"La libertad, Sancho, es uno de los
más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos”, pero sufre a diario
el acoso de los que tratan de obtener ventaja de nuestra actual situación. Se
acerca el día del libro, y la conmemoración de la muerte de Cervantes nos hace
recordar que el Quijote se escribió en una cárcel, allí “donde toda incomodidad
tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación”. Cuatro siglos
después, nuestra cárcel cotidiana no parece tan terrible si la muerte no ronda
a los tuyos y no pones mucho la televisión. El gran hermano de este momento
comprueba complacido lo bien que nos sienta el recogimiento, la alegría
terapéutica de los balcones, los beneficios extraordinarios sobre la polución. Cuando todo esto pase, saldremos mejores, con
la casa ordenada, seremos más cultos, estaremos más limpios, no habrá dolor.
Los bulos que infectan las redes sociales
no son tan peligrosos como las tentativas autoritarias que los poderes públicos
proyectan aprovechándose de nuestra condición lanar. Consciente de los errores
cometidos en la prevención y la contención de la epidemia, el gobierno no puede
permitirse perder la batalla de la opinión pública y a este fin orienta buena
parte de sus energías. Las homilías semanales del presidente Sánchez, del que
sus asesores pretenden hacer una mixtura pueril de Churchill, Kennedy y Suárez,
tratan de encubrir la evidencia de que el gobierno sólo nos ofrece luchar
contra el virus por nuestros propios medios. El calabozo en el que resistimos
es la panacea contra el enemigo frente a la inacción de unas autoridades
incapaces de liderar una política eficiente que dote de equipos de protección a
sanitarios y enfermos, que ponga de una vez en marcha la práctica generalizada
de pruebas de detección. Resulta en cambio más fácil ensayar una deriva totalitaria dirigida a
deslegitimar el control parlamentario de sus decisiones mediante la
falacia según la cual no es ahora el momento de criticar sino de arrimar el
hombro, como si ambas cosas fueran excluyentes, al tiempo que se intenta
censurar la labor de los medios de comunicación privados, a un
paso del ideal del Vicepresidente Iglesias sobre la materia. Acaso la
ocultación de las cifras reales de fallecidos que se calculan prudentemente en
el doble de las oficiales, sea la mayor de las mixtificaciones que ha traído
este tiempo oscuro en el que no hay espacio para el luto y la verdad ha quedado
abolida.
La última estrategia del entramado de imagen al servicio del gobierno ha sido recurrir a la manipulación sin complejos por medio del CIS, perpetrador de preguntas capciosas para ir orientando al
pueblo sobre las virtudes del pensamiento único. Se empieza predicando la
eficacia del distanciamiento social y se acaba por creer que la libertad de
expresión puede encerrarse en las dimensiones de una pantalla de plasma. Contra
las noticias falsas el único tratamiento aceptable es el que pueda ofrecer una
justicia ágil e independiente que excluya la necesidad de usar a la Guardia Civil
como instrumento para minimizar el clima contrario a la gestión negligente del
gobierno.
Quien controla la información, retiene el
poder. No es casualidad que en todas las catástrofes que han asolado esta
atribulada tierra desde el comienzo del siglo, el terrorismo islámico en 2004,
la crisis económica en 2008 y ahora esta epidemia, en la escena política se
haya librado siempre una pelea feroz por la confección de eso que los cursis
llaman el relato, lo cual llanamente consiste en hacer electoralismo al tiempo
que se entierran los cadáveres, los que dejará la recesión que se avecina y los
de verdad.
El gobierno anuncia el
espejismo de la desescalada, pero el término no existe en el diccionario. Ahora
que se ha incrementado el consumo de contenidos audiovisuales en nuestros
hogares conviene revisar “El ángel exterminador”, la alegoría de Buñuel sobre
la sociedad burguesa de su época. En ella, los personajes no consiguen
abandonar una mansión donde han sido invitados a cenar. Una fuerza irresistible
les impide escapar más allá de sus muros y obligados a convivir
indefinidamente, les invade la desesperanza, pierden la compostura, se
encanallan, se envilecen, hasta acabar mimetizándose con los borregos que cierran la película persiguiendo mansamente el fantasma de la libertad.
Nos tocará vivir una mezcla entre Walden dos, la granja de los animales y 1984. O quizá ya lo estemos viviendo
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