Cuenca se muere. La ciudad que Eugenio D’Ors
describiera como la bella durmiente del bosque sigue sin despertar. Como
advertía González Ruano hace casi sesenta años, “no deja de ser paradójico el
amor que las gentes de Cuenca tienen por lo conquense y la indiferencia que
muestran ante los continuos atentados que la ciudad sufre”. El mítico
articulista acababa de descubrir a la capital del “ea”, la que subsiste
ensimismada discutiendo sobre si entarima su arteria principal o recupera el
asfalto, la que después de luchar bravamente por el AVE se resigna a que se
ubique la estación fuera de la ciudad dotándola de un servicio de autobuses sin
coordinación alguna con la salida o llegada de los trenes, la que tiene
financiada la construcción del acceso mecánico al casco antiguo desde hace
tiempo y no exige su ejecución inmediata a las autoridades de distinto signo
político que vienen demorándola por discrepancias sobre quién se pone primero
en la foto de la inauguración.
Pasan los años y las sucesivas promesas de
regeneración para esta tierra yacen colgadas del abismo que embellece nuestro
entorno, maravilla para el alma y condena para el futuro de los hijos de
este lugar abocado a convertirse en decorado vacío para disfrute de turistas. La
heroica ciudad que a lo largo de su historia ha sido apellidada como muy noble,
muy leal y fidelísima por sus innumerables servicios al Reino, también exhibe
con orgullo el título de impertérrita, no en vano lleva aguantando décadas de
ostracismo votando a una u otra mayoría que después de proclamar la enésima
promesa, invariablemente la dejan en la estacada del olvido. Cómo será la cosa
que ni siquiera la conjunción planetaria que ha permitido contar recientemente con
un ministro de fomento diputado por Cuenca y con el actual titular de la
cartera cuyas raíces también se hallan en nuestra tierra, ha servido para que
la vía del tren convencional deje de herir a la ciudad partida o para que las
autovías necesarias para terminar de vertebrar nuestra provincia abandonen su condición
de proyectos sin mañana.
A pesar de que en las postrimerías del
siglo XII, Alfonso VIII la dotara con fuero propio para favorecer la
repoblación de las tierras recién conquistadas, nuestra ciudad no ha tenido la
habilidad de convertir aquel privilegio histórico en fuente del Derecho y
excusa retroactiva para exigir ahora las medidas económicas que pudieran
sacarla de la España vacía, bajo amenaza de tirar por la calle de en medio y
erigirse en protagonista de un cantonalismo improbable, con barricadas en Carretería
y saqueos en Carrefour, una pancarta en el balcón del Ayuntamiento donde rezara
“Toledo nos roba” y comunicados de la Balompédica solidarizándose con nuestro
derecho a decidir. Un poco más de ardor en la protesta y nuestro lema “Cuenca es
única” hubiera pasado de frase decorativa para las pegatinas de los coches a
pilar sagrado de nuestro hecho diferencial.
Tenemos larga experiencia en contemplar en
nuestro entorno la huella de la incuria habitando el día a día. Sucede con las
infraestructuras que darán de comer a nuestros hijos y también con las obras de
arte que alimentan nuestro espíritu. La catedral de Cuenca, el emblema magnífico
de la ciudad levítica a la que subimos a menudo para sumergirnos en la historia
degustando el horizonte, corre peligro. La joya gótica más antigua de España sigue
amenazada por la humedad y el mal de la piedra, los casetones del arco de
Jamete esperando más de un siglo a ser recolocados tras el hundimiento de la
torre del Giraldo, la fachada inconclusa de Lampérez como símbolo eterno de
nuestro sino de pereza y abandono. Cabe la sombra de la gran señora de esa
plaza cuyos rincones recorremos una vez al año hurtando el cuerpo a una vaca
para celebrar el pasado, seguiremos olvidando que también depende de nosotros atajar
esta decadencia con la que convivimos resignados, de fiesta en fiesta, de bar en
bar.
Al cabo, es una suerte que nuestro natural
pacífico no tenga que verse sometido al ajetreo de la protesta, no sería bueno
convocar manifestaciones que acaso nos obligaran a sacrificar una jornada en el
monte buscando hongos. Los astros vuelven a alinearse a favor de Cuenca pues
representantes del mismo partido velan por nuestros intereses en el gobierno
central, en el autonómico y en el municipal. Feliz campaña.
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