con los sicarios del narco que poblaron su infancia en Medellín.
El culto al meritoriaje en la fiesta siempre ha permitido que las figuras del toreo escogieran las mejores ganaderías a cambio de la excelencia en su propuesta artística. A José Tomás no se le exigía que matara barrabases. La feria ha sido un desierto de monotonía del que sólo nos redimió Morante. Si haciendo honor a su fama de alunado se hubiera retirado tras otorgar la bendición a sus fieles desde la balconada del Wellington, podría haber dicho, como el Guerra, después de mí, “naide”, y después de “naide”, Uceda Leal, que estando ya de vuelta de todo aún dio una lección de torería ante un toro de la Quinta. Acaso la actuación sentida y asentada de Fortes que contemplé desde el tamiz enaltecedor de las cámaras de teleayuso fuera otro de los sucesos del ciclo, siempre que no se tuviera en cuenta el factor corrector de la perspectiva de los compañeros de abono que desde el altozano de la andanada son capaces de desmontar los mitos televisivos con la misma efectividad que los informes de la UCO arruinan la reputación de los felones. Algo de eso debió pasarle a Roca Rey, que se empeñó en destrozar el aura que lo acompañaba desde su aparición en Tardes de soledad, el documental que al parecer le ha arrebatado el alma, tal fue el derroche de vulgaridad desplegado en su trámite isidril.
El toro más bravo de la feria, Brigadier, de Pedraza de Yeltes, que midió su bravura en tres puyazos cobrados arrancándose de largo y recrecido en el castigo, no ha sido mencionado en ninguno de los premios oficiales del establishment taurino, interesado en promover el otro toro que permite el mantenimiento del tinglado, el exclusivamente fabricado para la faena de muleta, el que prodiga embestidas ordenadas, no suelta la cara y en lugar de acometer, ofrece inercias. En cuanto a la ganadería más completa, habiendo asistido a las corridas de la Quinta, Escolar, Pedraza y Fuente Ymbro, los jurados han preferido prevaricar distinguiendo a la ganadería de Jandilla. Vale.
jueves, 1 de mayo de 2025
FELICES PASCUAS
martes, 1 de abril de 2025
LA FAMILIA POLÍTICA
Entre la justicia y mi madre, elijo a mi madre. La famosa cita de Albert Camus parece inspirar, en otro contexto, la estrategia política reciente en donde el amor a la sagrada familia presidencial anima la acción de los miembros del gobierno, intérpretes disciplinados de la cantinela oficial que trata de socavar, poco a poco, la independencia de los jueces encargados de investigar la probidad de la forma de ganarse la vida de la primera dama y de su cuñado. Para los partidarios de la alternancia política no hay otro remedio que abandonarse a la melancolía al contemplar cómo quienes rigen los destinos de la Comunidad de Madrid se enfangan también para defender al novio de su presidenta, la cual es capaz de llegar a la Moncloa y como Calígula con el caballo, convertir a su consorte en Ministro de Hacienda.
La tensión política entre ambos antagonistas promete hasta las elecciones un duelo por todo lo bajo que de momento, ya ha emponzoñado la imagen de la Fiscalía. Depende, de quién depende, de según como se mire, todo depende, es una canción que el Presidente interpretó ante un periodista de cámara para ponerle banda sonora a un thriller protagonizado por el Fiscal General, encantado de hacer duetos con la voz de su amo para ventilar en público los secretos de un contribuyente. El exceso de celo del defensor de la legalidad por aclararle a la audiencia la verdad sobre la iniciativa de un acuerdo de conformidad, fue un espóiler tan absurdo como revelar a estas alturas que el personaje interpretado por Bruce Willis en realidad está muerto tras la primera secuencia de “El sexto sentido”.
El Fiscal también lo está pero igual que Bruce y Mazón, él no lo sabe. Como el héroe del Ventorro acogido a la clemencia de Abascal, tal vez espera la absolución de Conde Pumpido, cancerbero de la Constitución, presto y dispuesto a cocinar la futura condena condimentando el trampantojo con un lejano parecido a la separación de poderes. Sería el segundo gol por la escuadra en la desvencijada portería del Estado de Derecho, el primero todavía andan celebrándolo los indultados de los “Eres”. El “hat trick” definitivo llegará cuando toque revisar la amnistía, y el “Var” de los once confirme la derrota del Tribunal Supremo, no en vano quien tira las líneas lo hace desde Waterloo.
La democracia lo soporta todo, incluso que el partido en el poder pacte las leyes con un prófugo de la justicia española. También que su número dos colocara a sus queridas en empresas públicas y otorgara a su esbirro la categoría de asesor. El edificio constitucional no se resiente aunque se gestionen las cuentas con un presupuesto que no responde a la voluntad popular de las últimas elecciones. La encargada de presentar el proyecto en las Cortes distrae a las masas degradando el principio de presunción de inocencia a la categoría de legalismo prescindible, el franquismo sociológico que habita en su mente no concibe más derecho de defensa que el de su permanencia en el sillón.
Las excelentes cifras macroeconómicas sirven de coartada a la familia política pero no consuelan a una cuarta parte de la población que sigue en riesgo de pobreza o exclusión social. Algo va mal en el sistema cuando el crecimiento del PIB convive con la falta de futuro de nuestros hijos, que andan buscando vivienda como terraplanistas ilusos persiguiendo el borde del horizonte. Sobrevivir al panorama requiere algo más que unas garrafas de agua, unas latas, la linterna y el transistor. La cosa pública subsiste entre las diatribas de sus gestores a la espera de la próxima catástrofe en la que seremos nuevamente abandonados por su infalible incompetencia para afrontar las pandemias, los volcanes, las riadas o la amenaza de guerra nuclear.
Avanza la cuaresma pero sigue el carnaval.