OT: María y Micky |
Los jóvenes que tienen que darnos el
relevo son los “millennials” que pasean su ignorancia por las redes sociales mientras
miran pasar la vida al abrigo del calor familiar, que ahora es el “wifi”. El
problema de tener desde tan tierna edad una plataforma virtual en la que manifestarse
públicamente a diario es que todo el mundo puede ser testigo de tu estupidez.
Probablemente nosotros éramos igual de tontos a su edad, pero sólo lo sabía
nuestro círculo más íntimo.
El incidente surgido en Operación Triunfo,
programa en el que una pareja de aspirantes a estrellas se escandalizaban por
tener que cantar una de las letras más inofensivas del grupo menos transgresor
del pop español de los ochenta, es un ejemplo de cómo pretendiendo revisitar
los lugares comunes de la progresía, en realidad esos jóvenes dizque artistas
exhiben un conservadurismo atroz, incapaz de destrozar las ataduras de lo
políticamente correcto.
Con esa impunidad que proporciona haber
prolongado la adolescencia hasta la treintena, los que heredarán nuestro
tinglado carecen casi por completo de la rebeldía necesaria para abrirse paso a
codazos frente a los instalados, para subvertir un sistema que los tiene sometidos
a la dictadura de la comodidad. Entre el narcisismo del “selfie”, la tiranía de
“instagram” y el machismo del “reggaetón”, se van conformando nuevos usos
sociales en los que la estética es más importante que la ética, la popularidad
del “like” se prefiere al talento y la música de fondo esconde letras procaces donde
la dignidad de la mujer queda rebajada a la de un mero objeto sexual, sin que
ello impida a la muchachada seguir quejándose de la opresión del “heteropatriarcado”.
El instinto de rebaño de nuestros jóvenes
no sólo uniformiza los cuerpos sino también las mentes, y así lo que ahora se
lleva es el laicismo huérfano de compromiso y el infantilismo animalista, señas
de identidad de un nuevo hedonismo del que ni siquiera ellos tienen la culpa,
anestesiados como están por la protección que sus familias les procuran frente
a la vida y sus heridas, y la intolerancia a la frustración que genera crecer
entre algodones. Si a eso le añadimos que el conocimiento de nuestros muchachos
no se desarrolla en sus cerebros sino en el marasmo de internet al que pueden
acceder en cada instante, para obtener el placebo de creer saberlo todo sin
profundizar en nada, se entiende perfectamente que los científicos hayan
alertado de que el coeficiente intelectual de las nuevas generaciones desciende
un poco más cada año, debido a factores ambientales que tienen que ver con el progreso
tecnológico y las técnicas de enseñanza.
Desnortados por la insolvencia política para
hallar consenso sobre el sistema educativo e hipnotizados por el brillo de las
pantallitas, nuestros hijos se encaminan sin remedio a un horizonte de
mileurismo y dependencia de sus mayores, parecido a esas distopías que nos
estremecen en “Black mirror”, donde el abuso de la tecnología nos augura a
todos un futuro con menos libertad. No intenten soltarles este discurso a esos
extraños que viven en nuestra casa, atrincherados en el confort de sus
habitaciones. Si pudieran hacerse oír entre las soflamas de los líderes de
opinión que ellos veneran, que ahora responden al nombre de “youtubers”, no
podrían convencerlos de que la juventud es una enfermedad que consiste en
hacerse cada día una pregunta y comprender la respuesta cuando ya es demasiado
tarde.
Black mirror: Nosedive |
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