jueves, 24 de octubre de 2019

CUENCA SE MUERE




Cuenca se muere. La ciudad que Eugenio D’Ors describiera como la bella durmiente del bosque sigue sin despertar. Como advertía González Ruano hace casi sesenta años, “no deja de ser paradójico el amor que las gentes de Cuenca tienen por lo conquense y la indiferencia que muestran ante los continuos atentados que la ciudad sufre”. El mítico articulista acababa de descubrir a la capital del “ea”, la que subsiste ensimismada discutiendo sobre si entarima su arteria principal o recupera el asfalto, la que después de luchar bravamente por el AVE se resigna a que se ubique la estación fuera de la ciudad dotándola de un servicio de autobuses sin coordinación alguna con la salida o llegada de los trenes, la que tiene financiada la construcción del acceso mecánico al casco antiguo desde hace tiempo y no exige su ejecución inmediata a las autoridades de distinto signo político que vienen demorándola por discrepancias sobre quién se pone primero en la foto de la inauguración.


Pasan los años y las sucesivas promesas de regeneración para esta tierra yacen colgadas del abismo que embellece nuestro entorno, maravilla para el alma y condena para el futuro de los hijos de este lugar abocado a convertirse en decorado vacío para disfrute de turistas. La heroica ciudad que a lo largo de su historia ha sido apellidada como muy noble, muy leal y fidelísima por sus innumerables servicios al Reino, también exhibe con orgullo el título de impertérrita, no en vano lleva aguantando décadas de ostracismo votando a una u otra mayoría que después de proclamar la enésima promesa, invariablemente la dejan en la estacada del olvido. Cómo será la cosa que ni siquiera la conjunción planetaria que ha permitido contar recientemente con un ministro de fomento diputado por Cuenca y con el actual titular de la cartera cuyas raíces también se hallan en nuestra tierra, ha servido para que la vía del tren convencional deje de herir a la ciudad partida o para que las autovías necesarias para terminar de vertebrar nuestra provincia abandonen su condición de proyectos sin mañana.

A pesar de que en las postrimerías del siglo XII, Alfonso VIII la dotara con fuero propio para favorecer la repoblación de las tierras recién conquistadas, nuestra ciudad no ha tenido la habilidad de convertir aquel privilegio histórico en fuente del Derecho y excusa retroactiva para exigir ahora las medidas económicas que pudieran sacarla de la España vacía, bajo amenaza de tirar por la calle de en medio y erigirse en protagonista de un cantonalismo improbable, con barricadas en Carretería y saqueos en Carrefour, una pancarta en el balcón del Ayuntamiento donde rezara “Toledo nos roba” y comunicados de la Balompédica solidarizándose con nuestro derecho a decidir. Un poco más de ardor en la protesta y nuestro lema “Cuenca es única” hubiera pasado de frase decorativa para las pegatinas de los coches a pilar sagrado de nuestro hecho diferencial.


Tenemos larga experiencia en contemplar en nuestro entorno la huella de la incuria habitando el día a día. Sucede con las infraestructuras que darán de comer a nuestros hijos y también con las obras de arte que alimentan nuestro espíritu. La catedral de Cuenca, el emblema magnífico de la ciudad levítica a la que subimos a menudo para sumergirnos en la historia degustando el horizonte, corre peligro. La joya gótica más antigua de España sigue amenazada por la humedad y el mal de la piedra, los casetones del arco de Jamete esperando más de un siglo a ser recolocados tras el hundimiento de la torre del Giraldo, la fachada inconclusa de Lampérez como símbolo eterno de nuestro sino de pereza y abandono. Cabe la sombra de la gran señora de esa plaza cuyos rincones recorremos una vez al año hurtando el cuerpo a una vaca para celebrar el pasado, seguiremos olvidando que también depende de nosotros atajar esta decadencia con la que convivimos resignados, de fiesta en fiesta, de bar en bar.

Al cabo, es una suerte que nuestro natural pacífico no tenga que verse sometido al ajetreo de la protesta, no sería bueno convocar manifestaciones que acaso nos obligaran a sacrificar una jornada en el monte buscando hongos. Los astros vuelven a alinearse a favor de Cuenca pues representantes del mismo partido velan por nuestros intereses en el gobierno central, en el autonómico y en el municipal. Feliz campaña.



lunes, 7 de octubre de 2019

FERIA DE OTOÑO II: ELOGIO DE LA ANDANADA

EL CID EN HOMBROS

Decíamos ayer, quien dice ayer dice la semana pasada, que la Feria de Otoño que acaba de terminar parecía haber sido concebida para enfrentar dos conceptos del toreo. El toreo clásico, erigido a partir del canon de la suerte cargada y el dominio del hombre sobre un animal fiero, y el toreo moderno, sustentado sobre la pérdida de la posición y el acompañamiento de las embestidas de un toro dócil, que sale ya dominado del toril. La cuestión de la colocación del torero y los terrenos que pisa para torear es esencial a la hora de dilucidar si a la estética particular de cada diestro le acompaña un principio ético, consistente en no engañar al público con técnicas espurias que hagan de la ventaja el fundamento de este rito. Todas estas disquisiciones se aprecian mejor desde la andanada, balcón privilegiado para graduarse en los postulados de la tauromaquia que nos sigue llevando a la plaza y aunque haya aficionados capaces de descubrir la impostura desde cualquier otero, la atalaya a la que subimos cada tarde permite hilar más fino sobre la geometría taurina que legitima el triunfo y no se percibe del mismo modo desde el tendido y mucho menos desde la televisión, donde todos los gatos son pardos y las faenas grandiosas, mientras haya un toro dócil que siga dando vueltas y un comentarista tramposo engañando al personal.


En la tarde del cuatro de octubre del año trece, el Cid dictó su última gran lección en las Ventas con Verbenero, un toro castaño bociblanco de Victoriano del Río, en el día en el que el toreo al natural conoció su expresión más pura en lo que va de siglo taurino en Madrid. Seis años después, en la tarde del cuatro de octubre del año diecinueve, el Cid se despidió de su plaza, Manuel Jesús siempre fue torero de Madrid aunque naciera en Salteras, provincia de Sevilla. La tarde tuvo como único argumento el de la emoción, desde la ovación de bienvenida que el torero tuvo que saludar por partida doble, hasta la salida a hombros final por la puerta de cuadrillas, que incluso esa puerta privilegiada que Madrid ha solido abrir a sus toreros en las grandes despedidas sin necesidad de que cortaran orejas, le negó el sistema a quien siempre mantuvo la independencia en su trayectoria contra el viento de las empresas y la marea de los críticos del pesebre. El que nunca huyó de la plaza de más compromiso, el que nunca puso reparos a torear con cualquier compañero, el que siempre se anunció frente a los toros de respeto que ponen en fuga a las figuras, se fue como los grandes, recorriendo a pie el anillo en una vuelta al ruedo lentísima y final que vale por todos los triunfos que le arrebató la espada, que al Cid sin tizona nunca le hizo falta hundir el acero hasta los gavilanes para entrar en el corazón de la afición de Madrid.

LA TRINCHERILLA
El homenaje de la empresa a tanta entrega consistió en poner al torero en una corrida desesperantemente descastada que permitió al ganadero de Fuente Ymbro completar la limpieza de corrales necesaria por estas fechas, en agradecimiento a un estajanovismo preocupante que ya anuncia cuatro corridas y cuatro novilladas para la próxima temporada venteña. Emilio de Justo aportó al acontecimiento su habitual profesionalidad y Ginés Marín su acostumbrada superficialidad y el Cid, en un curioso guiño del destino, pasaportó a su lote con dos estocadas. 

Desde el altozano que nos alberga, las corridas acontecimiento se divisan con mesura. El populismo fácil que a menudo electriza los tendidos nos llega con el filtro de la distancia y sin embargo, el toreo ejecutado con verdad  alcanza instantáneamente las alturas. La tarde en que Antonio Ferrera lidió seis toros de distintas ganaderías hubo muchos pases pero ninguna faena completa, innumerables lances con el capote, galleos inverosímiles, quites imposibles de descifrar sin tener a mano el volumen de las suertes del toreo de José Luis Ramón, y ni una sola estocada digna de tal nombre. Lo bueno de ir a ver a Ferrera es que pasan muchas cosas y no se le puede negar un encomiable afán de romper con lo anodino. Lo malo es que muchas de esas cosas parecen sin sentido, improvisadas a golpes de inspiración, ajenas a un proyecto coherente que tenga en cuenta las condiciones del toro. 

GALLEO
Es un hecho que al extremeño no le pesó la tarde. Recibió a la mayoría de los toros sin intermediarios, resolviendo con solvencia su condición abanta aunque entre tanta borrachera de capote como hubo en la corrida, no fue capaz de dibujar una sola verónica con dominio y sabor. El abreplaza de Alcurrucén fue el único capítulo sin historia de la encerrona, en consonancia con la mansedumbre y la fealdad del pupilo de los Lozano, que Dios le conserve el olfato al veedor que lo seleccionó para la ocasión.

El segundo de Parladé fue otro toro de media casta que Ferrera empezó a lucir en un vistoso quite construido con largas afaroladas encadenadas a la misma verita del caballo. La faena empezó con buen tono por ayudados muy reunidos para despeñarse después con menos ajuste y cobrar vuelo de nuevo en un imaginativo final de muletazos sin ayuda, naturales con la derecha muy descolgado y templando al ralentí. Dos pinchazos en su sitio y una contraria impidieron mayor recompensa.

NATURAL
El primer plato fuerte de la tarde lo sirvió Adolfo Martín con Sevillano, un encastado cárdeno que humillaba una barbaridad y que lidia en exclusiva el matador aunque no siempre a favor del toro, bien picado por Antonio Prieto. Después se equivoca al introducir la suerte de la garrocha que Raúl Ramírez interpreta sin excesivo lucimiento ante un toro que no se arranca de lejos en el segundo tercio. Esa condición incierta provoca uno de los grandes momentos de la tarde, un enorme par de banderillas a cargo de Fernando Sánchez, que se asoma al balcón a despecho del cabezazo que le tiene reservado el toro que espera entre las rayas. La faena es extrañísima. El toro empieza colándose, luego se traga tres naturales cuando Ferrera lo lleva muy obligado pero al relajarse y olvidar el mando, el toro se vuelve a enterar de lo que hay tras el engaño y lo busca. Ahí claudica el torero y lo aliña sin darse coba en busca de la segunda parte de la corrida, donde le esperan embestidas más convencionales.

FERNANDO SÁNCHEZ
El primer Victoriano de la tarde es un caballo de 600 kilos que derriba con estrépito a la acorazada de picar. Nueve subalternos y dos sobresalientes no bastan para sacar al toro encelado en los entresijos inferiores del peto y tiene que ser el omnipresente director de lidia quien se emplee a fondo mientras un mono colea innecesariamente al morlaco. Como si quisiera aligerar el trance vivido, Ferrera se luce por aladas caleserinas antes de que el toro ponga en apuros en banderillas al mismísimo Ángel Otero, que está lejos de su mejor momento. Su matador lo pasa de muleta sin probaturas en los medios citando al toro en la distancia, dominando el escenario, pero la faena transcurre sin relevancia hasta que vuelve la abolición de la muleta montada. Es tirar el estoque de ayuda y Ferrera se transfigura en un torero más puro, mejor colocado, menos retorcido, más natural. Así surgen buenos pases, muy erguido y en el sitio. A la hora de matar recupera el cite desde la distancia y cobra una estocada corta recibiendo a un toro que viene al paso, ocurrencia que ya le dio buenos réditos en San Isidro pero que esta tarde no es suficiente para alcanzar la oreja porque cinco descabellos lo frustran todo.

El quinto es Garbancero de Domingo Hernández, un Garcigrande justo de trapío que se tapa por la cara. Mientras el toro recibe el primer puyazo, Ferrera se echa el capote a la espalda y de esta guisa pretende sacarlo del caballo y al fin lo consigue mariposeando con garbo e improvisando el quite de oro, en una estampa antigua y deliciosa que nos retrotrae a las filmaciones de los años veinte cuando el quite se hacía sin solución de continuidad con la primera vara, y el remate del último lance dejaba al toro perfectamente colocado para la segunda. José Chacón se luce con los palos y vuelve a demostrar su conocimiento resolviendo un barullo en la lidia, llevándose raudo al toro a una mano hacia el burladero de la segunda suerte. La faena comienza sin plan y el torero no se centra en las cercanías de los pitones, ahora obliga al toro, ahora se relaja, luego se amontona hasta que descubre por fin que el animal pide la media distancia y es ahí donde surgen varias series ligadas que le conducen a la primera oreja de la tarde tras una estocada defectuosa pero de buena ejecución.

MEDIA
El bombón de la tarde también llevaba la marca de Victoriano del Río y se  reservaba para el postre, ahí sí que acertaron los que dispusieron el orden de lidia. Ferrera se va a recibirlo en la puerta de chiqueros y a la larga de rodillas le suceden fantasías varias de ayer y hoy entre las que destaca una larga adornada con arabescos capoteros previos al embroque, en la que el Pana se hace presente en la plaza que nunca pisó. De nuevo quita al toro del piquero por chicuelinas arrebatadas y media de torerísima hondura para ponerlo de nuevo en suerte. Se le pide banderillear pero por no desairar a la cuadrilla ya dispuesta para el trance, deja que Montoliú pase un quinario y Sánchez se luzca de nuevo y después solicita al presidente una última entrada en la que quiebra al toro por los adentros pero el castaño no acaba de comprar el cambio y Ferrera aguanta con gran exposición clavando en la cara la bandera extremeña en todo lo alto, la plaza entera boca abajo contemplando el paroxismo final de recortes a cuerpo limpio de un torero que parece en estado de gracia. La faena empieza de rodillas ligando derechazos, pero donde encuentra el clamor definitivo es de pie, en dos series con la diestra templadísimas y una al natural relajadísimo, muy reunido, muy de verdad. Faena corta porque el toro se raja que remata de estocada honda  y dos descabellos. El animal ha terminado sus días en la misma puerta de chiqueros y como los mulilleros no pueden alargar está vez el trámite, el palco concede la oreja cuando el tiro de Caronte ha iniciado ya el camino hacia la morgue del despiece y una vez entregado al héroe el salvoconducto para la puerta grande, el ruedo se llena de un gentío mayoritariamente joven que acompaña a la salida en hombros más multitudinaria que un servidor recuerda. Espléndida imagen final de una tarde en la que hubo de todo como en botica, en la que se destaca la evidente capacidad física y técnica de Antonio Ferrera para lidiar seis toros en Madrid, pese a lo cual, una vez apagados los gritos de la multitud, sobrevuela la plaza una sensación de falta de unidad y toreo de enjundia que hubiera podido elevar la función por encima del indudable entretenimiento.

Al día siguiente del frenesí, la calma. Adolfo Martín también quiso hacer su particular contribución al desastre ganadero de la feria, enviando una corrida desigual de presentación, tres cuatreños más manejables y tres cinqueños pasados, casi seis años a las espaldas y en las ideas que sin duda pesaron en su comportamiento incierto y descastado.

Curro Díaz lidió el toro más aprovechable de la tarde, Bonito de nombre y de hechuras, su encastada boyantía por el pitón izquierdo requería un torero dispuesto a subordinar la estética al compromiso, pero Curro parecía querer marcharse del envite en cada serie, desconfiado y muy movido de pies, a pesar de la plástica evidente que surgía en cada pase y del eco que encontraban en la afición los naturales de su inconfundible sello.

CURRO DÍAZ
López Chaves venía preparado para la pelea y se encontró con un Adolfo nobilísimo, terciado y muy blandito, al que sostuvo a base de aplicarle un temple exquisito desde la colocación exacta. Apuntamos en su haber el detalle en extinción de coger el estaquillador de la muleta por el mismísimo centro, y en su debe, un manejo del acero impropio de torero tan poderoso. El quinto no quería salir del chiquero y se emplazó en la bocana pidiendo un torero con redaños para provocarle el interés por el mundo exterior y allí tuvo que acudir el matador para aguantar con firmeza el arreón inicial y salirse después hacia los medios con un capoteo defensivo que no contribuyó demasiado a enseñarle a embestir. Después todo se vino a menos y el toro llegó al último tercio con una sosería extraña a su encaste.

Manuel Escribano reaparecía en las Ventas después de la grave cornada que cobró de un toro de Adolfo en San Isidro. El público reconoció el gesto obligándole a saludar y el de Gerena puso en marcha el guión que invariablemente trae preparado a la plaza, le toque lidiar a la tonta del bote o a un peligroso barrabás. Recibir al toro a porta gayola es un trance efectista que pierde su sentido cuando se reitera en exceso y Escribano se va hacia la puerta de chiqueros en todos sus turnos sin excepción como si hubiera hecho una promesa. La gente se sobresaltó con el atragantón que se llevó cuando el toro se le paró en el primer intento de larga cambiada pero acabó contemplando la última excursión al territorio de Florito con absoluta indiferencia. En su empeño por sumar puntos como si la lidia fuera la liga de fútbol, Escribano se obstina en banderillear a todos los toros, costumbre que debería replantearse después del mitin que dio con el tercero, que cortaba el viaje una barbaridad. Cómo sería la cosa que tras poner a duras penas tres palos en tres entradas intentó pedir el cambio de tercio pero el presidente no tragó y le obligó a cumplir el reglamento. Para completar la partitura prevista, Escribano pasó de muleta de igual manera al malo que al menos malo, en sendas faenas sin ángel, ayunas de mando y personalidad. Qué lejos queda la frescura de aquel torero a quien pusieron en circulación las dos orejas que cortó en Sevilla a un Miura en la corrida destinada inicialmente para el Juli, a quien recordamos que ya va siendo hora de repetir el gesto o le retiraremos el altar que tenemos para él dispuesto en la andanada.

EL ALTAR