En el carnaval de 1497, Fray Jerónimo
Savonarola celebró su particular día de las hogueras, formando en la Piazza della
Signoria de Florencia una pira monumental a donde fueron a parar como símbolos
del pecado, multitud de obras de arte, artículos de lujo, ropas indecentes y
demás signos de vanidad de la época. Más de quinientos años después, en el
fuego de artificio que es la política actual arden sin cesar los diplomas
enmarcados de los másteres sin mérito, y las tesis “cum laude ad maiorem wikipedei
gloriam”.
La “titulitis” siempre ha sido un vicio del
españolito ávido de reconocimiento que deseaba rematar su salida del analfabetismo
atávico con la imponente orla colocada en el lugar principal de la casa. Desde
el curso de corte y confección de CCC hasta el doctorado en diplomacia económica
del presidente, hay un sinfín de posibilidades para no quedarse solamente con
la etiqueta de anís del mono, que diría el gran Chiquito.
De ese afán de titulación no podían escapar
los políticos profesionales, siempre dispuestos al aprovechamiento de su
posición de privilegio. No conformes con disfrutar de un escaño al que accedieron
medrando en la pelea por ir bien colocados en la lista, siguen utilizando a sus
padrinos en el partido para embellecer un currículum que perciben demasiado
escuálido para justificar su ascenso. La ministra Montón, por ejemplo, estudia
medicina pero nunca llega a ejercer porque deja colgada la carrera a los 23
años por un puesto de concejal en el Ayuntamiento de Burjassot, de donde sale
cinco años después para ser diputada nacional por Valencia. Las exigencias del
trabajo parlamentario deben ser menores que las responsabilidades locales porque
es en 2010 cuando por fin tiene tiempo de licenciarse en medicina, con treinta
y cuatro años. El misterio continúa cuando la prometedora diputada decide
realizar un máster de estudios interdisciplinares de género en donde no se sabe
qué es peor, si el trato de favor recibido pese a ostentar la condición de
portavoz de igualdad del PSOE, el plagio de copia y pega que finalmente le
cuesta la carrera o el programa de materias incluidas en semejante bodrio
académico que sólo puede justificarse por la voracidad recaudadora de la
Universidad Rey Juan Carlos.
El mismo esquema de comportamiento se observa
también en el caso de Cristina Cifuentes, otra política profesional cuya vida
laboral apenas tiene recorrido fuera del amparo del partido. Licenciada en
Derecho y funcionaria del cuerpo de gestión de la Universidad Complutense desde
1990, al año siguiente ya es diputada autonómica con 26 primaveras y su carrera
culmina con la presidencia de la Comunidad de Madrid, previo paso por la
Delegación de Gobierno en 2012, el curso fatídico en donde aceptó el regalo de
un Máster en Derecho Autonómico en el mismo Instituto de Derecho Público que,
al parecer, no tenía miramientos ideológicos a la hora de amparar las
aspiraciones curriculares de los cachorros del bipartidismo.
De los polvos de la reforma educativa de
Bolonia y la reducción de contenidos de las carreras, vienen los lodos de la
proliferación de másteres en los que se empeñan las familias de nuestros
jóvenes en busca de la formación que luego apenas da para cobrar mil euros en
el ingrato mercado laboral. La tradicional función de ascensor social que
siempre tuvo la universidad se va difuminando entre la incuria a la que es
sometida por los sucesivos gobiernos y el desprestigio que se filtra por las
rendijas del chiringuito en que la tienen convertida los traficantes de títulos
y los tribunales de amiguetes al servicio del poder.
Las promesas de regeneración que hicieron los
adalides de la nueva política parecen tener escaso recorrido si quienes lideran
la cosa pública son el licenciado Casado y el doctor Sánchez, de quien se
cuenta que una vez le compuso a su novia un poema que empezaba “Yo también
puedo escribir los versos más tristes esta noche”. El aparente enfrentamiento de
estos dos representantes de la generación más preparada de la historia nos
distrae del verdadero espíritu que anima su común intención de disfrazar su
impostura con cursos fantasma y tesis vacías. El pueblo está acostumbrado a
entronizar la mediocridad elección tras elección, la clase dirigente no es sino
el espejo de nuestra propia naturaleza, pero quizá un día no consienta que se
sigan haciendo trampas para que la nada quede instalada en lo más alto.