viernes, 8 de noviembre de 2019

VOTAR EN BLANCO


Octubre de 1982. Un quinceañero de provincias recién afincado en Madrid se lanza a las calles para vivir sin intermediarios el último día de la campaña de las elecciones generales de ese año. De haber podido votar, hubiera elegido al PSOE, que tiene previsto celebrar a partir de las seis de la tarde, un mitin-fiesta en la explanada situada frente a la facultad de Biología de la Complutense, con Serrat y Miguel Ríos amenizando la espera al medio millón de personas que se congrega para escuchar a Felipe, su melodía hipnótica a punto de convertirse en el himno de casi el cincuenta por ciento de aquel electorado. Por entonces, antes de que el referéndum de la OTAN ponga el primer acorde disonante de una larga sucesión de promesas defraudadas, la cantinela suena entonada todavía, pero esa tarde, quizá intimidado por el desafío de atravesar la gran ciudad desde el barrio que es su nuevo entorno desde hace sólo quince días, el joven desiste de alcanzar la ciudad universitaria a pesar de los cantos de sirena de sus artistas preferidos y su audacia sólo le alcanza para moverse por los alrededores del barrio de Salamanca, donde tres fuerzas políticas destinadas a ser minoritarias celebran sus actos de final de campaña.    

La afición taurina del muchacho le lleva en primer lugar a la plaza de las Ventas en donde el Partido Comunista de España ha convocado a las siete de la tarde, otro mitin-fiesta cuya intervención principal correrá a cargo de Santiago Carrillo. Por los pasillos del templo taurómaco que hoy sus herederos pretenden clausurar, reverberan las voces de los entusiastas que gritan “aquí se ve la fuerza del PCE”, y el ritmo frenético de esa consigna que no refrendarán las urnas, le lleva en volandas hacia el ruedo abarrotado en el que la voz dulce y profunda de Mercedes Sosa intenta ser un bálsamo de consuelo por anticipado de la debacle electoral que se avecina. La intervención del viejo líder comunista se retrasa respecto a las previsiones y el joven, ansioso de no perderse otros escenarios, no lo llegará a escuchar en la que será la última ocasión de contemplar a Carrillo en tales lides, antes de que el destinatario de su primer voto en elecciones generales lo expulse del partido.  

Una vez fuera del coso, el chico camina calle Alcalá arriba y al llegar a la Plaza de Manuel Becerra, advierte bullicio en la puerta del cine Universal, donde Unión de Centro Democrático reúne a unos fieles que ante los catastróficos vaticinios de las encuestas gritan con un fervor encomiable “ni Fraga, ni Felipe, UCD repite”. El abarrotado local sólo le permite intuir en el estrado la esfinge de Calvo Sotelo, que intenta vender su labor de presidente en funciones negando el ruido de sables que todavía resuena en la democracia incipiente. Aún queda por intervenir Landelino Lavilla, pero el carisma del presidente del Congreso que protagonizará una caída en votos y escaños no igualada todavía, no logra retener al muchacho, su intención puesta en ganar un asiento en otro cine cercano, el Salamanca, donde Adolfo Suárez le hace la competencia a sus antiguos compañeros de partido. Acortando por Hermosilla, llega a Conde de Peñalver y delante de la pantalla en la que al día siguiente se seguirá proyectando “La colmena”, consigue atisbar a Suárez desde el gallinero, y escuchar sus palabras apresuradas de excusa por la brevedad de su discurso ya que debe salir inmediatamente para Ávila, en donde tendrá que hacer frente a las cartas que se están repartiendo en su provincia de origen, propagando el bulo según el cual ha decidido retirarse de la pelea electoral con el fin de no perjudicar aún más el voto de centro. Las emociones de la tarde acaban con las fuerzas y el espíritu aventurero del muchacho que abandona su idea inicial de rematar la noche en la Plaza Mayor, donde el periódico cuenta que Alianza Popular va a celebrar también un mitin-fiesta en el que intervendrá el candidato Manuel Fraga precedido de varias actuaciones entre las que destacan las de Jaime Morey y Mari Carmen y sus muñecos, precedidos por el bizarro casticismo de una rondalla de la tuna.

Treinta y siete años después, el entusiasmo ha cedido. El joven ya no existe, el cincuentón permanece recordando aquellos tiempos que no eran mejores pero sí más puros, los grupos políticos que hicieron la transición todavía nimbados por un halo de virginidad que la corrupción se encargaría de desmentir en cuanto tocaron poder. Entonces no había debates inútiles para monologar sobre consignas, ni redes sociales que manipularan la opinión, el sentido común aún no perecía a diario por incomparecencia de la verdad. Entonces se votaba convencido de que las ideas servían para cambiar el mundo, estrenábamos la ingenua sensación de influir con el sufragio en el futuro. Hoy se asiste a la campaña permanente con un hastío irrefrenable, la prepotencia gubernamental instalada en la mentira, la oposición cambiando sus principios al dictado del viento electoral, los populismos varios cabalgando la impostura, los nacionalismos felones aprovechándose de tanta vacuidad. Me gustas cuando votas porque estás como ausente, decía un poema satírico parafraseando el verso de Neruda. La antigua emoción de construir la democracia yace tristemente reducida a votar sin esperanza, con la fe puesta en que el resultado de las urnas no amenace demasiado el porvenir.




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