Como las bicicletas, la nueva normalidad
es para el verano y el distópico neologismo se asienta en nuestras vidas con la
misma perplejidad con la que un virus fantasma llegó, suspendió la primavera y permanece
agazapado entre la incertidumbre de su otoñal regreso instalada en el miedo de
la gente. La memoria de cuarenta mil de los nuestros nos recordará para siempre
el oprobio de un tiempo en el que fueron desalojados de un barco donde se
creían a salvo, mientras las autoridades en las que habían depositado su
confianza navegaban por la desgracia con la impericia del capitán que prioriza
su mantenimiento en el puente de mando al bienestar de su pasaje.
La configuración de un gobierno sin experiencia
ni cualificación suficiente, conformado para dar satisfacción a las distintas
ambiciones entre las que había que navegar para alcanzar el poder a toda costa,
se demostró fatal a la hora de hacer frente a la crisis. Un ministerio de
sanidad vaciado de competencias durante el proceso de descentralización autonómica
no supo gestionar la asunción repentina del mando único y se dejó enredar en
una vorágine de test falsos y equipos de protección defectuosos que contribuyó
a empeorar una situación que ya venía lastrada por la incuestionable falta de
previsión de los científicos a su servicio.
El pecado original de las autoridades fue
no saber prepararse para el desafío sanitario cuando desde el treinta de enero
la Organización Mundial de la Salud venía alertando sobre la dimensión global de
la pandemia y la necesidad de aprovisionamiento de material para hacerle
frente. La gran negligencia cometida trasciende a acontecimientos puntuales
como los actos masivos del ocho de marzo, en los que todos los grupos políticos
participaron de una u otra manera siendo conocedores de las advertencias de la
OMS, lo cual nos conduce a la certeza de la inevitabilidad de nuestro destino
aunque éste hubiera sido manejado por gestores de distinto signo.
El gobierno ha tratado de excusar su
errada estrategia recordando la herencia recibida, la pujanza turística de
nuestro país o el consuelo imposible de los desastres similares ocurridos en
otras latitudes. Sin embargo, el colapso del sistema de salud tiene menos que
ver con los recortes de la última década o con el tránsito de viajeros que con
el hecho evidente de no haber cerrado las fronteras ante el ejemplo italiano y
haber pospuesto el confinamiento, optando solamente por medidas de contención
pese a los primeros datos de crecimiento exponencial del contagio comunitario.
Grecia, décimotercera potencia turística mundial, el país europeo cuya sanidad
se vio más afectada por el rescate europeo ha suplido la falta de medios
ocasionada por recortes que llegaron a afectar al cuarenta por ciento de su presupuesto
sanitario, con medidas de aislamiento desde el primer muerto que le colocan en
una de las tasas de letalidad más bajas de Europa, con apenas doscientos
fallecidos a día de hoy. El ejemplo griego nos demuestra que la respuesta
tardía a la epidemia fue el factor clave para que España sufriera el confinamiento
más duro y largo del continente y de su mano, la crisis económica más profunda,
que los indudables aciertos del ingreso mínimo vital y los ERTES sólo aciertan
a parchear y cuya salida en el tiempo aún no se adivina.
La imprudencia cometida va más allá de las
escaramuzas judiciales acerca de una relevancia penal difícil de acreditar
técnicamente. Es independiente incluso de la torpeza del gobierno que nos ha
tocado en esta hora y se extiende a todos quienes llevan ignorando las voces
que desde hace tiempo clamaban en el desierto sobre la necesidad de preservar
la biodiversidad y proteger los ecosistemas como la mejor de las vacunas. En
España, los sucesivos ministros del ramo siempre han sido los floreros de cada
gabinete, sin un peso real que les permitiera pasar de las declaraciones
programáticas a un compromiso presupuestario serio que nos preparara para las
profetizadas pandemias. La penuria económica que amenaza nuestro futuro confinará
de nuevo en el territorio de las buenas palabras los eternos propósitos de
invertir más en ciencia y en investigación, como corolario del triste destino
de un país que ya disfruta del regreso del fútbol, pero aún desconoce un plan
coherente para la educación de sus hijos.
España es una nación desdichada que lleva cinco
años en campaña electoral, nuestros representantes más preocupados por el
rédito político de sus acciones que por la eficacia de las mismas. Creíamos que
la huida del bipartidismo haría necesarios los consensos y ni en las peor
crisis del siglo, hemos sido capaces de remar unidos. La mascarilla ideológica
nos acompaña desde el primer momento y mientras la derecha denuncia un estado
comunista que no existe, la izquierda alerta de un golpismo imposible. Ni
siquiera el terrible gerontocidio que ha dejado a miles de ancianos postrados
en las camas de sus residencias esperando inermes a la muerte, ha podido
sustraerse a la batalla política indecente en la que nuestras administraciones
se lanzan los muertos a la cara para eludir una responsabilidad que afecta a
todos, a las comunidades por la gestión y al gobierno, por omisión.
En su última homilía
sabatina, el presidente saluda el oxímoron de la nueva normalidad y lo hace mintiendo
varias veces en los primeros cinco minutos. Frente a las voces legítimas que
claman por el fortalecimiento de lo público, no nos queda otro remedio que
encomendarnos al respirador de la sociedad civil, que debe tomar la iniciativa
de la situación en un país asolado por décadas de malos gobernantes. Nos toca acogernos
al refugio de la responsabilidad individual, pero a los que llevamos gafas la
mascarilla nos impide ver el suelo que pisamos y nos empaña la visión del
horizonte.
El día 30 de enero, que cita el blogger como fecha del aviso de la OMS, las urgencias de la comunidad de Madrid estaban hasta arriba de casos de coronavirus, sin que los preparaos se dieran ni puñetera cuenta.
ResponderEliminarAl estallar la crisis y anunciar que se iba a decretar la imposibilidad de salir de Madrid, la presidenta Ayuso se mofo diciendo que no sabía como se cerraba Madrid a modo de eco de los tertulianos del facherío que se burlaban del confinamiento, como una maniobra social-comunista. Los preparaos, los de la Comunidad de Madrid, no tomaron ni la mas mínima medida para salvar a los ancianos de las residencias que murieron como perros.
Durante el confinamiento se dedicaron a dinamitarlo, intentando reventar las medidas con absurdas y negligentes manifestaciones.
Aunque España fue de los primeros países afectados ni Francia, ni Reino Unido ni Estados Unidos se dieron por enterados, y han superado con creces las ratios españolas.
¿Y ahora toda esa gente pretende dar lecciones?