Son las cuatro y
media de la tarde de mi penúltimo día de vacaciones y Rajoy apenas ha comenzado
su discurso de palabras huecas con el que pretende convencernos de las bondades
del lampedusiano pacto firmado con Ciudadanos, más de cien reformas diseñadas
por sesudos equipos de tecnócratas para maquillar el disimulado propósito de
que todo siga igual.
Don Mariano sigue arrastrando la ese
por el estrado con una convicción encomiable, la misma que le hace permanecer todavía
en política a pesar de la miríada de escándalos de corrupción que ha consentido
y amparado. Érase un hombre a un desliz pegado, aquél que le hizo acudir al
parlamento otro mes de agosto de hace tres años, para mentir sobre la
financiación de su partido con la impunidad que ofrece tener asegurado el
control de los tribunales que pudieran juzgar su actuación.
Rajoy intenta convencer a su auditorio de la necesidad de que haya gobierno con toda la incoherencia de que es capaz alguien que se negó a facilitar hace seis meses otra propuesta basada en medidas programáticas similares a las que ahora ofrece y que no apoyó fundamentalmente porque no era él quien estaba al frente del cotarro. Ni siquiera ha estructurado su discurso para pedir más adhesiones a su proyecto porque éste es el primer acto de campaña de las terceras elecciones en las que los gurús que le asesoran le han prometido una mayor cuota de poder con la que le obsequiarán los reyes magos de la desidia, la mentira y la ley d’Hondt.
Si Pedro Sánchez tomara prestada la
inteligencia política que no posee, y se olvidara por un momento de los cuchillos
que vuelan en su partido y del afán de venganza personal que le tienen
paralizado, le cambiaría el paso de la estrategia a su contrario, se abstendría
tapándose la nariz para que de una vez hubiera gobierno y al día siguiente
lideraría la oposición exigiendo sin descanso las reformas reales que el
sistema necesita para regenerarse, relegando a un rol secundario el papel de
los arribistas que no llegaron a consumar el sorpasso. El sufrido espectador de
la farsa se vería así agradablemente sorprendido por ese repentino abandono de
la estrategia electoral que supondría cercar al partido en el gobierno para que
el consenso sobre el sistema educativo, la justicia fiscal que nunca llega, la
reforma del sistema electoral, la separación de los poderes del Estado y la igualdad
de los españoles en todos los lugares del territorio nacional fueran por fin una
realidad y no una eterna quimera.
Claro está que eso es lo que haría Pedro Sánchez si tuviera la inteligencia política que no posee y la voluntad reformista que no tiene.
Claro está que eso es lo que haría Pedro Sánchez si tuviera la inteligencia política que no posee y la voluntad reformista que no tiene.
👍
ResponderEliminarUna crónica que expresa admirablemente una forma de pensar.
ResponderEliminartotalmente de acuerdo, aunque no lo hubiera podido expresar tan bien.
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