miércoles, 28 de mayo de 2014

EL ADVENIMIENTO DE LOS FABULOSOS Y EL ESPEJISMO DE TRES NATURALES

          Cuando el toro es concebido casi como un animal doméstico, cuando el toro es definido como colaborador de un espectáculo incruento, cuando el toro deambula por la plaza sin que aparezca rescoldo alguno de ese fuego que es la casta brava, la fiesta se convierte en un ballet absurdo en el cual el artista interpreta la obra prevista función tras función. Desaparecido el riesgo, anulada la muerte como telón de fondo de cada tarde, la emoción que siempre animó internamente la esencia de la  tauromaquia, tan sólo aparece en algún que otro recodo de la ceremonia, si es que surge algún destello de inspiración en el intérprete que nos permite olvidar por un momento que es mentira todo lo que en el ruedo ocurre.

         Esa verdad que distinguía antaño este espectáculo haciéndolo único, apareció por fin la tarde en que a David Mora se le ocurrió gastar su último cartucho en Madrid recibiendo al primero de su lote en la puerta de chiqueros, y el animal se le vino encima como un tren, sin darle tiempo a vaciar la embestida con la larga cambiada. El toro le cogió por el pecho y le zarandeó de manera tremenda como a un pobre muñeco que salió del envite con la femoral partida. La sensación de tragedia inundó la corrida que desde ese momento quedó en un mano a mano extraño del que pronto se cayó Nazaré al que el toro segundo volteó en el remate de un quite rompiéndole los ligamentos. Cinco por delante para Jiménez Fortes componían una cuesta arriba demasiado empinada para el bagaje técnico del diestro malagueño. Si además todo ello se combina con un enemigo complicado para empezar la subida, una torpeza de movimientos evidente ante las agrestes embestidas y un arrojo que ignora todas las circunstancias anteriores, el resultado es dos cornadas en tres cogidas de las que el chaval se levanta sin mirarse, y una enorme dignidad camino de una enfermería atestada lo cual obligó a suspender el festejo con cuatro animales dentro de chiqueros esperando mejor ocasión para ser lidiados.

         Las tres tardes siguientes han transcurrido en ese tono mentiroso que aparece cuando llegan las figuras a la feria y con ellas, la imposición de sus ganaderías predilectas que garantizan ese toro amigo que va y viene para colaborar con el “show”. Con ese medio toro ni siquiera supo confiarse el Cid, definitivamente fuera de sitio, sombrío de ánimo como si el luto eterno de Alcalareño hubiera contagiado ya para siempre al matador y a su cuadrilla entera y todo ello a pesar de un quite por delantales en el que pareció mecerse la luz del otoño pasado. El Fandi nos trajo una nueva demostración atlética de su envidiable forma física y aunque intentó ajustarse algo más con el toro al poner banderillas, lo consiguió sólo a veces, mas al llegar la hora de quedarse quieto, cesaron las ovaciones, prodigó mantazos, requirió la espada, se perfiló fuera de cacho, fuese y no hubo nada. Del Álamo cortó su enésima oreja consecutiva en las Ventas cuya concesión denigró hasta extremos hasta hace poco inconcebibles eso que antiguamente se llamaba una oreja de Madrid, de las que dejan poso en el aficionado. La de esta tarde fue uno de tantos trasteos en paralelo en los que si el toro repite, el torero templa y mata a la primera, el público saca los pañuelos hasta conseguir el ansiado trofeo sin que al día siguiente sea capaz de recordar pase alguno de la aclamada faena.

         Para rematar la semana se hicieron presentes en las Ventas the fab five, los cinco airados faros del toreo que se exiliaron de Sevilla y se acogieron al refugio de Madrid, cuyo público los recibió como a hijos pródigos, dispuesto a perdonar sus renuncios, sus manejos y triquiñuelas, atento al mínimo detalle para saltar del asiento ante cualquier atisbo de cante grande, el romero enhiesto en la solapa del traje de las grandes ocasiones, el cubata tintineando en la mano nerviosa y el caro veguero incensando los alrededores de su localidad. Por delante de los fabulosos, Finito de Córdoba, cuya actuación fue la del telonero que ofrece un breve apunte de su arte y enseguida deja paso a la estrella sin ánimo de robarle lucimiento, qué decadente la imagen del eterno aspirante a sexto califa, tan lejos de aquella efímera gloria como de la rectitud del toro a la hora de entrar a matar, pues se perfilaba desde Manuel Becerra para tomar raudo el camino hacia la Guindalera tras el embroque. Morante y el Juli, los popes del invento este que llaman el G-5, fueron recibidos con expectación extraordinaria, que a falta de grandes triunfos obtenidos en el coso venteño, uno piensa que se debía al gran aparato publicitario que arrastran estos toreros, con profusión de apariciones en los medios diseñadas por los gabinetes de comunicación a su servicio. Los dos venían a la primera plaza del mundo con toros escogidos ad hoc, seleccionados por sus veedores tras exhaustivas jornadas de búsqueda entre lo mejor de la cabaña brava. A tenor del resultado, cerca estamos de que también en esta plaza se acabe eliminando el sorteo para así evitar que los jefes del cotarro acaben enlotando lo peor del encierro y así quede al descubierto su incapacidad para hacer frente a sus toros. Porque a Morante le tocó un manso que no pasaba, al que masacró en varas, antes de dar el mitin de costumbre y al Juli, dos Victorianos impresentables, que hubieran justificado la retirada inmediata del azulejo que el ganadero triunfador del ciclo del año pasado había inaugurado en el desolladero esa misma mañana. Además, al catedrático de Velilla le salieron respondones los dos toretes, el primero, por desentendido y aburrido de la ramplona lidia, al que no fue capaz de fijar en momento alguno, y el segundo, por violentito a su manera, con el que Julián del Gran Poder aplicó un trasteo corajudo que no llegó a domeñar sus dificultades antes del horroroso julipié. En su primer toro, Morante de la Puebla entreabrió un poquito el tarro de las esencias en un capotazo aislado por aquí, un par de trincherazos por allá y en dos o tres derechazos que encadenó cuando medio se quedó en el sitio, pero de pronto volvió a las andadas del unipase y a rehuir los riesgos que comporta la ligazón frustrando las ilusiones de un público entregado que había acogido estos destellos con clamores inusitados.

         El espécimen taurómaco Alejandro Talavante ha dado un paso más en su sorprendente evolución y abandonado el período que podríamos llamar de inspiración mexicana, ha mutado ahora en criatura currovazqueña que pretende retomar el toreo clásico que dejó olvidado tras su época tomasista. Sólo lo consiguió por momentos en el primero de su lote, al que enjaretó los naturales más caros de la feria, aquéllos que se construyen adelantando la muleta, ofreciendo el medio pecho de la figura erguida y cargando la suerte en la rectitud del toro, mientras el animal traza esa mágica curva en la que persigue con codicia una muleta templada de mano baja que quiebra la embestida detrás de la cadera. El por qué combinó esos muletazos irreprochables con otros más al uso del toreo moderno es un misterio insondable que quizá tenga que ver con la falta de concepto claro de una faena que no tuvo unidad porque transcurrió en distintos terrenos, allí donde el torete marchaba llevado por su boyante mansedumbre, y como los naturales buenos eran jaleados con el mismo entusiasmo que los malos, quizá se dijo el extremeño que para qué insistir por el camino correcto si el otro es menos escarpado y todo aquello terminó en una sensación amarga a la búsqueda del eslabón perdido en la evolución de la especie taurómaca talavantina que acabó de consumar el mal uso de la espada.

         Manzanares pasó de puntillas por la tarde de los Victorianos practicando el toreo más despegado que se ha visto hasta la fecha, que ya apenas tapa con su proverbial plasticidad. Su abulia va siendo cada vez más preocupante para un diestro que ha podido ser tan grande y ha quedado en un desubicado maniquí de alta costura que tira líneas en la distancia, no vaya a ser que se le estropee el traje.

         En contraste con sus cuatro compañeros de espantada, Miguel Ángel Perera ha sorprendido en su primera comparecencia en la feria por su cabeza clara, unas formas más que correctas y una gran entrega a la hora de matar que confluyeron en un triunfo legítimo. Dejando a un lado si fueron excesivas las tres orejas cosechadas, Perera aprovechó con clarividencia el fiasco de sus compañeros desde el momento en que se abrió de capote por chicuelinas en un quite muy sentido rematado por airosas cordobinas. A su primero le hizo una buena faena cuya principal cualidad fue la quietud, y los defectos de colocación habituales en este torero quedaron tapados por el ceñimiento general del trasteo y por un temple exquisito en el manejo exacto de las telas. La misma tónica siguió en el sexto de la tarde, más parado que el anterior, al que aplicó el habitual acortamiento de distancias en el que tan cómodo se ha encontrado siempre Perera, que en esta ocasión aderezó con verdad y torería, con el público unánimemente a favor. La gran estocada haciendo estupendamente bien la suerte coronó una actitud muy seria del extremeño toda la tarde al que se llevaron con justicia camino de la puerta grande.


         Brillaron con los palos Juan José Trujillo y Juan Sierra, al que salvó del percance Fernando Pérez, tercero de la cuadrilla de el Juli, cuya buena colocación le permitió hacer un extraordinario quite evitando la cogida de su compañero. Deberían tomar ejemplo de la actitud de este torero de plata, los numerosos matadores que ajenos a sus deberes en la lidia, suelen contemplar ausentes los apuros que pasan sus peones en el tercio de banderillas.                 

miércoles, 21 de mayo de 2014

LA SEMANA DEL MONOENCASTE

Tras el aperitivo del fin de semana, en el que las jornadas transcurren con alegría y la constatación de la decadencia del espectáculo queda un tanto aplazada por el reencuentro con los compañeros de abono y el regreso feliz al añorado asiento con vistas a la gloria, la primera semana de toros supone para el abonado el rutinario regreso a las tardes de escaso contenido artístico, en las que sólo la enfermiza afición que corre por nuestras venas, justifica el aguante diario de la corrida tras la jornada laboral.

La empresa ha tenido a bien homenajear al aficionado venteño con cinco muestras cinco del monoencaste Domeq, Fuente Ymbro para el lunes, Parladé tiene usted el martes, La Palmosilla, el miércoles, Victorianos para el día del Santo Patrón y Jandillitas el viernes, que como al día siguiente hay rejones y nuestras posaderas descansan, ya se afronta de otra manera el remate de este insoportable monólogo de toros flojos y descastados. Dentro del panorama general de docilidad y sosería que este encaste propone, es necesario diferenciar al toro tonto de baba con la lengua fuera desde el primer capotazo, de ese otro que medio se sostiene, al que se cuida en los primeros tercios para que llegue con movilidad a la muleta, y que es el que soporta este tinglado, cuyos mantenedores se ocupan después de alabar su duración y glosar un nuevo concepto de bravura que nada tiene que ver con la fiereza y la agresividad verdaderas. Puestos a escoger, uno prefiere los Palmosillas derrengados que alargan la corrida hasta las tres horas, al tiempo que facilitan la limpieza de corrales a la empresa y ayudan a que el humilde abonado amortice el precio de la entrada, a sus hermanos de encaste de nombre ilustre que permiten a los mentirosos de guardia elaborar sus alambicadas teorías sobre la neo-bravura del toro moderno.

Dos ejemplares de esta última especie correspondieron a Ivan Fandiño en la tarde de su triunfo, al que llegó en la actuación en que menos merecimientos había acumulado para abrir la puerta grande, ésa que vio cerrarse tantas veces en las que había ilusionado a la afición con un toreo de exposición y verdad ante una gran variedad de encastes. En cambio, en este martes y trece, la fortuna estuvo de su lado en dos faenas desiguales y atropelladas, en las que el efectismo bastó para que un público entregado desde el principio al de Orduña, lo entronizara como el nuevo torero de Madrid. Pese a la faena vulgar que la precedió, vale la primera oreja por la gran estocada que recetó al de Parladé cuyo mérito añadido consistió en haber sido cobrada en idénticos terrenos a aquélla que un año antes cambió por una cornada que le impidió torear en el resto del ciclo. La segunda oreja premió una colección insólita de trallazos en línea que Fandiño aplicó a las boyantes embestidas de Rapiñador, seguro candidato a los premios oficiales de la Feria, que fueron saludadas por el público de la solanera con el runrún de las grandes ocasiones. Aunque tenía cortada la segunda oreja a poco que hubiera metido la espada de cualquier manera, y quizá porque quería las dos para elevar la categoría ramplona de su triunfo, sorprendió a la plaza retomando la costumbre de sus comienzos de entrar a matar sin muleta, suerte que ejecutó con técnica insuperable de saltimbanqui, encunándose limpiamente en medio de la abierta cornamenta del toro y cobrando una voltereta de la que salió ileso entre clamores de gran acontecimiento. Los descabellos finales que alargaron la muerte del toro dejaron la cosa en un triunfo menor pero suficiente para abrir la dichosa puerta, circunstancia que hasta ahora parece que impedía a Fandiño entrar en los mejores carteles de las ferias. Por fin lo conseguirá este año aunque me temo que su toreo no será nunca más la alternativa refrescante y necesaria a las espurias formas julianas, tal y como demostró en su segunda comparecencia en las Ventas, en la que aplicó a un toro pastueño de Jandilla, la salmodia habitual de pases adocenados perpetrados al hilo del pitón.

La tarde del triunfo de Fandiño, fue Teruel quien dio los mejores pases, destacando un par de naturales de alta escuela y sus acostumbrados trincherazos de sabor, dentro de un conjunto que no acabó de coger consistencia, como tampoco la consiguió el Cid, que ha iniciado la temporada a años luz de aquel toreo que nos maravilló en la pasada Feria de Otoño con la mejor faena que se ha visto en Madrid en los últimos años. El resto de la semana nos trajo actuaciones intrascendentes de Juan José Padilla, cuyo pasaje más aplaudido fue el brindis a su amigo Adolfo Suárez, de  Sebastián Castella, que desplegó su repertorio acostumbrado aunque esta vez sin convicción y sin hallar el eco de otras tardes en el tendido, y del Fandi, que ya ni siquiera destaca en banderillas. 

Hubo además dos confirmaciones de alternativa. La de Manuel Escribano al que se esperaba con interés tras su triunfal tarde del año anterior en la Miurada de Sevilla, que anduvo muy activo toda la tarde sin especial acierto aunque tuvo que pechar con un lote infame, y la de David Galán, que levantó fuertes ovaciones al comienzo de sus faenas, simplemente por acompañar despegado las embestidas iniciales de su lote de Victorianos, que, sin embargo se apagaron pronto, dejando a los Isidros sin su joven triunfador. La parsimonia con que los actuantes modernos afrontan las ceremonias de confirmación de alternativa que incluso alargan aún más con el cambio de la espada, la hidratación de la muleta y el consabido brindis al padre o al mentor con discurso emotivo incluido, mientras el toro aguarda aparcado junto a un burladero como un perrillo dócil pendiente de una pelota que le mostraran desde la tronera, contribuye a que poco a poco, las corridas de toros vayan convirtiéndose en ese espectáculo incruento al que el público de momento sigue asistiendo, mientras pasa la tarde tan ricamente hablando de sus cosas con el vecino, comiendo pipas y trasegando cubatas, hasta que se dé cuenta de que eso mismo lo puede hacer en el bar de la esquina sin tener que abonar además el precio de la entrada.

Joselito Adame toreó por partida doble, aprovechando la sustitución de Miguel Abellán, y no recordó en nada a ese buen torero de sus primeras actuaciones en España, el de la gran faena al toro del Conde de la Maza en Sevilla, por ejemplo. Su evolución actual se despeña hacia el encimismo y el toreo por fuera de manera directamente proporcional a los contratos que le esperan en la presente temporada.   

El suceso de la semana fue la reaparición de Enrique Ponce en Las Ventas, después de cinco años de ausencia voluntaria, un lustro en el que las formas de torear se han subvertido tanto, que el retorno del diestro de Chiva trajo a la plaza el aire fresco de cuando reaparece un maestro de otro tiempo y con tres o cuatro detalles de torería barre toda la vulgaridad reinante. Algo así como lo que ocurrió cuando Antoñete puso boca abajo el toreo en los años ochenta pero en tono menor, pues Ponce ya no está para afrontar las gestas de antaño con todo tipo de encastes, si bien, como siempre, su toreo lució más con el toro que le presentó más complicaciones, el cuarto de la corrida, con el que hizo el esfuerzo y logró buenos pases aislados dentro de un conjunto desigual de ajuste y colocación en el que sobresalieron los remates preñados de su conocida elegancia. Marró con la espada, perdió una oreja que hubiera sido legítima y la división de opiniones con la que fue recibido al principio del festejo se tornó en ovación unánime cuando abandonaba la plaza quién sabe hasta cuándo.

Son muchos los banderilleros que han destacado hasta ahora en la feria y entre ellos debe mencionarse el clasicismo de Fernando Téllez, la rotundidad de Ángel Otero, la seguridad de Miguel Martín, la elegancia de Javier Ámbel y la torería de Luis Carlos Aranda. Incluso en la peor de las tardes, casi siempre ha habido un buen detalle que recordar camino de casa.


lunes, 12 de mayo de 2014

COMIENZA LA FERIA DE SAN ISIDRO 2014

     Transcurridas las primeras tres corridas de la Feria de San Isidro de 2014, no parece haber cambiado nada en este bucle decadente por el que transitamos un año más los que a pesar de todo, conservamos la ilusión para seguir acudiendo tarde tras tarde a la plaza de toros de Las Ventas por si se nos aparece en algún recodo mágico el milagro del toreo. Mientras tanto, el público va menguando en los tendidos al mismo ritmo que la casta en las ganaderías que se acartelan este año, en la que ha dicho la empresa que es la mejor feria de cuantas ha organizado hasta la fecha. Tres encastes distintos han desfilado ya por la arena venteña y si bien era previsible el fiasco de los insignes representantes de la estirpe atanasia y juampedrera que se corrieron en los dos primeros días, no esperábamos que los galanes de José Escolar les acompañaran también por la senda del descastamiento, aunque ya quisiera uno que el peor de los encierros que nos toque sufrir en lo que queda, fuera como el de ayer.

         En cuanto a los diestros que han comparecido en este inicio de feria, el bucle es todavía más notorio. David Mora se amanera más cada año que pasa, Luque es ese torero con padrino influyente al que nos tenemos que tragar varias tardes en la temporada sin justificación alguna, Silvetti es la inevitable cuota mexicana avalada con una oreja cortada en la feria de 2013 por una faena de la que ya nadie se acuerda, Tendero es Manuel Caballero revisitado pero en peor y Pérez Mota, un acólito de la cátedra juliana acartelado en la corrida equivocada. Fernando Robleño, va perdiendo jirones de valor poquito a poco cada tarde y no parece volver a querer ser aquel torero dispuesto a pisar terrenos complicados al que no le importaba el riesgo de cornada. Angelito Teruel se halla exactamente en el mismo lugar del que salió tras confirmar su alternativa el año pasado, apenas ha toreado dos tardes desde aquel momento y sigue dejando aroma de torero al manejar los trastos, pero da la impresión de tener que sobreponerse demasiado a un fondo de valor escaso. Miguel Ángel Delgado es quizá el único matador que ha intentado torear para adentro en esta feria, y aunque el temple y la dura condición de su lote no le hayan acompañado en sus trasteos, es de anotar su buena disposición a no rectificar terrenos.

         Mención aparte merece Juan del Álamo que por lo visto está a punto de ingresar en ese grupo selecto al que también pertenece Luque de aspirantes a figura del toreo asiduos a las ferias que para serlo, no han necesitado triunfar con fuerza en Madrid. Al de Ciudad Rodrigo le funciona la cabeza delante de los toros y sabe exactamente lo que tiene que hacer para cortar sendas orejitas fáciles cualquier día de éstos sin tener que cruzar la línea del toreo verdadero. Mismamente la otra tarde a punto estuvo de lograrlo por un par de series compuestitas de derechazos a su primer toro rematadas con buena estocada y el efecto emocional de una sorpresiva voltereta en el segundo. Aunque esa tarde, lo verdaderamente destacado fueron dos emocionantes puyazos en el sitio de su picador Juan Bernal al sexto de la corrida.


         Como anticipo del futuro que le espera a este espectáculo, la plaza se nos ha llenado de guiris estos días lo cual unido al tórrido calor con el que se ha iniciado el abono, proporciona a los tendidos un ambiente agosteño que para sí lo quisiera el coso de Benidorm. La colonia china es la que más abunda entre las hordas extranjeras que nos invaden este año pero cada vez aguantan menos tiempo en sus localidades, pues ya ni siquiera las abandonan a la muerte del tercer toro como antaño y adelantan la salida no se sabe si horrorizados por lo que ven en el ruedo o porque se les hace tarde para la siguiente atracción turística. Bastante menos educados que nuestros simpáticos guiris es ese público de aluvión que también comparece en esas tardes en las que el abonado menos fiel deserta y que acuden a la primera plaza del mundo como si fuera la de su pueblo, con el ansia de ver un triunfo cueste lo que cueste, y se permiten incluso increpar a los aficionados cabales que legítimamente protestan tratando de preservar el prestigio de la plaza. Ocurrió el sábado cuando Juan del Álamo se colaba camino de la puerta grande y unas simples palmas de tango fueron contestadas con insultos desde los altos de la andanada y con miradas aviesas desde el callejón. Cuando venga Julián acabamos a tortas.