Tras el aperitivo del fin de semana, en el que las
jornadas transcurren con alegría y la constatación de la decadencia del
espectáculo queda un tanto aplazada por el reencuentro con los compañeros de
abono y el regreso feliz al añorado asiento con vistas a la gloria, la primera
semana de toros supone para el abonado el rutinario regreso a las tardes de
escaso contenido artístico, en las que sólo la enfermiza afición que corre por
nuestras venas, justifica el aguante diario de la corrida tras la jornada
laboral.
La empresa ha tenido a bien
homenajear al aficionado venteño con cinco muestras cinco del monoencaste
Domeq, Fuente Ymbro para el lunes, Parladé tiene usted el martes, La Palmosilla, el miércoles, Victorianos para el día del Santo
Patrón y Jandillitas el viernes, que
como al día siguiente hay rejones y nuestras posaderas descansan, ya se afronta
de otra manera el remate de este insoportable monólogo de toros flojos y
descastados. Dentro del panorama general de docilidad y sosería que este
encaste propone, es necesario diferenciar al toro tonto de baba con la lengua
fuera desde el primer capotazo, de ese otro que medio se sostiene, al que se
cuida en los primeros tercios para que llegue con movilidad a la muleta, y que
es el que soporta este tinglado, cuyos mantenedores se ocupan después de alabar
su duración y glosar un nuevo concepto de bravura que nada tiene que ver con la
fiereza y la agresividad verdaderas. Puestos a escoger, uno prefiere los
Palmosillas derrengados que alargan la corrida hasta las tres horas, al tiempo
que facilitan la limpieza de corrales a la empresa y ayudan a que el humilde
abonado amortice el precio de la entrada, a sus hermanos de encaste de nombre
ilustre que permiten a los mentirosos de guardia elaborar sus alambicadas
teorías sobre la neo-bravura del toro moderno.
Dos ejemplares de esta última especie correspondieron
a Ivan Fandiño en la tarde de su
triunfo, al que llegó en la actuación en que menos merecimientos había
acumulado para abrir la puerta grande, ésa que vio cerrarse tantas veces en las
que había ilusionado a la afición con un toreo de exposición y verdad ante una
gran variedad de encastes. En cambio, en este martes y trece, la fortuna estuvo
de su lado en dos faenas desiguales y atropelladas, en las que el efectismo
bastó para que un público entregado desde el principio al de Orduña, lo entronizara
como el nuevo torero de Madrid. Pese a la faena vulgar que la precedió, vale la
primera oreja por la gran estocada que recetó al de Parladé cuyo mérito añadido
consistió en haber sido cobrada en idénticos terrenos a aquélla que un año
antes cambió por una cornada que le impidió torear en el resto del ciclo. La
segunda oreja premió una colección insólita de trallazos en línea que Fandiño
aplicó a las boyantes embestidas de Rapiñador, seguro candidato a los premios
oficiales de la Feria, que fueron saludadas por el público de la solanera con el
runrún de las grandes ocasiones. Aunque tenía cortada la segunda oreja a poco
que hubiera metido la espada de cualquier manera, y quizá porque quería las dos
para elevar la categoría ramplona de su triunfo, sorprendió a la plaza
retomando la costumbre de sus comienzos de entrar a matar sin muleta, suerte
que ejecutó con técnica insuperable de saltimbanqui, encunándose limpiamente en
medio de la abierta cornamenta del toro y cobrando una voltereta de la que salió
ileso entre clamores de gran acontecimiento. Los descabellos finales que
alargaron la muerte del toro dejaron la cosa en un triunfo menor pero
suficiente para abrir la dichosa puerta, circunstancia que hasta ahora parece
que impedía a Fandiño entrar en los mejores carteles de las ferias. Por fin lo
conseguirá este año aunque me temo que su toreo no será nunca más la
alternativa refrescante y necesaria a las espurias formas julianas, tal y como
demostró en su segunda comparecencia en las Ventas, en la que aplicó a un toro
pastueño de Jandilla, la salmodia habitual de pases adocenados perpetrados al
hilo del pitón.
La tarde del triunfo de
Fandiño, fue Teruel quien dio los
mejores pases, destacando un par de naturales de alta escuela y sus
acostumbrados trincherazos de sabor, dentro de un conjunto que no acabó de
coger consistencia, como tampoco la consiguió el Cid, que ha iniciado la temporada a años luz de aquel toreo que nos
maravilló en la pasada Feria de Otoño con la mejor faena que se ha visto en
Madrid en los últimos años. El resto de la semana nos trajo actuaciones
intrascendentes de Juan José Padilla,
cuyo pasaje más aplaudido fue el brindis a su amigo Adolfo Suárez, de Sebastián
Castella, que desplegó su repertorio acostumbrado aunque esta vez sin
convicción y sin hallar el eco de otras tardes en el tendido, y del Fandi, que ya ni siquiera destaca en
banderillas.
Hubo además dos
confirmaciones de alternativa. La de Manuel
Escribano al que se esperaba con interés tras su triunfal tarde del año
anterior en la Miurada de Sevilla, que anduvo muy activo toda la tarde sin
especial acierto aunque tuvo que pechar con un lote infame, y la de David Galán, que levantó fuertes
ovaciones al comienzo de sus faenas, simplemente por acompañar despegado las
embestidas iniciales de su lote de Victorianos, que, sin embargo se apagaron
pronto, dejando a los Isidros sin su joven triunfador. La parsimonia con que
los actuantes modernos afrontan las ceremonias de confirmación de alternativa
que incluso alargan aún más con el cambio de la espada, la hidratación de la
muleta y el consabido brindis al padre o al mentor con discurso emotivo
incluido, mientras el toro aguarda aparcado junto a un burladero como un
perrillo dócil pendiente de una pelota que le mostraran desde la tronera, contribuye
a que poco a poco, las corridas de toros vayan convirtiéndose en ese
espectáculo incruento al que el público de momento sigue asistiendo, mientras
pasa la tarde tan ricamente hablando de sus cosas con el vecino, comiendo pipas
y trasegando cubatas, hasta que se dé cuenta de que eso mismo lo puede hacer en
el bar de la esquina sin tener que abonar además el precio de la entrada.
Joselito Adame toreó
por partida doble, aprovechando la sustitución de Miguel Abellán, y no recordó
en nada a ese buen torero de sus primeras actuaciones en España, el de la gran
faena al toro del Conde de la Maza en Sevilla, por ejemplo. Su evolución actual
se despeña hacia el encimismo y el toreo por fuera de manera directamente
proporcional a los contratos que le esperan en la presente temporada.
El suceso de la semana fue
la reaparición de Enrique Ponce en
Las Ventas, después de cinco años de ausencia voluntaria, un lustro en el que
las formas de torear se han subvertido tanto, que el retorno del diestro de
Chiva trajo a la plaza el aire fresco de cuando reaparece un maestro de otro
tiempo y con tres o cuatro detalles de torería barre toda la vulgaridad reinante.
Algo así como lo que ocurrió cuando Antoñete puso boca abajo el toreo en los
años ochenta pero en tono menor, pues Ponce ya no está para afrontar las gestas
de antaño con todo tipo de encastes, si bien, como siempre, su toreo lució más
con el toro que le presentó más complicaciones, el cuarto de la corrida, con el
que hizo el esfuerzo y logró buenos pases aislados dentro de un conjunto
desigual de ajuste y colocación en el que sobresalieron los remates preñados de
su conocida elegancia. Marró con la espada, perdió una oreja que hubiera sido
legítima y la división de opiniones con la que fue recibido al principio del
festejo se tornó en ovación unánime cuando abandonaba la plaza quién sabe hasta
cuándo.
Son muchos los
banderilleros que han destacado hasta ahora en la feria y entre ellos debe
mencionarse el clasicismo de Fernando Téllez, la rotundidad de Ángel Otero, la
seguridad de Miguel Martín, la elegancia de Javier Ámbel y la torería de Luis
Carlos Aranda. Incluso en la peor de las tardes, casi siempre ha habido un buen
detalle que recordar camino de casa.
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