OCHO DE MAYO
En el
120 aniversario del nacimiento del rey de los toreros, daba comienzo la Feria
de San Isidro del año 15 con la presencia de Felipe VI en una barrera del 10, por
vez primera desde su coronación. Sin duda un gesto de apoyo a una fiesta que
necesita algo más que visitas ilustres para no desangrarse definitivamente al
tiempo que este país desnortado y a la deriva. Pese a todo, la primera semana
de feria ha llegado a nuestras descansadas retinas con la ilusión renovada que
han traído algunos toreros que se resisten a dejarse llevar por la fácil
corriente de la falta de compromiso y el paso atrás. Ya dijo Ortega que el
estado de la Fiesta suele ser un trasunto de la sociedad de cada momento y tal
parece que en el planeta de los toros han aparecido signos de regeneracionismo que
uno espera sean más prometedores que los cantos de sirena preelectorales que
nos acompañan cada tarde, camino de la plaza.
Incluso el
toro que ha salido hasta el momento está bastante alejado de ese animal que los
taurinos de guardia describen en sus crónicas como el ideal de la bravura, ese
pastueño ejemplar que no repone, que no molesta, que deja estar a gusto, que
coloca la cara ante las telas sin un aspaviento de informalidad, como dicen
ellos. Dejando al margen el enésimo fiasco de el Ventorrillo, por descastado, las ganaderías que hasta ahora han
desfilado por el coso venteño han traído el aire fresco que te hace estar
pendiente del ruedo porque nada de lo que sucede en él es previsible, como no
lo fueron la encastada mansedumbre de la vacada de los hermanos Lozano, el serio y bravo corridón de toros de Pedraza de Yeltes, o los brotes verdes
de recuperación que se advirtieron en Fuente
Ymbro. La de Salvador Domecq
sacó un peligro desconocido en su estirpe y lo de Valdefresno ya
fue la historia de siempre repetida año tras año por los hermanos Fraile en
entregas sucesivas de descastamiento bueyuno que solamente la sabiduría de
Eugenio de Mora llevó esa primera tarde a buen puerto.
Y es que
Eugenio de Mora, es, sin duda, el
torero del momento. Aquel muchacho de buenas maneras un tanto superficiales que
destacó en sus inicios allá por el cambio de milenio y llegó a ser consentido
en las ferias, ha devenido en torero cuajado y cabal, superviviente de una
larga travesía por el exilio interior de la Mancha televisiva, en el que ha ido
depurando su oficio en los festejos organizados no se sabe bien si para matar o para
acompañar el tedio de los sufridos televidentes de las tardes de los
domingos. El caso es que el toledano hizo el toreo el primer domingo de feria,
muy asentado de planta, abandonado al natural en su primer Valdefresno,
ejecutando los pases siempre en el sitio y sin las ventajas que no hay por qué
desplegar cuando el toro comparece sin dificultades que domeñar ante la muleta,
y muy técnico en el segundo al que cortó la oreja, pendiente de administrar los
toques necesarios para que el animal no siguiera su natural tendencia a huir,
siempre templado y cargando la suerte. A este toro, además, le había recibido
con el mejor toreo de capote visto hasta ahora en la feria, cuatro verónicas y
media muy ceñidas y con el percal muy recogido que impactaron en la plaza por
el fulgor clamoroso que rezuma el toreo de verdad.
Esa
tarde también tocó pelo Morenito de Aranda,
dejando intacto el cartel que traía a la plaza tras su reciente salida a
hombros en la corrida goyesca del dos de mayo. Aunque al torero castellano le
sigue acompañando un aire de diestro pinturero más preocupado por lo accesorio
que por lo fundamental, comparece este año más asentado y no desagrada su toreo
vistoso y estético, unas formas que todavía no se deslizan por el camino de la
mentira.
Otro
torero para anotar en la lista de los recuperables es Juan del Álamo. La buena impresión que dejó en la corrida de
apertura se mitigó un tanto en su segunda tarde, pero el de Ciudad Rodrigo cortó una
merecida oreja a un toro de Lozano hermanos al que sujetó en la muleta con
formas más ajustadas que en corridas anteriores. Quién sabe si la tierra
de nadie en la que se desenvuelve su carrera tras tocar pelo en cada una de sus
últimas comparecencias en Las Ventas, le ha hecho meditar que dando el paso
adelante del compromiso ante el toro puede llegar más alto que en el camino del
seguidismo de la doctrina juliana.
La misma
tarde Pepe Moral no acabó de
confiarse ante un lote que le ofreció un manojo de vibrantes embestidas para
salir definitivamente del ostracismo en el que se hallaba varado después de su
prometedora carrera novilleril, y siendo cierto que dejó naturales de nota,
sólo se atrevió a quedarse en el sitio adecuado para ligarlos en una serie,
pero el eco en los tendidos no se repitió cuando después se conformó con la
senda menos comprometida del unipase. Una pena.
La peor
parte de la fortuna se la han llevado hasta la fecha Paco Ureña y Jiménez Fortes.
El primero sorteó el toro de la feria, Agitador, que hizo vigente la máxima
belmontina que advertía del gran desafío que supone que por chiqueros salga un
toro bravo. Agitador fue el garbanzo blanco de la corrida de Fuente Ymbro, daba
gusto contemplar su ensabanada capa moviéndose alegre por el ruedo pidiendo
telas inspiradas para contribuir a una gran obra, empresa que parecía posible
tras un tercio de varas sencillamente perfecto, administrado con sabiduría por Pedro Iturralde. En cambio, el toro encontró
soluciones modernas a sus encastados viajes y salvo en el emocionante inicio de
la faena en los medios en el que el animal se arrancó de largo, la reunión y el
acoplamiento se fueron diluyendo entre una sensación de fracaso que pesó tanto
en el lorquino que parecía acompañarle todavía en su segunda tarde en la que se
estrelló contra los enterizos toros de Pedraza, ante los que completó su feria
con el cuerpo y el ánimo hecho unos zorros, continuamente revolcado y a merced
de su sino. Jiménez Fortes volvía a
Madrid por única vez en el ciclo bajo el signo del 20 de mayo pasado en el
recuerdo, la fecha de la corrida inconclusa que marca por ahora el destino de
David Mora, impidiéndole reaparecer. A él le dedicó el malagueño los saludos a
porta gayola con que recibió a los de su lote y más tarde puso un valor
temerario allí donde las dificultades de los toros se imponían a sus carencias
técnicas. Se salvó de milagro en el tercero en una faena muy comprometida en la
que consiguió la oreja tras el colofón de unas escalofriantes bernadinas en las
que el viento le descubría y le dejaba como única defensa la soledad del
estaquillador, pero el sexto le cogió de lleno al citarlo con la mano izquierda
sin rectificar terrenos y una vez en el suelo le metió el pitón en el cuello
dejando en la plaza una sensación de tragedia que afortunadamente no se confirmó
después.
Castaño y el Cid pasaron por la plaza
como una sombra de lo que un día fueron. Al primero, al menos le salva la cuadrilla
y la garantía que supone que Adalid haya sido sustituido por Ángel Otero, quizá
el peón más poderoso del momento. Si además tenemos la suerte de que a Tito
Sandoval le corresponda parar a un toro bravo con la vara, inevitablemente surge
el espectáculo al que asistimos en el primer puyazo que le propinó al cuarto de
Pedraza, emocionantísimo encuentro en el que al final se impuso la pujanza de
un animal de 639 kilos que acabó por derribar al picador, en una estampa para el recuerdo por la enorme pureza con que éste defendió su cabalgadura.
La tarde
en la que el Cid llenó de negros
presagios su futura encerrona con los Victorinos, compareció también Talavante, provocando el primer lleno
de la feria. Tuvo la suerte de recibir al torete más potable y chico del
festejo, al que pasó de muleta con suficiencia y naturalidad, a veces más
ceñido y otras menos, en una faena correcta pero sin enjundia que cimentó sobre
la mano izquierda antes de cobrar una buena estocada. Para que luego digan que
es difícil cortar una oreja en Madrid.
La
inevitable cuota mexicana de cada año ha desfilado por las Ventas con más pena
que gloria. Adame, al que proclaman
como el número uno del escalafón azteca, no hizo valer tal condición en una
tarde anodina. El Payo volvía a Las
Ventas con mucho más oficio que el de aquel novillero deslumbrante que nos
enamoró hace tiempo aunque por el camino se ha dejado la pureza que sólo asomó de
nuevo en una bellísima media verónica. Silvetti
y Saldívar pecharon con lotes poco
propicios a los que el primero contrapuso
su habitual tosquedad y el segundo un apreciable empeño en hacer las cosas bien
a la espera de sortear alguna vez un toro con posibilidades.
Peor fue
soportar la cuota integrada por aquellos jóvenes veteranos que se acogen a la
feria a la espera de que suene la flauta y pase por su lado el último tren que
les ofrece la empresa para un quimérico triunfo que año tras año, nunca llega.
En ese grupo tocó aguantar a un abúlico César
Jiménez y a un desafortunado Uceda
Leal al que el viento y su propia decadencia sólo dejaron brillar con la
espada y en un solo toro. Por el contrario, Padilla sí
ha sabido subirse a ese barco pirata que le alejó de la guerra con el toro agreste, si bien su corte torero y sus méritos en esta plaza no justifican su acartelamiento
lujoso en la feria por partida doble. En su primera cita, nada de lo que hizo
tuvo interés dejando a la afición engolosinada con la perspectiva de verle de
nuevo en la semana entrante.
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