Como
en el verso de Vallejo, la Selección española de fútbol podría haber compuesto
un poema previo a su participación en el Mundial que comenzara diciendo: Me
moriré en Brasil, con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo. Y es que
contemplando el diluvio que le cayó a la selección el día de Chile, se podía ya
adivinar el discurso airado de los caínes de turno empeñados en lapidar a
nuestros héroes futbolísticos con las mismas piedras con que erigieron sus
efímeras estatuas, cuatro años atrás.
Todo el mundo ya sabía que este año
España ni siquiera pasaría la primera fase, que Casillas fallaría en cinco de
los siete goles que encajó, que Costa no se entendería con sus nuevos
compañeros de equipo, que Ramos cambiaría su prestigio de mejorcentraldelmundo
por el de espectador impotente de la estela inalcanzable de Robben, que
Busquets robaría menos balones que cuando jugaba en 2ª B, que Alonso fallaría
más pases que Illarramendi en los partidos clave, que Xavi, en fin, habiendo
sido el jugador más determinante de la historia del fútbol español, contemplara
impotente el desastre sin armas para remediarlo.
Y pese a todo, un pase maravilloso de
Iniesta que Silva quiso convertir en filigrana a punto estuvo de cambiar la
historia de este mundial que los profetas eternos ya habían escrito en términos
sombríos. Con Diego López, Carvajal, Gabi, Isco, Herrera, Callejón y Llorente
en la alineación sustituyendo a nuestras glorias agotadas, el destino seguro
hubiera sido caer en semifinales como mínimo, es lo que tiene ganar durante
seis años seguidos, que la prepotencia engorda al tiempo que triunfa la ignorancia.
Conviene recordar que el éxito en este
extraño deporte que genera inversiones millonarias, construido por
interminables sesiones de preparación física y táctica y aderezado por los más
variopintos comentarios periodísticos, depende finalmente del caprichoso matiz
de que la pelotita entre en la portería o se pierda fuera de los palos tras
rozar con la bota de un portero con estrella en la final de un mundial.
En el maravilloso mundo del fútbol, ese
reducto impagable en el que la infancia de aquéllos que lo transitan se prolonga hasta la senectud, de manera que hasta los más sensatos próceres se disfrazan de hinchas al comentar las
jugadas de su equipo, es preciso defenderse siempre de la caprichosa
alternancia entre el fracaso y el éxito, esos dos impostores que se juegan a
los dados el destino de una temporada en el mágico instante en que un hombre
vestido de blanco se eleva para conectar un imponente cabezazo en el minuto 93
del partido más importante del año. Sin ir más lejos, el Fútbol Club Barcelona,
columna vertebral inspiradora de los éxitos de la selección de estos años, va
camino de defenestrar a media plantilla porque en la final de copa fue atropellado
por una locomotora galesa antes de que su estrella brasileña lanzara un balón
al poste. Por eso y porque en el último partido de liga un árbitro honrado anuló un gol
que otros trencillas más impresionables habrían concedido sin dudarlo y que hubiera
valido el campeonato, o no, quién sabe, porque las huestes de Simeone jugaron
los partidos claves del final de temporada con una determinación capaz de
superar todas las dificultades. Todas excepto la de jugar la prórroga de una
final de Champions con la certeza de estar revisitando la suerte fatal de sus
mayores, todos ellos despojados de una copa que ya estaban levantando mentalmente cuando en
la última jugada del partido un balón esquivo les birló la gloria.
Dejemos que el tiempo pase y se asiente
la memoria. Dentro de veinte años, los integrantes de esta generación de futbolistas que se marchó de este mundial con la cabeza baja, serán considerados como los mitos que en realidad
fueron. Cuando Don Vicente Del Bosque, grande de España sin necesidad de títulos, contemple desde el retiro
su época de entrenador, todas estas miserias no serán más que una anécdota en
el vasto legado del genio de Old Trafford, aquél que hizo del sentido común la
más complicada de las tácticas.
Excelente artículo. Solo un pequeño pero, citas a una serie de jugadores que son nuestro futuro:de semifinales (como poco) nada. Los jugadores que citas son buenos pero nada extraordinarios, son jugadores que tiene cualquier selección (Chile, Mejico...) Lo veremos en la Eurocopa
ResponderEliminarGracias por el comentario, amigo Juan, pero no me has entendido bien del todo. Yo tampoco creo que con esos jugadores que citaba como posibles sustitutos de nuestras glorias indolentes hubiéramos llegado al menos a semifinales. Eran los españolitos cainitas los que en su crítica aseguraban que habiendo llevado a los que finalmente descartó Del Bosque, la selección hubiera vuelto a ser campeona. Estoy de acuerdo contigo en que el tiempo les demostrará su error, porque ni la frescura física ni siquiera el hambre de triunfos pueden sustituir al talento.
ResponderEliminarTienes razón, el artículo merece una lectura mas reposada. Muy bueno el epílogo, aquel que hizo del sentido común....
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